LA DEVOCIÓN MARIANA EN LA PRIMITIVA IGLESIA
(A proposito de la fiesta de Santa María, Madre de Dios 1 de Enero)
Lucas F. Mateo-Seco
SUMARIO
1.
Introducción.- 2. Visión general de los testimonios históricos: a) Los primeros
testimonios patrísticos; b) La edad de oro de la Patrística; c) Tras el
Concilio de Éfeso.- 3. El Sub tuum praesidium y el himno
"Akathistos".- 4. Las primeras fiestas marianas: Los primeros
sermones marianos; a) Homilía de Proclo de Cízico o de Constantinopla; b) Los
sermones de Teodoto de Ancira y Acacio de Melitene; c) El Sermón de san Cirilo;
d) Los sermones de Pablo de Emesa en Alejandría.
1. INTRODUCCIÓN
Sobre
el tema propuesto a nuestro estudio --la devoción a Santa María en los siete
primeros siglos de la vida de Iglesia--, existe una documentación espléndida,
amplísima y solvente. Baste recordar que se le han dedicado a este asunto dos
Congresos Mariológicos Internacionales, el celebrado en Lisboa en 1967 y el
celebrado en Croacia en 1971. Las actas de ambos congresos ocupan diez volúmenes[1].
El estudioso encuentra, pues, a su disposición un magnífico material para
reflexionar sobre él. Súmase a esto la afluencia de datos que encontramos en
los grandes enquiridions marianos y los artículos de las grandes enciclopedias[2].
Por
nuestra parte, intentaremos dar una visión lo más concreta y amplia posible de
culto y devoción a Santa María en los fecundos siete primeros siglos de la vida
de la Iglesia, presentando cuatro muestras significativas para deducir de ellas
cómo fue la devoción a Santa María en este extenso período.
Las
cuatro muestras elegidas son las siguientes:
1ª)
Una visión general de los testimonios históricos de la devoción a la Virgen;
2ª)
Análisis de dos de las oraciones más universales, el Sub tuum praesidium y el
himno Akathistos;
3ª)
Una visión general del nacimiento de las primeras fiestas marianas;
4ª)
Análisis de algunos de los primeros sermones marianos que se conservan y con
los cuales se alimentaba la piedad popular.
2. VISIÓN
GENERAL DE LOS TESTIMONIOS HISTÓRICOS
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Catacumbas de San Calixto (Roma) |
Ya
en los Evangelios la figura de la Virgen, discretamente presente, está rodeada
de veneración. En estos pasajes, sobre todo en los relatos lucanos de la
infancia del Señor y en la narración joánica de la presencia de Santa María al
pie de la Cruz, se manifiesta una gran veneración hacia la Madre de Jesús y se
encuentra descrita ya y como en germen, la veneración que le profesará el
pueblo cristiano a lo largo de los siglos.
a)
Los primeros testimonios patrísticos
Los
testimonios patrísticos sobre la Virgen comienzan ya en el mismo San Ignacio de
Antioquía (+ ca. 110). Ignacio considera a Santa María en su carácter de Madre
de Jesús y en el papel que su maternidad juega en la historia de la salvación.
Esta maternidad es realzada, sobre todo, en la realidad de su facticidad frente
a los gnósticos. Son conmovedores los textos en que Ignacio insiste en que
Jesús ha nacido de (ex) Dios y de María[3].
Desde
un primer momento la Virgen aparece cercana no sólo por su maternidad sobre el
Señor, sino también por su intervención en la historia de la salvación. Buen
testimonio de ellos es San Justino (+ 165). San Justino es el primero en dar
testimonio del paralelismo Eva-María, de forma que la maternidad de Santa María
sobre los creyentes comienza a abrirse camino en forma explícita en la
conciencia de los cristianos[4].
Ireneo de Lyon otorga forma extensa a este paralelismo, insistiendo en que
Santa María es causa de salvación para sí misma y para todo el género humano[5].
Ireneo llama también a María abogada de Eva[6].
Los mariólogos advierten con razón que estos textos ireneanos son de gran
importancia[7]. Tienen importancia desde
el punto de la doctrina mariológica, y son de suma relevancia en el tema que
estamos tratando. Estos textos y muchos otros del mismo tenor se encuentran en
la base de la piedad cristiana hacia Santa María a la que comienza a acudir con
confianza, precisamente por su característica de abogada e intercesora.
En
este itinerario del apoyo teológico a la piedad popular hacia Santa María
destaca Orígenes con rasgos propios (+ 253); su teología rodea de cariño y devoción
a Santa María y ha atraído la atención de grandes mariólogos[8].
Orígenes otorga gran importancia a la virginidad de Santa María y la presenta a
las vírgenes como modelo a seguir. Ella recibió al Verbo en su seno; nosotros
debemos recibir al Verbo en nuestra alma. Precisamente al presentar al
evangelista San Juan como ejemplo de penetración espiritual de la Escritura,
Orígenes afirma que sólo puede captar el sentido espiritual de la Escritura
aquél que, como Juan, ha reposado su cabeza sobre el pecho de Jesús, aquél que,
como Juan, ha recibido a María como Madre[9].
Orígenes entiende que Juan recibe a María como Madre, por su parecido con
Jesús; de ahí que entienda también que todo hombre que se asemeja a Cristo se
convierte en hijo de María.
Se
trata de expresiones mariológicas que merecen una gran atención a la hora de
pensar en la devoción a María en los primeros siglos. La imagen que llega de
Ella a los primeros cristianos a través de los Padres es la de una mujer
sencilla y santa, Madre de Jesús, fuertemente implicada en la historia de la
salvación, abogada incluso de Eva, ejemplo para las vírgenes, Madre de Cristo y
de quienes se asimilan a él. Todo esto insinúa que ya a mediados del siglo III,
al menos en Alejandría, se encontraba extendida la devoción a Santa María y la
costumbre de invocarla con el título de Theotokos.
El
testimonio más impresionante se encuentra en la oración Sub tuum praesidium,
que consideraremos inmediatamente. El historiador Sócrates ofrece un dato
verdaderamente interesante en torno a Orígenes. Según Sócrates, Orígenes habría
explicado el significado del título Theotokos en su primer tomo de comentarios
a la Carta de San Pablo a los Romanos[10].
Se trata de un título mariano bien preciso y que será como una bandera
discutida en los aledaños de Éfeso. Parece ser que Orígenes se habría sentido
en la necesidad de explicar bien este título, por la gran difusión que había
adquirido entre el pueblo cristiano la costumbre de invocar a Santa María como
Madre de Dios.
