QUE POR LA FE TENGA VIDA
ORACION COLECTA
Dios de misericordia infinita, que
reanimas, con el retorno anual de las fiestas de Pascua, la fe del pueblo a ti
consagrado, acrecienta en nosotros los dones de tu gracia, para que todos
comprendan mejor que bautismo nos ha purificado, que Espíritu nos ha hecho
renacer y que sangre nos ha redimido. Por nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de los Hechos
de los apóstoles 5, 12-16
Los apóstoles hacían muchos
signos y prodigios en medio del pueblo.
Los fieles se reunían de común
acuerdo en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles,
aunque la gente se hacía lenguas de ellos; más aún, crecía el número de los
creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor.
La gente sacaba los enfermos a la
calle, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra,
por lo menos, cayera sobre alguno.
Mucha gente de los alrededores
acudía a Jerusalén, llevando a enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos
se curaban.
SALMO
RESPONSORIAL (Sal 117)
Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna
su misericordia.
Diga
la casa de Israel: eterna es su misericordia. Diga la casa de Aarón: eterna es
su misericordia. Digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia. R.
La
piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor
quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. Éste es el día en que actuó el
Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. R.
R.
Señor, danos la salvación; Señor, danos prosperidad. Bendito el que viene en
nombre del Señor, los bendecimos desde la casa del Señor; el Señor es Dios, él
nos ilumina. R.
SEGUNDA LECTURA
Lectura del libro del Apocalipsis 1,
9-11a. 12-13. 17-19
Yo, Juan, tu hermano y
compañero en la tribulación, en el reino y en la constancia en Jesús, estaba
desterrado en la isla de Patmos, por haber predicado la palabra de Dios, y
haber dado testimonio de Jesús.
Un domingo caí en
éxtasis y oí a mis espaldas una voz potente que decía: «Lo que veas escríbelo
en un libro, y envíaselo a las siete Iglesias de Asia.».
Me volví a ver quién me
hablaba, y, al volverme, vi siete candelabros de oro, y en medio de ellos una
figura humana, vestida de larga túnica, con un cinturón de oro a la altura del
pecho.
Al verlo, caí a sus pies
como muerto.
Él puso la mano derecha
sobre mí y dijo: «No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive.
Estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves
de la muerte y del abismo.
Escribe, pues, lo que
veas: lo que está sucediendo y lo que ha de suceder más tarde.».
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-31
Al
anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una
casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús,
se puso en medio y les dijo: «Paz a ustedes.».
Y,
diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron
de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a ustedes. Como el Padre me ha
enviado, así también los envío yo.».
Y,
dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu
Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se
los retengan, les quedan retenidos.».
Tomás,
uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y
los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.».
Pero
él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el
dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.».
A
los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó
Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a ustedes.».
Luego
dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado; y no seas incrédulo, sino creyente.».
Contestó
Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!».
Jesús
le dijo: «¿Porque me has visto has creído?. Dichosos los que crean sin haber
visto.».
Muchos
otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los
discípulos. Éstos se han escrito para que creen que Jesús es el Mesías, el Hijo
de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
COMENTARIO
Las páginas del evangelio de Juan repiten
incansablemente: “Ese hombre es Dios”. Al final pone el remache: Se escribió
este libro, para que crean que Jesús es el Hijo de Dios”. Creer esto es ser un
cristiano. Hay millones de hombre que creen en Dios, pero sólo los cristianos
añaden a esta fe una afirmación que los judíos y los musulmanes rechazan
enérgicamente: Dios es Padre, Hijo y Espíritu. Y el Hijo se encarnó en Jesús de
Nazareth. Los que trataron con Jesús durante tres años tenían sus dudas; fue
necesaria la resurrección para que en nombre de todos Tomás lanzase este grito
de amor y de adoración: “¡Señor mío y Dios mío!”. “Por su fe tengan vida”. ¿Qué
otra vida?. ¡Por qué los que no creen en la divinidad de Jesucristo también
están ciertamente vivos! San Juan nos ha hablado todo el tiempo de vida eterna.
Esta palabra es un tanto engañosa: se piensa en una vida sin fin. Esto es
verdad, pero insuficiente para ver de qué vida se trata. Hay que pensar más
bien en uno de los nombres de Dios: el eterno. La vida que se nos ofrece es la
vida del eterno, la vida misma de Dios. Nuestra fe llega hasta eso.
Pero ¿cómo esa otra vida, que Juan llama
vida eterna, se manifiesta concretamente en nuestra vida de cada día? Los
verdaderos creyentes, cuando juzgan a las personas, los hechos, los
acontecimientos, lo hacen bajo una luz distinta. Se dice de ellos: “¡Qué fe!”.
Su esperanza nadie la puede derribar y tienen paz y alegría y no le abaten las
preocupaciones. Su preocupación por los demás, su prontitud para el servicio,
para el compromiso, su manera de amar sin contentarse con palabras, lo
llamaríamos la vida “teologal”, o sea una vida dada por Dios que nos liga
constantemente a él bajo la forma de experiencia de fe, de esperanza y de
caridad. Cuando creo, cuando espero, cuando amo, vivo la vida “eterna” tal como
se la puede vivir aquí abajo. Es la vida
“cristiana” si se le da a esta palabra, un tanto devaluada toda su fuerza: la
vida “crística”. La que nos hace reír: “Mi vida es Cristo”. Al abrir nuestra
vida ordinaria a Jesucristo, la fe hace entrar en ella los pensamientos de
Jesucristo, sus juicios, su fortaleza, su forma de amar, todo lo que san Juan
expresar con su famoso “como”. Vivir como Cristo. Un Francisco de Asís por
ejemplo vivió “como Cristo” en la medida que puede hacerlo un hombre. Y esto es verdad en todos los santos, pero de
manera muy diversa dada la riqueza de imitación de Cristo. Sin alcanzar esas
cumbres, muchos cristianos llevan una vida “teologal” una vida de imitación de
Jesucristo. El evangelio es evidentemente la mejor escuela, con tal que se
desarrolle un reflejo esencial: todo lo que se aprende en él de Jesús tiene que
movernos a vivir algo como él: “el evangelio dice Juan, se escribió para que
por la fe de ustedes tengan vida”. Es inútil creer si esto no nos sacude. Tiene
que cambiarnos, escuchar y vivir el evangelio, pues Mateo, Marcos, Lucas y Juan
escribieron su evangelio: no es un libro, es él.
