ESCUCHAR
Y VIVIR LA PASIÓN
BENDICION DE LOS
RAMOS
Oremos Dios todopoderoso y eterno, santifica con tu
bendición estos ramos, y a cuantos vamos a acompañar a Cristo Rey aclamándolo
con cantos, concédenos, por medio de el, entrar en la Jerusalén del cielo. El
que vive y reina por los siglos de los siglos.
EVANGELIO DE LA
ENTRADA DEL SEÑOR
Lectura del santo evangelio según san Lucas 19, 28-40
En aquel tiempo, Jesús echó a andar delante, subiendo hacia
Jerusalén. Al acercarse a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los
Olivos, mandó a dos discípulos, diciéndoles: «Vayan a la aldea de enfrente; al
entrar, encuentren un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y
tráiganlo. Y si alguien les pregunta: "¿Por qué lo desatan?", contéstenle:
"El Señor lo necesita".». Ellos fueron y lo encontraron como les
había dicho. Mientras desataban el borrico, los dueños les preguntaron: «¿Por
qué desatáis el borrico?».
Ellos contestaron: «El Señor lo necesita.».
Se lo llevaron a Jesús, lo aparejaron con sus mantos y le
ayudaron a montar.
Según iba avanzando, la gente alfombraba el camino con los
mantos.
Y, cuando se acercaba ya la bajada del monte de los Olivos,
la masa de los discípulos entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos,
por todos los milagros que habían visto, diciendo: «¡Bendito el que viene como
rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto.».
Algunos fariseos de entre la gente le dijeron: «Maestro,
reprende a tus discípulos.». Él replicó: «Les digo que, si éstos callan,
gritarán las piedras.».
ORACION COLECTA
Dios todopoderoso y eterno, que
hiciste que nuestro Salvador te encarnase y soportara la cruz para que imitemos
su ejemplo de humildad, concédenos, propicio aprender las enseñanzas de la
pasión y participar de la resurrección gloriosa. Por nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de Isaías 50, 4-7
Mi Señor me ha dado una lengua de
iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído,
para que escuche como los iniciados.
El Señor me abrió el oído. Y yo
no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las
mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni
salivazos.
El Señor me ayuda, por eso no
sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no
quedaría defraudado.
SALMO
RESPONSORIAL (Sal
21)
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Al
verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: «Acudió al Señor, que
lo ponga a salvo; que lo libre, si tanto lo quiere.» R.
Me
acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores; me taladran
las manos y los pies, puedo contar mis huesos. R.
Se
reparten mi ropa, echan a suertes mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes
lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R.
Contaré
tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. Fieles del Señor,
alábenlo; linaje de Jacob, glorifíquenlo; témenle, linaje de Israel. R.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los Filipenses 2, 6-11
Cristo, a pesar de su
condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se
despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un
hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte
de cruz.
Por eso Dios lo levantó
sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre
de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda
lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
EVANGELIO
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 22, 14-23, 56.
Escuchemos atentamente la Pasión de
nuestro señor Jesucristo.
COMENTARIO
El domingo de ramos, o domingo en la pasión
del Señor, abre la semana santa. San Lucas tiene especial
interés en situar el desarrollo de los acontecimientos de la Pasión bajo el
signo de la misericordia y del amor. Orienta el relato de la pasión hacia el
descubrimiento del amor del Padre hacia su Hijo y hacia los hombres. La cruz es
así, para el tercer evangelista, el sacramento de la misericordia divina. En estos días la iglesia, con mayor
insistencia que nunca, reclama nuestra atención para que nos fijemos sobre
todo en la cruz de Cristo, para que hagamos memoria de su pasión y muerte
bajo el poder de Poncio Pilatos. No hace falta subrayar la importancia que la
piedad popular confiere a estas celebraciones. Pero quizás fuera
conveniente preguntarnos si nosotros hacemos o no, desde la fe, una
lectura correcta del evangelio, si entendemos de verdad la "palabra
de la cruz" o si, por el contrario, donde ésta nos dice “amor"
escuchamos solamente "dolor". Porque a fuerza de describir e imaginar
los sufrimientos de Cristo, de pasearlos en procesión por las calles y
plazas, podemos llegar a desfigurar el rostro de Cristo y a dar la imagen
de un Dios que se complace en el sacrificio y en la muerte del hombre, o
en su propio sacrificio.