Los
escritos apócrifos recogen un amplio panorama de creencias populares y, sobre
todo, constituyen un testimonio de la piedad popular de grandes sectores
cristianos. Son notables las descripciones de la virginidad de Santa María en
la Ascensión de Isaías (siglo I), Las Odas de Salomón (siglo II) y Los oráculos
sibilinos (siglos II-III). Todos ellos destacan la virginidad de Santa María.
El Protoevangelio de Santiago habla ya de la vida de oración y de la santidad
de la Virgen. La Asunción de María es largamente tratada en el Transitus Mariae
(siglos III-IV)[11]. Recientemente se ha
mostrado cómo el influjo de este apócrifo llega hasta la escenificación del
misterio de Elche[12].
b)
La edad de oro de la Patrística
A
partir del siglo IV se comienzan a encontrar ya testimonios de panegíricos que
exaltan, sobre todo, la maternidad de Santa María. Por estas fechas, como
veremos inmediatamente, comienzan los testimonios en torno a las festividades
marianas en los diversos ritos. Comienzan también los testimonios de la
invocación a Santa María. San Gregorio de Nacianzo cuenta que una virgen invoca
a Santa María en el trance de perder su virginidad, y es auxiliada[13].
San Gregorio de Nisa habla con naturalidad de una aparición de la Virgen a San
Gregorio Taumaturgo (+ 270)[14].
Dos
son los títulos marianos que se destacan en este claro movimiento espiritual:
Virgen y Madre. El título de Madre invita a refugiarse en su misericordia
inagotable, como se expresa en el Sub tuum praesidium. Juliano el Apóstata
reprocha a los cristianos el que estén constantemente invocando a María como
Theotokos[15]. El título de Virgen
invita a las vírgenes a tomarla como modelo. La piedad mariana recibe un
fortísimo impulso con el florecimiento espiritual del siglo IV y,
especialmente, con la vida monacal. San Atanasio pone en boca de su predecesor
Alejandro de Alejandría (+ 328) esta exhortación a las vírgenes: «Tenéis,
además, el estilo de vida de María, que es modelo e imagen de la vida propia de
los cielos»[16].
Tras
Nicea (a. 325) con su definición de la consubstancialidad del Verbo con el
Padre, se destaca aún más la dignidad de la Maternidad de Santa María. El
pueblo cristiano la invoca como intercesora y como Theotokos llena de
misericordia. El misterio de Cristo aparece cada vez más relacionado
indisolublemente con el misterio de Santa María. La unidad de Cristo se refleja
en la firmeza con que se confiesa la Theotokos. Esto explica la honda conmoción
que sienten los ambientes monacales alejandrinos cuando llega la noticia de que
Nestorio niega que Santa María sea Madre de Dios[17].
Entre
los Padres orientales destaca por sí influencia San Efrén (+ 473) y sus
hermosos himnos dedicados a la Santa Madre de Dios. Se trata, quizás, del
teólogo que más ha llegado a amplios sectores populares precisamente por
influencia de sus himnos en la liturgia. Todo el Oriente vibra en este siglo
con la devoción a Santa María. La mariología alcanza un gran esplendor. Baste
recordar a los tres grandes Capadocios, a Cirilo de Jerusalén (+ 38) o a
Epifanio de Salamina (+ 403).
Menos
generosos en elogios y en alabanzas a Santa María se muestran los antioquenos.
Destaca entre ellos San Juan Crisóstomo (+ 407) en el que encontramos expuesto
con fuerza el paralelismo Eva-María y la maternidad virginal, aunque nunca
utilice el término Theotokos.
Entre
los latinos destacan fundamentalmente San Ambrosio (+ 397), San Jerónimo (+
419) y San Agustín (+ 430). También aquí se encuentra un gran desarrollo de la
doctrina mariana en todos sus temas claves y de una forma simétrica al Oriente.
Ambrosio subraya como Atanasio la importancia de la virginidad de Santa María
para la espiritualidad cristiana y, en especial, para la espiritualidad
monacal; San Jerónimo la presenta como ejemplo de virtud y llama madre
especialmente de las vírgenes[18];
San Agustín destaca la santidad personal de María y su relación con la Iglesia.
Puede decirse que desde Nicea hasta Éfeso la devoción a Santa María se
encuentra en aumento y extensión constante. La reacción del pueblo cristiano
ante la negación nestoriana de la maternidad divina es buena prueba de la
sensibilidad ya existente en torno a las cosas que miran a la veneración de la
Santa Madre de Dios.
c)
Tras el Concilio de Éfeso
El
escándalo que conduce a Éfeso es bien conocido, así como los acontecimientos
traumáticos que le acompañan. El escándalo comienza en Constantinopla el a. 428
con ocasión de un Sermón de Proclo en honor de Santa María en el que la aclama
como Theotokos y con la reacción de Nestorio rechazando este título mariano.
Con respecto a la devoción mariana son bien elocuentes tanto la correspondencia
que se cruza entre los principales actores, como los sermones. Basta repasar
las actas del Concilio de Éfeso y los Sermones allí pronunciados para palpar
cómo el pueblo estaba implicado en estas disputas teológicas y cómo sentía que
con la negación de la Theotokos se estaba lesionando la principal razón de su
devoción a Santa María.
La
cuestión central de Éfeso no era mariológica, sino cristológica: la unidad de
Cristo. En el terreno mariológico, el Concilio de Éfeso no ha añadido nada a lo
que ya se creía universalmente por el pueblo cristiano: que santa María es
Madre de Dios. Sin embargo, la solemne afirmación de la maternidad de Santa
María hecha por Éfeso no sólo reafirmaba la unidad de Cristo, sino que abría
una nueva etapa en la piedad mariana y en los perfiles más característicos de
la vida cristiana. En efecto, desde la conciencia refleja de la dignidad
maternal de Santa María, el pueblo cristiano --incluidos los obispos-- captaron
mejor no sólo el honor que se debe a María, sino su papel único en la historia
de la salvación y su excelso poder de intercesión. Como observa Toniolo citando
las homilías de Proclo y de Basilio de Seleucia, se llegó así a formular con
conciencia refleja el carácter de un culto de hiperdulía a la Virgen, tras
comprender su dignidad y su singular poder como Madre de Dios[19].
Los
cristianos de Constantinopla, Alejandría y Éfeso vivieron estos acontecimientos
con un gran fervor, como se desprende de los sermones y de la correspondencia
epistolar que se cruza entre los principales actores. Es posible que ya al
final de estos sucesos, hombres de Iglesia como Proclo, Pablo de Emesa o Cirilo
tuviesen algún atisbo de la importancia que su lucha teológica iba a tener en
el desarrollo ulterior de la Iglesia y en la piedad popular mariana. Se
comprende su alegría exultante al final del Concilio. Su espíritu sigue estando
presente aún entre nosotros que nos encontramos al final ya al comienzo del
tercer milenio.
