QUE POR LA FE TENGA VIDA
ORACION COLECTA
Dios de misericordia infinita, que
reanimas la fe de tu pueblo con el retorno anual de la fiesta pascuales,
acrecienta en nosotros los dones de tu gracia, para que comprendamos mejor la inestimable riqueza del bautismo que nos
ha purificado, del Espíritu que nos ha hecho renacer y de la sangre que nos ha
redimido. Por nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de los Hechos
de los apóstoles 5,12-16
Los apóstoles hacían muchos
signos y prodigios en medio del pueblo. Los fieles se reunían de común acuerdo
en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la
gente se hacía lenguas de ellos; más aún, crecía el número de los creyentes,
hombres y mujeres, que se adherían al Señor. La gente sacaba los enfermos a la
calle, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra,
por lo menos, cayera sobre alguno. Mucha gente de los alrededores acudía a
Jerusalén, llevando a enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos se
curaban.
SALMO
RESPONSORIAL (117)
Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna
su misericordia
Diga
la casa de Israel: eterna es su misericordia.
Diga
la casa de Aarón: eterna es su misericordia.
Digan
los fieles del Señor: eterna es su misericordia. R.
La
piedra que desecharon los arquitectos
es
ahora la piedra angular
Es
el Señor quien lo ha hecho,
ha
sido un milagro patente.
Éste
es el día en que actuó el Señor:
sea
nuestra alegría y nuestro gozo. R.
Señor,
danos la salvación; Señor, danos
prosperidad.
Bendito
el que viene en nombre del Señor,
os
bendecimos desde la casa del Señor;
el
Señor es Dios, él nos ilumina. R.
SEGUNDA LECTURA
Lectura del libro del Apocalipsis 1,9-11a.12-13.17-19
Yo, Juan, su hermano y
compañero en la tribulación, en el reino y en la constancia en Jesús, estaba
desterrado en la isla de Patmos, por haber predicado la palabra, Dios, y haber
dado testimonio de Jesús. Un domingo caí en éxtasis y oí a mis espaldas una voz
potente que decía: «Lo que veas escríbelo en un libro, y envíaselo a las siete
Iglesias de Asia.». Me volví a ver quién me hablaba, y, al volverme, vi siete
candelabros de oro, y en medio de ellos una figura humana, vestida de larga
túnica, con un cinturón de oro a la altura del pecho. Al verlo, caí a sus pies
como muerto. Él puso la mano derecha sobre mí y dijo: «No temas: Yo soy el
primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto y, ya ves, vivo por los
siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo. Escribe,
pues, lo que veas: lo que está sucediendo y lo que ha de suceder más tarde.».
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Juan 20,19-31
Al
anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una
casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y
en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a ustedes.».
Y,
diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron
de alegría al ver al Señor.
Jesús
repitió: «Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío
yo.».
Y,
dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu
Santo; a quienes les perdonen los pecados!, quedan perdonados; a quienes se los
retengan, les quedan retenidos.».
Tomás,
uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y
los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.».
Pero
él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el
dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.».
A
los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó
Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a ustedes.».
Luego
dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado; y no seas incrédulo, sino creyente.».
Contestó
Tomás: «¡Señor Mío y Dios Mío!».
Jesús
le dijo: «¿Porque me has visto has creído?. Dichosos los que crean sin haber
visto.».
Muchos
otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los
discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el
Hijo de Dios, y para que, creyendo tengáis vida en su nombre.
PLEGARIA UNIVERSAL
Señor, traemos ante ti todas nuestras increencias, rutinas,
miedos, y muertes, porque queremos que nos ayudes a resucitar contigo. Y como
santo Tomas repetimos: ¡Señor mío y Dios mío!
1.-
Por la Iglesia, herida por tanta incoherencia, por tanto egoísmo, por tanta
falsedad de parte de los de fuera de ella, pero también de parte de algunos que
están dentro de ella, para que, viendo las marcas de la pasión de Cristo y la
gloria de la Resurrección, aceptemos con humildad nuestro camino. ¡Señor
mío y Dios mío!.
2.-
Por el Papa Francisco, los obispos, los sacerdotes, los diáconos, para que su
coherencia, su perdón, su entrega. Hagan que todos lo que miramos hacia ellos
podamos repetir la oración de Tomas. ¡Señor mío y Dios mío!.
3.-
Por los pobres, los marginados los que sufren situaciones de injusticia, cuyas heridas
producimos con la mayor naturalidad, para que al cruzarnos con ellos nos hagan
cambiar confiar en nuestro Dios y Señor.
¡Señor
mío y Dios mío!.
4.-
Por nosotros, para que seamos conscientes de que cuando hacemos daño a una
persona estamos hiriendo al Hijo de Dios y arrepentidos elevemos nuestra
plegaria. ¡Señor mío y Dios mío!.
Te pedimos Señor, que nos ayudes a vivir en plenitud entendiendo
que de tus llagas nacen el amor y la misericordia. Por Jesucristo nuestro
Señor.
ORACION SOBRE LAS OFRENDAS
Recibe Señor, las ofrendas que 8junto con los recién
bautizados) te presentamos y haz que
renovados por la fe y el bautismo, consigamos la eterna bienaventuranza. Por
Jesucristo nuestro Señor.
ORACION DESPUES DE LA COMUNION
Concédenos, Dios todopoderoso que
la fuerza del sacramento pascual que hemos recibido persevere siempre en
nosotros. Por Jesucristo nuestro Señor.
COMENTARIO
En el evangelio de hoy son fácilmente discernibles tres
partes. La primera la forman los vs. 19-23. Se desarrolla en un lugar cerrado.