Como si Dios fuera el Dolor y no el
Amor. En cuyo caso no habría para los que lloran otro consuelo que el de
sus lágrimas. Ahora bien, Cristo no amó el dolor sino que amó a los que sufren.
No amó la pobreza, sino a los pobres. No amó la muerte, sino la vida. Y el Dios
vivo, Dios y Padre de Nuestro Seños Jesucristo, no es un Dios que
mortifique a los hombres sino el Dios que resucita a los muertos. La cruz
es el símbolo del amor, no la glorificación o divinización del dolor. Es
el símbolo de un amor llevado hasta el extremo en un mundo lleno de odio.
Pocas acusaciones tan graves
podrían hacerse al cristianismo como la de ser una religión del dolor y
del sufrimiento, una religión masoquista. Pues los que aman el dolor
por el dolor, no lo desean sólo para sí mismos, sino también para los
demás. Sufren y hacen sufrir.
El relato de la pasión y muerte de
Jesús no es un drama para llevar a la escena o a la pantalla, no
espectáculo para convocar al público en general, y no podemos adoptar ante
él una actitud de simples espectadores. Es la revelación del amor, del amor
que Dios nos tiene a cada uno y, por tanto, una interpelación.
Contemplar la pasión de Jesús a
distancia, admirarla, incluso, adoptar ante ella una actitud estética, es
lo mismo que dejarle en la cruz y lavarse las manos como Pilatos. Ni
la admiración, ni el asombro, ni el aplauso de su conducta o de su
doctrina, ni el sentimentalismo están aquí en su lugar: el único que está
en su lugar es Jesús y los que le siguen, por amor, hasta la muerte.
El evangelio de la pasión y muerte
de Jesús no se anuncia para que aumente el número de espectadores del
drama de Jesús, sino para que nos hagamos sus discípulos y le sigamos con
la cruz a cuestas, para que respondamos al amor de Dios amando a
los hombres como a hijos de Dios. Seamos honestos para con Jesús.
PLEGARIA UNIVERSAL
Oremos a Cristo que sube a Jerusalén para dar su vida por la
nuestra, y sabiendo que Él nos colma de bienes. Digámosle: R.- Ven y
sálvanos.
1.-
Para que la Iglesia, al contemplar a Jesucristo que da su vida para rescatarnos
a todos como hijos de Dios, siga el camino trazado por Jesús, dando testimonio
de amorosa entrega. Roguemos al Señor.
2.-
Para que Cristo Jesús, que se humillo obedeciendo hasta la muerte y una muerte
de Cruz, donde el santo Padre y a todos los obispos entrañas de misericordia y
comprensión, para manifestar a todos el amor de Dios. Roguemos al Señor.
3.-
Para que por la Muerte y Resurrección del Señor, los gobernantes de nuestro
país y del mundo encuentren caminos acertados para construir la paz. Roguemos
al Señor.
4.-
Para que la celebración del Misterio pascual del Señor haga llegar una luz de
esperanza a los no creyentes, a los que están alejados de Dios o rechazan
conscientemente su amor. Roguemos al Señor.
5.-
Para que todos las personas que padecen hambre, enfermad, soledad o
discriminación sientan la cercanía y el amor del Señor, en nuestras actitudes
de acogida y solidaridad. Roguemos al Señor.
6.-
Para que al contemplar la pasión y la muerte de Jesús, aprendamos junto a Él a
cargar nuestras cruces cotidianas con amor y esperanza. Roguemos al Señor.
Gracias, Padre, por permitirnos participar en el Misterio de
entrega de tu Hijo amado y danos tu espíritu para que podamos seguir su camino
pascual con fe y esperanza. Te lo pedimos de corazón, por Cristo, nuestro
hermano y Salvador que vive y reina contigo. Por los siglos de los siglos.
ORACION SOBRE LAS OFRENDAS
Señor, que por la pasión de tu
Unigénito se extienda sobre nosotros tu misericordia y aunque no la merecen
nuestras obras, que con la ayuda de tu compasión podamos recibirla en este
sacrificio único. Por Jesucristo nuestro Señor.
ORACION DESPUES DE LA COMUNION
Saciados con los done santos, te pedimos, Señor, que así
como nos has hecho esperar lo que creemos por la muerte de tu Hijo, podamos
alcanzar, por su resurrección, la plena posesión de lo que anhelamos. Por
Jesucristo nuestro Señor.