PLEGARIA UNIVERSAL
Como Santo Tomas con nuestra fe aun vacilante nos postramos ante el
Señor Glorificado, principio y fin de nuestra historia humana, y pidámosle el
don de su Espíritu para vivir como resucitados. Digamos: R. Señor y Dios
nuestro Escúchanos.
1.-
Por el Papa y la Iglesia universal nacida del costado de Cristo: para que guiados
por el Espíritu Santo, den testimonio y anuncien con alegría la vida Nueva de
la Resurrección. Oremos. R.
2.-
Por los gobernantes de nuestro país y del mundo: para que ejerzan su poder en
la búsqueda del bien común y promuevan con esmero la justicia y la concordia
entre los pueblos. Oremos. R.
3.-
Por todas las familias para que, fortalecidas en la fe, contemplando a Jesús Resucitado
que muestra la marca de sus heridas, descubran el valor transformador del amor
entregado sin reserva. Oremos. R.
4.-
Por los niños y adolescentes que recibirán en este tiempo los sacramentos del
bautismo, primera comunión y la confirmación para que aprendan a vivir con
alegría la Vida Nueva de los hijos de Dios. Oremos. R.
5.-
Por nuestros grupos y comunidades, para que, siguiendo el ejemplo de la
comunidad cristiana primitiva, vivamos nuestra fe con alegría y construyamos
relaciones de verdadera fraternidad. Oremos. R.
Tú, que eres el viviente y
el Resucitado el que vive para siempre, mira a tu pueblo que confía en ti y que
hoy te suplica; acoge sus deseos y dale tu Espíritu para que te proclame con
gozo Dios y Señor. Tu que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amen.
ORACION
SOBRE LAS OFRENDAS
Recibe, Señor, las ofrendas de tu pueblo (y de los recién
bautizados); para que renovados por la confesión de tu nombre y por el bautismo
consigamos la eterna bienaventuranza. Por Jesucristo nuestro Señor.
ORACION DESPUES DE LA COMUNION
Concédenos, Dios todopoderoso, que el sacramento pascual
recibido permanezca siempre en nuestros corazones. Por Jesucristo nuestro
Señor.
PALABRA DE DIOS Y SANTORAL DE CADA DÍA
Lunes 29: Is 6, 1-8; Sal 116; 1Cor. 4, 1-5; Mt. 28,
16-20.
Martes 30: Hch. 4, 32-37; Sal 92; Jn. 3, 7b-15.
Miércoles 01: Gn.
1, 26—2, 3 o bien Col 3, 14-15.17. 23-24; Sal 89; Mt. 13, 54-58 o bien Hch. 5,
17-26; Sal 33; Jn. 3, 16-21.
Jueves 02: Hch.
5, 27-33; Sal 33; Jn. 3, 31-36.
Viernes 03: Num
21, 4b-9 o bien Flp 2, 6-11; Sal 77; Jn. 3, 13-17.
Sábado 04: 1Cor. 15, 1-8; Sal 18; Jn. 14, 6-14.
Domingo 05: Hch 5 27-32. 40-41; Sal 29; Ap 5, 11-14; Jn.
21, 1-19.
COMENTARIOS AL
EVANGELIO
Jn 20, 19-31
1.- Texto. Se
compone de un relato en dos tiempos y de un epílogo o comentario final del
autor a todo el Evangelio. El relato arranca al atardecer del mismo día en el
que, de madrugada, Pedro y el discípulo amado habían comprobado que el sepulcro
de Jesús estaba vacío. El lugar es un espacio cerrado a causa de un miedo al
exterior humano. Jesús se hace presente en ese espacio y su presencia comunica
paz e infunde alegría a los encerrados. Y con la paz y la alegría, el aliento
de un envío a imagen y semejanza del envío de Jesús por el Padre.
El segundo tiempo del relato se sitúa a la semana
siguiente. Esta vez el problema no es externo (miedo a los de fuera), sino
interno: Tomás ha puesto condiciones para poder creer que Jesús está vivo. De
nuevo se hace Jesús presente comunicando paz, e inmediatamente se dirige al
hombre que había puesto condiciones.
Jesús no le reprocha su actitud, pero declara superior la
exhibida por el discípulo amado en Jn. 20, 8: sin haberle visto a él, ha
creído, sin embargo, que él estaba vivo. La traducción litúrgica habla en
perspectiva de futuro: ¡Dichosos los que crean sin haber visto! La lectura es
correcta, pero a condición de enraizarla en el presente del grupo, cuyo símbolo
es el discípulo amado, personaje no necesariamente individual, y que por eso
mismo jamás tiene nombre propio exclusivo. ¡Dichosos los que tienen fe sin
haber visto! Los dos últimos versículos no se refieren sólo al relato de hoy,
sino que tienen en cuenta la totalidad de la obra. Los interlocutores son el
autor y sus lectores. El autor se dirige directa y explícitamente a los
lectores, nosotros por ejemplo. Les -nos- habla de su labor de selección y del
móvil que le ha llevado a escribir.
Comentario. El primer tiempo del relato
sugiere por evocación las primeras línea del Génesis: "La tierra era un
caos informe; sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se
cernía sobre la faz de las aguas" (/Gn/01/02). En ambos casos el aliento
crea una situación buena nueva, poniendo fin a otra anterior de tiniebla o de
espacio cerrado. Probablemente haya que buscar en esta evocación la clave de
lectura de nuestro texto. ¿No querrá hablarnos el autor de un nuevo comienzo,
de una nueva creación? Las primera creación llevaba aneja una bendición:
"Creced y multiplicaos". Bendecir a alguien es dotarle de una fuerza
saludable. También aquí los discípulos (en el cuarto Evangelio sinónimo de
creyentes) aparecen dotados con esa fuerza: "Recibid espíritu santo: a
quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados: a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos".