Dentro se encuentran los discípulos, en quienes ha hecho presa el miedo a los
judíos. Llega Jesús y, tras saludarles, se identifica. El autor comenta
lacónicamente: Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. El saludo
repetido abre después las palabras de Jesús, constituyendo a los discípulos en
enviados suyos. Un suave soplo de aire de Jesús es el símbolo de ese envío, que
el propio Jesús explica. La segunda parte está formada por los vs. 24-29, con
Tomás como protagonista. No cree lo que los demás le cuentan sobre Jesús. Más
aún, pone condiciones para su aceptación. A los ocho días se repite el hecho en
las mismas circunstancias de lugar y miedo. Tras el saludo a todos, Jesús se
dirige directamente a Tomás, a quien invita a dar crédito a la realidad de su
persona. Tomás así lo hace, pero Jesús le puntualiza que el camino que ha
seguido para creer en él no es ni el único ni el más dichoso.
La tercera parte del texto son los vs. 30-31. Se trata de
una conclusión del autor a toda su obra, indicando las dos motivaciones que ha
tenido para escribirla.
El autor del cuarto Evangelio ha presentado la fe en Jesús
resucitado por parte de los discípulos. Lo veíamos el domingo pasado. A ella
han llegado a partir de la profundización en un signo, el sepulcro vacío. Por
consiguiente, la primera parte del texto de hoy no quiere ser una demostración
de que Jesús vive. En el planteamiento de Juan no entra la fe como apologética.
Lo que Juan quiere poner de manifiesto en esa primera parte es el papel de los
discípulos en cuanto creyentes.
Son los enviados de Jesús, como él lo ha sido del Padre. Lo
son, por supuesto, desde la íntima paz y alegría nacidas de la efectiva y real
presencia de Jesús. Pero no es esa presencia lo que se quiere hacer resaltar,
sino el envío de los discípulos.
Como el Padre me ha enviado, así también yo les envío. Los
creyentes son una comunidad con un aire nuevo, el aire de Jesús, simbolizado en
su suave soplo sobre ellos. Los creyentes son la comunidad del perdón de los
pecados. ¡Lástima del aire viejo y enrarecido que a veces se ha infiltrado en
estas palabras!
PALABRA DE DIOS Y SANTORAL DE CADA DÍA
Lunes: Is. 7, 10-14; Sal 39; Hb. 10, 4-10; Lc. 1, 36-48.
Martes: Hch. 4, 32-37; Sal 92; Jn. 3, 5ª.7b-15.
Miércoles: Hch. 5, 17-26; Sal 33; Jn. 3, 16-21.
Jueves: Hch. 5, 27-33; Sal 33; Jn. 3, 31-36.
Viernes: Hch. 5, 34-42; Sal 26; Jn. 6, 1-15.
Sábado: Hch. 6, -7; Sal 32; Jn. 6, 16-21.
Domingo: Hch. 5,
27-32.40b-41; Sal 29; Ap. 5, 11-14; Jn. 21, 1-19.
COMENTARIOS AL EVANGELIO
Jn 20, 19-31
Las páginas del
evangelio de Juan repiten incansablemente: “Ese hombre es Dios”. Al final pone
el remache: Se escribió este libro, para que crean que Jesús es el Hijo de
Dios”. Creer esto es ser un cristiano. Hay millones de hombre que creen en
Dios, pero sólo los cristianos añaden a esta fe una afirmación que los judíos y
los musulmanes rechazan enérgicamente: Dios es Padre, Hijo y Espíritu. Y el
Hijo se encarnó en Jesús de Nazareth. Los que trataron con Jesús durante tres
años tenían sus dudas; fue necesaria la resurrección para que en nombre de
todos Tomás lanzase este grito de amor y de adoración: “¡Señor mío y Dios
mío!”. “Por su fe tengan vida”. ¿Qué otra vida?. ¡Por qué los que no creen en
la divinidad de Jesucristo también están ciertamente vivos!. San Juan nos ha
hablado todo el tiempo de vida eterna. Esta palabra es un tanto engañosa: se
piensa en una vida sin fin. Esto es verdad, pero insuficiente para ver de qué
vida se trata. Hay que pensar más bien en uno de los nombres de Dios: el
eterno. La vida que se nos ofrece es la vida del eterno, la vida misma de Dios.
Nuestra fe llega hasta eso.
Pero ¿cómo esa otra
vida, que Juan llama vida eterna, se manifiesta concretamente en nuestra vida
de cada día? Los verdaderos creyentes, cuando juzgan a las personas, los
hechos, los acontecimientos, lo hacen bajo una luz distinta. Se dice de ellos:
“¡Qué fe!”. Su esperanza nadie la puede
derribar y tienen paz y alegría y no le abaten las preocupaciones. Su
preocupación por los demás, su prontitud para el servicio, para el compromiso,
su manera de amar sin contentarse con palabras, lo llamaríamos la vida
“teologal”, o sea una vida dada por Dios que nos liga constantemente a él bajo
la forma de experiencia de fe, de esperanza y de caridad. Cuando creo, cuando
espero, cuando amo, vivo la vida “eterna” tal como se la puede vivir aquí
abajo. Es la vida “cristiana” si se le
da a esta palabra, un tanto devaluada toda su fuerza: la vida “crística”. La
que nos hace reír: “Mi vida es Cristo”.
Al abrir nuestra vida ordinaria a Jesucristo, la fe hace entrar en ella los
pensamientos de Jesucristo, sus juicios, su fortaleza, su forma de amar, todo
lo que san Juan expresar con su famoso “como”. Vivir como Cristo. Un Francisco
de Asís por ejemplo vivió “como Cristo” en la medida que puede hacerlo un
hombre. Y esto es verdad en todos los santos, pero de manera muy diversa
dada la riqueza de imitación de Cristo. Sin alcanzar esas cumbres, muchos
cristianos llevan una vida “teologal” una vida de imitación de Jesucristo. El
evangelio es evidentemente la mejor escuela, con tal que se desarrolle un
reflejo esencial: todo lo que se aprende en él de Jesús tiene que movernos a
vivir algo como él: “el evangelio dice Juan, se escribió para que por la fe de
ustedes tengan vida”. Es inútil creer si esto no nos sacude. Tiene que
cambiarnos, escuchar y vivir el evangelio, pues Mateo, Marcos, Lucas y Juan
escribieron su evangelio: no es un libro, es él.
