VIRGEN MARÍA
SUMARIO: I. La presencia de María en la liturgia: 1. Las causas de un
renovado interés; 2. El fundamento teológico de la presencia de María en la
liturgia: a) El magisterio de la iglesia, b) "Unida
indisolublemente a la obra salvífica de su Hijo" - II. Génesis y
desarrollo de la presencia de María en el culto de la iglesia: 1. Los
testimonios primitivos más fidedignos; 2. Algunos factores de desarrollo
anteriores al concilio de Efeso: a) Lugares y textos del ambiente palestino, b)
Invocaciones y plegarias, c) Primeros vestigios de la memoria mariana en el
ciclo temporal y santoral del año litúrgico; 3. El influjo del concilio de
Efeso - III. La memoria de María en las celebraciones de la liturgia romana
actual: 1. Bautismo y confirmación; 2. Eucaristía; 3. Los otros sacramentos; 4.
Ritos sacramentales; 5. Liturgia de las Horas; 6. Leccionario - IV. María en
los diversos ciclos del año litúrgico: 1. La presencia de María en el ciclo "de
tempore": a) En el tiempo de adviento, b) En el tiempo de navidad,
c) En el tiempo pascual y en su preparación cuaresmal, d) En el tiempo
"per annum"; 2. La presencia de María en el ciclo santoral: a)
Solemnidades y fiestas del Señor de contenido mariano (Anunciación del Señor,
Presentación del Señor), b) Tres solemnidades para celebrar tres dogmas
marianos (Inmaculada Concepción, Santa María, Madre de Dios; Asunción de santa
María Virgen), c) Las dos fiestas marianas (Natividad de santa María Virgen,
Visitación de santa María Virgen), d) Las "memorias" de María
(Nuestra Señora de Lourdes, Nuestra Señora del Carmen, Dedicación de la
basílica de Santa María la Mayor, Santa María Reina, la Virgen de los Dolores,
la Virgen del Rosario, Presentación de la santísima Virgen María, Inmaculado
Corazón de María), e) La memoria de santa María en sábado y las misas votivas -
V. Orientaciones teológicas y pastorales: 1. La liturgia, síntesis de doctrina
y de culto; 2. Ejemplaridad de María para la iglesia en el culto y en el
servicio; 3. Liturgia mariana y devociones marianas - VI. Conclusión.
I. La presencia de María en la liturgia
La santísima Virgen María ocupa un puesto de relieve
en la liturgia de la iglesia: lo confiesan de modo unánime las liturgias de
Oriente y Occidente, que dedican amplio espacio a su recuerdo en las plegarias
eucarísticas, en la eucología sacramental y en las diversas expresiones de
oración. La presencia de María emerge especialmente en el relieve de que gozan
en el curso del año litúrgico las festividades marianas, que se han ido
multiplicando poco a poco hasta cubrir, en algunos ritos orientales, notables
espacios celebrativos. El rito romano, a su vez, a pesar de su tradicional
sobriedad, ha reservado desde los orígenes un recuerdo específico en el corazón
mismo de la plegaria eucarística (cf el Communicantes del canon romano)
y a lo largo de su evolución ha acogido múltiples elementos marianos,
especialmente en la heortología del año litúrgico. La reciente reforma
posconciliar ha llamado la atención de los teólogos y de los liturgistas sobre
el hecho global de esta presencia de María en la liturgia como problema que se
ha de investigar no sólo a nivel histórico, sino también teológico; como dato
de hecho atestiguado por los nuevos libros litúrgicos, así como también en
cuanto principio grávido de consecuencias importantes de orden pastoral y
espiritual. Finalmente, la atención que el reciente magisterio de la iglesia ha
reservado a este tema, especialmente con la exhortación apostólica de Pablo VI Marialis
cultus, del 2 de febrero de 1974 (= MC), le ha otorgado una
importancia singular y en cierta manera le ha dado una formulación del todo
nueva en el ámbito de la ciencia litúrgica y de la pastoral de hoy.
1.
LAS CAUSAS DE UN RENOVADO INTERÉS. Si el dato de la presencia de María en la liturgia es tradicional, no
se puede decir lo mismo de su justificación teológica. Se puede afirmar que es
relativamente nueva la reflexión que se esfuerza por ofrecer bases teológicas a
la amplia presencia efectiva de María en la eucología. Es bastante común que
los manuales de mariología se alarguen en reflexionar sobre la devoción mariana
o sobre el culto mariano (expresión que no agrada a algunos autores), pero rara
vez se detienen a pensar sobre la relación entre María y la liturgia. Textos
como SC 103, que fija los datos esenciales de esta relación, aunque sólo sea en
una prospectiva que se limita al "anni circulus", y especialmente el
amplio examen que la MC hace acerca del puesto que María ocupa en toda
la liturgia, constituyen una auténtica novedad tanto en el campo
mariológico como en el litúrgico, según tendremos ocasión de ver. Se puede
decir por tanto que la reflexión de los teólogos acerca de este argumento está
prácticamente en los comienzos.