Tras
Éfeso, la devoción a Santa María crece por la liturgia que comienza a llenarse
de fiestas marianas, las iglesias dedicadas a Santa María y a su maternidad y
las homilías marianas. En cada uno de estos campos la abundancia de datos es
enorme. Tras Éfeso, el entusiasmo de los oradores de Constantinopla no tiene
límites. Ellos exaltan la maternidad divina. También exaltan la virginidad de
Santa María, su poder de intercesión, su realeza, su mediación. Es la época del
surgimiento del himno Akathistos --a finales del s. V o principios del VI-- y
de las grandes homilías marianas como las de Germán de Constantinopla (+ 733).
Con San Juan Damasceno (+749) en Oriente e Ildefonso de Toledo (+ 667) en
Occidente la devoción a Santa María se manifiesta ya incluso como consagración
a Santa María. También en Occidente se vive con fervor la devoción a Santa
María. Citemos como nombres gloriosos y cercanos a San Leandro de Sevilla (+
599) que insiste en Santa María como cumbre y modelo de la virginidad, o a San
Isidoro de Sevilla y su influencia en la liturgia mozárabe[20],
o San Ildefonso de Toledo y su doctrina en torno al "servicio" a
Santa María, es decir, el esbozo de 1as grandes líneas de la esclavitud mariana[21].
3. LA
ORACIÓN «SUB TUUM PRAESIDIUM» Y EL HIMNO «AKATHISTOS»
La
oración Sub tuum praesidium es un testimonio entrañable, quizás el más antiguo
y el más importante en torno a la devoción a Santa María. Me refiero a la
oración «Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios...». Se trata de un
tropario (himno bizantino) que llega hasta nosotros lleno de juventud. Es
quizás el texto más antiguo en que se llama Theotokos a la Virgen, e
indiscutiblemente es la primera vez que este término aparece en un contexto
oracional e invocativo.
G.
Giamberardini en un documentado estudio ha mostrado la presencia del tropario
en los más diversos ritos y las diversas variantes que encuentra, incluso en la
liturgia latina[22]. La universalidad de esta
antífona hace pensar que ya a mediados del siglo III era usual invocar a Santa
María como Theotokos, y que los teólogos, como Orígenes, comenzaron a prestarle
atención, precisamente por la importancia que iba adquiriendo en la piedad
popular. Simultáneamente esta invocación habría sido introducida en la
liturgia.
En
el rito romano, su presencia está ya testimoniada en el Liber Responsalis,
atribuido a San Gregorio Magno y es copiado en el siglo IX en la siguiente
forma: "Sub tuum praesidium confugimus, Sancta Dei Genitrix". Algunos
manuscritos de los siglos X y XI, presentan unas deliciosas variantes de esta
oración, manteniendo intacta la expresión Santa Dei Genitrix, en estricta
fidelidad a la Theotokos del texto griego. Helas aquí:
«Sub tuis
visceribus confugimus, Dei Genitrix, semper Virgo Maria" ; " Sub tuis
visceribus confugio, Sancta Dei Genitrix"; "Sub tuis visceribus
confugimus, Sancta Dei Genitrix"»[23].
Y
en el rito ambrosiano: «"Sub tuam
misericordiam confugimus, Dei Genitrix"»[24].
Se
trata de traducciones fidelísimas del texto griego, tal y como aparece en el
rito bizantino, en el que se utiliza la palabra griega eysplagknían, para
referirse a las entrañas misericordiosas de la Madre de Dios[25].
La consideración de la inmensa capacidad de las entrañas maternales de la Madre
de Dios está en la base de la piedad popular que tanta importancia dio al
título Theotokos para designar a la Madre de Jesús. Y quizás como lo más
importante sea el hecho de que el testimonio del Sub tuum praesidium levanta en
el mariólogo la sospecha de que el título Theotokos se origina a mediados del
siglo III en la piedad popular como invocación a las entrañas maternales de
Aquella que llevó en su seno a Dios y que, por esta razón, debe estar dotada de
unas entrañas maternalmente inagotables. Esta vez, quizás, la piedad popular
fue por delante de la Teología. Al menos, es muy verosímil que así fuese.
Esa
piedad popular alcanza una de sus manifestaciones más hermosas en el himno
Akathistos. Como su propio nombre indica es el himno que se canta de pie. Con
este nombre de repertorio que sustituyó al título original la iglesia de
oriente quiso hacer suyo este himno considerándolo como expresión privilegiada
de su piedad mariana y cantándolo entero de pie en señal externa de atención
reverente[26]. Es un himno de acción de
gracias, que en el rito bizantino tiene su fiesta propia.
He
aquí cómo describe el Sinaxario esta fiesta de acción de gracias: «Celebramos esta fiesta en recuerdo de las
prodigiosas intervenciones de la inmaculada madre de Dios. Este himno fue
llamado Akáthistos como privado de espacio para sentarse, ya que todo el pueblo
estuvo toda la noche entera cantando en pie este himno a la madre de Dios; y
mientras que en todas las demás estrofas se acostumbra a estar sentados, en
ésta de la madre divina todos nos ponemos de pie para escucharla»[27].
El
himno está dividido en dos partes. La primera, estancias 1-12, está dedicada al
misterio de Cristo; la segunda, estancias 13-24 propone la teología antigua en
torno a Santa María: las seis primeras estancias (13-18) de esta parte la
contemplan sumergida en el misterio de Cristo, mientras que las seis últimas la
celebran presente en el misterio de la Iglesia. He aquí algún ejemplo del
estilo y fervor del canto, tomada de la parte final:
«Ensalzando tu
parto, el universo te canta como templo viviente, oh Theotokos. Ave, oh tienda
del Verbo de Dios. Ave, tú, arca dorada por el Espíritu. Ave tú, noble honor de
los sacerdotes. Ave, tú eres para la Iglesia como torre esbelta. Ave, por ti
levantamos trofeos; ave, por ti caen vencidos los enemigos. Ave tú, medicina de
mis miembros; ave, salvación de mi alma. Ave esposa inviolada. Oh Madre que
debe ser alabada con toda clase de alabanzas, que diste a luz al Verbo más
santo que todos los santos, al recibir ahora esta ofrenda, líbranos a todos de
toda calamidad, y redime del suplicio futuro a los que te aclaman. Aleluia»[28].