PALABRA DE DIOS Y SANTORAL DE CADA DÍA
Lunes 15: Is. 42, 1-7; Sal 26]; Jn. 12, 1-11.
Martes 16:
Is. 49, 1-6; Sal 70; Jn. 13, 21-3.36-38.
Miércoles 17: Is. 50, 4-9ª; Sal 68; Mt. 26, 14-25.
Jueves 18: Ex 12, 1-8. 11-14; Sal 115; 1Cor 11, 23-26;
Jn. 13, 1-15.
Viernes 19: Is. 52, 13—53, 12; Sal 30; Hb. 4, 14-16; 5, 7-9; Jn. 18, 1—19, 42.
Sábado 20: Gn 1, 1-2, 2; Sal 103; o bien Sal 32; Gn 22, 1-18; Sal 15; Ex 14, 15—15, 1; Sal: Ex
15; Is 54, 5-14; Sal 29; Is 55, 1-11; Sal: Is 12; Bar 3, -15, 32—4, 4; Sal 18;
Ez 36, 1-28; Sal 41; o bien Sal 50; Rom 6, 3-11; Sal 117; Lc. 24, 1-12.
Domingo 21: Hch 10, 34ª. 37-43; Sal 117; Col 3, 1-4 o bien 1Cor 5, 6b-8; Jn 20,
1-9 o bien Lc 24, 13-35.
COMENTARIOS AL EVANGELIO
Lc 22, 14-23, 56
1. /Lc/PASION: J/PASION/Lc:
San Lucas tiene especial interés en situar el desarrollo de los
acontecimientos de la Pasión bajo el signo de la misericordia y del amor.
* * * *
a) Lucas orienta el relato de la pasión hacia el descubrimiento del amor
del Padre hacia su Hijo y hacia los hombres. La cruz es así, para el tercer
evangelista, el sacramento de la misericordia divina.
Por eso Lucas no recoge generalmente los cargos que pesan sobre los
judíos y sobre los discípulos: ¿para qué buscar responsabilidades cuando la
sangre de Cristo lava toda falta? Lucas no recoge el hecho de que por tres
veces Jesús encuentra a sus discípulos dormidos (Mt. 26, 40-47); no dice, como
los demás evangelistas, que los discípulos huyeron en Getsemaní (Mt. 26, 56), y
no menciona las imprecaciones de Pedro contra los servidores del sumo sacerdote
(Mt. 26, 74). Incluso los enemigos de Jesús aparecen en la redacción de San
Lucas con colores menos cargados que en otros lugares. No se dice que los
judíos escupieron a Jesús (Lc. 22, 63; cf. Mt. 26, Lc. 67 y 27, 27-31), ni que
le ataron para llevarle a Pilato (Lc. 23; cf. Mt. 27, 2).
Incluso en lo que se refiere a Judas, Lucas trata por desvirtuar al
máximo la tradición (no dice nada del convenio aludido por Mt. 27, 3-10).
Finalmente, al contrario que los demás evangelistas, no nos presenta a Jesús
aislado en el Calvario; por eso no cita a Zac. 13, 7 (sobre la dispersión del
rebaño) y menciona la presencia de los amigos y conocidos (Lc. 23, 49),
contrariamente a Mt. 27, 55-56 y Mc. 15, 40-41.
b) Así, en virtud del perdón implícito en la cruz, Lucas lava a casi todo
el mundo. El mismo Pilato aparece por tres veces inocente (Lc. 23, 4, 13-15,
20-22, todos ellos textos exclusivos de Lucas). Uno de los agresores de Jesús
es incluso beneficiario de una curación después que un apóstol le había cortado
una oreja (Lc. 22, 51). En el momento mismo de la traición, Jesús tiene todavía
tiempo para mirar a Pedro e inducirle al arrepentimiento (Lc. 22, 61). Las
palabras de desesperación que Mateo y Marcos ponen en boca de Jesús en la cruz
(Mt. 27, 46) Lucas las sustituye por palabras de perdón para todos los judíos
(Lc. 23, 34). Es igualmente el único que habla del perdón concedido al ladrón
(Lc. 23, 39-43) y del arrepentimiento que se adueña del centurión mismo (Lc.
