viernes, 7 de diciembre de 2012

LECTURA Y COMENTARIO DEL II DOMINGO DE ADVIENTO CICLO C 09 DE DICIEMBRE 2012


DOMINGO DEL SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO CICLO C - 

09 DE DICIEMBRE DEL 2012


 DIOS QUIERE SALVAR A TODOS LOS HOMBRES



PRIMERA LECTURA

Lectura del libro de Baruc (5,1-9):

Jerusalén, quítate tu ropa de duelo y aflicción, y vístete para siempre el esplendor de la gloria que viene de Dios. Envuélvete en el manto de la justicia que procede de Dios, pon en tu cabeza la diadema de gloria del Eterno. Porque Dios mostrará tu esplendor a todo lo que hay bajo el cielo. Pues tu nombre se llamará de parte de Dios para siempre: “Paz de la Justicia” y “Gloria de la Piedad”.
Levántate, Jerusalén, sube a la altura, tiende tu vista hacia el Oriente y ve a tus hijos reunidos desde oriente a occidente, a la voz del Santo, alegres del recuerdo de Dios. Salieron de ti a pie, llevados por enemigos, pero Dios te los devuelve traídos gloria, como un trono real. Porque ha ordenado Dios que sean rebajados todo monte elevado y los collados eternos, y colmados los valles hasta allanar la tierra, para que Israel marche en seguro bajo la gloria de Dios.
Y hasta las selvas y todo árbol aromático darán sombra a Israel por orden de Dios. Porque Dios guiará a Israel con alegría a la luz de su gloria, con la misericordia y la justicia que vienen de él.

SALMO RESPONSORIAL ( SAL 125,1-2AB.2CD-3.4-5.6)

 El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares. R/.

Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos.».
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres. R/.

Que el Señor cambie nuestra suerte,
como los torrentes del Negueb.
Los que  sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares. R/.

Al ir, iba llorando, llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas. R/.

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (1,4-6.8-11):

Ruego siempre y en todas mis oraciones con alegría por todos ustedes a causa de la colaboración que habéis prestado al Evangelio, desde el primer día hasta hoy; firmemente convencido de que, quien inició en ustedes la buena obra, la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús. Pues testigo me es Dios de cuánto los quiero a todos ustedes en el corazón de Cristo Jesús. Y lo que pido en mi oración es que su amor siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo discernimiento, llenos de los frutos de justicia que vienen por Jesucristo, para la gloria y alabanza de Dios

EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Lucas (3,1-6):

En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y  todos  verán  la salvación de Dios.».


COMENTARIO AL EVANGELIO

Lucas es el evangelista de la historia de la salvación, que despliega en tres grandes secuencias, como por ejemplo en este versículo tan denso: “La ley y los profetas (Israel) llegaron hasta Juan; desde entonces se anuncia el reinado de Dios (Jesús) y todo el mundo usa la violencia para entrar en él (la Iglesia)” (Lc 16, 16). Le gusta levantar grandes pórticos para que podamos entrar solemnemente en la historia. Cuando el nacimiento de Jesús: “Por entonces salió un decreto del emperador Augusto…” Y para los comienzos de su vida pública, se levanta de nuevo el telón para Juan bautista: “El año quince del emperador Tiberio…”. Ha sonado el golpe más grande de gong en la historia. Para un anuncio fabuloso: “Todos los hombres verán la salvación de Dios”. Es lo que había proclamado ya el anciano Simeón con mayor secreto: “Mis ojos han visto a tu salvador como luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel”. (Lc. 2, 30-32). Nosotros hemos estrechado muchas veces estos horizontes, excluyendo a los paganos, olvidándose de las naciones. Dios es el Dios de todos los hombres, quiere la salvación de todos.

Por medio del Mesías. Los judíos de esta época aguardaban tanto al Mesías que su corazón se puso a latir al ver a un nuevo profeta, Juan el Bautista “¿Será él el Mesías?”. ¡Será algo más increíble!. Se necesitará todo el evangelio y la resurrección y Pentecostés, para que los judíos tan obstinadamente monoteístas se abran (¡con grandes dificultades!) a lo inimaginable: el Mesías es Jesús y Jesús es Dios. Juan Bautista traza su primer retrato: “Va a venir uno más poderoso, los bautizará en el Espíritu y en fuego”.
Pero tendrán que venir los grandes obispos teólogos de los primeros siglos, la experiencia de los santos, y sobre todo el Espíritu para balbucear los informulables, Dios el único es Padre, Hijo y Espíritu; y el Hijo se hizo carne, bajo César Augusto, Bajo el Emperador Tiberio.
El adviento vuelve a situarnos ante esos inmensos horizontes de la salvación de todos los hombres a los que el Padre ha enviado su Hijo ¡Pero hay que recibirlos!. El Bautista pide que le preparemos un camino. Las dos imágenes del desbloqueo y del derrumbamiento pueden ayudarnos a comprender cuál ha de ser nuestra tarea: hacer que salten las puertas demasiado cerradas y derribar todo ese montón de piedras, esas montañas de vacilaciones y de objeciones en las que nos hemos atrincherado. Decirle al Señor: “Entra en mi casa” exige una previa limpieza a fondo.
¿No habré pasado demasiado aprisa del grandioso anuncio de Juan Bautista: “Todos verán la salvación” a mis pequeñas preocupaciones individualistas?. Quizás no sean tan pequeñas, las anchas miradas sobre el mundo no tienen que hacernos olvidar nuestro jardín. Decirle al Señor del Adviento: “¡Ven a salvarnos a todos!”. Será una oración de ensueño, si no nos remitirá a lo que tiene que salvarse en cada uno.

Pbro. Roland Vicente Castro Juárez