Otro hecho que ha desarrollado el interés por la
presencia de María en la liturgia —del que la MC 1-15, después del
concilio, ha trazado con autoridad el inventario— es la reciente reforma
litúrgica: la reordenación de las fiestas marianas en el ciclo del año litúrgico
ha ofrecido puntos de apoyo para una renovada atención al tema. Es cierto que
no han faltado andanadas polémicas de parte de quienes han querido leer tal
reforma como si hubiese sido inspirada por una óptica "antimariana";
pero el juicio global que se da es positivo, especialmente cuando se mira a la
variedad y a la riqueza de los nuevos textos eucológicos, muy superiores por
estilo y contenido a los anteriores a la reforma (aunque estén en continuidad
lógica y dinámica con los mismos): sería una reducción indebida el buscar el
enriquecimiento mariano adquirido por la liturgia solamente a nivel de la
heortología del año litúrgico.
No se puede ignorar a este propósito que en la base
del enriquecimiento doctrinal de los textos marianos de la liturgia renovada
está toda la doctrina mariana del Vat. II a veces dicha doctrina se
recoge en su misma formulación verbal. Los nuevos textos litúrgicos marianos o
los tradicionales eventualmente retocados son, en fin, más sensibles al dato
bíblico y se sitúan dentro de una teología mariana que se mueve en esas tres
dimensiones que son características también de la liturgia: la dimensión
trinitaria, con particular atención a las relaciones Cristo-María y Espíritu
Santo-María; la dimensión eclesial, que se hace así fecunda, mediante la
tipología María-iglesia, para la reflexión teológica sobre el rol preciso de
María y de la iglesia en la liturgia; y, finalmente, la dimensión
antropológica, que se preocupa de hacer surgir una imagen de María que sea plenamente
fiel, además de a los datos bíblicos, también a la sensibilidad actual de la
iglesia. Y de este modo ciertos textos de la liturgia renovada, que a veces se
inspiran en las fuentes antiguas, han alcanzado vértices de alta teología y de
noble expresión.
La reciente reforma ha podido hacer uso también de una
amplia contribución de la tradición antigua. Vemos sus efectos en el notable
enriquecimiento cuantitativo de lecturas patrísticas mariológicas en el ámbito
de la liturgia de las Horas, en el recurso a textos venerables como el Rótulo
de Rávena (s. vi) para algunas fórmulas de la liturgia de adviento y en la
utilización de la himnografía antigua (pero dejando la posibilidad de
adaptación a las diversas situaciones culturales). En un perfecto equilibrio
entre el maximalismo de las liturgias orientales clásicas —desde la bizantina,
más conocida, a la etiópica, tan característica por su sencilla ingenuidad— y
el minimalismo de los protestantes, tan reacios a admitir en sus servicios
divinos el dato mariano por temor a oscurecer la centralidad de Cristo, el
rito romano ha conservado su noble característica de sobriedad en sus
referencias a María: en ellos se dice todo lo esencial sin ceder al
minimalismo, al que obliga la voluntad de encontrar compromisos a toda costa, y
sin caer en excesos que son ajenos a su tradición.
Nuevo leitmotiv de la actual teología mariana
en sus relaciones con la liturgia es la representación de la Virgen como modelo
de la iglesia en el ejercicio del culto divino. Así la figura de María aparece
en el centro de una obligada recuperación de la conciencia de que nuestra
participación en la celebración de los santos misterios debe estar impregnada
de fe, esperanza y caridad teologales, disposiciones todas en las que María es
modelo para la iglesia (MC 16). A partir de esta afirmación
[sobre la que volveremos -> infra, V, 2], Pablo VI ha podido
enumerar una serie de actitudes marianas típicas que son ejemplares para la
iglesia en su ejercicio del culto divino: la escucha de la palabra (MC 17),
la oración (MC 18), la oblación (MC 20), el ejercicio de la
maternidad espiritual (MC 19). En esta prospectiva las referencias
explícitas o implícitas a María que hallamos en la liturgia no sólo constituyen
"un sólido testimonio del hecho de que la lex orandi de la iglesia
es una invitación a reavivar en las conciencias su lex credendi, y viceversa,
la lex credendi de la iglesia requiere que por todas partes se
desarrolle lozana su lex orandi en relación con la Madre de Cristo"
(MC 56); sino que resultan también estimulantes para la comprensión de
la lex vivendi, en cuanto que la liturgia exige ser vivida con actitudes
teologales (de las que María es modelo), que luego se convierten en culto
espiritual en la vida cotidiana, ya que "María... es sobre todo modelo
de aquel culto que consiste en hacer de la propia vida una ofrenda a Dios:
doctrina antigua... que cada uno puede volver a escuchar..., pero también con
el oído atento a la voz de la Virgen cuando ella, anticipando en sí misma la
estupenda petición de la oración dominical: `Hágase tu voluntad'(Mt 6,10),
respondió al mensajero de Dios: `He aquí la esclava del Señor, hágase en mí
según tu palabra' (Lc 1,38)" (MC 21; cf 57). María aparece,
por consiguiente, como el modelo de una celebración litúrgica que luego sabe
traducirse en compromisos de vida evangélica, típica del verdadero discípulo
del Señor 6. [Pero sobre todo esto, como se ha indicado,
volveremos más adelante.]