BENDICION-BIBLICA: Estas palabras no tienen sentido
forense. Hay que interpretarlas en la línea de la bendición bíblica. La
bendición produce el engrandecimiento ante los demás de la persona bendecida, a
la vez que Dios hace depender su conducta respecto de los hombres de la postura
que éstos adopten frente a las personas que él ha bendecido. El creyente en
Jesús es recipiente y también cauce de bendición; es fuerza saludable para los
demás.
Tal vez esta grandeza explica el interés del autor del
cuarto Evangelio por el tema de la fe en Jesús y de las personas creyentes. El
ha escrito, nos dice, "para que creáis que Jesús es el Hijo de Dios.
¡Dichosos los que tienen fe sin haber visto!" El autor sabe que esto no es
una cuestión de evidencia tajante. Tal vez por eso no habla él de milagros,
sino de signos. El signo hay que saber captarlo. Creer en Jesús es un proceso
que se lleva a cabo por descortezamiento o eliminación de capas. Pero por esto
mismo no es un proceso fácil, pues comporta siempre renovación de los hábitos
mentales y de comportamiento del que se dice creyente.
A. Benito, Dabar 1988, 24
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2.- Comentario. Lo que un eminente exégeta escribía hace
treinta años sobre el relato de la Pasión en el cuarto evangelio puede también
aplicarse al relato de la Pascua: "No se trata de una construcción hecha
con miras a ilustrar unas ideas, sino una interpretación teológica de una
historia verdadera". Esta historia parte de una situación de miedo a las
autoridades judías. La situación no es nueva en la obra. Es ya la cuarta vez
que el autor la menciona (las otras tres en Jn. 7, 13; 9, 22; 19, 38). Por Jn.
7. 11-13 se ve claro que el miedo no es al pueblo judío, sino a sus
autoridades. Este miedo encierra, incapacita, esteriliza. "En esto entra
Jesús". Al autor no le interesa el cómo ni el modo. Lo importante es el
hecho. Jesús está ahí, es la misma persona que había convivido antes con los
que ahora están incapacitados por el miedo. "Paz a vosotros". Por dos
veces resuena la frase. En vez del miedo, la paz. Esta debe ocupar el espacio
interior del que antes se adueñaba el miedo. El corazón de los discípulos se
distiende y la alegría termina por aflorar a sus rostros. "Paz a
vosotros". El cambio ya se ha producido. No tiene ningún sentido seguir
encerrados. "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo".
Padre, Jesús, cristianos (el término discípulos tiene en Juan este sentido
amplio). Los cristianos son a Jesús lo que Jesús es al Padre. Jesús está ahí
para desvelarles su identidad. Son sus enviados, como El lo es, a su vez, del
Padre. Por eso deben tener su mismo talante. "Recibid espíritu
santo". La presencia del artículo determinado "el" en la
traducción litúrgica puede desorientar un poco. El autor no está escribiendo en
términos trinitarios, sino en términos de tipo o calidad de existencia. Es
difícil condensar en unas línea lo que Juan entiende por espíritu y que ha ido
desentrañando a lo largo de su obra. Algo, sin embargo, nos puede orientar el
hecho de que Juan maneja el lenguaje por oposición-negación. Jesús, por
ejemplo, ha sido presentado de esta manera en Jn. 1, 17. El cuarto evangelio se
abre con la gran oposición gracia-verdad por un lado y ley por otro. De ahí a
la oposición espíritu-letra media sólo un paso, el formulado explícitamente
bajo espíritu-carne en Jn. 3,6. Letra (autoridades judías) frente a espíritu
(Jesús). Anquilosamiento frente a movilidad; rigidez frente a fluidez. "El
espíritu sopla donde quiere, oyes el ruido, pero no sabes de dónde viene ni
adónde va. Eso pasa a todo el que ha nacido del espíritu" (Jn/03/08).
Estos son los cristianos en su calidad de enviados de Jesús. Dan curso a una
forma de existencia opuesta al atenazamiento y al miedo, característicos de la
forma de existencia bajo la ley.
La segunda parte del texto nos lleva a una problemática
distinta, aunque ya insinuada el domingo pasado en Jn. 20, 1-9. "¿Porque
me has visto has creído? Dichosos los que creen sin haber visto".
Por un lado Juan pone de manifiesto que la convivencia
física con Jesús no es criterio suficiente para entender a Jesús en profundidad.
Por otro, adelanta que esta inteligencia de Jesús puede darse en los que no han
convivido físicamente con El. Juan no niega ni minusvalora el papel de los
testigos oculares o, más concretos, de los Doce. Sencillamente, rompe una lanza
en favor de los que no han convivido con Jesús. Se trata de una problemática
fundamental vivida intensamente en las primeras comunidades cristianas.
Exponentes de la misma son el libro de los Hechos y las Cartas de Pablo. El
texto de este domingo nos proporciona la gran alegría de saber que hoy podemos
entender a Jesús incluso mejor que los que convivieron con El. Estamos
realmente en el tiempo pascual.
A. Benito, Dabar 1985, 23
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3. COR/PERSONA
No faltan comentaristas que establecen una relación entre
"credere" y "cor-dare", entendiendo el corazón como la
realidad que totaliza a la persona
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4. DO/ORIGEN.
La liturgia invita a subrayar el sentido del domingo,
manteniendo este evangelio -que constituye un precioso tejido teológico- en
cada uno de los tres ciclos. El día del Señor es el día en que celebramos la fe
pascual y la irrupción de la eternidad de la Trinidad en nuestra historia, lo
celebramos alrededor de Jesús resucitado como centro de la vida de la comunidad
de los discípulos.
J. Fontbona, Misa Dominical 1990, 9
...............
Se podría considerar el evangelio de este día como el
"lugar teológico del domingo cristiano". La narración de dos
apariciones del Resucitado en dos domingos consecutivos nos hace casi asistir
al nacimiento del domingo cristiano: la comunidad de creyentes se acostumbra a
reunirse en domingo en memoria y en la espera del Resucitado. Nos permite
presentar el sentido originario del domingo: como memoria y presencia del
Resucitado en medio de los suyos; como el día de la Resurrección, Pascua
semanal.