El
Akáthistos es calificado con justicia como el himno más hermoso de toda la
Antigüedad y como la primera síntesis de la doctrina mariana. En él piedad
popular y doctrina teológica encuentran una magnífica armonía.
4. LAS
PRIMERAS FIESTAS MARIANAS: LOS PRIMEROS SERMONES MARIANOS
De
entre estos sermones que alimentan la piedad popular he elegido algunos
significativos. En ellos se refleja cómo era la piedad popular; se refleja,
sobre todo, en qué forma se dirigían los pastores a sus fieles para ser
entendidos por ellos. He elegido un sermón típico de finales del siglo IV o
principios del siglo V, y tres sermones pronunciados durante el concilio de
Éfeso.
El
"Sermo de Annuntiatione Domini"
Este
Sermón está colocado en la edición de Migne entre los que se atribuyen a san
Juan Crisóstomo. René Laurentin opina que puede atribuirse a Gregorio de Nisa[29].
La misma crítica interna muestra convincentemente su coincidencia con puntos
personalísimos de la teología nisena. S. Álvarez Campos lo ofrece entre los sermones
nisenos, aunque advirtiendo que puede ser interpolado[30].
El P. Aldama también lo atribuye al Niseno, y se da como probable fecha de la
predicación los años 370-378, quizás un domingo anterior a la fiesta de Navidad[31].
A nosotros nos interesa, sobre todo, su estilo literario, como exponente de los
rasgos humanos de la piedad popular mariana de esos años.
La
estructura del sermón es sencilla y bien fácil de seguir. Todo el sermón no es
más que parafrasear el relato lucano de la anunciación. He aquí unos ejemplos:
«En el mes sexto
tras la concepción del Precursor es enviado Gabriel por el Verbo, "Sol de
Justicia", a anunciar a Santa María el misterio de la Encarnación:
"Ve --dice el Verbo a Gabriel-- a la ciudad de Galilea, a Nazaret, a la
virgen María, a la que está casa con el obrero José (téktoni), pues, que soy
obrero (tekton) de toda criatura, me he desposado esta virgen para la salvación
de los hombres. Anúnciale a Ella mi venida sin tumulto, no sea que se turbe, si
no lo sabe por carecer de anuncio. Enséñale a Ella mi amor al hombre, por el
cual quiero salir de Ella al mundo como hombre, para que, al conocer
previamente el designio divino, no se turbe al observar su gravidez (...)
Realiza ya tu misión, pues me encontrarás ya allí donde te envío; allí te
precederé, permaneciendo aquí.
"Yo marcho
hacia Ella ante ti y contigo. Lleva tú el anuncio de mi venida y yo, presente
invisiblemente, sellaré tu anuncio con los hechos. Pues quiero renovar al
género humano en el seno virginal; quiero en forma atemperada al hombre amasar
de nuevo la imagen que modelé; quiero curar con una nueva modelación la vieja
imagen hecha pedazos. Modelé de tierra virgen al primer hombre a quien el
diablo, agarrándolo, lo arrastró y lo hundió como enemigo y pateó mi imagen
caída. Quiero ahora hacerme para mí de tierra virgen un nuevo Adán para que la
naturaleza se defienda a sí misma en forma congruente, y sea coronada con
justicia por aquel que la abatió, y el enemigo sea avergonzado razonablemente»[32].
El
texto citado, a pesar de su aparente ingenuidad, entraña un gran pensamiento
teológico enraizado en la gran tradición mariológica. Resuena en estos párrafos
la teología ireneana del nuevo Adán, hecho de tierra virgen --el seno de Santa
María--, como el primer Adán fue modelado de la tierra virgen. Resuenan la
imagen de Dios deteriorada por la instigación del diablo y restaurada por la
misma humanidad de la que ya forma parte el Verbo en cuanto hombre.
El
Sermón, delicioso, es una buena muestra de cómo se explicaba al pueblo la
mariología en forma narrativa. Me refiero a que esta teología se le hacía
llegar llanamente, parafraseando los textos de la Escritura en una exégesis,
ingenua en apariencia, pero conocedora de la tradición en el fondo. Todo el
sermón es así. Merece la pena meditarlo. Sólo citaré un trozo más: la forma en
que se comenta el saludo del ángel a Santa María:
«Llega, pues, a
la Virgen María el ángel, y entrando a Ella, le dice: Dios te salve llena de
gracia (Lc 1,28). Llamó señora a la que era consierva suya, como quien era ya
Madre del Señor. Dios te salve, llena de gracia. Tu primera madre, Eva, por
haber transgredido el mandato, recibió el castigo de dar a luz con dolor; a ti
te corresponde, en cambio, el saludo de la alegría. Ella engendró a Caín
habiendo engendrado la envidia y el homicidio; tú engendrarás un hijo, que dará
la vida y la incorrupción a todos (...) Alégrate, y pisa la cabeza de la
serpiente (cf. Gn 3,15). Dios te salve, llena de gracia...»[33].
Homilía
de Proclo de Cízico o de Constantinopla
Proclo
fue el segundo sucesor de Nestorio en la sede de Constantinopla en el año 434.
En el 426 había sido consagrado obispo de Cízico, pero no pudo tomar posesión
de su sede. La homilía que nos ocupa fue pronunciada ante Nestorio en la Gran
Iglesia de Constantinopla entre los años 428-429[34].
Es una homilía sobria y de una magnífica construcción teológica. El orden
lógico y la visión de conjunto de la unidad entre la mariología y la
cristología la convierten en la homilía más perfecta de las implicadas en estos
acontecimientos que llevan al Concilio de Éfeso, incluso más perfecta que las
que se pronuncian en el mismo Concilio[35].
