VENIMOS DE ORIENTE
A ADORAR AL REY
ORACION COLECTA
Oh, Dios que revelaste en este día tu
Unigénito a los pueblos gentiles por medio de una estrella, concédenos con
bondad, a los que ya te conocemos por la fe, poder contemplar la hermosura de
tu gloria. Por Nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
Lectura del Profeta Isaías 60,
1-6
¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega
tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!,. Mira: las tinieblas cubren la
tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria
aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor
de tu aurora.
Levanta la vista en torno, mira: todos
ésos se han reunido, vienen a ti: tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las
traen en brazos. Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se
asombrará, se ensanchará, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar, y te
traigan las riquezas de los pueblos.
Te inundará una multitud de camellos,
los dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y
oro, y proclamando las alabanzas del Señor.
SALMO
RESPONSORIAL (71)
Se postrarán ante ti, Señor, todos los reyes de la
tierra.
Dios
mío, confía tu juicio al rey, tú justicia al hijo de reyes: para que rija a tu
pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. R.
Que
en sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; que domine
de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra. R.
Que
los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributos; que los reyes de Sabá y
de Arabia le ofrezcan sus dones, que se postren ante él todos los reyes, y que
todos los pueblos le sirvan. R.
Porque
él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se
apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres. R.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo
a los Efesios 3, 2-3a. 5-6
Hermanos: Han oído
hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor suyo.
Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio que no había sido
manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el
Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son
coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en
Jesucristo, por el Evangelio.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según San Mateo 2, 1-12
Jesús
nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos Magos de
Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el Rey de los
Judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a
adorarlo.
Al
enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y todo Jerusalén con él; convocó a los
sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que
nacer el Mesías.
Ellos
le contestaron: En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el Profeta: «Y tú,
Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de
Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel.».
Entonces
Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran el tiempo en que
había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: Vayan y
averigüen cuidadosamente qué hay del niño, y, cuando lo encontréis, avisadme,
para ir yo también a adorarlo.
Ellos,
después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que
habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde
estaba el niño.
Al
ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al
niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo
sus cofres, le ofrecieron regalos: oro; incienso y mirra.
Y
habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se
marcharon a su tierra por otro camino.
COMENTARIO
En el evangelio de la epifanía una palabra puede por sí sola adentrarnos
en la meditación: ver. Tener ojos para descubrir las cosas secretas, ojos de
epifanía como los reyes magos. Vieron al niño con su madre y cayeron de
rodillas para adorarle.
¿Qué es lo que sabían? ¿Qué es lo que se imaginaban? ¿De qué alturas
tuvieron que bajar para adaptarse a aquella realidad tan humilde: una pareja
con un recién nacido? Vieron. Primera llamada de la epifanía: ver al niño. Ver
todo lo que hay en aquel pequeño ser absolutamente único, decirse que por él
podemos ver a Dios, como expresa muy bien la liturgia armenia: Hoy el invisible
aparece. El que no vemos hace ver, para hacer de nosotros unos videntes. Ver a
Dios: Nadie – dice san Juan en el prólogo de su evangelio-, ha visto nunca a
Dios; el Hijo único que está en el seno del Padre nos revela. ¡Si tuviéramos
ojos para ver esas cosas! Los ojos de la fe, los ojos que antaño, en Palestina,
supieron abrirse al misterio de Jesús, y la mirada interior que ahora nos pone
de rodillas ante él. ¿Que es lo que les impide – escribía santa Teresa de Ávila
-poner en nuestro Señor la mirada del alma? El sólo espera de una mirada de
ustedes.
Esa mirada interior, ese poder de visión de la fe no tienen que
encerrarnos en un pequeño getto: ¡Tú y yo!. Ni tampoco en un getto algo mayor:
Nosotros, los cristianos. Esa es la segunda llamada de la epifanía: demostrar
que el niño está allí para todos. Detrás de los magos, ver a todos los pueblos
que ellos simbolizan, lo que Isaías descubría con ojos de epifanía. Mira,
Jerusalén. La noche cubre los pueblos, pero sobre ti se levanta el Señor; las
naciones caminan a tu luz. ¡Mira cómo se reúnen! Se diría que hay una fatalidad
que limita nuestra mirada. Estamos hechos para los grandes espacios de un mundo
en espera de Dios y estrechamos nuestras miradas fijándonos en nosotros y en
nuestra parroquia y vamos al rinconcito de los pequeños grupos que siguen aún
practicando. Despierta en nosotros, Señor el ardor de los primeros cristianos
para los que estaba aún viva la palabra de Jesús: Vayan y hagan discípulos de todas
las naciones (Mt 28, 19). Que tu iglesia, la iglesia de estos tiempos de
increencia, no deje de realizar su opción misionera; tal como lo piden nuestros
obispos.
Al
rezarte así tengo que enfrentarme con mi propia anemia misionera. Quizás con
mis miedos. Vivo entre los hombres y mujeres que no te ven y hago como si yo no
fuera un vidente. Pero ¿cómo hablar de ti a la gente de la calle, de los
grandes almacenes y de las fábricas? ¿E incluso simplemente a Pedro, Carlos,
Marco, Pilar, Oscar, con los que trato hace tiempo sin haber podido
preocuparles un poco por ti? ¡Respetar sus ideas, su conciencia! ¡Demasiado
bonito eso de respetar! Pongo mala cara
cuando me hablan de gente que no es de mi iglesia, pero ¿Cuáles son mis actos
misioneros? ¿Cómo soy un testigo? Resulta muy cómodo decir que uno da
testimonio con su vida; pero sé muy bien que a veces el anuncio exige una
palabra..., y me callo. Incluso acabo por no ver a los que aguardan mi
testimonio. ¡Devuélveme ojos de apóstol, ojos de epifanía!