I. Oñatibia, Misa Dominical 1990, 9
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5. Son varios los temas que componen este Evangelio: las
apariciones del Señor ritman de ocho en ocho días la vida de las comunidades
primitivas; Cristo-Señor hace uso de su poder de Resucitado transmitiendo sus
poderes a los apóstoles; finalmente, los discípulos se ven llevados a descubrir,
lo mismo que Tomás, el desprendimiento de la fe. a) Las apariciones. Juan
comienza por resumir los datos que han llegado a su conocimiento seguramente a
través de las mismas fuentes que a San Lucas (24, 36-49): Cristo no es ya un
hombre como los demás, puesto que pasa a través de los muros; pero no es un
espíritu, puesto que se le puede ver y tocar sus manos y su costado (v. 20). Su
resurrección ha supuesto para El un nuevo modo de existencia corporal. Juan no
insiste tanto como Lucas en torno a la demostración: reemplaza la alusión a los
pies por la alusión al costado y no señala que Cristo tuvo que comer con los
apóstoles para que le reconocieran. Pero, mientras que en San Lucas el Señor
está completamente vuelto hacia el pasado con el fin de probar que su
resurrección estaba prevista, Juan le presenta más bien orientado hacia el
futuro y preocupado por "enviar" a sus apóstoles al mundo.
Este envío de los apóstoles al mundo es prolongación del
envío que el Padre ha hecho de su Hijo (Jn 17, 18). Los apóstoles están ya
habilitados para terminar la obra que Cristo ha iniciado durante su vida
terrestre (Jn 17, 11). La reunión de los discípulos en torno al Señor se hará
en adelante en torno a los mismos apóstoles.
Un tema importante de las apariciones es la preocupación de
Cristo por organizar los distintos elementos que prolongarán sobre la tierra su
actividad de Resucitado: la jerarquía, los sacramentos, el banquete, la
asamblea (adviértase la doble mención de la "reunión" de los
apóstoles" vv. 19 y 26, ya con su ritmo dominical: v. 26).
b) El don del Espíritu (PAS/PENT). ¿Cómo puede Juan
descubrir la venida del Espíritu sobre los apóstoles el domingo de Pascua,
mientras que Lucas la anuncia para Pentecontés? (Lc 24, 49). Realmente, Juan se
hace eco de una antigua idea de los medios judíos, en especial de los que se
movían en torno a Juan Bautista. En esos medios se esperaba a un
"Hombre" que "purgaría a los hombres de su espíritu de
impiedad" y les purificaría por medio de su "Espíritu Santo" de
toda acción impura, procediendo así a una nueva creación (Sal 50/51, 12-14; Ez
36, 25-27). Al "insuflar" su Espíritu, Cristo reproduce el gesto
creador de Gén 2, 7 (cf, 1 Cor 15, 42, 50, en donde Cristo debe su título de
segundo Adán al "Espíritu" que recibe de la resurrección; Rom 1, 4).
Mediante su resurrección, Cristo se ha convertido, pues, en
el hombre nuevo, animado por el soplo que presidirá los últimos tiempos y
purificará la humanidad. Al conferir a sus apóstoles el poder de remitir los
pecados, el Señor no instituye tan solo un sacramento de penitencia; comparte
su triunfo sobre el mal y el pecado.
Se comprende por qué San Juan ha querido asociar la
transmisión del poder de perdonar con el relato de la primera aparición del
Resucitado. La espiritualización que se ha producido en el Señor a través de la
resurrección se prolonga en la humanidad por medio de los sacramentos
purificadores de la Iglesia.
c) De la visión a la fe (J/PRESENCIA). La forma de vida del
Resucitado es de tal especie que no se le reconoce: María Magdalena le toma
primero por el jardinero (Jn 20, 11-18). Cuando le "reconoce" (v.16)
ve cómo se le prohíbe las muestras de respeto con que trataba al Cristo
pre-pascual (v. 17). Aun cuando este tema figura también en San Lucas (Lc 24, 16,
31), adquiere en San Juan el evangelista del "conocimiento" (Jn 21,
4), un relieve particular.
Esta pedagogía del Señor resucitado nos permite comprender
la lección dada a Tomás. La nueva forma de vida del Señor no permite ya que se
le conozca según la carne, es decir, a base tan solo de los medios humanos. Ya
no se le reconocerá como hombre terrestre, sino en los sacramentos y la vida de
la Iglesia, que son la emanación de su vida de resucitado. La "fe"
que se le pide a Tomás permite "ver" la presencia del resucitado en
esos elementos de la Iglesia, por oposición a toda experiencia física o
histórica. La fe está ligada al "misterio", en el sentido antiguo de
la palabra.
d) No hay que perder de vista que esta aparición asocia el
don del Espíritu y la fe a la revelación del costado de Jesús (v.20). Ahora
bien: Juan ya había dicho, en el momento en que fue herido el costado de Cristo
en la cruz (Jn 19, 34-37), que la fe captaría a quienes vieran su costado
herido. He aquí lo que sucede: la contemplación de la muerte de Cristo provoca
la fe en la acción del Espíritu. Si Cristo muestra su costado no lo hace por
simples razones apologéticas: revela a los contemplativos la fuente de la nueva
economía.
En este sentido, el género de visión (v. 25) que los
apóstoles han tenido de Cristo resucitado no ha sido ese tipo de visión
material (vv. 26-31) exigida por Tomás. Si no hay diferencia entre estas dos
experiencias, no se ve por qué Cristo habría de reprocharle lo que no reprocha
a los demás y por qué habría que exigir al primero una fe que no les ha exigido
a los segundos. En realidad, los diez apóstoles han tenido una experiencia real
del Señor resucitado, pero probablemente fue más mística que la experiencia a
que aspiraba Tomás. Para evitar a los hombres a "creer sin ver", ¿no
deben, los apóstoles, los primeros, aprender a pasar las pruebas materiales? La
resurrección no es, desde luego, una cuestión de apologética ni un
acontecimiento maravilloso: ella no es signo más que en la medida en que la fe
la ilumina, y es, al mismo tiempo, interior a la fe.
Maertens - Frisque, Nueva Guia De La Asamblea Cristiana IV,
Marova Madrid 1969.Pág. 36
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6. CR/ELECCION
En los textos bíblicos, las denominaciones de elegido,
ungido y enviado son equivalentes. Cuando los primeros cristianos se llaman a
sí mismos elegidos, no están presumiendo por ningún privilegio, sino
recordándose que han sido enviados a cumplir una misión, en favor de los demás,
que prolonga en cierto sentido la del mismo Cristo: "Como el Padre me ha
enviado, así os envío yo".