23, 47). Hasta la caricatura de reconciliación entre Herodes y Pilato (Lc. 23,
6-12) es fruto del perdón de la cruz.
c) El secreto de ese perdón y de ese amor radica en la comunión
particular de Jesús con su Padre. Lucas es el único que levanta en parte el
velo de su intimidad. En las distintas oraciones que Lucas pone en labios de
Jesús se puede captar un tono mucho más personal que en los demás sinópticos
(Lc. 22, 42; cf. Mt. 14, 36; Lc. 23, 34; cf. Mt. 27, 46; Lc. 23, 46; cf. Mt.
27, 50). Lucas es también el único que descubre la solicitud de Dios que
consuela y da ánimos a Cristo en medio de su angustia (Lc. 22, 43). Se da
incluso una especie de intuición de la divinidad de Jesús. Por eso Lucas
desvincula el título "Hijo de Dios" del contexto simplemente
mesiánico en que lo sitúan Mt. 26, 63 y Mc. 14, 61, para hacer de El un título
aparte (Lc. 22, 70) prácticamente divino. Por otro lado, la muerte de Cristo no
deriva, para Lucas, de su diatriba contra el Templo, como para Mt. 26, 61-62,
sino de la confesión oral (Lc. 22, 71) de su divinidad.
Maertens-Frisque, Nueva guia de la Asamblea Cristiana III, Marova Madrid
1969.Pág. 235-234
2.- La Pasión según Lucas se caracteriza por la preocupación de explicar
las aplicaciones morales que los fieles deben sacar del texto evangélico. Todo
el texto de Lucas, pero muy especialmente el relato de la Pasión, es el
evangelio del seguimiento de Jesús: hasta la cruz, y hasta la gloria. No se
trata de que el evangelista presente únicamente a un hombre que sufre, con la
intención de excitar nuestra compasión (en sentido de la devoción medieval a la
Pasión); Jesús es algo más que un héroe humano que se nos presenta como
ejemplo, como lo pueden ser para nosotros los santos; es, fundamentalmente, un
combate escatológico, el de la Pasión (nótese la palabra de esperanza dirigida
al buen ladrón, sobre el paraíso, propia de Lc). El combate había empezado en
el desierto, donde Jesús había sido tentado (4, 13) y Satanás se había retirado
por un tiempo, esperando su momento; ahora Satanás entra en el corazón de Judas
(22,3) y se dispone a tentar a Simón (22,31): ésta es la hora y el poder de las
tinieblas (22, 53).
San Ambrosio, en su comentario al tercer evangelio, comenta la Pasión
como una marcha triunfal de un general romano vencedor, al cual el Senado
hubiese concedido los honores del "triunfo", y que subiera desde el
foro, por la vía sacra, hasta el Capitolio, al templo de la diosa Victoria,
acompañado de las legiones que han luchado a sus órdenes y llevando el botín y
los cautivos. En eso san Ambrosio captó muy bien el sentido dinámico y triunfal
de la Pasión según Lc. Dinámico, porque la crucifixión y la Ascensión son
culminación del camino hacia la ciudad de Jerusalén iniciado con aquel
"largo viaje" que es el gran rasgo original de la estructuración
dramática del tercer evangelio; triunfal, porque el discípulo que se decida a
acompañar a Jesús en su camino debe saber que llegará hasta la cruz, y que sólo
a través de ella, precedido por Jesús llegará a la gloria del Paraíso. No hay
más triunfalismo que el de la cruz, en el cual, únicamente, podrá gloriarse el
discípulo. En contraste con la gloria de Jesús, el menosprecio de Herodes, a
quien no se digna siquiera dirigir la palabra (a diferencia de Pilato), y que
es un episodio propio de Lucas.
Herodes -dice Lucas- tenía gran curiosidad por ver a Jesús (23,8-12) y
esperaba presencia algún milagro. El cristiano, que lee, escucha o presencia en
la liturgia o en celebraciones dramáticas la Pasión, no debe seguir el modelo
del rey Herodes: superficialidad, superstición, orgullo. Lucas nos hace sentir,
como Pedro, culpables todos de la Pasión, pero llenos de la esperanza del
perdón, sin caer en la tentación de la violencia (especialmente rechazada en
Lc) y prontos a reconocerlo resucitado.
Hilari Raguer, Misa Dominical 1977, 7
3.- Ahora nos detendremos únicamente en el evangelio. Su extensión no
nos permite un comentario proporcionado; habrá que contentarse con señalar
algunas de las numerosas particularidades que presenta el relato de Lucas. Al
seguir paso a paso este relato, en paralelismo con los otros, advertimos los
puntos siguientes.