PLEGARIA UNIVERSAL
Hermanos, dirijamos al Padre nuestras
su0plicas con el deseo de que la humanidad entera acoja la presencia amorosa de
Dios, que en el Niño de Belén, se ha manifestado como salvador de todos. R. ¡Cristo, luz del mundo]; sálvanos!.
1.-
Para que los miembros de la Iglesia, aminados por el testimonio y la palabra profética
del papa y los obispos, irradiemos la luz de Cristo en la humanidad. Roguemos
al Señor. R.
2.- Por los gobernantes del mundo: para
que, en contraste con el rey Herodes, convoquen a los lideres de cada nación y
tomen juntos las mejores decisiones que favorezcan la paz y la vida digna para
todos. Roguemos al Señor.
3.- Para que todos los que buscan el bien
y la verdad descubran, en los hechos sencillos de la vida cotidiana, los signos
de la presencia de Dios, y lo acojan como el menor tesoro de su vida. Roguemos
al Señor.
4.- Para que nuestros hermanos que sufren
física, espiritual o moralmente descubran como ofrecer al Señor la mirra de sus
sufrimientos y unidos a su pasión, sientan su amor y su fuerza. Roguemos
al Señor.
5.- Para que los niños del mundo entero
puedan descubrir que el mejor regalo que Dios les puede ofrecer es el don
precioso de la fe, y sientan el deseo de conocer y amar a Jesús como el amigo
que nunca les fallara. Roguemos al Señor.
6.- Para que quienes participamos en la
Eucaristía descubramos la presencia de Jesús vivo en la sencillez del Pan
eucarístico lo adoremos y nos entreguemos a Él en los hermanos más humildes. Roguemos
al Señor.
ORACION SOBRE LAS OFRENDAS
Mira propicio, Señor, los dones de tu Iglesia que no son
oro, incienso y mirra, sino Jesucristo que en estas ofrendas, se manifiesta se
inmola y se da en alimento. El que vive y reina por los siglos de los siglos.
ORACION DESPUES DE LA COMUNION
Que tu luz, Señor, nos prepare siempre y en todo lugar,
para que contemplemos con mirada limpia y recibamos con amor sincero el
misterio del que has querido hacernos partícipes. Por Jesucristo nuestro Señor.
PALABRA
DE DIOS Y SANTORAL DE CADA DÍA
Lunes 06: 1Jn 3,
22-4,6; Sal 2; Mt 4, 12-17.23-25.
Martes 07: 1Jn 4,
7-10; Sal 71; Mc 6, 34-44.
Miércoles 08: 1Jn 4,
11-18; Sal 71; Mc 6, 45-52.
Jueves 09: 1Jn 4,
19-5, 4; Sal 71; Lc 4, 14-22ª.
Viernes 10: Beata
Ana de los Ángeles Monteagudo, Virgen. Ct 8, 6-7; Sal 148; Lc 10, 38-42.
Sábado 11: 1Jn 5,
14-21; Sal 149; Jn 3, 22-30.
Domingo 12: El
Bautismo del Señor.. Is 42, 1-4, 6-7; Sal 28; Hch 10, 34-38; Mt 3, 13-17.
COMENTARIOS AL EVANGELIO
Mt 2, 1-12
1.- Mateo comienza la narración de este episodio señalando el lugar y el tiempo del nacimiento de Jesús, al que llamarían el Hijo de David. Dice expresamente que nació en Belén de Judá, no sólo para distinguir este lugar de otro Belén situado en tierras de Zabulón, sino, sobre todo, para subrayar que Jesús nace en Judá, en la tierra de sus padres, y donde convenía al descendiente de David.
Herodes el Grande, llamado así por la magnificencia con que restauró el
templo de Jerusalén, era un idumeo que se hizo con el trono de David con la
ayuda de los romanos. Nunca fue un rey que gozara de la aceptación popular.
Pasó los últimos años de su reinado seriamente preocupado por las profecías
mesiánicas, en las que veía una amenaza.
Mateo no dice que estos personajes fueran tres reyes: esto lo dice la
leyenda inspirada probablemente en el texto de Isaías 60, 3-4. Más aún, si
Mateo comenzara su evangelio diciendo que Dios conduce reyes a Cristo, todo él
tendría otro sentido. La señal mesiánica anunciada por Isaías no es la
evangelización de los reyes, sino de los pobres, y sabemos que fueron los
pobres, los pastores, los primeros que recibieron la Buena Noticia.
Debemos pensar que estos personajes representan a los hombres que no
saben otra cosa de Dios que lo que adivinan en el silencio de las estrellas.
Son las primicias de la gentilidad, de los que han de venir de Oriente y
Occidente para sentarse en la mesa del reino (Mt 8,11s); pues el que ha nacido
en Belén no es sólo el rey de los judíos sino el salvador del mundo, de judíos
y gentiles, el que ha venido a liberar tanto a los que estaban bajo la ley de
Moisés como a los que padecían el despotismo de las estrellas (cfr. Gal 4,
1-3).
Los pueblos orientales esperaban el advenimiento de la "edad de
oro" de un periodo de paz y prosperidad universal bajo el señorío de un
rey prodigioso. En Babilonia, donde se tenía alguna noticia de las profecías
mesiánicas sobre todo a partir del destierro de Israel, se decía que este rey
universal nacería en Occidente.
Puede suponerse que Babilonia es el punto de partida de los Magos y que
éstos pertenecían a una casta sacerdotal, posiblemente la misma a la que se
refiere Daniel cuando habla de los "caldeos" (Dn. 2, 4ss). Estos
hombres se dedicaban apasionadamente al estudio de la astrología.
CR/SUBVERSIVO: Pero lo importante no es quiénes son y de dónde vienen los Magos, sino
su pregunta y el lugar donde la hacen. Preguntan por el rey de los judíos que
acaba de nacer, y preguntan en Jerusalén, donde reina un usurpador. Su pregunta
es subversiva. El que busca a Cristo como único Señor en un mundo donde hay
tantos señores que se imponen como tiranos sobre el pueblo, siempre es un
hombre subversivo.