Para la realización de esta tarea reciben también la fuerza
del Espíritu. El episodio de Tomás quiere animar la fe de todos aquellos que no
vieron directamente al Señor y para los que se han escrito todos los signos que
Juan narra en su evangelio. "Dichosos los que crean sin haber visto".
De cualquier modo, la simple contemplación de lo exterior de los
acontecimientos nos da su sentido profundo. Sólo la fe permite ver y entender
la trascendencia de lo que se está presentando.
En el resucitado reconocen los apóstoles al Jesús que
anduvo con ellos por los caminos de Palestina. Distinto, pero él mismo. El
Jesús de la historia es el Cristo de la fe, Jesús es el Cristo.
La más breve confesión cristiana quedará en esta palabra:
Jesucristo.
Eucaristía 1990, 20
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7.- Texto. La mañana del domingo del descubrimiento del
sepulcro vacío tiene su culminación en el cuarto Evangelio en la tarde de ese
mismo domingo. Si por la mañana el sepulcro vacío dominaba el relato, por la
tarde lo domina la presencia de Jesús en medio de sus discípulos. Esta
presencia explica aquel vacío, pero, sobre todo, restablece una continuidad de
relación Jesús-discípulos. De aquí arranca la intencionalidad del texto. Al
servicio del final de la relación está el miedo de los discípulos; al servicio
de la reanudación de la relación están el saludo, enfáticamente repetido, y la
identificación del propio Jesús como la misma persona que antes habían conocido
los discípulos. La reanudación de la relación se sella con la alegría de los
discípulos, quienes, a partir de ahora, hablan de Jesús como el Señor,
enraizándolo por completo con Dios. La aceptación de la identificación de Jesús
por los discípulos se plasma en la fórmula de confesión de fe "ver al
Señor".
Pero la reanudación de la relación es sólo un primer paso.
El siguiente es el envío de los discípulos por Jesús, en continuidad con el
envío de Jesús por el Padre. Los discípulos deben hacer presente a Jesús y
prolongar su obra, como Jesús ha hecho presente al Padre y prolongado su obra.
Este envío no debe entenderse limitado a los doce. En el cuarto Evangelio la
denominación discípulos es sinónima de creyentes. La comunidad creyente en su
totalidad es la enviada.
El tercer paso es la donación del Espíritu, que capacita
para el envío. El símbolo de exhalar el aliento significa la transmisión de
vida. Aquí se trataría, por consiguiente, de una participación en la vida de
Jesús resucitado, que posee personalmente el Espíritu de Dios y que lo
transmite a la comunidad creyente.
El último paso es la potestad de perdonar los pecados. La
potestad se da en el seno de la comunidad creyente, más allá y por encima de
las concreciones históricas que esa potestad ha asumido con posterioridad.
A partir del v. 24 el relato avanza con la conocida
historia de Tomás, al que el autor presenta como "uno de los doce",
una expresión que en el cuarto Evangelio se reserva para Tomás y para Judas el
traidor. Los discípulos hacen ante Tomás confesión de su fe: "hemos visto
al Señor". Tomás les responde que él hará suya esta misma confesión,
siempre y cuando tenga razones tangibles para hacerlo. Jesús en persona le
aporta esas razones y Tomás hace suya la confesión de fe. Jesús la acepta, pero
reprocha a Tomás el modo de llegar a ella, declarando, en cambio,
bienaventurados a los que crean sin necesidad de basarse en la comprobación
tangible.
A través de esta bienaventuranza el texto se abre al futuro,
a las personas no contemporáneas de Jesús, a los lectores del cuarto Evangelio.
Así se pone explícitamente de manifiesto en los dos versículos finales, en los
que el autor da cuenta de la doble finalidad de su escrito.
Con la mayor parte de los exégetas, la frase "para que
creáis" no va dirigida a no creyentes, a quienes se intenta ganar, sino a
creyentes, a quienes se intenta afianzar en la fe que ya tienen.
Esta finalidad cristológica se completa con otra
soteriológica: "para que tengáis vida". El cuarto Evangelio es
esencialmente un mensaje de salvación, poniendo explícitamente de manifiesto
que no hay cristología separada de la soteriología.
Comentario. Más allá y por encima de las legítimas
concreciones históricas que, sobre todo en lo relativo a la potestad de
perdonar los pecados, ha ido asumiendo el texto de hoy, en él se plasman los
componentes fundamentales del ser cristiano, a los que una y otra vez hay que
remitir cuando de dar razón de lo que como Iglesia somos se trata.
Es bien sabido que el cuarto Evangelio no renuncia a los
Doce, pero debe también saberse que en el cuarto Evangelio se formulan serios
reparos a los Doce, cuando de entender a Jesús se trata.
En el cuarto Evangelio no son precisamente los Doce -Tomás
es un ejemplo- quienes más se distinguen por la prontitud y facilidad en captar
a Jesús. Y, sin embargo, la captación de Jesús constituye el rasgo básico y
fundamental del ser cristiano. Captar a Jesús es llegar a descubrir en él al
Hijo de Dios.
Nosotros estamos en condiciones de hacerlo con más
facilidad incluso que los Doce. Este es probablemente el mensaje que quiere
transmitirnos el autor de la historia de Tomás.
Del reconocimiento de Jesús como Hijo de Dios surge la
alegría, componente esencial del ser cristiano, no siempre suficientemente
resaltado. Actitud existencial sin los miedos y temores radicalmente humanos;
estado de ánimo distendido y grato; fuerza vital desbordante. Todo lo anterior
pertenece al ámbito de lo individual y privado.
Con el componente esencial del envío el ser cristiano se
hace social y público. El envío no es proselitismo, sino presencia. El
cristiano es otro Cristo; a través suyo toma cuerpo una forma de ser, de
organizarse y de vivir. Una forma distinta, porque está animada por el Espíritu
de Dios y porque en ella existe el perdón de los pecados.