Adviértase, finalmente, que la plena recuperación
teológica de la relación entre María y la iglesia lleva consigo una nota de
equilibrio en la devoción a la santísima Virgen. También en este campo incumbe
a la liturgia la tarea de ser culmen et fons (cf SC 10), por
consiguiente momento fontal y final de toda expresión de devoción mariana, y al
mismo tiempo escuela de una devoción regulada; y por tanto modelo
también para otras formas de piedad, tanto en sus contenidos como en las formas
expresivas y en los consiguientes compromisos de vida. Sin querer restringir
toda devoción mariana a la sola liturgia, es necesario privilegiar su papel y
hacer hincapié en el culto mariano litúrgico con sus expresiones genuinas,
seguras y ricas de doctrina y de piedad.
2.
EL FUNDAMENTO TEOLÓGICO DE LA PRESENCIA DE MARÍA EN LA LITURGIA. Como hemos notado, la búsqueda de un principio
teológico que justifique la presencia de María en la liturgia es relativamente
reciente. En el pasado se ha dado más espacio a tomar conciencia de tal
presencia que a la justificación teológica de la misma; se ha hablado del culto
de veneración que debe tributarse a la Virgen como Madre de Dios, sin explicar
de un modo exhaustivo cómo y por qué deba ocurrir esto en la liturgia. Es obvio
que esta reflexión se ha hecho partiendo de los principios teológicos
propuestos por el Vat. II en sus documentos y de las consecuencias que de ellos
han sacado algunos textos oficiales del posconcilio.
a)
El magisterio de la iglesia. Los textos más
significativos del Vat. II que establecen las bases para una reflexión
teológica en el sentido indicado son los siguientes: SC 103, sobre la
presencia de María en el año litúrgico; LG 66-67, sobre el culto de la
santísima Virgen en la iglesia. A éstos se pueden añadir LG 50, último
párrafo, que recuerda la comunión de la iglesia terrena con la iglesia celeste
en la liturgia eucarística con una cita del canon romano; y UR 15, sobre
el culto de los orientales a la Madre de Dios.
De estos textos el más importante es sin duda SC 103,
en cuanto establece un principio teológico que va más allá de la referencia
específica al año litúrgico. LG 66 traza brevemente el fundamento del
culto a María, que brota de su divina maternidad y del hecho de que ella
"tomó parte en los misterios de Cristo"; indica significativamente
los orígenes de tal culto y su desarrollo a partir del concilio de Efeso (431);
precisa su naturaleza y finalidad. LG 67 establece algunas reglas
pastorales, entre las cuales sobresale la referencia a la liturgia como fuente
y expresión genuina de este culto a la Madre de Dios.
En la exhortación apostólica MC se recoge todo
esto y se desarrolla autorizadamente en dos dimensiones fundamentales: la
presencia de hecho de María en los textos de la liturgia romana renovada, y su
ejemplaridad para la iglesia en el ejercicio del culto divino; partiendo de
estos dos principios se desarrollan preciosas reflexiones de orden teológico,
espiritual y pastoral sobre .el culto mariano.
En todo caso, permanece fundamental el primer texto
mariano del Vat. II, SC 103, donde se ofrece el fundamento teológico de la
relación entre María y la liturgia como celebración del misterio de Cristo.
b) Unida
con lazo indisoluble a la obra salv(fica de su Hijo. Estas palabras de SC 103 son esenciales para la reflexión teológica que
estamos haciendo y ofrecen la clave de comprensión de muchos otros textos
marianos del Vat. II. "En la celebración de este círculo anual de los
misterios de Cristo, la santa iglesia venera con amor especial a la
bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la
obra salvífica de su Hijo; en ella la iglesia admira y ensalza el fruto más
espléndido de la redención y la contempla gozosamente como una purísima imagen
de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser" (SC 103). Este texto,
leído a la luz del precedente n. 102, sobre la teología del año litúrgico como
celebración del misterio de Cristo, y del siguiente 104, sobre la memoria de
los santos en el ciclo anual, explica bien el porqué de una presencia de María
no tanto en un ciclo litúrgico especial, sino en el único ciclo, que
es el de la celebración del misterio de Cristo y de la iglesia
El texto, no obstante, va más allá de la justificación
de una presencia de María en el año litúrgico para convertirse en el fundamento
de la memoria de la Virgen en la liturgia en cuanto memorial, presencia,
actualización de la obra salvífica de Cristo, a la que María está
indisolublemente unida. Sobre el trasfondo de los nn. 5-8 de la SC, donde la
liturgia viene descrita como misterio pascual de Cristo y su presencia en la
iglesia, el recuerdo de María en la liturgia adquiere un alcance mayor y
específico. María está indisoluble y activamente unida al cumplimiento del
misterio de Cristo en la encarnación, en la pasión-muerte-resurrección, en
pentecostés, como ha desarrollado en otra perspectiva LG 55-59 hablando
de la función de María "en la economía de la salvación". También LG
66 alude a ello cuando afirma: "María... tomó parte en los misterios
de Cristo". Allí donde se recuerda y se hace presente la obra salvífica de
Cristo, es justo que se recuerde igualmente a la Virgen Madre, que estuvo unida
indisolublemente con esta obra salvífica. La contribución personal de María,
querida por Dios, a la economía de la salvación se conmemora y se hace presente
donde se actualiza el misterio del Hijo. El principio enunciado en SC 103
permanece por ello válido no sólo para el año litúrgico, sino también para la
liturgia en general.