No es de extrañar que la pregunta de los Magos ponga en guardia a
Herodes y que toda Jerusalén se conmueva. Herodes teme por el trono que ha
usurpado; los habitantes de Jerusalén temen las medidas represivas de Herodes.
Herodes consulta a los sumos sacerdotes y a los letrados para que
informen sobre el lugar donde tenía que nacer el Mesías. Le dicen que en Belén
de Judá, pues así lo había anunciado el profeta Miqueas (5, 2-8). Estos
sacerdotes tan bien informados no irán a Belén.
El que irá a Belén será Herodes; pero no para adorar al Niño, sino para
matarlo. Por eso averigua ladinamente el tiempo en que apareció la estrella y
pide a los Magos que le digan donde ha nacido el niño cuando lo encuentren. La
astucia de Herodes, que se finge interesado por adorar a Jesús, pone al
descubierto la táctica que usarán frecuentemente los poderosos de este mundo
respecto a la iglesia. Muchos que fingen proteger a la iglesia no quieren otra
cosa que controlarla o acabar con ella. En todo este relato, Mateo no pretende
otra cosa que ésta: decirnos que Jesús fue, desde el primer momento de su
nacimiento, el Mesías rechazado por los suyos y aceptado por los extraños.
EUCARISTÍA 1988, Nº 3
2.- Sigue el relato en el que a José se le confía la misión de dar
nombre al salvador del Pueblo. Sirviéndose de una técnica narrativa similar a
la empleada en este relato, Mateo comienza presentando la situación que va a
servir de punto de partida: después de una referencia al nacimiento de Jesús en
Belén de Judá durante el reinado del rey Herodes, detalla la presencia en
Jerusalén de unos magos venidos del este de Israel para adorar al recién nacido
rey de los judíos. La situación responde a las expectativas y esperanzas de los
viejos profetas, como lo refleja el texto de uno que lleva por nombre Isaías y
que la liturgia nos propone como primera lectura. Este profeta comenta la vida
de la comunidad instalada de nuevo en Jerusalén después del destierro, 587-538
a.C.
A la luz de este profeta, la lógica pide una eclosión de alegría en
Jerusalén por la llegada de extranjeros. Pero Mateo quiebra de inmediato la
lógica poniendo como primera acción del relato el sobresalto del rey y de todo
Jerusalén. Las acciones posteriores, centradas en la figura del rey Herodes,
reflejan la estrategia del sobresalto y, por ello mismo, dependen de él. El
dato, pues, significativo del texto es este sobresalto, en contra de la lógica
que cabría esperar a la luz de los viejos textos proféticos.
De esta manera Mateo nos presenta una sorprendente inversión de papeles.
Dentro del pueblo de Dios Jesús no es aceptado como guía y sí, en cambio, lo es
fuera. Inversión o, tal vez mejor, ampliación. El relato de Mateo, con una
estrella como símbolo, amplía a escala universal la realidad del Pueblo de
Dios.
Comentario: Si en el relato referido a José se le confiaba a éste la
misión de dar nombre al salvador del Pueblo, en el relato de hoy se pone de
manifiesto el alcance de este Pueblo. El Pueblo de Dios son las gentes todas de
la tierra. De ahí que Mateo haya buscado el símbolo en el firmamento, cuyas
estrellas son visibles para todos, sin distinción ni exclusión.
No parece que sea la integración, sino la exclusión, la tendencia del
comportamiento humano. Tal vez por eso, situado como está más allá de la
exclusión, el texto de hoy tiene tanta capacidad de evocación y de ensueño. Y
puesto que somos capaces de soñar, aún es posible que la realidad llegue a estar
hecha de sueños como el de hoy.
A. Benito - Dabar 1990, 8
3.- Esta narración evangélica, que se presenta con frecuencia como el
relato de los magos, es una narración midráshica que quiere exponer la historia
de la salvación a partir de unos ejemplos típicos. Balaam, que "venía de
los montes de oriente" había predicho a Judá una estrella (Nm 24, 17).
Esta formulación profética, escrita en tiempos de David, para indicar la
estrella que debía aparecer, se convirtió en un "tópico" mesiánico.
Un pagano había predicho a los paganos una luz y un Señor que había de aparecer
en el seno de Israel.
La estrella de David se convirtió, en el libro de Isaías, en luz para
los paganos. Así el nacionalismo estrecho del reino de David se transformó en
universalismo salvífico. Basta recordar los textos relativos al Siervo de Yahvé
que lo definen como luz de las gentes (Is 42, 6-7; 49, 6.9.12). Mateo toma el
relato de la estrella y -a la luz de la resurrección- ve en él el cumplimiento
de la predicción de Balaam.
El contraste entre los judíos de la capital y Herodes, por una parte, y
los magos por otra, es violento y claramente intencionado. El evangelista
muestra con este relato que el rechazo de Jesús por parte de los judíos ha sido
constante. No aceptan el mensaje y Jesús deberá pasar el reino a otros. Pero
esto no se realiza sin tensiones. Se requiere la disponibilidad de la fe y la
atención a los signos de los tiempos. Mientras los paganos "adoran al
Niño", los representantes del pueblo intentan matarlo. Desde el principio
Jesús ha sido piedra de escándalo.
P. Franquesa- Misa Dominical 1990, 1
4.- El episodio de los Magos tiene todas las características de una
leyenda. Naturalmente con una base sólida que la dio consistencia. En todos los
países donde se cultivaba la ciencia astrológica -y esto ocurría en todo el
entorno de Palestina- existía la firme convicción según la cual cada niño nace
en la coyuntura astral; de ahí que cada hombre tenga su propia estrella. Más
aún, la aparición de una nueva estrella o la conjunción de dos hacía pensar un
cambio en la historia humana.