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1.- Texto. Se compone de un relato en dos
tiempos y de un epílogo o comentario final del autor a todo el Evangelio. El
relato arranca al atardecer del mismo día en el que, de madrugada, Pedro y el
discípulo amado habían comprobado que el sepulcro de Jesús estaba vacío. El
lugar es un espacio cerrado a causa de un miedo al exterior humano. Jesús se
hace presente en ese espacio y su presencia comunica paz e infunde alegría a
los encerrados. Y con la paz y la alegría, el aliento de un envío a imagen y
semejanza del envío de Jesús por el Padre.
El segundo tiempo del relato se sitúa a
la semana siguiente. Esta vez el problema no es externo (miedo a los de fuera),
sino interno: Tomás ha puesto condiciones para poder creer que Jesús está vivo.
De nuevo se hace Jesús presente comunicando paz, e inmediatamente se dirige al
hombre que había puesto condiciones.
Jesús no le reprocha su actitud, pero
declara superior la exhibida por el discípulo amado en Jn. 20, 8: sin haberle
visto a él, ha creído, sin embargo, que él estaba vivo. La traducción litúrgica
habla en perspectiva de futuro: ¡Dichosos los que crean sin haber visto! La
lectura es correcta, pero a condición de enraizarla en el presente del grupo,
cuyo símbolo es el discípulo amado, personaje no necesariamente individual, y
que por eso mismo jamás tiene nombre propio exclusivo. ¡Dichosos los que tienen
fe sin haber visto! Los dos últimos versículos no se refieren sólo al relato de
hoy, sino que tienen en cuenta la totalidad de la obra. Los interlocutores son
el autor y sus lectores. El autor se dirige directa y explícitamente a los
lectores, nosotros por ejemplo. Les -nos- habla de su labor de selección y del
móvil que le ha llevado a escribir.
Comentario. El primer tiempo del relato
sugiere por evocación las primeras línea del Génesis: "La tierra era un
caos informe; sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se
cernía sobre la faz de las aguas" (/Gn/01/02). En ambos casos el aliento
crea una situación buena nueva, poniendo fin a otra anterior de tiniebla o de
espacio cerrado. Probablemente haya que buscar en esta evocación la clave de
lectura de nuestro texto. ¿No querrá hablarnos el autor de un nuevo comienzo,
de una nueva creación? Las primera creación llevaba aneja una bendición:
"Creced y multiplicaos". Bendecir a alguien es dotarle de una fuerza
saludable. También aquí los discípulos (en el cuarto Evangelio sinónimo de creyentes)
aparecen dotados con esa fuerza: "Recibid espíritu santo: a quienes les
perdonéis los pecados, les quedan perdonados: a quienes se los retengáis, les
quedan retenidos".
BENDICION-BIBLICA: Estas palabras no
tienen sentido forense. Hay que interpretarlas en la línea de la bendición
bíblica. La bendición produce el engrandecimiento ante los demás de la persona
bendecida, a la vez que Dios hace depender su conducta respecto de los hombres
de la postura que éstos adopten frente a las personas que él ha bendecido. El
creyente en Jesús es recipiente y también cauce de bendición; es fuerza
saludable para los demás.
Tal vez esta grandeza explica el interés
del autor del cuarto Evangelio por el tema de la fe en Jesús y de las personas
creyentes. El ha escrito, nos dice, "para que creáis que Jesús es el Hijo
de Dios. ¡Dichosos los que tienen fe sin haber visto!" El autor sabe que
esto no es una cuestión de evidencia tajante. Tal vez por eso no habla él de
milagros, sino de signos. El signo hay que saber captarlo. Creer en Jesús es un
proceso que se lleva a cabo por descortezamiento o eliminación de capas. Pero
por esto mismo no es un proceso fácil, pues comporta siempre renovación de los
hábitos mentales y de comportamiento del que se dice creyente.
A. BENITO
DABAR 1988, 24
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2.- Comentario. Lo que un eminente
exégeta escribía hace treinta años sobre el relato de la Pasión en el cuarto
evangelio puede también aplicarse al relato de la Pascua: "No se trata de
una construcción hecha con miras a ilustrar unas ideas, sino una interpretación
teológica de una historia verdadera". Esta historia parte de una situación
de miedo a las autoridades judías. La situación no es nueva en la obra. Es ya
la cuarta vez que el autor la menciona (las otras tres en Jn. 7, 13; 9, 22; 19,
38). Por Jn. 7. 11-13 se ve claro que el miedo no es al pueblo judío, sino a
sus autoridades. Este miedo encierra, incapacita, esteriliza. "En esto
entra Jesús". Al autor no le interesa el cómo ni el modo. Lo importante es
el hecho. Jesús está ahí, es la misma persona que había convivido antes con los
que ahora están incapacitados por el miedo. "Paz a vosotros". Por dos
veces resuena la frase. En vez del miedo, la paz. Esta debe ocupar el espacio
interior del que antes se adueñaba el miedo. El corazón de los discípulos se
distiende y la alegría termina por aflorar a sus rostros. "Paz a
vosotros". El cambio ya se ha producido. No tiene ningún sentido seguir
encerrados. "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo".