A este aspecto de la unión indisoluble entre Cristo y
María en la economía de la salvación y en su realización sacramental se añade
otro de carácter ejemplar: María está unida al misterio de la iglesia como su
modelo en la celebración de los misterios. Es la perspectiva, un tanto nueva,
indicada por la MC 16: "Queremos ahora, siguiendo algunas
indicaciones de la doctrina conciliar sobre María y la iglesia, profundizar un
aspecto particular de las relaciones entre María y la liturgia, es decir, María
como ejemplo de la actitud espiritual con que la iglesia celebra y vive los
divinos misterios". Con esta nueva visión, MC recupera cuanto LG
60-65 decía a propósito de la relación María-iglesia. Pero hay además en MC
16 una referencia a SC7 que resulta interesante: "La
ejemplaridad de la santísima Virgen en este campo dimana del hecho de que ella
es reconocida como modelo extraordinario de la iglesia en el orden de la fe, de
la caridad y de la perfecta unión con Cristo, esto es, de aquella disposición
interior con que la iglesia, esposa amantísima, estrechamente asociada a su
Señor, lo invoca y por su medio rinde culto al Padre eterno". SC 7: en
la liturgia "Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la
iglesia". La ejemplaridad de María respecto a la iglesia reside en el
hecho de que María fue la iglesia-esposa asociada a la obra salvífica de
Cristo; ahora bien, la iglesia, fijando su mirada en Cristo, cuyo misterio
celebra, la fija también en María, modelo ejemplar de aquellas actitudes con
las que ella ahora debe unirse al misterio de Cristo, así como María se unió a
él en el momento de su realización.
Por consiguiente, antes aun de hablar de una
veneración dirigida específicamente a María en la liturgia, se debe hacer
resaltar su unión con el misterio de Cristo y su ejemplaridad con respecto a la
iglesia. Antes de ser objeto de culto María —como Cristo, pero en total
dependencia del misterio de Cristo— es sujeto de la liturgia, y siempre inspira
las actitudes con las que deben vivirse los misterios celebrados. Por eso
"la santa iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de
Dios..., en ella admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y...
contempla gozosamente... lo que ella misma, toda entera, ansía y espera
ser" (SC 103).
Esta centralidad de María en la liturgia junto con
Cristo halla su confirmación en el hecho de que en la génesis del culto mariano
las primeras expresiones en las que María aparece vinculada a la liturgia hacen
referencia [como se verá -> infra, II] a la celebración de la
eucaristía y del bautismo, al misterio de la encarnación y al misterio pascual.
El recuerdo de María resultará así normal siempre que la predicación de la
iglesia dentro de la liturgia hable del misterio de Cristo —como ocurre en la
homilética de los padres— y cuando el año litúrgico se desarrolle como
celebración global de todo el misterio de la salvación.
En la base de la reflexión teológica sobre el misterio
de María celebrado en la liturgia está, por consiguiente, su unión con el
misterio y con los misterios de Cristo y su ejemplaridad respecto a la iglesia.
De aquí se sigue la especial veneración y el especial recuerdo de la Virgen
María, ya que en la liturgia se celebra la obra de la redención y María es su
fruto más espléndido, en la liturgia se espera la realización de las promesas
de Cristo y en la Virgen se contempla ya el icono escatológico iglesia. Todo
esto ha hecho nacer, a través de múltiples factores de desarrollo, los textos
eucológicos marianos y las festividades marianas; pero los riachuelos no deben
hacernos perder de vista el manantial, que es la unión de María con el misterio
de Cristo en el Espíritu y su cooperación a la economía de la salvación; ni
deben desviarnos de la meta, que es su ejemplaridad en la participación en este
misterio salvífico.
II. Génesis y desarrollo de la presencia de María en el culto de la iglesia
No es fácil trazar las líneas de desarrollo de esta
presencia. No faltan algunas síntesis competentes al respecto; pero no se
encuentra una clara distinción entre predicación mariana y devoción a María y
la concreta inserción de María en la celebración litúrgica; ahora bien, es esto
último lo que aquí interesa. En todo caso, se puede trazar una línea.