Puede decirse de otra manera: la regularidad en la marcha de las
estrellas garantizaba la normalidad en la marcha del mundo. Por tanto, un
acontecimiento importante tenía que ser señalado de algún modo en la marcha de
las estrellas. Ahora bien, como el nacimiento de Jesús era el acontecimiento
más importante de la historia humana necesariamente debía ser anunciado por el
mundo de los astros. Es en este punto donde se unen la leyenda y la teología.
La base histórica para nuestro relato -supuesta la mentalidad
mencionada- es la siguiente: el año siete antes de Cristo tuvo lugar, según los
cálculos astronómicos, la conjunción de Júpiter y Saturno en la constelación
Piscis. El planeta Júpiter era considerado universalmente en el mundo antiguo
como el astro del Soberano del universo. Para los astrólogos babilonios,
Saturno era el astro de Siria y la astrología helenista lo designa como el
astro de los judíos. Finalmente, la constelación Piscis estaba relacionada con
el fin de los tiempos. Es lógico, ante la conjunción de Júpiter y Saturno, que
se pensase en el nacimiento, en Judea, del Soberano del fin de los tiempos.
En Qumran ha aparecido también el horóscopo del Mesías. Esto nos indica
que, también los judíos, mezclaban las creencias astrológicas con las
esperanzas mesiánicas y especulaban acerca de cuál sería el astro bajo el cual
nacería el Mesías.
A pesar de todo lo dicho, no hay posibilidad alguna de identificar la
estrella de los Magos con ninguna estrella del universo. Mateo pudo haberse
inspirado en cuanto precede, pero el relato bíblico pretende hablarnos de una
manifestación extraordinaria que, desde la oscuridad, guía a los Magos a
descubrir al rey de los judíos y del universo.
El texto los presenta como magos. La palabra es oriunda de Persia y con
ella se designaba a los dirigentes religiosos. En el griego corriente es
utilizada para designar a los magos propiamente dichos o practicantes de artes
mágicas. ¿Qué significa en nuestro texto? Por supuesto que no son reyes. Esta
creencia surgió posteriormente bajo la influencia de algunos pasajes bíblicos
(Sal 72, 10; Is 49, 7; 60,10: vendrán reyes y honrarán a Yahveh).
Posteriormente, en el siglo V se concretó su número sobre la base de los
dones ofrecidos. Finalmente, en el siglo octavo, reciben los nombres de
Melchor, Gaspar y Baltasar. Tampoco eran lo que hoy conocemos como sabios;
tenían conocimientos de astrología. Hoy los llamaríamos astrólogos.
Los Magos son figuras teológicas y funcionales, que vienen a ratificar
la dignidad única del protagonista del evangelio, a quien Mateo ya ha
presentado (ver el comentario a 1, 1-25). De ahí que esta escena sea como el
complemento de la anterior. Más aún, estos hombres -que eran paganos, no
judíos, y por tanto desconocían la revelación del Antiguo Testamento- reconocen
al Mesías y no se escandalizan de su humildad. Por el contrario, los doctores
de la Ley, especialistas en la Escritura, no lo reconocen. Estamos ya ante una
tesis que se hará general a lo largo del evangelio de Mateo: Jesús es rechazado
por el pueblo de Dios y es aceptado por los gentiles. Por otra parte, el
episodio significa que, ante Dios, no hay acepción de personas. Caen las
barreras del particularismo judío y se afirma el universalismo de la salud que
se ofrece a todos sin distinción.
¿Por qué el contenido teológico no ha eliminado los motivos legendarios?
También por razones teológicas: en Jesús se cumplen todas las esperanzas, no
sólo las del pueblo judío sino las de todos los hombres. El es el rey que todos
esperan, pero un rey humilde y oculto. Quien lo encuentra se alegra, lo hace el
rey de su vida y le rinde el más precioso homenaje. Como los Magos. Los regalos
mencionados en el texto son los productos típicos de un país oriental, que son
ofrecidos a los reyes.
Comentarios A La Biblia Liturgica Nt - Edic Marova/Madrid 1976.Pág. 932
5.- Venimos de Oriente a adorar al Rey
Lucas coloca a unos judíos pobres y marginales (los pastores) como los
primeros adoradores de Jesús. Mateo, en cambio, coloca a unos paganos, mientras
que los judíos relevantes, que han sido informados de este nacimiento,
permanecen indiferentes, y los poderosos del momento se asustan y decretan una
persecución.
Ciertamente seria un error buscar en este relato concreciones históricas
(si la estrella era un cometa, si los magos tenían unos libros que hablaban de
aquel nacimiento...). La escena está construida por Mateo para transmitir un
mensaje importante, y es este mensaje el que hay que escuchar y saborear.
El punto de partida de la historia es la creencia popular de que el
nacimiento de cada persona está marcado por el nacimiento también de una
estrella. Y era fama que los mejores astrólogos y escrutadores de estrellas
eran los sabios mesopotámicos y persas. Y a partir de aquí nace el relato: unos
hombres de países alejados, sin relación con las promesas de Israel, han sido
suficientemente abiertos como para darse cuenta de que nacía una estrella
diferente de las demás (la "estrella que se alza en Jacob", de Nm
24,17), que les indicaba algo que valía la pena hallar, un "Rey de los
judíos que ha nacido". Se han puesto en camino hacia el país de los judíos
(el texto no nos dice que la estrella les guíe) y allí se encuentran con la
indiferencia y nerviosismo de los que ellos imaginaban que más contentos
tendrían que estar. Herodes se asusta, mientras que los responsables de la
religión de Israel les indican fríamente lo que dicen las profecías.