A. Benito, Dabar 1992, 26
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8.- Texto.-Son fácilmente discernibles tres partes. La
primera la forman los vs. 19-23. Se desarrolla en un lugar cerrado. Dentro se
encuentran los discípulos, en quienes ha hecho presa el miedo a los judíos.
Llega Jesús y, tras saludarles, se identifica. El autor comenta lacónicamente:
Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. El saludo repetido abre después
las palabras de Jesús, constituyendo a los discípulos en enviados suyos. Un
suave soplo de aire de Jesús es el símbolo de ese envío, que el propio Jesús
explica. La segunda parte está formada por los vs. 24-29, con Tomás como
protagonista. No cree lo que los demás le cuentan sobre Jesús. Más aún, pone
condiciones para su aceptación. A los ocho días se repite el hecho en las
mismas circunstancias de lugar y miedo.
Tras el saludo a todos, Jesús se dirige directamente a
Tomás, a quien invita a dar crédito a la realidad de su persona. Tomás así lo
hace, pero Jesús le puntualiza que el camino que ha seguido para creer en él no
es ni el único ni el más dichoso.
La tercera parte del texto son los vs. 30-31. Se trata de
una conclusión del autor a toda su obra, indicando las dos motivaciones que ha
tenido para escribirla.
Comentario. -Cuando el cuarto Evangelio habla de judíos no
emplea el término en sentido nacional de pueblo judío, y cuando habla de
discípulos no está hablando de los doce. Judíos y discípulos representan una
actitud y una mentalidad religiosas que se ponen de manifiesto en el modo de
entender el sentido y el papel de Jesús. No parece tratarse de una cuestión tan
simple como la que presuponemos cuando denostamos a los judíos. El autor
relaciona fe en Jesús con signos realizados por él. Véase la tercera parte del
texto de hoy. Esta relación de fe y signo la encontramos desde Jn. 2, 11, es
decir, desde el comienzo de la obra. Ahora bien, la elección del término
"signo" nos está indicando que creer en Jesús no lo entiende el autor
en un plano de superficie o de solas evidencias empíricas. De ahí la crítica a
Tomás por querer aferrarse en exclusividad a este plano: ¿Porque me has visto
has creído? Dichosos los que crean sin haber visto. Estas palabras no pretenden
quitar importancia a los testigos oculares.
SIGNO/QUÉ-ES: Tratan sencillamente de situar la fe, la
nuestra, en su verdadera dimensión. Y esta dimensión no es la de la evidencia
empírica, sino la de la significación o representación. El Diccionario de la
Real Academia Española define la palabra signo de la siguiente manera:
"cosa que por su naturaleza o convencionalmente evoca en el entendimiento
la idea de otra". Para el autor del cuarto Evangelio, creer en Jesús es
descubrir lo que sus hechos y palabras evocan y quieren decir. Esto es, sitúa
la fe en el plano de lo hondo a buscar y descubrir, porque a primera vista no
aparece ni se ve. Es entonces cuando se es discípulo, es decir, creyente. ¡Y la
vida empieza a brotar con fuerza! En realidad, así es como el autor del cuarto
Evangelio ha presentado la fe en Jesús resucitado por parte de los discípulos.
Lo veíamos el domingo pasado. A ella han llegado a partir
de la profundización en un signo, el sepulcro vacío. Por consiguiente, la
primera parte del texto de hoy no quiere ser una demostración de que Jesús
vive. En el planteamiento de Juan no entra la fe como apologética. Lo que Juan
quiere poner de manifiesto en esa primera parte es el papel de los discípulos
en cuanto creyentes.
Son los enviados de Jesús, como él lo ha sido del Padre. Lo
son, por supuesto, desde la íntima paz y alegría nacidas de la efectiva y real
presencia de Jesús. Pero no es esa presencia lo que se quiere hacer resaltar,
sino el envío de los discípulos.
Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Los
creyentes son una comunidad con un aire nuevo, el aire de Jesús, simbolizado en
su suave soplo sobre ellos. Los creyentes son la comunidad del perdón de los
pecados. ¡Lástima del aire viejo y enrarecido que a veces se ha infiltrado en
estas palabras!
A. Benito, Dabar 1986, 23
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9.- Cuando se escribe este evangelio, el domingo, el día
del Señor, es ya el día de la reunión de los cristianos. Estamos en el mismo
día de la resurrección y es el mismo día de la efusión del Espíritu. Juan
muestra que el misterio pascual es una unidad. Miedo y cerrazón. Unas actitudes
de los discípulos que Jesús resucitado supera. A pesar del miedo y la cerrazón,
él se les pone en medio. (Vale la pena tenerlo siempre presente: como una
advertencia y como un motivo de esperanza). El evangelio subraya que la
presencia de Jesús es real, pero distinta de la de antes, y que este Jesús es
el crucificado: la resurrección no quita nada de la absurdidad y el sufrimiento
de la muerte; en todo caso, nos hace ir más allá, nos la hace mirar con otra
esperanza.
Jesús puede dar aquella paz que proviene de dar la vida.
Jesús resucitado, dador de la paz, lleva la alegría. Quizá podríamos decir: al
principio de la comunidad hay ya alegría... Jesús, enviado del Padre, envía a
los discípulos. La misión de los discípulos es la misma de Jesús: ser
testimonios del Padre, del Dios que ama tanto al mundo que le da la propia
vida. Y el evangelista no habla de unos cuantos discípulos privilegiados, sino
de todos. Empieza una nueva creación. Así como Dios había alentado sobre
aquella figura de barro para darle la vida, Jesús da el Espíritu a los
discípulos para que tengan su misma vida, una vida que se caracteriza por la reconciliación,
por la capacidad de ser corderos de Dios que quitan el pecado del mundo a base
de dar la propia vida por amor y con plena libertad. Tomás pide otros signos
que no son el testimonio de la comunidad creyente que habla en nombre del
Señor. De hecho, le bastará con el "reproche" que le dirige Jesús, y
creerá como los demás, por su palabra. Y no sólo eso: hará la confesión máxima
de la fe. ¡Exclama que Jesús es Dios! La bienaventuranza final se dirige a
todos aquellos que creerán por la palabra y el testimonio.