Padre, Jesús, cristianos (el término discípulos tiene en Juan este sentido
amplio). Los cristianos son a Jesús lo que Jesús es al Padre. Jesús está ahí
para desvelarles su identidad. Son sus enviados, como El lo es, a su vez, del
Padre. Por eso deben tener su mismo talante. "Recibid espíritu
santo". La presencia del artículo determinado "el" en la
traducción litúrgica puede desorientar un poco. El autor no está escribiendo en
términos trinitarios, sino en términos de tipo o calidad de existencia. Es
difícil condensar en unas línea lo que Juan entiende por espíritu y que ha ido
desentrañando a lo largo de su obra. Algo, sin embargo, nos puede orientar el
hecho de que Juan maneja el lenguaje por oposición-negación. Jesús, por
ejemplo, ha sido presentado de esta manera en Jn. 1, 17. El cuarto evangelio se
abre con la gran oposición gracia-verdad por un lado y ley por otro. De ahí a
la oposición espíritu-letra media sólo un paso, el formulado explícitamente
bajo espíritu-carne en Jn. 3,6. Letra (autoridades judías) frente a espíritu
(Jesús). Anquilosamiento frente a movilidad; rigidez frente a fluidez. "El
espíritu sopla donde quiere, oyes el ruido, pero no sabes de dónde viene ni
adónde va. Eso pasa a todo el que ha nacido del espíritu" (Jn/03/08). Estos
son los cristianos en su calidad de enviados de Jesús. Dan curso a una forma de
existencia opuesta al atenazamiento y al miedo, característicos de la forma de
existencia bajo la ley.
La segunda parte del texto nos lleva a
una problemática distinta, aunque ya insinuada el domingo pasado en Jn. 20,
1-9. "¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que creen sin haber
visto".
Por un lado Juan pone de manifiesto que
la convivencia física con Jesús no es criterio suficiente para entender a Jesús
en profundidad. Por otro, adelanta que esta inteligencia de Jesús puede darse
en los que no han convivido físicamente con El. Juan no niega ni minusvalora el
papel de los testigos oculares o, más concreto, de los Doce. Sencillamente,
rompe una lanza en favor de los que no han convivido con Jesús. Se trata de una
problemática fundamental vivida intensamente en las primeras comunidades
cristianas. Exponentes de la misma son el libro de los Hechos y las Cartas de
Pablo. El texto de este domingo nos proporciona la gran alegría de saber que
hoy podemos entender a Jesús incluso mejor que los que convivieron con El.
Estamos realmente en el tiempo pascual.
A. BENITO
DABAR 1985, 23
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5. Son varios los temas que componen
este Evangelio: las apariciones del Señor ritman de ocho en ocho días la vida
de las comunidades primitivas; Cristo-Señor hace uso de su poder de Resucitado
transmitiendo sus poderes a los apóstoles; finalmente, los discípulos se ven
llevados a descubrir, lo mismo que Tomás, el desprendimiento de la fe. a) Las
apariciones. Juan comienza por resumir los datos que han llegado a su
conocimiento seguramente a través de las mismas fuentes que a San Lucas (24,
36-49): Cristo no es ya un hombre como los demás, puesto que pasa a través de
los muros; pero no es un espíritu, puesto que se le puede ver y tocar sus manos
y su costado (v. 20). Su resurrección ha supuesto para El un nuevo modo de
existencia corporal. Juan no insiste tanto como Lucas en torno a la
demostración: reemplaza la alusión a los pies por la alusión al costado y no
señala que Cristo tuvo que comer con los apóstoles para que le reconocieran.
Pero, mientras que en San Lucas el Señor está completamente vuelto hacia el
pasado con el fin de probar que su resurrección estaba prevista, Juan le
presenta más bien orientado hacia el futuro y preocupado por "enviar"
a sus apóstoles al mundo.
Este envío de los apóstoles al mundo es
prolongación del envío que el Padre ha hecho de su Hijo (Jn 17, 18). Los
apóstoles están ya habilitados para terminar la obra que Cristo ha iniciado
durante su vida terrestre (Jn 17, 11). La reunión de los discípulos en torno al
Señor se hará en adelante en torno a los mismos apóstoles.
Un tema importante de las apariciones es
la preocupación de Cristo por organizar los distintos elementos que prolongarán
sobre la tierra su actividad de Resucitado: la jerarquía, los sacramentos, el
banquete, la asamblea (adviértase la doble mención de la "reunión" de
los apóstoles" vv. 19 y 26, ya con su ritmo dominical: v. 26).
b) El don del Espíritu (PAS/PENT). ¿Cómo
puede Juan descubrir la venida del Espíritu sobre los apóstoles el domingo de
Pascua, mientras que Lucas la anuncia para Pentecontés? (Lc 24, 49). Realmente,
Juan se hace eco de una antigua idea de los medios judíos, en especial de los
que se movían en torno a Juan Bautista. En esos medios se esperaba a un
"Hombre" que "purgaría a los hombres de su espíritu de
impiedad" y les purificaría por medio de su "Espíritu Santo" de
toda acción impura, procediendo así a una nueva creación (Sal 50/51, 12-14; Ez
36, 25-27). Al "insuflar" su Espíritu, Cristo reproduce el gesto
creador de Gén 2, 7 (cf, 1 Cor 15, 42, 50, en donde Cristo debe su título de
segundo Adán al "Espíritu" que recibe de la resurrección; Rom 1, 4).
Mediante su resurrección, Cristo se ha
convertido, pues, en el hombre nuevo, animado por el soplo que presidirá los
últimos tiempos y purificará la humanidad. Al conferir a sus apóstoles el poder
de remitir los pecados, el Señor no instituye tan solo un sacramento de
penitencia; comparte su triunfo sobre el mal y el pecado.
Se comprende por qué San Juan ha querido
asociar la transmisión del poder de perdonar con el relato de la primera
aparición del Resucitado. La espiritualización que se ha producido en el Señor
a través de la resurrección se prolonga en la humanidad por medio de los
sacramentos purificadores de la Iglesia.
c) De la visión a la fe (J/PRESENCIA).