A partir de aquel momento, la escena se llena de fuerza. La estrella
aparece y les guía, y les conduce al lugar donde está el niño. Su reacción es
"una inmensa alegría" y el inmediato homenaje a aquel niño que tiene
como única característica el hecho de estar, como toda criatura, con su madre
(algo parecido a las "señas" de las que hablaban los ángeles de
Lucas: "un niño envuelto en pañales"). Los regalos que ofrecen
realizan el homenaje de todos los pueblos al Mesías, llevando a cabo el sentido
profundo y auténtico de lo que leíamos en la primera lectura y en el salmo.
El relato tiene, pues, un doble mensaje básico: que Jesús es el Mesías
esperado, en el que se realizan las promesas hechas a Israel; y que todos los
pueblos de la tierra son llamados a compartir, en plano de igualdad, estas
promesas, y a reconocer este Mesías universal.
Josep Lligadas - Misa Dominical 1995, 1
LA FIESTA DE EPIFANÍA
La Iglesia celebra la epifanía a los doce días de la navidad. Se trata
de una fiesta que tiene un carácter similar al de la anterior. Son fiestas
compañeras, si no gemelas. El nombre de "pequeña navidad" dado a la
epifanía expresa la idea popular de la fiesta en la Iglesia occidental. Parece
como una repetición, a menor escala, de las celebraciones navideñas. Entre los
cristianos de Oriente sucedía exactamente lo contrario. También ellos celebran
la navidad, pero no le conceden el mismo rango que a la epifanía. Les parece
apropiado dar a navidad el título de "pequeña epifanía".
Dejando a un lado la discusión acerca del rango e importancia relativa
de estas fiestas, lo cierto es que la Iglesia universal celebra ambas
solemnidades. Navidad y epifanía son fiestas complementarias que se enriquecen
mutuamente. Ambas celebran, desde diferentes perspectivas, el misterio de la
encarnación, la venida y manifestación de Cristo al mundo. Navidad acentúa más
la venida, mientras que epifanía subraya la manifestación.
Una mirada a los orígenes. La epifanía es de origen oriental y,
probablemente, comenzó a celebrarse en Egipto. De allí pasó a otras iglesias de
Oriente, y posteriormente fue traída a Occidente, primero a la Galia, más tarde
a Roma y al norte de Africa. La aparición de esta fiesta al principio del siglo
IV coincidió aproximadamente con la institución de la navidad en Roma. Durante
este siglo tuvo lugar un proceso de imitación recíproca de ambas iglesias.
Mientras que las iglesias occidentales adoptaban la fiesta de la epifanía, las
orientales, con algunas excepciones, no tardaron mucho en introducir la fiesta
de navidad. Como resultado de esta nivelación o "gemelización", ya en
el siglo IV o v las iglesias orientales y occidentales celebraban dos grandes
fiestas en el tiempo de navidad.
Se ha descrito la fiesta del 6 de enero como la navidad de la Iglesia
de Oriente. Podríamos considerar exacta esta descripción si nos atenemos al
período de los orígenes. No hay duda de que, en el tiempo de su institución, la
epifanía conmemoraba el nacimiento de Cristo y, en este sentido, no era tan
diferente de nuestra navidad; ambas eran fiestas de natividad. Sin embargo, esa
fiesta experimentó una cierta evolución como resultado de la influencia de la
navidad occidental. Parece probable que incluyó desde el principio al menos
otro tema: el del bautismo de Jesús en el Jordán. Este tema ganó importancia
hasta llegar a convertirse en el objeto primero de la fiesta. La conmemoración
de la natividad quedó entonces reservada a navidad.
El término mismo, proveniente del griego epiphaneia
("manifestación"), arroja luz sobre la significación originaria de la
fiesta. En el griego clásico, la palabra podía expresar dos ideas, secular una,
religiosa la otra. En el uso secular podía referirse a una llegada. Cuando, por
ejemplo, un rey visitaba una ciudad y hacía su entrada solemne, se recordaba
ese evento como una epifanía. San Pablo utiliza la palabra en este sentido
refiriéndose a Cristo. Su venida a la tierra fue una epifanía, como la de un
gran monarca que entra en una ciudad. Fijémonos, por ejemplo, en este pasaje de
2 Timoteo 1,10: "Y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús desde la
eternidad, y manifestada ahora por la aparición (epiphaneia) de nuestro Señor
Jesucristo" 1. Si tenemos presente este uso neotestamentario del término
epiphaneia, entenderemos con facilidad cómo la idea de nacimiento entró en la
concepción de la fiesta de la epifanía, ya que celebraba la venida, la llegada
y la presencia de la palabra encarnada entre nosotros.
Existía, además, el uso religioso del término en la cultura griega.
Aquí tiene un sentido bastante diferente. Denotaba alguna manifestación de
poder divino en beneficio de los hombres. Aquí estamos más cerca de la
interpretación litúrgica de la epifanía. Es una fiesta de manifestación. Dios
manifestaba su poder benevolente en la encarnación. La venida de Cristo a la
tierra era una epifanía en sí misma. Hubo, además, otras manifestaciones: la
adoración de los magos, el bautismo en el Jordán, la conversión del agua en
vino y otras más.
Parece, pues, que la fiesta de la epifanía tuvo desde el principio un
carácter más bien complejo. Fue una fiesta de natividad pero también fue algo
más. No se limitaba a celebrar la venida histórica de nuestro Señor y Salvador
Jesucristo a la tierra, sino también los diversos "signos" por los
que durante su vida reveló su poder y su gloria.
Hemos señalado con anterioridad que en la Iglesia de Oriente el foco del
interés tendía a centrarse en el bautismo de Cristo. Y no sin razón, pues fue
precisamente en ese acontecimiento donde el Padre dio testimonio de que éste
era su Hijo amado, y el Espíritu Santo se posó sobre él en forma visible. Esa
fue la manifestación que inauguró su ministerio público y le reveló como el
Mesías.
