SER AMADOS POR
DIOS
1°
LECTURA: 1Cro.
36, 14-16. La ira y la misericordia del Señor se manifiestan en la deportación
y en la liberación del pueblo.
SALMO: Sal 136: Que no me olvide de ti,
Señor
2°
LECTURA: Ef.
2, 4-10: Estando muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo.
EVANGELIO:
Jn. 3, 14-21: Dios manda su Hijo al mundo para
que el mundo se salve por él.
De la
conversación con Nicodemo recogemos la afirmación que puede dar alimento a más
de una meditación: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único”.
¿Construimos nuestra espiritualidad sobre este pensamiento de ser amados?. La
idea de amar nos resulta más familiar: Señor, te amo, quiero amarte. Sin embargo es posterior a la de ser amados. Antes de eso, por ser
primero, deberíamos afianzar esta maravillosa certidumbre: Dios nos ama, Dios
me ama. ¿Qué somos entonces, si Dios puede amarnos?. Más de una vez, esta idea
nos hace soñar, pero no acabamos de ver claro. ¿Tú Señor y nosotros? ¿Qué
encuentras en nosotros? ¿Qué ocurre cuando tú nos miras?. ¿Te conmueves? ¿Te
diviertes? ¿Te irritas?. Ya el antiguo salmo se planteaba esta cuestión: “Qué
es el hombre para que te acuerdes de él?”. ¿Qué soy yo a tus ojos, Señor, para
que pienses en mí?.
Cuando alguien piensa en
nosotros, nos sentimos felices. ¿Cómo es
que no sentimos esa misma dicha, mil veces más interesante, ante la idea de que
Dios nos ama?. La respuesta es fácil.
Los que nos aman tienen un rostro, sus ojos nos sonríen, su voz nos
conmueve. Pero ¿Dios? ¿Cómo nos mira?.
¡Es tan difícil imaginarle! ¡Dios es tan silencioso!. Apenas dicho esto,
tengo vergüenza de haber hablado así, ¿Cómo puedo olvidar que, para
hablarnos de amor, Dios nos envió su propia palabra? ¿Qué para poder sonreírnos quiso
unos ojos de hombre? “Al verbo de vida, dice Juan, lo hemos visto, lo hemos
oído, lo han tocado nuestra manos, la vida se ha manifestado en él”. ¡La vida
nos ha mirado!.
El secreto de los iconos está
ahí: ser mirados por Cristo, ser mirados con amor por Dios. Esa mirada puede
realmente hacernos existir. El hijo
mirado con cariño se desarrolla feliz; el hombre amado, la mujer amada sienten,
bajo ese sol, que existen que son alguien para el otro ¡Sentir, o por lo menos, saber por la fe que yo soy alguien para
Dios!. El ama también a los que me cuesta amar. Pensar en su mirada sobre mí no tiene que llevarme a imaginar un
tú a tú que haga el desierto alrededor de nuestro amor; eso sería perder pronto
ese amor. Yo soy amado por un amor inmenso, en un amor inmenso. “Tanto amó Dios al mundo”. Cuando desprecio a
alguien, cuando le tengo envidia, cuando lo ignoro, me salgo de la revelación
que establece el único espacio en que puede ser amado por Dios; él ama a
todos los hombres, nos ama como pueblo.
Amado por él, comulgo de su mirada de amor a los demás: “Dios no mandó a
su Hijo al mundo para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve”.
Pbro. Roland
Vicente Castro Juárez