La forma de vida del Resucitado es de tal especie que no se le reconoce: María
Magdalena le toma primero por el jardinero (Jn 20, 11-18). Cuando le
"reconoce" (v.16) ve cómo se le prohíbe las muestras de respeto con
que trataba al Cristo pre-pascual (v. 17). Aun cuando este tema figura también
en San Lucas (Lc 24, 16, 31), adquiere en San Juan el evangelista del
"conocimiento" (Jn 21, 4), un relieve particular.
Esta pedagogía del Señor resucitado nos
permite comprender la lección dada a Tomás. La nueva forma de vida del Señor no
permite ya que se le conozca según la carne, es decir, a base tan solo de los
medios humanos. Ya no se le reconocerá como hombre terrestre, sino en los
sacramentos y la vida de la Iglesia, que son la emanación de su vida de
resucitado. La "fe" que se le pide a Tomás permite "ver" la
presencia del resucitado en esos elementos de la Iglesia, por oposición a toda
experiencia física o histórica. La fe está ligada al "misterio", en
el sentido antiguo de la palabra.
d) No hay que perder de vista que esta
aparición asocia el don del Espíritu y la fe a la revelación del costado de
Jesús (v.20). Ahora bien: Juan ya había dicho, en el momento en que fue herido
el costado de Cristo en la cruz (Jn 19, 34-37), que la fe captaría a quienes
vieran su costado herido. He aquí lo que sucede: la contemplación de la muerte
de Cristo provoca la fe en la acción del Espíritu. Si Cristo muestra su costado
no lo hace por simples razones apologéticas: revela a los contemplativos la
fuente de la nueva economía.
En este sentido, el género de visión (v.
25) que los apóstoles han tenido de Cristo resucitado no ha sido ese tipo de
visión material (vv. 26-31) exigida por Tomás. Si no hay diferencia entre estas
dos experiencias, no se ve por qué Cristo habría de reprocharle lo que no
reprocha a los demás y por qué habría que exigir al primero una fe que no les
ha exigido a los segundos. En realidad, los diez apóstoles han tenido una
experiencia real del Señor resucitado, pero probablemente fue más mística que
la experiencia a que aspiraba Tomás. Para evitar a los hombres a "creer sin
ver", ¿no deben, los apóstoles, los primeros, aprender a pasar las pruebas
materiales? La resurrección no es, desde luego, una cuestión de apologética ni
un acontecimiento maravilloso: ella no es signo más que en la medida en que la
fe la ilumina, y es, al mismo tiempo, interior a la fe.
MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA
CRISTIANA IV
MAROVA MADRID 1969.Pág. 36
6. CR/ELECCION
En los textos bíblicos, las
denominaciones de elegido, ungido y enviado son equivalentes. Cuando los
primeros cristianos se llaman a sí mismos elegidos, no están presumiendo por
ningún privilegio, sino recordándose que han sido enviados a cumplir una
misión, en favor de los demás, que prolonga en cierto sentido la del mismo
Cristo: "Como el Padre me ha enviado, así os envío yo".
Para la realización de esta tarea
reciben también la fuerza del Espíritu. El episodio de Tomás quiere animar la
fe de todos aquellos que no vieron directamente al Señor y para los que se han
escrito todos los signos que Juan narra en su evangelio. "Dichosos los que
crean sin haber visto". De cualquier modo, la simple contemplación de lo
exterior de los acontecimientos nos da su sentido profundo. Sólo la fe permite
ver y entender la trascendencia de lo que se está presentando.
En el resucitado reconocen los apóstoles
al Jesús que anduvo con ellos por los caminos de Palestina. Distinto, pero él
mismo. El Jesús de la historia es el Cristo de la fe, Jesús es el Cristo.
La más breve confesión cristiana quedará
en esta palabra: Jesucristo.
EUCARISTÍA 1990, 20
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7.- Texto. La mañana del domingo del
descubrimiento del sepulcro vacío tiene su culminación en el cuarto Evangelio
en la tarde de ese mismo domingo. Si por la mañana el sepulcro vacío dominaba
el relato, por la tarde lo domina la presencia de Jesús en medio de sus
discípulos. Esta presencia explica aquel vacío, pero, sobre todo, restablece
una continuidad de relación Jesús-discípulos. De aquí arranca la
intencionalidad del texto. Al servicio del final de la relación está el miedo
de los discípulos; al servicio de la reanudación de la relación están el
saludo, enfáticamente repetido, y la identificación del propio Jesús como la
misma persona que antes habían conocido los discípulos. La reanudación de la
relación se sella con la alegría de los discípulos, quienes, a partir de ahora,
hablan de Jesús como el Señor, enraizándolo por completo con Dios. La
aceptación de la identificación de Jesús por los discípulos se plasma en la
fórmula de confesión de fe "ver al Señor".
Pero la reanudación de la relación es
sólo un primer paso. El siguiente es el envío de los discípulos por Jesús, en
continuidad con el envío de Jesús por el Padre. Los discípulos deben hacer
presente a Jesús y prolongar su obra, como Jesús ha hecho presente al Padre y
prolongado su obra. Este envío no debe entenderse limitado a los doce. En el
cuarto Evangelio la denominación discípulos es sinónima de creyentes. La
comunidad creyente en su totalidad es la enviada.
El tercer paso es la donación del
Espíritu, que capacita para el envío. El símbolo de exhalar el aliento
significa la transmisión de vida. Aquí se trataría, por consiguiente, de una
participación en la vida de Jesús resucitado, que posee personalmente el
Espíritu de Dios y que lo transmite a la comunidad creyente.
El último paso es la potestad de
perdonar los pecados. La potestad se da en el seno de la comunidad creyente,
más allá y por encima de las concreciones históricas que esa potestad ha
asumido con posterioridad.