Con la introducción de la epifanía en Roma y en otras iglesias de
Occidente, el significado de la fiesta experimentó un cambio. Entonces, el
episodio de los magos que siguen a la estrella y vienen con sus regalos a
adorar al Mesías se convirtió en el tema principal de la fiesta. Se atribuyó un
simbolismo profundo al relato evangélico. Representaba la vocación de los
gentiles a la Iglesia de Cristo.
La llamada a todas las naciones. Cuando la epifanía se popularizó, se
implantó la costumbre de añadir las tres figuras de los magos a la cuna de
navidad. Ellos llegaron a conquistar la fantasía popular. La leyenda les dio
unos nombres y los convirtió en reyes. En la gran catedral gótica de Colonia se
puede ver la urna de los tres reyes. Sus "huesos" fueron llevados
allí, desde Milán, en 1164, por Federico Barbarroja.
Los grandes padres latinos, san Agustín, san León, san Gregorio y
otros, se sintieron fascinados por esas tres figuras, pero por una razón
distinta. No sentían curiosidad por conocer quiénes eran o su lugar de
procedencia. No tenían interés alguno en tejer leyendas en torno a ellos. Su
interés se centraba en determinar lo que ellos representaban, su función
simbólica, la teología subyacente en el relato evangélico. En sus reflexiones
sobre Mateo 2,1-12 llegaron a la misma conclusión: los sabios de Oriente
representaban a las naciones del mundo. Ellos fueron los primeros frutos de las
naciones gentiles que vinieron a rendir homenaje al Señor. Ellos simbolizaban
la vocación de todos los hombres a la única Iglesia de Cristo.
Con esta interpretación de epifanía, la fiesta toma un carácter más
universal. Amplía nuestro campo de visión, abre nuevos horizontes. Dios deja de
manifestarse sólo a una raza, a un pueblo privilegiado, y se da a conocer a
todo el mundo. La buena nueva de la salvación es comunicada a todos los
hombres. El pueblo de Dios se compone ahora de hombres y mujeres de toda tribu,
nación y lengua. La raza humana forma una sola familia, pues el amor de Dios
abraza a todos.
Este es el misterio que consideramos, tal vez, como evidente, pero que
fue fuente permanente de admiración para san Pablo. En la segunda lectura de la
misa (Ef 3,2-6) habla de este misterio, oculto desde generaciones pasadas, pero
revelado ahora a través del Espíritu, "que los paganos comparten ahora la
misma herencia, que forman parte del mismo cuerpo y que se les ha hecho la
misma promesa, en Cristo Jesús, a través del evangelio". Recordemos que
también nosotros hemos sido "gentiles". Como san Pedro recordaba a
sus conversos paganos: "Los que en un tiempo no erais pueblo de Dios,
ahora habéis venido a ser pueblo suyo, habéis conseguido misericordia los que
en otro tiempo estabais excluidos de ella" (1 Pe 2,10).
El llamamiento de las naciones es el tema de la homilía de san León
para el Oficio de lecturas. Dice así: "Que todas las naciones, en la
persona de los tres Magos, adoren al Autor del universo, y que Dios sea
conocido no ya sólo en Judea, sino también en el mundo entero". Y después
una exhortación: "Celebremos con gozo espiritual el día que es el de
nuestras primicias y aquel en que comenzó la salvación de los paganos".
Estos sabios de Oriente representaban los primeros frutos, las primicias (primitiae)
de la gran cosecha de la humanidad. Esta idea reaparece con frecuencia en los
sermones patrísticos dedicados a la epifanía.
Al final de su homilía, san León introduce una nota misionera. Observa
que la Iglesia celebra no precisamente un acontecimiento de otro tiempo, sino
la actividad salvadora que continúa todavía en el mundo. Allí donde se predica
el evangelio y las gentes son atraídas a la fe en Cristo, se realiza el
misterio de la epifanía. Y todos nosotros compartimos este trabajo de llevar a
otros a Cristo. Todos deberíamos ser "servidores de esa gracia que llama a
todos los hombres a Cristo".
En la primera lectura de la misma, tomada de Isaías 60,1-6, tenemos una
visión espléndida de la entrada de las naciones en la Iglesia. El profeta
predice el retorno de los exiliados a Jerusalén. Se representa a la ciudad como
a una madre que guarda luto por la dispersión de sus hijos y que se regocijará
pronto por su vuelta. La liturgia considera que esta profecía se ha cumplido en
la Iglesia. Ella es una madre, y se regocija al ver que sus hijos vienen de
lejos:
Alza en torno los ojos y contempla, todos se reúnen y vienen a ti, tus
hijos llegan de lejos, y tus hijas son traídas en brazos.
Una visión de universalidad, como una gran procesión de pueblos que
proceden de todas las partes del mundo y convergen en la ciudad santa, la
Iglesia. Y estos pueblos no vienen con las manos vacías, sino llevando dones:
"Porque a ti afluirán las riquezas del mar, y los tesoros de las naciones
llegarán a ti". ¿Cómo tenemos que entender esos dones? ¿Se trata
simplemente de riquezas y de recursos naturales, o representan riquezas
espirituales? En mi opinión, son lo último, los tesoros invisibles; y éstos
incluyen la sabiduría, la cultura heredada y las tradiciones religiosas de cada
nación. Todo esto tiene que entrar en relación con la Iglesia si ésta ha de ser
verdaderamente católica. No se puede aceptar todo. Algunos elementos deberán
pasar por una purificación, o incluso deberán ser rechazados; pero la Iglesia
reconoce que cuantos valores de verdad y de bondad se encuentran entre esos
pueblos son signos de la presencia oculta de Dios entre ellos. Como declara el
concilio Vaticano II: "Cuanto de bueno se halla sembrado en el corazón y
en la mente de los hombres o en los ritos y culturas propios de los pueblos no
solamente no perece, sino que es purificado, elevado y consumado para gloria de
Dios" 2.