En el momento mismo en que "va a sufrir", Jesús vive en plena
esperanza; no comerá ya la Pascua, ni beberá más el vino de la fiesta; pero él
sabe que la Pascua terrestre tendrá su cumplimiento en los cielos y que él será
su comensal; sabe que el Reino de Dios vendrá ciertamente, y entonces volverá a
encontrar a sus discípulos en la fiesta. Más adelante, en los versículos 28 y
30, Jesús vuelve a hacer profesión de su esperanza, con fórmulas que le otorgan
un papel muy importante y muy activo en el establecimiento del reino, mientras
que en las expresiones que acabamos de leer, Jesús era solamente el
beneficiario de la venida del Reino. Ahora dice "mi reino", y afirma
que dispone de él en persona, tal como, explica, "el Padre ha
dispuesto" en su favor.
El gesto eucarístico será un "memorial" de Jesús; con él los
discípulos, acordándose de él, guardarán igualmente el recuerdo de sus
palabras, de sus actos, del misterio del que él habrá sido el signo.
El cuerpo es "dado por vosotros"... "la sangre derramada
por vosotros", en tanto que Mc y Mt hablan de las "multitudes".
Lucas ve primeramente el don de Jesús hecho en beneficio de sus discípulos y
amigos. Queda muy subrayada la atmósfera familiar de la última cena; el
"discurso después de la Cena" que Lucas propone, más breve que el de
Juan, recoge también ese tema, invitando a los discípulos a comportarse unos
con otros como siervos, y recordando la fidelidad que estos discípulos han
demostrado a Jesús durante "sus pruebas", fidelidad que les valdrá
participar en su triunfo.
Porque hasta ahora, es Jesús el que ha sido "probado"; a
partir de ahora les toca a sus discípulos ser "tentados",
"cribados por Satanás". En vista de este combate, están obligados a
armarse; pero Jesús, con su oración, los sostiene. Al menos ha obtenido para
Pedro el que permanezca firme, para que sea un apoyo inquebrantable para los
demás. Antes, sin embargo, conocerá Pedro la traición, consecuencia quizá de la
presunción que aparece en su declaración: porque existe una diferencia entre el
"Yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca", y el "yo
estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte".
El episodio de Getsemaní es menos la tentación de Jesús que la de sus
discípulos. Son ellos los que deben "orar para no entrar en
tentación". Jesús ora, y su oración es el modelo de la oración cristiana
(ver la semejanza con el Padrenuestro"; y el combate que libra es el
modelo de la lucha que debe entablar el cristiano: combate penetrado de oración
y sostenido con la ayuda de Dios (el ángel que recuerda la marcha dolorosa de
Elías sostenido por un ángel, 1 Re 19, 4-8).
El arresto de Jesús se desarrolla muy rápidamente. Y en medio de este
movimiento rápido, el único que se hace notar por los lectores es Jesús: por la
frase con que acoge a Judas... y por la dulzura de que da pruebas con Malco.
Resuena, en fin su voz, que atribuye el escenario en el que es la víctima, al
temible poder de las tinieblas (tema ya notado en vv. 3 y 31).
Al contar la traición de Pedro, Lucas omite las imprecaciones con que el
Apóstol subraya su negación; nota sobre todo la mirada que Jesús dirige a
Pedro. Esta mirada, verosímilmente contraria a las exigencias inútiles de la
topografía, dice cómo Jesús, en medio mismo de su drama, sabe ser amigo.
La comparecencia de Jesús ante el Sanedrín es referida brevemente. Hay
una frase que reviste una particular significación. "Desde ahora, afirma
Jesús, el Hijo del hombre está sentado...". Las decisivas palabras:
"desde ahora", van unidas a una cita que proclama el reino del Hijo
del hombre, sin mencionar su venida sobre las nubes. Lucas llama, pues, la
atención sobre el presente, nuestro presente, que es ya el tiempo en que reina
el Hijo del hombre. No olvida el futuro, marcado por la última venida, pero
omitiendo esta dimensión de su fe, atestiguada en otras partes, subraya la
actualidad de una salvación que compromete nuestra comprensión de la vida, de
nuestra vida presente, diaria.
Es notable, por otra parte, que Lucas no espere a la mañana de Pascua
para gritar al mundo ese "desde ahora"; lo hace cuando Jesús es
entregado por Judas, traicionado por Pedro, ridiculizado por los criados,
acusado por los jefes. El autor relaciona humillación y triunfo de una forma
que no deja de sorprendernos.