A partir del v. 24 el relato avanza con
la conocida historia de Tomás, al que el autor presenta como "uno de los
doce", una expresión que en el cuarto Evangelio se reserva para Tomás y
para Judas el traidor. Los discípulos hacen ante Tomás confesión de su fe:
"hemos visto al Señor". Tomás les responde que él hará suya esta
misma confesión, siempre y cuando tenga razones tangibles para hacerlo. Jesús
en persona le aporta esas razones y Tomás hace suya la confesión de fe. Jesús
la acepta, pero reprocha a Tomás el modo de llegar a ella, declarando, en
cambio, bienaventurados a los que crean sin necesidad de basarse en la
comprobación tangible.
A través de esta bienaventuranza el
texto se abre al futuro, a las personas no contemporáneas de Jesús, a los
lectores del cuarto Evangelio. Así se pone explícitamente de manifiesto en los
dos versículos finales, en los que el autor da cuenta de la doble finalidad de
su escrito.
Con la mayor parte de los exégetas, la
frase "para que creáis" no va dirigida a no creyentes, a quienes se
intenta ganar, sino a creyentes, a quienes se intenta afianzar en la fe que ya
tienen.
Esta finalidad cristológica se completa
con otra soteriológica: "para que tengáis vida". El cuarto Evangelio
es esencialmente un mensaje de salvación, poniendo explícitamente de manifiesto
que no hay cristología separada de la soteriología.
Comentario. Más allá y por encima de las
legítimas concreciones históricas que, sobre todo en lo relativo a la potestad
de perdonar los pecados, ha ido asumiendo el texto de hoy, en él se plasman los
componentes fundamentales del ser cristiano, a los que una y otra vez hay que
remitir cuando de dar razón de lo que como Iglesia somos se trata.
Es bien sabido que el cuarto Evangelio
no renuncia a los Doce, pero debe también saberse que en el cuarto Evangelio se
formulan serios reparos a los Doce, cuando de entender a Jesús se trata.
En el cuarto Evangelio no son
precisamente los Doce -Tomás es un ejemplo- quienes más se distinguen por la
prontitud y facilidad en captar a Jesús. Y, sin embargo, la captación de Jesús
constituye el rasgo básico y fundamental del ser cristiano. Captar a Jesús es
llegar a descubrir en él al Hijo de Dios.
Nosotros estamos en condiciones de
hacerlo con más facilidad incluso que los Doce. Este es probablemente el
mensaje que quiere transmitirnos el autor de la historia de Tomás.
Del reconocimiento de Jesús como Hijo de
Dios surge la alegría, componente esencial del ser cristiano, no siempre
suficientemente resaltado. Actitud existencial sin los miedos y temores
radicalmente humanos; estado de ánimo distendido y grato; fuerza vital
desbordante. Todo lo anterior pertenece al ámbito de lo individual y privado.
Con el componente esencial del envío el
ser cristiano se hace social y público. El envío no es proselitismo, sino
presencia. El cristiano es otro Cristo; a través suyo toma cuerpo una forma de
ser, de organizarse y de vivir. Una forma distinta, porque está animada por el
Espíritu de Dios y porque en ella existe el perdón de los pecados.
A. BENITO
DABAR 1992, 26
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9.- Cuando se escribe este evangelio, el
domingo, el día del Señor, es ya el día de la reunión de los cristianos.
Estamos en el mismo día de la resurrección y es el mismo día de la efusión del
Espíritu. Juan muestra que el misterio pascual es una unidad. Miedo y cerrazón.
Unas actitudes de los discípulos que Jesús resucitado supera. A pesar del miedo
y la cerrazón, él se les pone en medio. (Vale la pena tenerlo siempre presente:
como una advertencia y como un motivo de esperanza). El evangelio subraya que
la presencia de Jesús es real, pero distinta de la de antes, y que este Jesús
es el crucificado: la resurrección no quita nada de la absurdidad y el
sufrimiento de la muerte; en todo caso, nos hace ir más allá, nos la hace mirar
con otra esperanza.
Jesús puede dar aquella paz que proviene
de dar la vida. Jesús resucitado, dador de la paz, lleva la alegría. Quizá
podríamos decir: al principio de la comunidad hay ya alegría... Jesús, enviado
del Padre, envía a los discípulos. La misión de los discípulos es la misma de
Jesús: ser testimonios del Padre, del Dios que ama tanto al mundo que le da la
propia vida. Y el evangelista no habla de unos cuantos discípulos
privilegiados, sino de todos. Empieza una nueva creación. Así como Dios había
alentado sobre aquella figura de barro para darle la vida, Jesús da el Espíritu
a los discípulos para que tengan su misma vida, una vida que se caracteriza por
la reconciliación, por la capacidad de ser corderos de Dios que quitan el
pecado del mundo a base de dar la propia vida por amor y con plena libertad.
Tomás pide otros signos que no son el testimonio de la comunidad creyente que
habla en nombre del Señor. De hecho, le bastará con el "reproche" que
le dirige Jesús, y creerá como los demás, por su palabra. Y no sólo eso: hará
la confesión máxima de la fe. ¡Exclama que Jesús es Dios! La bienaventuranza
final se dirige a todos aquellos que creerán por la palabra y el testimonio.
J. M. GRANÉ
MISA DOMINICAL 1992, 6
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10.- Sentido del texto. 1. Versículos
19-23. Como el antiguo Israel, los discípulos, que habían comenzado su éxodo
siguiendo a Jesús, se encuentran desamparados en medio de un ambiente hostil.