En este punto volvemos a los tres reyes, pues parece que los
encontramos en el salmo responsorial (Sal 71): "Los reyes de Tarsis y las
islas le pagarán tributo. Los reyes de Arabia y de Sabá traerán
presentes". Tal vez fue este salmo el que dio pie a la tradición, presente
ya en Tertuliano, de que los magos eran reyes. Posteriormente se dio una
interpretación mística incluso a los dones mismos. Significaban misterios
divinos. El oro reconocía el poder regio de Cristo; el incienso, su sumo
sacerdocio, y la mirra, su pasión y sepultura.
La estrella que los guiaba. El siguiente elemento de la narración es la
estrella que guió a los sabios a Belén. Podemos dejar de lado explicaciones
relacionadas con la naturaleza de la estrella. Algunos querrían identificarla
con una notable conjunción de planetas registrada en el siglo VII-vI a.C., o
incluso con el cometa Halley. La excesiva preocupación por los detalles lleva
indefectiblemente a olvidar el punto real de la narración. Efectivamente, la
estrella es un elemento indispensable en la narración de san Mateo; pero la
tradición cristiana la interpreta no como un fenómeno natural, sino como un
símbolo de fe.
La oración principal de la fiesta, oración atribuida a san Gregorio
Magno, sugiere este último enfoque. Es una oración que enlaza tres ideas: la
vocación de las naciones, la estrella como símbolo de fe y el premio de la fe,
que es la visión de Dios cara a cara.
Señor, tú que en este día revelaste a tu Hijo unigénito a los pueblos
gentiles por medio de una estrella, concede a los que ya te conocemos por la fe
poder contemplar un día, cara a cara, la hermosura infinita de tu gloria.
Esta oración representa nuestra propia vida como un peregrinar, como
una peregrinación de fe. Nosotros somos los magos. La fe es la estrella que nos
guía. Belén es nuestra meta.
La fe es la luz por la que reconocemos a Dios. Es una estrella que nos
lleva a Cristo. Es un don de Dios, una iluminación, no una propiedad nuestra.
Cristo dijo: "Nadie puede venir a mí si no es atraído por el Padre que me
envió" (Jn 6,44). No se puede llegar a la luz de la verdad revelada
mediante el recurso exclusivo de la razón humana. Dios es el que revela; él es
el que "iluminó nuestros corazones para que brille el conocimiento de la
gloria de Dios, que brilla en el rostro de Cristo" (2 Cor 4,6).
Mediante la fe conocemos realmente a Dios, aunque este conocimiento sea
oscuro, "como a través de un espejo, de manera oscura o borrosa". Es
un conocimiento que nos une a Dios y lleva consigo, incluso en la tierra, la
"garantía" y la sustancia de las cosas esperadas (cf Heb 11,1).
Caminamos en fe, no en visión. Nos asemejamos al piloto de aviación que pilota
su aeroplano en la noche. No ve absolutamente nada fuera de su cabina. Fiándose
de sus instrumentos, sabe que se encuentra en la ruta correcta. También la fe
nos sitúa en nuestra ruta, nos muestra el camino que tenemos que recorrer.
En ocasiones podemos llegar a perder nuestra dirección. Tal vez
palidezca o llegue a desaparecer la estrella que se nos apareció con tanta
brillantez. Pero esto no quiere decir que estemos perdidos. Esa oscuridad es
temporal y sirve de prueba de nuestra fe. Tenemos que aprender de los magos. No
se pusieron a desandar el camino cuando perdieron la estrella. Por el
contrario, buscaron consejo acudiendo a hombres versados en las Escrituras,
hombres capaces de decirles dónde nacería Cristo. También nosotros deberíamos
consultar con aquellos que, por sus conocimientos y experiencia, están en
condiciones de ayudarnos. Necesitamos el consejo de hombres y mujeres que
conocen realmente la palabra de Dios. Debemos añadir nuestra oración y nuestra
paciencia. Entonces reaparecerá la estrella...
La luz de la fe es algo que puede y debe ser compartido. Necesitamos el
testimonio de otros y estamos. obligados a "dar testimonio de la
luz". El testimonio de una vida buena, de una fe viva, es mucho más eficaz
que toda una torrentera de palabras. Ese es el mensaje de las velas encendidas
en pascua y el de la estrella de epifanía. Tendremos que comunicar a nuestros
semejantes la luz que hemos recibido. Según san León Magno: "Todo el que
vive en la Iglesia piadosa y castamente, el que 'tiene. pensamientos celestiales,
no terrenos', se asemeja a esta luz celestial; y mientras preserve en sí mismo
el esplendor de una vida santa, como la estrella, revela a muchos el camino que
lleva al Señor" 3.
Pero fe no es visión. No apaga el deseo, sino que lo inflama. La felicidad
última del hombre descansa en la visión sobrenatural de Dios. Anhelamos verle
tal cual es en realidad, ser conducidos a la visión de su gloria. Es algo que
nos atrevemos a esperar, pues se nos ha prometido "lo que ojo no vio ni
oído escuchó". En la fiesta de hoy, la Iglesia pide este don de los dones
para todos sus hijos. Entre tanto, tenemos que contentarnos con la luz que
tenemos, la luz de la fe "que luce en lugar tenebroso hasta que alboree el
día y el lucero de la mañana despunte en vuestros corazones" (2 Pe 1,19).
Temas secundarios. La liturgia de epifanía incluye otros temas o
motivos que, si bien ocupan un segundo plano, son importantes para comprender
la fiesta. Tradicionalmente, la Iglesia conmemora tres manifestaciones, que son
descritas en la antífona del Magnifrcat: "Hoy la estrella condujo a los
magos al pesebre; hoy el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná; hoy
Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán para salvarnos".
Estos son los tres milagros (tria miracula). Hemos tratado del primero.