1.
LOS TESTIMONIOS PRIMITIVOS MÁS FIDEDIGNOS. La presencia de la Virgen María en la liturgia se ha
ido desarrollando a partir de la utilización de los textos marianos
neotestamentarios en la homilética primitiva y de su inserción como parte
integrante en las profesiones de fe. Uno de tales casos es el Magníficat (Lc
1,46-55), el cántico de María, que en la homilética se convierte en el cántico
de la iglesia apostólica. Esta "lectura del Magníficat hace suponer
que desde el principio la memoria de la Virgen en la celebración del misterio
de Cristo es a un tiempo objetiva y subjetiva, esto es, recuerda a María como
asociada a Cristo y como modelo para la iglesia: la iglesia hace memoria de
María junto a Cristo y al mismo tiempo se reconoce en los sentimientos
de oración de la madre de Jesús
Nos complace subrayar que uno de los primerísimos
textos litúrgicos que recuerdan a María, de entre los que han llegado hasta
nosotros, está en relación con la celebración de la pascua: se encuentra en la
homilía Sobre la pascua, de Melitón de Sardes, que se remonta a la
segunda mitad del s. II. En la parte central de la homilía, que presenta a
Cristo como pascua de nuestra salvación, hay una triple referencia a la Virgen:
"El vino de los cielos a la tierra a causa de los sufrimientos humanos; se
revistió de la naturaleza humana en el vientre virginal de la Virgen y apareció
como hombre... Este es el que se encarnó en la Virgen... El es el cordero que
enmudecía y que fue inmolado; el mismo que nació de María, cordera sin
mancha"10. Las tres referencias quieren subrayar la verdad de
la encarnación en el seno de la Virgen. El título de "cordera sin
mancha" atribuido a María, un poco chocante a primera vista, se torna
elocuente si lo relacionamos con el título de Cristo "cordero sin tacha ni
defecto" (1 Pe 1,19) e indica probablemente la virginidad de María, título
que entra en la tradición litúrgica y que se conserva aún hoy en la liturgia
bizantina del viernes santo. En la primordial fiesta cristiana, la pascua,
encontramos, por consiguiente, el primer recuerdo de la Virgen, Madre de aquel
que es el Cordero sin mancha y la pascua de nuestra salvación.
Encontramos otras dos referencias, incluidas en el
contexto de la plegaria eucarística y de la profesión de fe bautismal, que se
nos han conservado en la Tradición apostólica de Hipólito de Roma. El
texto se remonta a la primera mitad del s. III, pero transmite formularios
litúrgicos más antiguos. En la plegaria eucarística se habla del Verbo
"que (tú, oh Padre) has mandado del cielo al seno de una Virgen y ha sido
concebido, se ha encarnado y se ha manifestado como Hijo tuyo, nacido del
Espíritu Santo y de la Virgen". Esta mención de la encarnación tendrá
éxito en las plegarias eucarísticas posteriores hasta el punto de llegar a ser
una de las memorias más acreditadas y constantes de la Virgen en el mismo
corazón de la celebración eucarística ". También la profesión de fe
bautismal recuerda la encarnación con estas palabras: "¿Crees en Cristo
Jesús, Hijo de Dios, que ha nacido por obra del Espíritu Santo de la Virgen
María...?" 12. También en este caso la mención de la encarnación, misterio
central de la fe en aquellos primeros siglos que debían combatir contra las
tendencias gnósticas, está unida al recuerdo de la Virgen Madre.
2.
ALGUNOS FACTORES DE DESARROLLO ANTERIORES AL CONCILIODE EFESO. La extensión de la presencia de María en la
liturgia, especialmente en lo que respecta al ciclo temporal y al ciclo
santoral del año litúrgico, obedece a las leyes del progreso histórico de la
liturgia; pero tiene características propias que no se pueden atribuir
superficialmente a las leyes que regulan; por ejemplo, el desarrollo del culto
de los mártires y de los -> santos.
Como punto de partida se toma generalmente la fecha
del concilio de Efeso (431), que proclamó a María Madre de Dios: a partir de
este acontecimiento tendrá lugar una verdadera y propia explosión de culto
mariano, que influirá a todos los niveles sobre la liturgia, especialmente en
la creación de muchas fiestas marianas y en el desarrollo de la himnografía cultual”.
Pero entre los ss. II-IV podemos encontrar ya algunos factores que preparan el
desarrollo posterior.
a)
Lugares y textos del ambiente palestino. Aunque
bajo ciertos aspectos los datos permanecen oscuros, hallazgos recientes de la
arqueología en Palestina y testimonios de una teología allí floreciente hacen
suponer la existencia de una primitiva veneración de la Virgen, Madre del
Mesías, por parte de los judeocristianos en lugares como Nazaret o junto a la
cueva de Belén, donde nació el Salvador. En este ambiente florecen con fines
apologéticos textos apócrifos ricos en detalles sobre la vida de María: pensamos
en el Protoevangelio de Santiago o en la narración apócrifa del Transitus
glorioso. Tampoco faltan composiciones poéticas, alusivas a la admirable
maternidad de María, que parecen pertenecer al uso litúrgico, como algunos
pasajes de las Odas de Salomón o los Oráculos sibilinos.
b)
Invocaciones y plegarias.