Acusado ante Pilato de pretensiones políticas y de intrigas antiromanas,
Jesús es, finalmente, inocente; el juez romano no "encuentra ningún motivo
de condena" en él: sorprendente afirmación del carácter apolítico de la
acción desarrollada por Jesús. Lucas, el único en referir la comparecencia ante
Herodes, la aprovecha para hacer ver el sentido especial de la realeza de
Jesús. "Tratado con desprecio", convertido en objeto de un juego
indigno, Jesús, sin embargo, se halla revestido con una "vestidura magnífica",
que dice al creyente su verdadera dignidad.
Al dar cuenta de la segunda audiencia de Pilato, Lucas insiste, por una
parte, en el juicio dado por el romano -Jesús es inocente- y, por otra, en la
unanimidad que reúne a "sumos sacerdotes, jefes y pueblo" en la
condena de Jesús, conseguida con su insistencia, varias veces renovada... De
esta manera, los paganos salvan, en parte al menos, su responsabilidad,
mientras que los judíos comprometen gravemente la suya.
La subida al Calvario permite una oposición muy esclarecedora para los
cristianos de todos los tiempos. Entre Simón de Cirene, que va "detrás de
Jesús" "llevando la cruz", o las mujeres que sólo saben llorar
el destino de Jesús, ¿cuál es el discípulo más fiel? Simón de Cirene, sin duda;
las mujeres que lloran por Jesús se equivocan. Si hay que llorar es por el
destino de los responsables de la muerte de Jesús. Lo que Jesús espera de sus
verdaderos amigos es no que se conmuevan por su suerte, sino que vayan con él
llevando la cruz y que, una vez llegada la muerte, sepan dirigirle la oración
de ese otro personaje modelo. El buen ladrón: "Jesús, acuérdate de mí
cuando vengas...". Pero, ¿por qué es necesario que los modelos de los
cristianos hayan sido tomados no entre los discípulos formados por la enseñanza
de Jesús, sino entre unos ladrones o entre quienes parecían encontrar a Jesús
por primera vez o de casualidad? ¿Será que es entre ellos donde se encuentra la
verdadera fidelidad? De la crucifixión que pinta Lucas, hay que fijarse sobre
todo en las dos palabras de Jesús: la petición de perdón que dirige a su Padre,
junto con el motivo que se da -"No saben lo que hacen: ¡sorprendente
afirmación de la irresponsabilidad de los hombres sobrepasados por su propia
historia!-, y la frase confiada con la que Jesús marca su muerte. Nada recuerda
aquí el trágico grito que refieren Marcos y Mateo. Jesús, según Lucas, expira
en medio de un sorprendente movimiento de abandono filial.
"Desde ahora, afirmaba Jesús, el Hijo del hombre estará
sentado...". De hecho, es a partir del ahora de su crucifixión, más aún,
de su muerte, cuando "las hijas de Jerusalén", símbolos de la ciudad
incrédula, se interesan por él, cuando uno de los ladrones crucificados con él
le saluda con un acto de fe, cuando un centurión "glorifica a Dios"
por la muerte de este justo, cuando la gente se arrepiente de esto, y sus
amigos vuelven a aparecer. Entre ellos, José de Arimatea, hasta entonces
desconocido, se enfrenta a Pilato y coloca a Jesús en una tumba digna de él,
mientras las mujeres empiezan los preparativos cuya inutilidad se encargará de
dejar claro el futuro ya próximo.
Del cuadro pintado por Lucas surge una silueta de Jesús absolutamente
sublime. Sublime, por la dulzura de una amistad que Jesús manifiesta hasta el
final a quien quiere acogerle...
Sublime, por la confianza obstinada que pone en su Padre. Esa misma
confianza aparece en el curso de la comida eucarística, y colorea su muerte con
un matiz único. Esta sublimidad es el reflejo, infinitamente discreto pero
accesible al creyente, de un reino celeste ya empezado.
Esta actitud de Jesús, única, signo de un misterio divino, atrae a los
discípulos, y les compromete a recorrer de la misma forma el camino de su
propia vida. Porque, a lo largo del relato, los cristianos están detrás de la
figura de tal o cual héroe: Pedro, las mujeres de Jerusalén, el ladrón, el
centurión, José de Arimatea, etc. De suerte que, al meditar en la Pasión de
Jesús, reflexionan en su propia existencia. Una reflexión que hay que renovar
constantemente.