No es extraño. Proclo es ya por estas fechas predicador afamado de
Constantinopla, y Constantinopla está acostumbrada a una tradición de grandes
oradores sagrados, entre ellos nada menos que San Gregorio de Nisa y San Juan
Crisóstomo, que le han precedido. Los párrafos de Proclo son floridos y
cadenciosos; la construcción de la homilía, sin embargo, es lineal y sencilla
en una síntesis perfecta de mariología, cristología y soteriología. Las
metáforas y las comparaciones que utiliza son ya conocidas en su mayor parte,
pues vienen siendo usadas desde los siglos anteriores. He aquí algunos párrafos
significativos:
Introducción:
Celebramos la fiesta de la virginidad maternal. Esta maternidad es
glorificación del género femenino. La gracia de Dios es más grande que el
pecado. Esta gracia consiste en que el Verbo se ha hecho verdaderamente hombre:
«La fiesta
virginal nos invita a cantar alabanzas. Y hay razón para ello: el tema de esta
fiesta es la castidad. Se realiza una glorificación de las mujeres y una gloria
del sexo por el hecho de que María es, al mismo tiempo, virgen y madre. Esta
unión de maternidad y virginidad es digna de ser amada (...) Que se levante la
naturaleza y sean honradas las mujeres; que dance la humanidad y sean
glorificadas las vírgenes, pues allí donde se multiplicó el pecado sobreabundó
la gracia (Rom 5, 20). Hemos sido convocados por Santa María, tesoro sin
mancilla de la virginidad, paraíso espiritual del segundo Adán, taller de la
unidad de las dos naturalezas, pregón de la reconciliación salvadora, cámara
nupcial donde el Verbo se ha desposarlo con la naturaleza humana, zarza viva de
la naturaleza que el fuego del alumbramiento no ha consumido, nube
verdaderamente clara que ha llevado sobre su cuerpo a Aquél que se asienta
sobre los querubines, vellocino purísimo humedecido por el rocío celestial con
el que el pastor ha revestido al rebaño, aquella que es esclava y madre, virgen
y cielo, el único puente entre Dios y los hombres, el bastidor admirable de la
economía sobre el cual fue tejida inefablemente la túnica de la unión, túnica
cuyo tejedor fue el Espíritu Santo, cuya hilandera fue el poder que la cubrió
con su sombra desde las alturas, cuya lana fue el antiguo vellón de Adán, cuyo
cañamazo fue la carne impoluta surgida de la Virgen, cuya lanzadera fue la
gracia inmensa de Aquél que lleva nuestra humanidad, cuyo hacedor es el Verbo
que está en la Virgen por medio del oído (...) Aquél a quien no contienen 1os
cielos, no ha desdeñado la estrechez de un vientre»[36].
El
lenguaje y el estilo de esta homilía recuerdan, como es natural, las homilías
marianas de Gregorio de Nisa o de San Juan Crisóstomo. El pueblo de
Constantinopla está acostumbrado a esta oratoria florida, pero de nervio
arquitectónico claro, en las que las imágenes y comparaciones están al servicio
de las ideas que se desarrollan. Nótese, p.e., la precisión con que se describe
el misterio de la encarnación en el seno de María: la unión de las dos
naturalezas de Cristo es descrita como un tejido cuyo tejedor es el Espíritu,
cuya lana procede del antiguo vellón de Adán, cuyo cañamazo fue la carne de la
Virgen, cuya lanzadera fue la gracia, cuyo artífice es el mismo Verbo.
Naturaleza
de la maternidad virginal: Viene ahora la afirmación de la unidad de Cristo
expresada también en diversas imágenes, que llevan como de la mano al
paralelismo Cristo-Adán y a mostrar las razones que existen para que esta
maternidad sea virginal:
«Él ha sido
engendrado de mujer ni como simplemente Dios, ni como simplemente hombre. Aquél
que ha sido engendrado, ha mostrado como puerta de la salvación a aquella que
en otro tiempo fue la puerta del pecado. Donde la serpiente había infundido su
veneno mediante la desobediencia, el Verbo, habiendo entrado en su templo
mediante la obediencia, le ha dado la vida. Allí donde emergió Caín el primer
discípulo de la falta, allí, sin semilla, ha germinado Cristo, redentor de
nuestra raza. El Dios amante del hombre no se ha ruborizado de nacer de una
mujer (...) Él no se manchó por habitar en las entrañas que El mismo había
fabricado sin ignominia»[37].
La
argumentación para defender una auténtica generación sexual de Dios es la misma
que ya utilizó Gregorio de Nisa: el sexo está diseñado por Dios y, por tanto,
no es indigno de recibir a Dios. La generación de Jesús es sexual, pero
virginal.
Dignidad
de la generación humana: Proclo sigue utilizando imágenes cada vez más
expresivas de la fuerza con que es necesario afirmar que Dios ha sido
engendrado y ha sido dado a luz. Esta generación forma parte del camino elegido
por Dios para la salvación y muestra, a su vez, la dignidad de 1a generación
humana:
«Si Cristo no
hubiese sido engendrado por una mujer, no habría muerto. Si no hubiese muerto,
no habría reducido a la impotencia por su muerte a aquél que tiene el poder de
la muerte, es decir, al diablo (Hebr 2, 14). No hay ningún desdoro para un
arquitecto en habitar la casa que él ha construido (...); no hay mancilla en el
sin mancilla, si surge del vientre de una virgen: El mismo había formado este
vientre sin mancilla, y El ha pasado a través de él, sin contraer mancilla
alguna»[38].
Proclo
vuelve sobre el tema en esos cadenciosos párrafos que harían las delicias de su
auditorio de Constantinopla:
«¡Oh vientre en
el cual se ha compuesto el registro de la común libertad! ¡Oh matriz en la cual
se ha forjado el arma contra la muerte! ¡Oh surco en el que el agricultor de la
naturaleza, Cristo, ha crecido sin semilla, como una espiga de trigo! ¡Oh
templo en el que Dios ha llegado a ser gran sacerdote, no porque haya cambiado
su naturaleza, sino porque se ha revestido, por misericordia, de aquél que es
gran sacerdote según el orden de Melquisedec (Hebr 6, 20)!»[39].
He
aquí unidas maternidad divina, cristología y soteriología (doctrina de la
salvación). Las ideas son sencillas y las imágenes floridas. Dios se ha hecho
hombre; su generación y alumbramiento son verdadera generación y verdadero
alumbramiento. Poco más se puede decir. El resto es intentar que el alma
profundice en este abismo de misericordia mediante imágenes y metáforas que
ayuden a saborear la verdad que nos trasciende. Y para ello nada mejor que
utilizar la paradoja, porque el hecho de la encarnación es en sí paradójico.
La
Theotokos: Proclo entra en la peroración de su sermón con una sola idea:
mostrar que sólo pudo salvarnos alguien que fuera al mismo tiempo Dios y
hombre. O Cristo es uno, o no pudo salvarnos. Es la misma argumentación que ya
utilizó San Atanasio para defender la fe de Nicea: Lo que no fue tomado, no fue
curado. Si el Verbo no hubiese tomado sobre sí a la naturaleza humana con toda
radicalidad, no habría salvado al género humano. Y por esta razón, Santa María
es Madre de Dios. He aquí algunas de sus frases:
«Un simple
hombre no podía salvar; un simple Dios no podría sufrir (...) Siendo Dios se
hizo hombre; por aquello que Él era nos ha salvado; por aquello que ha llegado
a ser, ha sufrido (...) Él ha destruido la sentencia que nos condenaba a las
espinas, porque ha sido coronado de espinas. Es el mismo Cristo el que ha
estado en el seno del Padre y en el vientre de la Virgen, el que ha estado en
los brazos de su madre y en las alas de los vientos, el que es adorado por los
ángeles y el que come con los publicanos. Los serafines no osan mirarle cara a
cara, y Pilato lo somete a interrogatorio»[40].