Consideremos ahora los otros dos, comenzando por el bautismo de Jesús. Como
hemos señalado, éste llegó a convertirse en el tema principal de la fiesta en
las liturgias orientales. Y no sin razón, ya que los evangelistas atribuyeron
grandísima importancia a este misterio. Los cuatro lo mencionan. San Marcos
comienza su evangelio con la predicación de Juan el Bautista y con el bautismo
de nuestro Señor, administrado por aquél.
Jesús fue manifestado como el hijo de Dios en su bautismo. Precisamente
entonces se escuchó la voz del Padre que decía: "Este es mi hijo amado, en
el que me complazco" (Mt 3,17). El Bautista, movido por el Espíritu, dio
también testimonio diciendo: "Este es el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo" (Jn 1,29), anunciando de esta manera su misión
salvadora. Por parte de Jesús, el bautismo fue un humilde acto de sumisión por
el que se colocaba entre los pecadores. De esta manera daba testimonio de su
amor al Padre y a las gentes a las que había venido a salvar. Su bautismo marcó
el comienzo de su ministerio público y de su investidura solemne como Mesías.
El bautismo encerraba también una significación profética. Anunciaba otro
bautismo, el de la muerte en cruz, por el que conseguiría de manera definitiva
nuestra redención; y predecía la venida del Espíritu Santo en pentecostés y el
bautismo de todos los creyentes.
Al contemplar la profunda significación de este hecho, sorprende que el
bautismo no ocupara un lugar más prominente en la liturgia romana. No vamos a
entrar en los motivos o razones que llevaron a tal situación; pero sí
añadiremos que se ha enmendado la situación. Los padres de la Iglesia
contemplan y comentan, en las lecturas patrísticas de los días que siguen a la
fiesta, los diversos aspectos del misterio. Más aún, el domingo siguiente a la
epifanía se ha convertido en la fiesta del bautismo del Señor.
Al celebrar la fiesta del bautismo de nuestro Señor, conmemoramos
también nuestro propio bautismo y nuestra adopción como hijos de Dios. Cuando
tratamos de la navidad, ya consideramos cómo el misterio de nuestra adopción
divina comenzó en la encarnación. En la fiesta de hoy se nos recuerda que
nuestra adopción se hizo realidad en el día de nuestro bautismo. La liturgia
recuerda este don de Dios y nos hace rememorar nuestra obligación de vivir como
hijos de Dios. En una de las peticiones suplicamos: "Tu bautismo nos hizo
hijos del Padre. Concede el espíritu de filiación a cuantos te buscan". Y
decimos al Padre en la oración final: "Concede a tus hijos de adopción, renacidos
del agua y el Espíritu Santo, perseverar siempre en tu benevolencia".
La fiesta de la boda de Caná es el tercer "milagro"
conmemorado en la epifanía. Fue el primer signo que hizo Jesús, la primera
manifestación de su poder divino. Convirtiendo el agua en vino, "manifestó
su gloria y creyeron en él sus discípulos" (Jn 2,11). Joseph Lemarié
declara en su conclusión al riquísimo comentario de este episodio: "El
milagro del agua convertida en vino es el signo de la nueva dispensación que es
la economía del Espíritu. Por este Espíritu, Cristo transforma a la humanidad y
hace que pase del estado de pecado y de servidumbre a la gloria y a la libertad
de la filiación adoptada. El bautismo y la eucaristía son las dos fuentes de
esta nueva vida".
El tema nupcial recorre la Biblia de punta a cabo. La relación de Dios
con su pueblo es la de un esposo con su esposa: "Pues tu esposo será tu
creador, cuyo nombre es Yavé Sebaot" (Is 54,5). Expresa el amor fiel de
Dios a su pueblo, y la alianza es el símbolo de este amor. El creador y sus
criaturas están unidos por esta alianza, que es como un pacto matrimonial.
Vino luego la nueva economía: "Porque tanto ha amado Dios al
mundo, que le ha dado a su Hijo unigénito" (Jn 3,16). La encarnación fue
la consumación de la unión de Dios con los hombres. Por eso los padres de la
Iglesia gustaban de presentar el misterio de la encarnación como una especie de
matrimonio místico. San Gregorio Magno, en una homilía sobre la parábola del
banquete nupcial (Mt 22,1-4), explica cómo Dios Padre preparó un banquete
nupcial para su Hijo cuando éste unió su naturaleza a la nuestra en el casto
vientre de la virgen María (homilía 38 de los evangelios). La imagen es muy
adecuada para expresar la caridad divina que motivó la encarnación. La hemos
encontrado en la liturgia de navidad, especialmente en las antífonas y en los
salmos. Tenemos un ejemplo en la antífona del Magnificat para el día de
navidad: "Viene del Padre, como el esposo sale de su cámara nupcial".
En el Nuevo Testamento, el título de esposo se aplica a Cristo. Su
esposa es la Iglesia. Su venida a la tierra, los años de su vida oculta y su
ministerio público tienen el carácter gozoso de una celebración nupcial. El
prohibió a sus discípulos guardar luto mientras el esposo está todavía con
ellos (Mt 9,15). Juan el Bautista se sentía orgulloso de ser el "amigo del
esposo"; sus apóstoles fueron sus acompañantes, y todos eran sus
invitados.
La celebración de la boda de Caná sirve de conclusión gozosa del tiempo
de navidad. Expresa de manera gráfica la sobreabundancia de vida, el "vino
nuevo" que Cristo regala a su esposa, la Iglesia. Parece entretejer todos
los hilos de la liturgia de las festividades navideñas, y está resumida de
manera admirable en la antífona de Laudes en la fiesta de la epifanía:
Hoy la Iglesia se ha unido a su celestial esposo, porque en el Jordán
Cristo la purifica de sus pecados; los magos acuden con regalos a las bodas del
rey, y los invitados se alegran por el agua convertida en vino. Aleluya.
Vincent Ryan - Adviento-Epifanía- Paulinas. Madrid 1983, Págs. 104-118