Louis Monloubou, Edit. Sal Terrae Santander 1982.Pág 300
4. /Lc/23/34
"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen"? Y es que
ésta es la única frase que Dios ha escogido para salvar al mundo. Una frase
hecha carne hasta la última gota de sangre.
Dios cada día, Siguiendo el leccionario ferial, Adviento-Navidad y
Santoral/ Sal Terrae/ Santander 1989.Pág. 82
El amor en acción
La grandeza del espíritu de Jesús ha sido descrita pocas veces en el
Nuevo Testamento con tanta claridad y solemnidad como en las palabras
pronunciadas desde la cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
Es la cúspide del amor. No comprenderemos plenamente el profundo sentido de la
plegaria de Jesús hasta después de haber visto que el texto comienza por la
palabra «entonces». En el versículo precedente leemos: «Cuando llegaron al
lugar denominado Calvario, le crucificaron allí, y a los dos malhechores, uno a
la derecha y otro a la izquierda». Entonces Jesús dice: «Padre, perdónalos».
Entonces, cuando se precipitaba en los abismos de una agonía espantosa.
Entonces, cuando el hombre se había rebajado hasta lo más ínfimo. Entonces,
cuando las manos perversas de la criatura habían intentado crucificar al único
Hijo del Creador. Entonces Jesús dice «Padre, perdónalos». Este entonces
hubiera podido ser muy distinto. Hubiera podido decir «Padre, y destrúyelos». O
incluso «Padre abre las esclusas de la justicia e inúndalos con la avalancha
del merecido castigo».
Pero su respuesta no fue ésta. Aún sometido a una agonía indecible,
soportando un dolor atroz, menospreciado y rehusado, no obstante grita:
"Padre perdónalos".
Fijémonos en las dos lecciones fundamentales que pueden ser extraídas de
este texto: En primer lugar, es una expresión maravillosa de la habilidad de
Jesús para unir palabra y acción. Una de las grandes tragedias de la vida es
que todos los hombres raramente establecen un puente entre la práctica y la
teoría, entre el hacer y el decir. Sin embargo en la vida de Jesús descubrimos
que existe este puente. En la historia no ha existido un ejemplo más sublime de
identidad entre la palabra y la acción. Durante su predicación por los soleados
pueblos de Galilea, Jesús habla con entusiasmo del perdón. Esta extraña
doctrina despierta el espíritu curioso de Pedro: «¿Cuántas veces he de perdonar
a mi hermano si peca contra mí? ¿Hasta siete veces?». Pedro quería ser fiel a
la ley y a la estadística. Pero Jesús respondió que el perdón no tenía límites.
«No digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete». En otras palabras:
el perdón no es cuestión de cantidad, sino de calidad. Un hombre no puede
perdonar cuatrocientas noventa veces sin que el perdón se integre en la misma
estructura de su ser. El perdón no es un acto ocasional; es una actitud permanente...
La plegaria de Jesús en la cruz nos da una segunda lección. Es una
manifestación de la conciencia que tiene Jesús de la ceguera intelectual y
espiritual del hombre. «No saben lo que hacen» = Su mal era la ceguera; su
necesidad de luz. Debemos reconocer que Jesús no fue clavado en la cruz
solamente por el pecado, sino también por la ceguera. Los hombres que gritaron:
«Crucifícale» eran menos malos que ciegos. La plebe escarnecedora que rodeaba
el camino del Calvario estaba compuesta por hombres más ciegos que malvados. No
sabían lo que hacían. ¡Qué tragedia!
Luther King
6. /Lc/23/01-49
La pasión según san Lucas tiene muchos aspectos característicos. Desde
un punto de vista externo, por ejemplo, el interrogatorio de Pilato está
dividido en dos partes y entre las dos se incluye la comparecencia de Jesús
ante Herodes (vv 6-12), escena que sólo narra el tercer evangelista. Lucas
tiende a disminuir la responsabilidad de Pilato: declara tres veces inocente a
Jesús (21s) propone castigarlo y soltarlo (22). Jesús no calla ante él, sino
únicamente ante Herodes. Se manifiesta así una clara voluntad de rebajar la
responsabilidad de los romanos en el proceso de Jesús.