Los
sermones de Teodoto de Ancira y Acacio de Melitene
En
la misma línea de Proclo, aunque quizás con menos perfección literaria,
encontramos los tres sermones de Teodoto de Ancira[41];
el primero pronunciado en Éfeso en la Iglesia de San Juan Evangelista, y los
otros dos leídos en el Concilio[42].
El primero está centrado en la unidad de Cristo como fundamento imprescindible
de la soteriología cristiana; el segundo alude con insistencia a la maternidad
virginal utilizando las imágenes y la argumentación que eran ya tradicionales,
como la zarza que arde sin consumirse, o la consideración de que el Autor de la
inmortalidad no sólo no corrompió a su Madre, sino que le regaló la
incorrupción; el tercero, pronunciado un día de Navidad, es el más florido de
todos. He aquí una muestra:
En
el exordio:
«Ilustre y
prodigiosa es la ocasión de esta fiesta: ilustre, porque ella ha traído la
salvación a los hombres; prodigiosa, porque ha vencido las leyes de la
naturaleza. Pues, la naturaleza no conoce una virgen después de dar a luz, pero
la gracia muestra a una madre, que ha permanecido virgen;1a gracia ha
convertido a una mujer en madre y, sin embargo, no ha dañado su virginidad. La
gracia ha conservado la virginidad. ¡Oh tierra que; sin semilla, hace brotar el
fruto de la salvación! ¡Oh virgen que sobrepasa al mismo paraíso del Edén! Este
paraíso ha producido toda clase de plantas, que surgían de la tierra virgen,
pero esta Virgen es superior a esa tierra. Pues ella no ha hecho brotar árboles
frutales, sino la vara de Jesé que trae a los hombres un fruto salvador. Esa
tierra era virgen y María también es virgen, pero Dios encomendó a esa tierra
el dar árboles, mientras que el mismo Creador se convirtió en fruto de esta
Virgen según la carne. Ni la tierra ha recibido vástagos antes de producir los
árboles, ni la Virgen ha perdido su virginidad por el hecho del alumbramiento.
La Virgen es más ilustre que el paraíso, pues éste ha sido un campo cultivado
por Dios, mientras que Ella ha producido a Dios según la carne, cuanto El
eligió unirse a la naturaleza humana»[43].
El
tema de Adán hecho de tierra virgen y el nuevo Adán hecho también de tierra
virgen tiene una gran importancia en la teología ireneana[44].
Son imágenes y argumentaciones que se han venido repitiendo desde entonces.
Aquí radica una de las causas de la grandeza de la patrística griega,
especialmente en los sermones: no se intenta un gran originalidad. Se intenta
ante todo llegar al pueblo, hablándole de lo que ya le es familiar. El tiempo y
la piedad van adensando ideas e imágenes, como sólo puede hacerlo una
decantación de siglos. Un buen ejemplo es la forma en que Teodoto utiliza el
argumento tan habitual de que el incorruptible no iba a corromper a su Madre:
«El ha sido
concebido como hombre, y como Dios-Verbo ha conservado la virginidad. Pues si
nuestro verbo, una vez concebido no corrompe el pensamiento, tampoco el Verbo
esencial y sustancial de Dios, una vez concebido, ha corrompido la virginidad»[45].
El
sermón de Acacio[46] pronunciado en Éfeso es
mucho más breve, pero no menos enjundioso. He aquí este argumento
magníficamente elegido para conmover al pueblo de Éfeso:
«Yo no privo a
la Virgen Madre de Dios del honor con que la ha adornado su servicio a la
economía de la salvación. Sería absurdo que se glorificase a la cruz
ignominiosa que lleva a Cristo, y a los altares de Cristo; que la cruz brillase
en el frontispicio de los templos y, en cambio, que se privase de la dignidad
de Madre de Dios a aquella que acogió a la divinidad para un beneficio tan
grande. La Santa Virgen es, pues, Madre de Dios; pues el que ha nacido de ella
es Dios. El no ha comenzado a existir a partir de su concepción; ha comenzado a
ser hombre a partir de la concepción»[47].
El
sermón de San Cirilo
De
los sermones pronunciados en Éfeso, ninguno tan hermoso como el breve sermón de
San Cirilo que consta en las Actas como el documento 80. Es el mismo que se lee
en el oficio de lecturas de la fiesta de la Virgen de las Nieves. Está editado
en PG 77, 991-996. El sermón tiene lugar en la iglesia de Santa María. Nos
centraremos en este sermón analizando su argumentación y citando sus
expresiones más hermosas, que, dada su claridad, necesitan de poca explicación.
También Cirilo sabe utilizar un espléndido lenguaje y una construcción
teológica, sencilla y coherente, envuelta en el rico lenguaje oriental. Y sabe
llegar al corazón de sus oyentes:
«Tengo ante mis
ojos una brillante asamblea: todos los santos se han reunido aquí con fervor,
llamados por Santa María Madre de Dios, siempre virgen. Yo estaba lleno de
pena, pero la presencia de los santos Padres ha cambiado esta tristeza en gozo.
Se cumple ahora en nosotros esta dulce palabra del salmista David: ¡Cuán bueno
y cuán gozoso el que los hermanos convivan unidos! (Sal 132,1)»
Te saludamos,
santa y misteriosa Trinidad, que nos has convocado a la Iglesia de María Madre
de Dios. Te saludamos, María, Madre de Dios, augusto tesoro de toda la tierra
habitada, lámpara inextinguible, corona de la virginidad, trono de la
ortodoxia, templo indestructible, receptáculo de Aquél que no puede ser
contenido, madre y virgen (...)
»Dios te salve a
Ti, que has contenido en tu santa matriz virginal a Aquél a quien nada puede
abarcarle; a Ti por quien la santa Trinidad es glorificada y adorada en toda la
tierra; a Ti por quien se alegran los cielos; por quien exultan los ángeles y
los arcángeles; por quien son puestos en fuga los demonios; por quien el diablo
tentador ha caído del cielo; por quien la creación caída es elevada al cielo;
por quien ha llegado al conocimiento de la verdad toda la creación esclavizada
a los ídolos; por quien se ha dado el santo bautismo a 1os creyentes (...) por
quien el Hijo único de Dios ha brillado como una luz para aquellos que vivían
en las tinieblas y en las sombras de la muerte (Lc 1,79)»[48].