J. M. Grané, Misa Dominical 1992, 6
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10.- Sentido del texto. 1. Versículos 19-23. Como el
antiguo Israel, los discípulos, que habían comenzado su éxodo siguiendo a
Jesús, se encuentran desamparados en medio de un ambiente hostil. No tienen
experiencia de Jesús vivo. Pero están en la noche en que el Señor va a sacarlos
de la opresión. Jesús viene a liberar a los suyos. Su primer saludo de paz
recuerda a los discípulos su presencia anterior en medio de ellos y su
victoria, eliminando el miedo y la incertidumbre. Se les da a conocer como el
que les demuestra su amor hasta la muerte, con las señales que indican su
poderío (manos) y la permanencia de su amor (costado). El nuevo saludo en v. 21
sirve para transmitir seguridad y valentía en la misión que comienza para ellos
y que, como la de Jesús, va a consistir en la actividad liberadora del hombre,
hasta la entrega total. La comunidad cristiana es la alternativa que Jesús
ofrece para dar testimonio ante el mundo de la realidad del amor del Padre. El
resultado de la misión de la comunidad viene formulado en términos positivo y
negativo en el v. 23. Ante el testimonio de amor que la comunidad tiene que
dar, sucederá lo mismo que sucedió con Jesús: habrá quienes lo acepten y den su
adhesión y quienes se endurezcan en su actitud hostil al hombre. Como Jesús,
pues, la comunidad es mediación de salvación o de condena, no porque ella
enjuicie a nadie, sino porque la actitud que se adopte ante ella refrendará lo
que cada uno es y decide de por sí.
2. Versículos 24-29. La fe en Jesús vivo y resucitado
consiste en reconocer su presencia en la comunidad de los creyentes, que es el
lugar natural donde él se manifiesta y de donde irradia su amor. Tomás
representa la figura de aquél que no hace caso del testimonio de la comunidad
ni percibe los signos de la nueva vida que en ella se manifiestan. En lugar de
integrarse y participar de la misma experiencia, pretende obtener una
demostración particular. No quiere aceptar que Jesús vive realmente y que la
señal tangible de ello es la comunidad transformada en la que ahora se
encuentra. La comunidad transformada es ahora lo importante: ella es el medio
que las generaciones posteriores tendrán para saber que Jesús vive realmente.
Dabar 1983, 23
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11. PERDON/A.
Así como en la primera creación del hombre, Dios le
infundió la vida, así también el aliento de Jesús comunica la vida a la nueva
creación espiritual. Cristo, que murió para quitar el pecado del mundo, ya
resucitado, deja a los suyos el poder de perdonar. Así se realiza la esperanza
del pueblo de la Biblia. Dios lo había educado de modo que sintiera la
presencia universal del pueblo. En el templo se ofrecían animales en forma
ininterrumpida para aplacar a Dios. Pero ese río de sangre no lograba destruir
el pecado, y los mismos sacerdotes debían ofrecer sacrificios por sus propios
pecados antes de rogar a Dios por los demás. Las ceremonias y los ritos no
limpiaban el corazón ni daban el Espíritu Santo.
Pero ahora, en la persona de Jesús resucitado, ha llegado
un mundo nuevo. Aunque la humanidad siga pecando, ya el primero de sus hijos,
el "hermano mayor de todos ellos", ha ingresado en la vida santa de
Dios.
Los que se afanan por la vida espiritual, sufren sobre todo
por la presencia universal del pecado. Su tristeza profunda está en no hallarse
aún totalmente liberados de él. De ahí que el perdón de los pecados sea para
ellos la riqueza más grande de la iglesia. La capacidad de perdonar es la
fuerza que permite solucionar las grandes tensiones de la humanidad. Si bien
penetra difícilmente en los corazones, ella no deja de ser un gran secreto...
Quien no sabe perdonar, no sabe amar. En la reconciliación se muestra al
prójimo el amor más auténtico.
Eucaristía 1992, 21
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12.- Cristo es percibido como presente entre sus discípulos
reunidos en la tarde del primer día de la semana (tal vez convenga ver aquí una
alusión a las reuniones cristianas que se celebraban en domingo). Este dato,
confirmado por 1 Cor 15, 4 (uno de los más antiguos relatos sobre la
resurrección), no parece que se refiera solamente a la costumbre literaria de
hacer resucitar a los dioses a los tres días. Sino que, dado el número, la
confluencia de testigos y la simplicidad de los relatos, podemos admitir que
así fue. Posteriormente los creyentes tomaron este día como el más
significativo para celebrar al misterio cristiano. Obligación de amor, que no
de ley.
La misión de los discípulos se deriva del suceso de Pascua
(cf. Mt 28, 16-20; Mc 16, 15-20; Lc 24,44-49); pero Juan lo encuadra en el
conjunto de la misión de Jesús (17, 17-19). Además no subraya el carácter
universal de la misión; tal vez porque esta meta ya ha sido conseguida a la
hora en que se escribe el evangelio de Juan (cf. 4, 35-38). Los apóstoles y
todos los discípulos son portadores de la misión de Jesús. La Iglesia, si cree
de verdad en la resurrección, tiene que acercarse a los extremos de la miseria
humana; allí está su campo de misión, su labor de hacer ver que el mensaje
pascual es coherente y válido.
A pesar de que en las diferentes Iglesias hay controversia
sobre el punto de quién ejerce el don del perdón, lo que sí es cierto es que la
fuerza perdonadora del resucitado reside en los creyentes, en los discípulos de
Jesús (cf. Mt 16, 19). Después de la resurrección es posible creer en el perdón
porque el poder de las tinieblas ya no volverá a reinar en el mundo. Creer en
esto y trabajar en consecuencia es ser cristiano.
En adelante, la fe reposa no sobre el "ver", sino
sobre el testimonio de los que han visto. Por esta fe es por la que los
cristianos llegamos a Cristo (17, 20). Y recreamos en nuestras vidas el mismo
hecho salvador de la cruz y la misma alegría de la resurrección. Así entramos
en comunión con los Apóstoles, que "vivieron", y participamos de su
experiencia pascual.