Dejando aparte estas particularidades, que desempeñan un papel
importante en el momento de establecer un orden cronológico en los
acontecimientos, la narración de Lucas se caracteriza por la manera de subrayar
aspectos que podríamos llamar pastorales y que apuntan a una aplicación
práctica en la vida de los cristianos. Esta parece ser la intención de tres
episodios de la historia de la pasión: la lamentación de las mujeres, el
diálogo con el buen ladrón y la reacción del pueblo ante la muerte de Jesús.
El llanto de las mujeres (27-31) evoca la lamentación de Zac 12,10:
«derramaré sobre la casa de David un espíritu de compunción y de pedir perdón.
Al mirarme traspasado por ellos mismos, harán duelo como por un hijo único,
llorarán como se llora a un primogénito». En la respuesta de Jesús (28-30) hay
una alusión al juicio de Israel (cf. Lc 13,34-35; 19,41-44; 21, 23-24).
Indirectamente exhorta Lucas a sus lectores a aceptar el mensaje de Jesús,
camino de salvación.
La salvación que aporta Jesús es ilustrada también con la conversión del
buen ladrón (39-43), ejemplo de pecador convertido: en el momento de su muerte
entrará ya en el paraíso.
La propia muerte de Jesús es precedida en Lc de un gran grito de
confianza (v 46, cf. Sal 31,6). La reacción de la gente ante esta muerte
(47-49) contiene el reconocimiento por parte del centurión de que Jesús era un
hombre justo (confesión primitiva de la fe). Los demás, por su parte, se
sienten interpelados por esta muerte: «se volvieron golpeándose el pecho» (48).
La apertura y conversión de la gente son también un ejemplo para la comunidad
cristiana.
D. Roure, La Biblia Día a día, Comentario Exegético a las lecturas de la
Liturgia De Las Horas, Ediciones Cristiandad.Madrid-1981.Pág. 901 s.
7. /Lc/23/50-56
La sepultura de Jesús cierra la historia de la pasión y es a la vez un
presupuesto necesario para las narraciones del sepulcro vacío. Era costumbre de
los romanos entregar el cuerpo de los ejecutados, para enterrarlos, a los
familiares o amigos que los pidiesen. Desaparecidos los discípulos, un judío
piadoso toma la iniciativa en esta acción humanitaria. José de Arimatea,
miembro del sanedrín (en desacuerdo con la decisión de condenar a Jesús), tenía
que sentir una gran simpatía por la corriente mesiánica de Jesús, una gran
piedad por el crucificado, para no retroceder ante la impureza que conllevaba
tocar un cadáver, en vigilias de la gran fiesta judía. Como el anciano Simeón
de los evangelios de la infancia, "un hombre justo y piadoso que esperaba
la consolación de Israel" (2,25), José es caracterizado por su bondad y
justicia y por su esperanza en el reino de Dios (v 50). Sus cualidades morales
se manifiestan en la acción que lleva a término. Sin ser discípulo, ni galileo
como la mayoría de ellos, José debió de conocer a Jesús en la última etapa de
su ministerio en Jerusalén.
Lucas insiste en que el sepulcro, excavado en la roca, aún no había sido
usado. Quizá José de Arimatea no creía en que Jesús fuera el Mesías, pero esto
no era obstáculo para que trate su cuerpo con el máximo respeto. Sin duda, José
se había abierto a la predicación de Jesús sobre el reino de Dios.
Unas mujeres, que seguían a Jesús desde la Galilea, ven dónde y cómo es
sepultado Jesús. Son las mismas mujeres que, pasado el sábado, muy de mañana,
irán al sepulcro y recibirán el primer anuncio de la resurrección. Entre ellas
están María Magdalena y Juana (24,10), que son citadas entre los seguidores de
Jesús en Galilea (8,2-3). De esta manera Lucas relaciona la narración de la
pasión y de la pascua con el ministerio galileo de Jesús.
Son las enseñanzas dadas allí las que facilitarán la llave para interpretar
la muerte de Jesús en Jerusalén y para abrirse al mensaje de pascua. En estos
momentos de silencio y de prueba, los discípulos -hombres y mujeres-
descubrirán el alcance y las exigencias de la fe a la que les había llamado
Jesús cuando estaban en la Galilea. La muerte no tenía la última palabra. El
crucificado, puesto en el sepulcro, les llamaba en aquel momento de espera,
como nos llama hoy a nosotros, a creer en su mensaje de vida.
D. Roure, La Biblia día a día, Comentario Exegético a las lecturas de la
Liturgia de las Horas, Ediciones Cristiandad.Madrid-1981.Pág. 904 S.