Los
sermones de Pablo de Emesa en Alejandría
Entre
los textos postconciliares merecen atención dos sermones de Pablo de Emesa,
breves, pero que describen cuál es el ambiente popular de aquellos años[49].
El primero fue pronunciado el día 25 de diciembre del año 432, ante el mismo
Cirilo. Se respira un ambiente de triunfo y de fervor popular:
«Es oportuno
exhortar hoy vuestra Reverencia, dice dirigiéndose a Cirilo, a formar un coro
sagrado con nosotros y a cantar con los santos ángeles: Gloria a Dios en cl
cielo y paz sobre la tierra, bendición divina a los hombres (cfr Lc 2,14). Pues
nos ha nacido un niño en el que tiene su esperanza toda la creación visible e
invisible. Hoy se cumple el embarazo prodigioso y tienen fin las molestias del
embarazo de la Virgen que no ha conocido esposo. ¡Oh maravilla! La Virgen da a
luz y permanece virgen. Ella se convierte en madre, pero no le sucede exactamente
lo mismo que a las otras madres. La Virgen ha dado a luz como es lo natural en
las madres, pero permaneciendo virgen, como no sucede en quienes dan a luz. El
profeta Isaías ya había visto de antemano el milagro cuando exclama: He aquí
que la virgen está en cinta y va a dar a luz un hijo y se le dará por nombre
Emmanuel (Is 7,14). El evangelista interpreta este nombre al decir que se
traduce Dios con nosotros (Mt 1, 23).» El pueblo grita: !Esta es nuestra fe!
!Don de Dios, ortodoxo Cirilo! !Esto es lo que queríamos oír! ¡Anatema a quien
nos hable así!» El obispo Pablo prosigue: ¡Anatema fuera de la Iglesia a quien
no dice esto, a quien no piensa esto, a quien no tiene estos sentimientos!
"María, Madre de Dios, ha, pues, dado a luz al Enmanuel. El Enmanuel, es
decir, el Dios encarnado. Pues Dios Verbo, engendrado por el Padre antes de
todos los siglos de modo inefable y por encima de todo conocimiento, ha sido
engendrado en estos últimos días por una mujer. En efecto, habiendo asumido
completamente nuestra naturaleza, habiéndose apropiado desde el comienzo de la
concepción las cualidades humanas, y habiéndose fabricado nuestro cuerpo como
templo, ha salido de la Madre de Dios, como Dios perfecto y al mismo tiempo
hombre perfecto. El concurso de las dos naturalezas, es decir de la deidad y de
la humanidad, ha constituido para nosotros un solo Hijo, un solo Cristo, un
solo Señor.» El pueblo grita: ¡Bienvenido, obispo ortodoxo! Digno entre los
dignos. Los cristianos dicen: Don de Dios, ortodoxo Cirilo.» El obispo Pablo
dice: Yo también sabía, amados míos, que había venido a visitar a un padre, a
un ortodoxo»[50].
El
ambiente está perfectamente reflejado. Idéntico ambiente festivo encontramos en
el segundo sermón de Pablo de Emesa, pronunciado el 6 Tibi (1 de enero) del
433. Es una descripción sucinta y clara de la doctrina ciriliana sobre la
encarnación. Al final, exclama Pablo:
«Os hemos
presentado una doctrina que es vuestra doctrina. Es la doctrina de vuestro
padre. Es vuestro tesoro ancestral, la enseñanza del bienaventurado Atanasio,
la enseñanza del gran Teófilo, esas columnas de la ortodoxia. Pero ya que
habéis soportado mis balbuceos con paciencia, oíd ahora la sabiduría de vuestro
padre. Habéis oído la flauta del campesino; oíd también la trompeta con toda su
fuerza» El pueblo grita: ¡Hijo de Teófilo y de Atanasio, escuchamos la
sabiduría de Cirilo!»[51].
El
ciclo de sermones en torno a Éfeso se cierra en un claro ambiente de euforia.
La afirmación de la maternidad de Santa María no sólo reafirmaba la unidad de
Cristo, sino que abría una nueva etapa en la piedad mariana y en los perfiles
más característicos de la vida cristiana. En efecto, desde la conciencia
refleja de la dignidad maternal de Santa María, el pueblo cristiano --incluidos
los obispos-- captaron mejor no sólo el honor que se debe a María, sino su
papel único en la historia de la salvación y su excelso poder de intercesión.
Como observa Toniolo citando las homilías de Proclo y de Basilio de Seleucia,
se llegó así a expresar un culto de hiperdulía a la Virgen, tras comprender su
dignidad y su singular poder intercesor como Madre de Dios[52].
**************
Al
finalizar nuestro recorrido por algunos de los hitos de la historia de la
piedad cristiana hacia la Madre de Jesús dos consideraciones se sobreponen a
las demás.
La
primera es que esta historia está hecha de amor y de fidelidad y que merece la
pena esforzarse por conocerla mejor.
La
segunda es, ya en el comienzo del tercer milenio, la admiración ante una
realidad que se impone por sí misma: la piedad mariana de nuestras tierras y de
nuestra época coincide bastante con el ambiente mariano que vivieron los
cristianos de los primeros siglos. La identidad de espíritu es evidente y
sugiere la intervención del Espíritu Santo que guía a la Iglesia, mueve el
corazón de los fieles y hace que sintamos que la Iglesia es nuestro hogar
también, o quizás mejor, especialmente, en la época de los Padres.
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Pinturas en las catacumbas de Roma |
Tomado
de
Notas bibliográficas
[1] Pontificia Academia Mariana
Internationalis, De primordis cultus mariarni: Acta Congressus
Mariologici-mariani Internationalis in Lusitania anno 1967, Roma 1970 (6
vols.); De cultu mariano saeculis VI-XI: Acta Congressus Mariologici-mariani
Internationalis in Croatia anno 1971 celebrato, Roma 1972 (4 vols.).
[2] Cfr p.e., D. Fernández, La
spiritualité Mariale chez les Pères de l´Église, en "Dictionnaire de
Spiritualité", 423-440; L. Gambero, Culto, en "Nuevo Diccionario de
Mariología", Madrid 1988, 534-554.
[3] Cfr p.e., San Ignacio de
Antioquía, Carta a los Efesios, 7,2; 18,2;19,1; Carta a los Esmirniotas, 1,1.
[7] Cfr p.e., M. Jourjon, Marie
avocate d'Eva selon saint Irénée, en De primordis cultus mariani, cit., t. 2,
143- 148; D. Fernández, La spiriturilité Mariale chez Pères de l'Église, cit.,
424.