Se remonta probablemente al
s. III. una de las primeras oraciones que invocan a María como Theotókos (Madre
de Dios), conocida en Occidente con una fórmula semejante en la invocación Sub
tuum praesidium. El epitafio de Abercio (ss. II-III) une en su lenguaje
simbólico la mención de la eucaristía a la de la Virgen: "En todas partes
me guiaba la fe y en todas partes me servía en comida el pez del manantial...
puro, que cogía una virgen casta y lo daba siempre a comer a los amigos,
teniendo un vino delicioso y dando mezcla de vino y agua con pan" (J.
Quasten, Patrología I, BAC 206, Madrid 1961, pp. 167-168). Invocaciones
y oraciones se hallan también en las inscripciones de las catacumbas.
Referencias a María las encontramos además en la homilética, que a veces toma
el tono de oración o de alabanza poética a la Madre de Dios, como acontece en
los textos primitivos griegos del s. Iv. Aun cuando la fórmula del
"canon romano", que recuerda a María junto con los santos —el Communicantes—
es postefesina en su redacción actual, refleja, no obstante, un texto
anterior y se corresponde con el de otras fórmulas semejantes de las primitivas
anáforas alejandrinas y antioquenas ' En esta época, la misma iconografía
mariana tiene ya un desarrollo inicial en lugares que, al menos
momentáneamente, están destinados al culto: piénsese en el famoso fresco de la
Virgen en las catacumbas de Priscila.
c)
Primeros vestigios de la memoria mariana en el ciclo temporal y santoral del
año litúrgico. Aunque sólo indirectamente, la memoria de
María comienza a hallar un puesto en la liturgia dentro de las celebraciones
que surgen para conmemorar la encarnación y el nacimiento del Salvador. Ya en
el s. II se celebra la navidad en Egipto en algunas sectas gnósticas, como
sugiere Clemente Alejandrino. En Oriente esta fiesta se convertirá en la fiesta
de la epifanía, mientras que en Occidente el nacimiento del Salvador se
celebrará el 25 de diciembre. Es natural que en la celebración de este
acontecimiento haya encontrado espacio el recuerdo de la Madre de Dios. Tal
recuerdo se transformará luego en una conmemoración autónoma, -que en Egipto
parece que existía ya a comienzos del s. ni o tal vez antes'. En la Peregrinatio
Egeriae, que describe la vida litúrgica de Jerusalén en el s. rv,
encontramos referencias a la fiesta de la epifanía, y especialmente a la
presentación del Señor —Hipapante o encuentro—, celebrada el día
cuarenta después de la epifanía. La presencia de María en este episodio
evangélico será conmemorada primero en la homilética litúrgica, y más tarde en
los formularios litúrgicos. Finalmente, en el período de preparación a la
navidad, en el ciclo de adviento, tomará pie la celebración de la anunciación
del Señor con la lectura del evangelio de Lucas (1,26-38), que subraya el
protagonismo de María. Estamos en los orígenes del domingo mariano
prenatalicio, que en adelante se celebrará en diversas iglesias de Occidente.
3.
EL INFLUJO DEL CONCILIO DE EFESO. La proclamación del dogma de la Maternidad Divina en Efeso ha sido
decisiva para la ampliación de la presencia de María en las liturgias de
Oriente y de Occidente bajo múltiples aspectos. Ante todo, a nivel eucológico e
himnográfico, con cánticos, oraciones y conmemoraciones de la Madre de Dios en
la celebración eucarística y en la oración eclesial en general. A este período
se remonta (ss. v-vi) uno de los más famosos himnos a la Madre de Dios, el Akáthistos.
Inmediatamente después de la proclamación de Efeso vemos que se celebra en
Jerusalén el 15 de agosto la memoria de la Virgen. En Occidente se consolida la
memoria de María durante el adviento y antes de navidad con textos de notable
altura teológica, por ejemplo, el Rótulo de Rávena; en Roma aparece la
primitiva memoria de la Madre de Dios después del nacimiento del Señor. En
Oriente se va difundiendo una memoria de la anunciación en torno al 25 de
marzo.
A partir del s. vi encontramos ya otros desarrollos
autónomos concretados en fiestas marianas como las de la dormición y de la
natividad de María, surgidas en Oriente e impuestas definitivamente en
Occidente por el papa Sergio I a finales del s. vil. Un poco posterior es la
memoria jerosolimitana de la presentación de la Virgen en el templo y la de la
concepción de María. En Occidente esta última aparece en Inglaterra hacia el s.
xi como celebración teológica de la Concepción Inmaculada de María, pero no fue
acogida en todas partes.