No tienen experiencia de Jesús vivo. Pero están en la noche en que el Señor va
a sacarlos de la opresión. Jesús viene a liberar a los suyos. Su primer saludo
de paz recuerda a los discípulos su presencia anterior en medio de ellos y su victoria,
eliminando el miedo y la incertidumbre. Se les da a conocer como el que les
demuestra su amor hasta la muerte, con las señales que indican su poderío
(manos) y la permanencia de su amor (costado). El nuevo saludo en v. 21 sirve
para transmitir seguridad y valentía en la misión que comienza para ellos y
que, como la de Jesús, va a consistir en la actividad liberadora del hombre,
hasta la entrega total. La comunidad cristiana es la alternativa que Jesús
ofrece para dar testimonio ante el mundo de la realidad del amor del Padre. El
resultado de la misión de la comunidad viene formulado en términos positivo y
negativo en el v. 23. Ante el testimonio de amor que la comunidad tiene que
dar, sucederá lo mismo que sucedió con Jesús: habrá quienes lo acepten y den su
adhesión y quienes se endurezcan en su actitud hostil al hombre. Como Jesús,
pues, la comunidad es mediación de salvación o de condena, no porque ella
enjuicie a nadie, sino porque la actitud que se adopte ante ella refrendará lo
que cada uno es y decide de por sí.
2. Versículos 24-29. La fe en Jesús vivo
y resucitado consiste en reconocer su presencia en la comunidad de los
creyentes, que es el lugar natural donde él se manifiesta y de donde irradia su
amor. Tomás representa la figura de aquél que no hace caso del testimonio de la
comunidad ni percibe los signos de la nueva vida que en ella se manifiestan. En
lugar de integrarse y participar de la misma experiencia, pretende obtener una
demostración particular. No quiere aceptar que Jesús vive realmente y que la
señal tangible de ello es la comunidad transformada en la que ahora se
encuentra. La comunidad transformada es ahora lo importante: ella es el medio
que las generaciones posteriores tendrán para saber que Jesús vive realmente.
DABAR 1983, 23
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11. PERDON/A.
Así como en la primera creación del
hombre, Dios le infundió la vida, así también el aliento de Jesús comunica la
vida a la nueva creación espiritual. Cristo, que murió para quitar el pecado
del mundo, ya resucitado, deja a los suyos el poder de perdonar. Así se realiza
la esperanza del pueblo de la Biblia. Dios lo había educado de modo que
sintiera la presencia universal del pueblo. En el templo se ofrecían animales
en forma ininterrumpida para aplacar a Dios. Pero ese río de sangre no lograba
destruir el pecado, y los mismos sacerdotes debían ofrecer sacrificios por sus
propios pecados antes de rogar a Dios por los demás. Las ceremonias y los ritos
no limpiaban el corazón ni daban el Espíritu Santo.
Pero ahora, en la persona de Jesús
resucitado, ha llegado un mundo nuevo. Aunque la humanidad siga pecando, ya el
primero de sus hijos, el "hermano mayor de todos ellos", ha ingresado
en la vida santa de Dios.
Los que se afanan por la vida
espiritual, sufren sobre todo por la presencia universal del pecado. Su
tristeza profunda está en no hallarse aún totalmente liberados de él. De ahí
que el perdón de los pecados sea para ellos la riqueza más grande de la
iglesia. La capacidad de perdonar es la fuerza que permite solucionar las
grandes tensiones de la humanidad. Si bien penetra difícilmente en los
corazones, ella no deja de ser un gran secreto... Quien no sabe perdonar, no
sabe amar. En la reconciliación se muestra al prójimo el amor más auténtico.
EUCARISTÍA 1992, 21
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12.- Cristo es percibido como presente
entre sus discípulos reunidos en la tarde del primer día de la semana (tal vez
convenga ver aquí una alusión a las reuniones cristianas que se celebraban en
domingo). Este dato, confirmado por 1 Cor 15, 4 (uno de los más antiguos
relatos sobre la resurrección), no parece que se refiera solamente a la
costumbre literaria de hacer resucitar a los dioses a los tres días. Sino que,
dado el número, la confluencia de testigos y la simplicidad de los relatos,
podemos admitir que así fue. Posteriormente los creyentes tomaron este día como
el más significativo para celebrar al misterio cristiano. Obligación de amor,
que no de ley.
La misión de los discípulos se deriva
del suceso de Pascua (cf. Mt 28, 16-20; Mc 16, 15-20; Lc 24,44-49); pero Juan
lo encuadra en el conjunto de la misión de Jesús (17, 17-19). Además no subraya
el carácter universal de la misión; tal vez porque esta meta ya ha sido
conseguida a la hora en que se escribe el evangelio de Juan (cf. 4, 35-38). Los
apóstoles y todos los discípulos son portadores de la misión de Jesús. La
Iglesia, si cree de verdad en la resurrección, tiene que acercarse a los
extremos de la miseria humana; allí está su campo de misión, su labor de hacer
ver que el mensaje pascual es coherente y válido.
A pesar de que en las diferentes
Iglesias hay controversia sobre el punto de quién ejerce el don del perdón, lo
que sí es cierto es que la fuerza perdonadora del resucitado reside en los
creyentes, en los discípulos de Jesús (cf. Mt 16, 19). Después de la
resurrección es posible creer en el perdón porque el poder de las tinieblas ya
no volverá a reinar en el mundo. Creer en esto y trabajar en consecuencia es
ser cristiano.
En adelante, la fe reposa no sobre el
"ver", sino sobre el testimonio de los que han visto. Por esta fe es
por la que los cristianos llegamos a Cristo (17, 20). Y recreamos en nuestras
vidas el mismo hecho salvador de la cruz y la misma alegría de la resurrección.
Así entramos en comunión con los Apóstoles, que "vivieron", y
participamos de su experiencia pascual.
EUCARISTÍA 1977, 20
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13.- Podríamos llamar «oficiales»,
apariciones colectivas, a las de Jesús resucitado a todos los discípulos
juntos. De entre ellas, aquellas cuyo día nos es señalado claramente, tienen
lugar en domingo. La tarde del mismo día de Pascua los discípulos de Emaús,
después de la aparición con que ellos han sido agraciados, se reúnen con los
otros discípulos en Jerusalén (Lc. XXIV, 33), Jesús se aparece a todo el grupo
en ausencia de Tomás. Una semana más tarde se aparece de nuevo y confunde el
escepticismo de Tomás que no creyó lo que le refirieron sus compañeros. El
evangelio de este domingo nos relata punto por punto estas dos primeras
apariciones generales, separadas por una semana. La elección de este pasaje
para el domingo posterior a la Pascua está inspirada en la concreta indicación
que figura en medio del texto y que es como el quicio del evangelio de este
domingo: «ocho días más tarde» (v. 26).