Eucaristía 1977, 20
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13.- Podríamos llamar «oficiales», apariciones colectivas,
a las de Jesús resucitado a todos los discípulos juntos. De entre ellas,
aquellas cuyo día nos es señalado claramente, tienen lugar en domingo. La tarde
del mismo día de Pascua los discípulos de Emaús, después de la aparición con
que ellos han sido agraciados, se reúnen con los otros discípulos en Jerusalén
(Lc. XXIV, 33), Jesús se aparece a todo el grupo en ausencia de Tomás. Una
semana más tarde se aparece de nuevo y confunde el escepticismo de Tomás que no
creyó lo que le refirieron sus compañeros. El evangelio de este domingo nos
relata punto por punto estas dos primeras apariciones generales, separadas por
una semana. La elección de este pasaje para el domingo posterior a la Pascua
está inspirada en la concreta indicación que figura en medio del texto y que es
como el quicio del evangelio de este domingo: «ocho días más tarde» (v. 26).
DO/ANIVERSARIO: Este domingo después de Pascua es,
verdaderamente, el primero de todos los domingos. En efecto, la Resurrección de
Jesús es un acontecimiento histórico, único en el transcurso de los siglos. La
reunión de los discípulos, justamente una semana después, y la visita de Jesús
que viene a solemnizar esta reunión como si le confiriese un carácter oficial,
hacen que el misterio de la Resurrección deje de tener, si así se puede decir,
carácter de acontecimiento para adquirir el de institución. Se trata de algo
que no basta recordar como un hecho histórico, sino que es preciso celebrarlo,
es decir, empaparse de su realidad y de su riqueza espiritual. La primera
celebración de la Pascua tuvo lugar el primer domingo siguiente a la misma. De
este modo, el domingo ha venido a ser el «hebdoversario» de la Resurrección, su
celebración hebdomadaria.
Los discípulos del Señor, judíos de origen, tenían la
costumbre de dedicar al Señor un día por semana; pero ya estaba el sábado. Les
era necesario conservar el ritmo religioso hebdomadario, pero también les era
necesario indicar que convenía cambiar de día para que el día del Señor fuese
el día de la Resurrección del Señor. Jesús, con su aparición del primer domingo
después de Pascua, contribuyó a este desplazamiento del día consagrado y de
descanso. Con ocasión de la Pascua todos los cristianos han cumplido su
"deber pascual". Los inconstantes, los negligentes y los indiferentes
también han hecho el cumplimiento pascual. Es necesario ayudarles a permanecer
fieles, a no retornar a su negligencia... hasta la próxima Pascua. Muchos pastores
toman voluntariamente la negligencia como tema para su predicación del domingo
in albis. La celebración hebdomadaria inaugurada por el Señor, el pasaje del
acontecimiento único convertido en institución habitual, todos estos
pensamientos enmarcados en la liturgia del día, ¿no constituyen un buen punto
de partida para una tal predicación dirigida a los que han hecho el
cumplimiento pascual? San Gregorio Nacianceno escribió en el siglo IV a
propósito del domingo octava de la Pascua: «Después de ocho días, que la octava
sea para ti una gran fiesta... El domingo aquel (la Pascua) era el de la salud,
éste es el del aniversario de la salud; aquél era la frontera entre el sepulcro
y la resurrección; éste es sencillamente el de la segunda creación, a fin de que,
igual que la primera creación comenz6 en domingo, así también la segunda
creación comience en el mismo día, que es, al mismo tiempo, el primero en
relación con los que le siguen y el octavo con relación a los que le preceden,
más sublime que el día sublime y más admirable que el día admirable: él se
refiere, en efecto, a la vida de arriba».
L. Heuschen, La Biblia Cada Semana, Edic. Marova/Madrid
1965.Pág 175 S.
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14.- Nos encontramos ante el segundo grupo de episodios
narrados por el cuarto Evangelio en el contexto de la resurrección de Jesús. En
este conjunto hay claramente tres perícopas diversas: la aparición de Jesús a
los discípulos, sin Tomás (vv 19-23); la aparición de Jesús estando presente Tomás
(24-29), y, finalmente, la conclusión del Evangelio (30-31). Notemos que, con
estos dos versículos (30-31) aparece la conclusión original de la obra,
ampliada más tarde con la inclusión del capítulo 21. De esta forma, el enlace
entre la escena de Tomás y la conclusión resulta todavía más directo e
importante. La estructuración de las apariciones está hecha en paralelo con los
dos primeros episodios de este capítulo 20: por una parte, los discípulos y la
fe; por otra, la aparición a Tomás forma un claro paralelo con la aparición de
Jesús a María de Magdala, y el énfasis en este segundo caso se centra en la
dificultad de reconocer a Jesús y en la correspondencia de Jesús a la fe de los
creyentes.
FE/VISION: Entre las muchas cosas que aparecen en estas escenas
podríamos recoger una: el tema de la fe y la visión. Por una parte parece que
Jesús niega que la visión haya de ser considerada por los cristianos como
necesaria para la fe. Pero, en cambio, la fe -según este Evangelio- comporta
una visión («si tienes fe, verás el poder de Dios», dice Jesús a Marta:
/Jn/11/40). Hay, en este Evangelio, una clara dialéctica entre visión y fe.
Debemos destacar el carácter simbólico de la escena del ciego de nacimiento
para comprender la profundidad de lo que se nos quiere decir: «Yo he venido a
este mundo para abrir un proceso; así, los que no ven, verán, y los que ven,
quedarán ciegos» (/Jn/09/39). El que se imagina que ve, el que ya tiene un
conocimiento claro y definido de lo que ha de pasar («a nosotros nos consta...»:
9,24.29.31), en realidad ni ve ni sabe nada, es ciego. En cambio, el que todo
lo ignora, el que no ve, éste llegará a contemplar el poder de Dios en Jesús.
La visión no lleva necesariamente a la fe; en cambio, la fe sí que lleva a la
visión.
Para aquellos que parecen conocerlo todo, para quienes no
necesitan la luz, pues piensan que ya la tienen, Jesús no actuará abriéndoles
los ojos. En cambio, el que se siente en la necesidad de la luz y de la
claridad, que no se fía de sí mismo, tal vez la fe en Jesús le puede llevar a
contemplar la gloria de Dios.
Oriol Tuñi, La Biblia día a día, Comentario Exegético a las
lecturas, de la Liturgia de las Horas, Ediciones Cristiandad, Madrid-1981.Pág.
889 S.