Es difícil seguir y sintetizar los desarrollos posteriores.
En todas las liturgias orientales y occidentales se nota una verdadera
explosión de culto mariano. La memoria de la Virgen halla un puesto
privilegiado en las plegarias eucarísticas, en la himnografía y especialmente
en el desenvolvimiento del año litúrgico, tanto en la celebración de los
misterios de Cristo como en las múltiples fiestas marianas de tipo devocional
ligadas a milagros, lugares y experiencias espirituales de grupos o de familias
religiosas. En Occidente la memoria de la Virgen se ha hecho semanal con una
especial celebración el sábado, mientras que en algunas liturgias orientales,
como la bizantina, la memoria semanal de María se hace el miércoles. Tanto en
Oriente como en Occidente han surgido luego períodos marianos particulares con
sus respectivas celebraciones litúrgicas y devocionales.
Esta mirada sintética que hemos echado sobre la
génesis y desarrollo de la memoria de María en la liturgia nos ha permitido
recoger dos datos esenciales: 1) la memoria de María está ligada al memorial de
Cristo: preferentemente va unida a la celebración del misterio de la
encarnación; 2) esta memoria tiene lugar en los momentos centrales de la
liturgia, como son la plegaria eucarística y la profesión bautismal de fe. En
los desarrollos sucesivos el culto mariano sigue también las vicisitudes de la
historia de la liturgia.
III. La memoria de María en las celebraciones de la liturgia romana actual
En la descripción de esta panorámica
litúrgico-doctrinal seguiremos las huellas de la exhortación MC de Pablo
VI: recorreremos, por tanto, los nuevos libros litúrgicos de la iglesia de
Roma, con el fin de poner de relieve el puesto que la Virgen ocupa en ellos.
Este método nos permitirá ser concretos y sobrios. Reservaremos el párrafo IV a
tratar la cuestión más compleja de la presencia de María en los diversos
períodos del año litúrgico.
1.
BAUTISMO Y CONFIRMACIÓN. La
memoria litúrgica de María en el bautismo es discreta: se invoca a María
como Madre de Dios en las letanías de los santos (RBN 118; RICA 214);
además se menciona en la profesión de fe: "¿Creéis en Jesucristo..., que
nació de santa María Virgen...?" (RBN 126; RICA 219), según
la antigua tradición [-> supra, II, 1] (MC 14). La referencia
a ella es elocuente, y no puede omitirse. Las antiguas liturgias y los padres
de la iglesia pusieron de relieve el paralelismo entre la maternidad de María y
la maternidad de la iglesia en el bautismo, como ha recordado Pablo VI:
"Justamente los antiguos padres enseñaron que la iglesia prolonga en el
sacramento del bautismo la maternal virginidad de María... Queriendo beber en
las fuentes litúrgicas, podríamos citar la bella illatio de la liturgia
hispánica: Ella (María) llevó la Vida en su seno; ésta (la iglesia), en el
bautismo. En los miembros de aquélla se plasmó Cristo; en las aguas
bautismales, el regenerado se reviste de Cristo" (MC 19).
En el rito de la confirmación no encontramos ninguna
mención particular de María, excepto la contenida en la profesión de fe o
renovación de las promesas bautismales (RC 28.29). Recuérdese, no
obstante, que la confirmación viene presentada como una actualización del
misterio de pentecostés y como una efusión singular del Espíritu Santo (RC 1).
Según el principio de ejemplaridad recordado por Pablo
VI —María es "modelo de la actitud espiritual con la que la iglesia
celebra y vive los misterios divinos" (MC 16)— y si tenemos en
cuenta la presencia activa de María en pentecostés (LG 59), no podemos
ignorar aquí las relaciones especiales que median entre María y el Espíritu
Santo, entre María y la iglesia (cf MC 26-28).
2.