DO/ANIVERSARIO: Este domingo después de
Pascua es, verdaderamente, el primero de todos los domingos. En efecto, la
Resurrección de Jesús es un acontecimiento histórico, único en el transcurso de
los siglos. La reunión de los discípulos, justamente una semana después, y la
visita de Jesús que viene a solemnizar esta reunión como si le confiriese un
carácter oficial, hacen que el misterio de la Resurrección deje de tener, si
así se puede decir, carácter de acontecimiento para adquirir el de institución.
Se trata de algo que no basta recordar como un hecho histórico, sino que es
preciso celebrarlo, es decir, empaparse de su realidad y de su riqueza
espiritual. La primera celebración de la Pascua tuvo lugar el primer domingo
siguiente a la misma. De este modo, el domingo ha venido a ser el
«hebdoversario» de la Resurrección, su celebración hebdomadaria.
Los discípulos del Señor, judíos de
origen, tenían la costumbre de dedicar al Señor un día por semana; pero ya
estaba el sábado. Les era necesario conservar el ritmo religioso hebdomadario,
pero también les era necesario indicar que convenía cambiar de día para que el día
del Señor fuese el día de la Resurrección del Señor. Jesús, con su aparición
del primer domingo después de Pascua, contribuyó a este desplazamiento del día
consagrado y de descanso. Con ocasión de la Pascua todos los cristianos han
cumplido su "deber pascual". Los inconstantes, los negligentes y los
indiferentes también han hecho el cumplimiento pascual. Es necesario ayudarles
a permanecer fieles, a no retornar a su negligencia... hasta la próxima Pascua.
Muchos pastores toman voluntariamente la negligencia como tema para su
predicación del domingo in albis. La celebración hebdomadaria inaugurada por el
Señor, el pasaje del acontecimiento único convertido en institución habitual,
todos estos pensamientos enmarcados en la liturgia del día, ¿no constituyen un
buen punto de partida para una tal predicación dirigida a los que han hecho el
cumplimiento pascual? San Gregorio Nacianceno escribió en el siglo IV a
propósito del domingo octava de la Pascua: «Después de ocho días, que la octava
sea para ti una gran fiesta... El domingo aquel (la Pascua) era el de la salud,
éste es el del aniversario de la salud; aquél era la frontera entre el sepulcro
y la resurrección; éste es sencillamente el de la segunda creación, a fin de
que, igual que la primera creación comenz6 en domingo, así también la segunda
creación comience en el mismo día, que es, al mismo tiempo, el primero en
relación con los que le siguen y el octavo con relación a los que le preceden,
más sublime que el día sublime y más admirable que el día admirable: él se
refiere, en efecto, a la vida de arriba».
L. HEUSCHEN
LA BIBLIA CADA SEMANA
EDIC. MAROVA/MADRID 1965.Pág
175 s.
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14.- Nos encontramos ante el segundo
grupo de episodios narrados por el cuarto Evangelio en el contexto de la
resurrección de Jesús. En este conjunto hay claramente tres perícopas diversas:
la aparición de Jesús a los discípulos, sin Tomás (vv 19-23); la aparición de
Jesús estando presente Tomás (24-29), y, finalmente, la conclusión del
Evangelio (30-31). Notemos que, con estos dos versículos (30-31) aparece la
conclusión original de la obra, ampliada más tarde con la inclusión del
capítulo 21. De esta forma, el enlace entre la escena de Tomás y la conclusión
resulta todavía más directo e importante. La estructuración de las apariciones
está hecha en paralelo con los dos primeros episodios de este capítulo 20: por
una parte, los discípulos y la fe; por otra, la aparición a Tomás forma un
claro paralelo con la aparición de Jesús a María de Magdala, y el énfasis en
este segundo caso se centra en la dificultad de reconocer a Jesús y en la
correspondencia de Jesús a la fe de los creyentes.
FE/VISION: Entre las muchas cosas que
aparecen en estas escenas podríamos recoger una: el tema de la fe y la visión.
Por una parte parece que Jesús niega que la visión haya de ser considerada por
los cristianos como necesaria para la fe. Pero, en cambio, la fe -según este
Evangelio- comporta una visión («si tienes fe, verás el poder de Dios», dice Jesús
a Marta: /Jn/11/40). Hay, en este Evangelio, una clara dialéctica entre visión
y fe. Debemos destacar el carácter simbólico de la escena del ciego de
nacimiento para comprender la profundidad de lo que se nos quiere decir: «Yo he
venido a este mundo para abrir un proceso; así, los que no ven, verán, y los
que ven, quedarán ciegos» (/Jn/09/39). El que se imagina que ve, el que ya
tiene un conocimiento claro y definido de lo que ha de pasar («a nosotros nos
consta...»: 9,24.29.31), en realidad ni ve ni sabe nada, es ciego. En cambio,
el que todo lo ignora, el que no ve, éste llegará a contemplar el poder de Dios
en Jesús. La visión no lleva necesariamente a la fe; en cambio, la fe sí que
lleva a la visión.
Para aquellos que parecen conocerlo
todo, para quienes no necesitan la luz, pues piensan que ya la tienen, Jesús no
actuará abriéndoles los ojos. En cambio, el que se siente en la necesidad de la
luz y de la claridad, que no se fía de sí mismo, tal vez la fe en Jesús le
puede llevar a contemplar la gloria de Dios.
ORIOL TUÑI
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las
lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones
CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 889 s.