[8] Cfr p.e., C. Vaggagini, Maria
nelle opere di Origene, Roma 1942; H. Crouzel, La mariologia di Origene, Milán
1968.
[10] Esta noticia de Sócrates sugiere
a G. Giamberardini que el título Theotokos era ya corriente en Egipto en la
época de Orígenes; y que éste se vio en la necesidad de precisar en qué sentido
se llama a Santa María Theotokos. Cfr G. Giamberardini, Il "Sub tuum
praesidium" e il titolo Theotokos nella tradizione egiziana, en
"Marianum" 31 (1969) 350-351; A.M. Malo, La plus ancienne prière à
notre Dame, en De primordis cultus mariani, cit., t. 2, 475-485.
[17] He estudiado este asunto en La Maternidad
divina de María. La lección de Éfeso, en "Estudios Marianos" y en el
título de "Madre de Dios" en los autores preefesinos, ponencia
presentada en la Semana de Estudios Marianos celebrada en Huelva (Septiembre de
2001).
[19] Cfr E. Toniolo, Padres de la
Iglesia, en S. de Fìores y S. Meo (eds.), "Nuevo Diccionario de
Mariología", Madrid 1988,1541.
[20] Cfr I. Bengoechea, Doctrina y
culto mariano en San Isidoro de Sevilla, en De cultu mariano saeculis VI-Xl,
cit., t. 3, 161-195; G. Gironés, La Virgen en la liturgia mozárabe, en
"Anales del Seminario de Valencia", 4, 1964.
[21] Cfr J.M. Cascante, Doctrina
mariana de San Ildefonso de Toledo, Barcelona 1958; La devoción y el culto a
María en los escritos de san Ildefonso, en De cultu mariano saeculis VI-XI,
cit., t. 3, 223-248.
[22] Cfr G. Giamberardini, Il
"Sub tuúm praesidium" e il titolo "Theotokos" nella
tradizione egiziana, en "Marianum" 31 (1969), 350-358.
[23] Ms. Reising, Ms. Nonantola, Ms.
Marturi. Cfr G. Giamberardini, Il "Sub tuum praesidium" e il titolo
"Theotokos" nella tradizione egiziana, cit., 333-335
[26] Cfr E. Toniolo, Akáthistos, en S.
de Fiores y S. Meo (eds.), "Nuevo
Diccionario de Mariología", cit., 64-74. Cfr también Id., L'Inno
acatisto, monumento di teologia e di culto mariano nella chiesa bizantina, en
De cultu mariani saeculis VI-XI, cit., t. 4, 1-39; I. Ortiz de Urbina, En los
albores de la devoción mariana: Akáthistos, en "Estudios Marianos" 35
(1970) 920; J. Castellano, Akáthistos. Canto litúrgico mariano, Roma 1979; A.
Molina, María, Madre de la Reconciliación, en el himno Akáthistos, en
"Estudios Marianos" 50 (1985) 111-138.
[29] Cfr R. Laurentin, Table
rectifìcative des pièces authentiques ou discutiès contenues dans les deux
Patrologies de Migne, en Court Traité de Théologie Mariale, París 1953,163.
[30] Cfr S. Alvarez Campos, Corpus
Marianum Patristicum II, Burgos 1970, nn. 923-933. He estudiado este Sermón en
La mariología de san Gregorio de Nisa, en Scr Th 10 (1978) 409-46. El texto de
este Sermón aún no ha aparecido en la Edición de W. Jaeger, Gregorii Nisseni
Opera.
[34] Proclo no tomó parte activa en el
Concilio de Éfeso, pero ayudó a que su doctrina fuese recibida en
Constantinopla. Es el Patriarca que mandó traer a Constantinopla los restos de
San Juan Crisóstomo en el año 438. Muere en el 446 (Cfr J. Quasten, Patrología
II, 1962, 545).
[35] Cfr PG 65, 679-692; J.D. Mansi,
4, 577-588. Existen también traducciones siríaca, armenia y etiópica (cfr J.
Quasten, Patrología II, cit., 546). Sobre su autenticidad, cfr R. Laurentin,
Court traité de théologie mariale, París 1953, 161-163.
[36] Homilía de Proclo de Cízico, nº
1. Cfr A.J. Festugière, Ephèse et Chalcédoine. Actes de Conciles, Beauchesne,
París 1982, 154. Cfr E. Schwartz, Acta Conciliorum Oecumenicorum. Concilium
Ephesinum, I, Berlín 1927, I, 1, 103. La imagen que utiliza Proclo es muy rica:
El Verbo está en el seno de 1a Virgen, porque Ella atendió al mensaje del
ángel, es decir, porque le engendró al recibirle por la fe.
[37] Homilía de Proclo de Cízico, n.
2. Cfr J. Festugière, o. c.,155. Cfr E. Schwartz, o.c., I, l,104.
[41] Teodoto de Ancira fue primero
amigo de Nestorio, y después su decidido adversario en Éfeso. Murió antes del
446. Cfr A. de Nicola, Dizionario Patristi e di Antichità Cristiane II, Roma
1984, 3399.
[43] Tercer.sermón de Teodoto de
Ancira, n.1. Cfr A. . Festugière, o. c., 281;. Cfr E. Schwartz, o.c., I, 2, 80.
[44] Cfr p.e., San Ireneo, Adversus
Haereses, 3, 21, 10-22; 1. Cfr A. Orbe, Antropología de San Ireneo, Madrid
1969, 84-89.
[46] Acacio fue elegido obispo de
Melitene antes del 430. Fue un apasionado adversario de Nestorio. Murió en
torno al 438. Cfr D. Stiernon, Acacio de Melitene, en Dizionario Patristico e
di Antichità Cristiane I, Roma 1983, 23.
[48] Cirilo contra Nestorio cuando los
siete se reunieron en Santa María, Cfr A.J. Festugière, o. c., 311-312;. Cfr E.
Schwartz, o.c., I, 2,102.
[49] Pablo fue obispo de Emesa después
del 410. Tuvo parte muy activa en Éfeso y en los acontecimientos que le
siguieron. Murió entre el 43 y el 455.
[50] Primer sermón de Pahlo de Emesa
en Alejandría. Cfr A.J. Feshzgière, o. c., 477-479;. Cfr E. Schwartz, o.c., I,
4,9-11.
[51] Segundo sermón de Pablo de Emesa
en Alejandría, Cfr A.J. Festugière, o. c., 483;. E. Schwartz, o.c., I, 4,14.
[52] Cfr E. Toniolo, Padres de la
Iglesia, en S. de Fiores y S. Meo (eds.), "Nuevo Diccionario de
Mariología", Madrid 1988,1541.