EUCARISTÍA. La celebración
del santo sacrificio en su centro, que es la eucaristía, concede amplio espacio
a la memoria de la Virgen, como reconoce MC 10. Se da en esto una
admirable convergencia entre las liturgias de Oriente y de Occidente. Aun sin
gozar de la riqueza eucológica de la liturgia etiópica, que posee dos anáforas
marianas; y de la liturgia bizantina, que reserva una especial memoria a la
Madre de Dios inmediatamente después de la epíclesis eucarística, la liturgia
romana ofrece en sus plegarias eucarísticas una síntesis válida de todos los
vínculos posibles entre la celebración del misterio eucarístico y la Virgen
María. En la segunda plegaria eucarística, en el prefacio, se recuerda
la encarnación del Verbo por obra del Espíritu Santo en la Virgen María: se
trata de una mención antigua [-> supra, II, 1] universal y esencial,
puesto que une el misterio eucarístico al momento de la encarnación, del que la
eucaristía es también recapitulación. El mismo recuerdo se halla después del sanctus
en la cuarta plegaria eucarística. Algunas liturgias orientales
incluyen esta memoria en la anamnesis que sigue al relato de la institución. El
canon romano expresa de forma solemne la comunión con María:
"Communicantes et memoriam venerantes, in primis gloriosae semper Virginis
Mariae, Genitricis Dei et Domini nostri Jesu Christi". La fórmula es
realmente solemne: indica la memoria, la veneración de y la comunión con María,
de la que se indican los títulos honoríficos, especialmente su perpetua
virginidad y su papel esencial de Theotókos. Una conmemoración semejante
se encuentra en las intercesiones o recuerdos de los santos, que son comunes a
las diversas liturgias; o antes del relato de la institución (como en el canon
romano), según el esquema de las anáforas alejandrinas; o bien después de él,
como en las liturgias de Juan Crisóstomo y de Basilio. Este último esquema se
sigue en la segunda y cuarta plegarias eucarísticas, en las que la
memoria de María reviste una peculiar acentuación escatológica y "expresa
con intensa súplica el deseo de los orantes de compartir con la Madre la
herencia de los hijos" (MC 10): "... con María, la Virgen
Madre de Dios..., merezcamos... compartir la vida eterna y cantar tus
alabanzas" (II); "... que todos tus hijos nos reunamos en la heredad
de tu reino con María, la Virgen Madre de Dios" (IV). Acentuación que reza
muy bien con el sentido salvífico y escatológico de la celebración eucarística.
En la plegaria tercera la memoria de la Virgen adquiere un sentido
peculiar por el hecho de que va precedida por la mención del Espíritu Santo
para que nos "transforme en ofrenda permanente", donde podemos leer
una alusión implícita a la cualidad de la vida terrena de María (ofrenda) y a
su asociación actual al misterio de Cristo (ofrenda perenne). En el
Misal Romano, la oración sobre las ofrendas del común de santa María Virgen en
el tiempo de adviento recoge el paralelismo que algunas liturgias orientales
descubren entre la venida del Espíritu Santo, invocada en la epíclesis
eucarística, y la intervención del mismo Espíritu en la encarnación del Verbo
en el seno de María: "El Espíritu Santo, que fecundó con su poder el seno
de María, santifique, Señor, las ofrendas que te presentamos sobre el altar".
Otros textos eucológicos han conservado la antigua fórmula de fe eucarística
que reconoce en el cuerpo y en la sangre del Señor, muerto y ahora glorificado,
la carne que el Verbo asumió de María: "Ave, verum corpus, natum de Maria
Virgine!". Se podrá notar además, en la línea de ejemplaridad de María
respecto a la iglesia que celebra la eucaristía, cómo las fórmulas de oración
que constituyen el alma de la anáfora reflejan los sentimientos de María en su cántico
de alabanza por las grandes obras hechas por el Señor (Magníficat), en
su ardiente súplica por la venida del Espíritu Santo (pentecostés), en
su asociación a la ofrenda sacrificial del Hijo (al pie de la cruz), en
su intercesión por la salvación de todos (cf MC 18; 20-21).
3.
Los OTROS SACRAMENTOS. Muy sobrias, en general, son las referencias a María
en los ritos de los otros sacramentos. Se trata de oraciones de intercesión de
la iglesia, como en el caso de la ordenación del obispo, del presbítero y de
los diáconos, sobre los que se invoca la protección de la Madre de Dios en
las letanías (RO 18, p. 54; 18, p. 71; 21, p. 117). Otras
fórmulas piden la intercesión y la ayuda de María por los pecadores que se
acercan al sacramento de la penitencia (RP 131: confiteor) y después
de haber sido reconciliados (RP 104: "La pasión de nuestro Señor
Jesucristo..., la intercesión de la bienaventurada Virgen María..."; ib,
135: se sugiere el Magníficat como cántico de acción de gracias); lo
mismo sucede respecto a los enfermos en los ritos iniciales del sacramento
de la unción de los enfermos (RUE 132: confiteor), y después de lo
cual el enfermo renueva la profesión de fe bautismal en Jesucristo, hijo de
Dios, nacido de María (188). En el rito de la recomendación de los moribundos
se invoca a santa María (239) Madre de Dios (242), y se ruega que
el moribundo hoy mismo pueda tener con ella su morada en la paz de la Jerusalén
santa (242); más aún, que la misma Virgen venga al encuentro con los
ángeles y santos del que está para dejar esta vida (243), y, después de
este destierro, le muestre a Jesús, el fruto bendito de su vientre (246). En
el rito del matrimonio no hay referencias especiales a María. El
Leccionario, sin embargo, enumera entre los textos evangélicos el episodio de
las bodas de Caná (Jn 2,1-11) (RM 177), donde la presencia de la Madre
de Jesús es significativa. Esta evocación evangélica hubiera merecido un
desarrollo eucológico, aunque sólo fuera con la sobriedad con que se recuerda a
María en la coronación de los esposos.
4.
RITOS SACRAMENTALES. María
tampoco es olvidada en las celebraciones previstas por los otros libros
litúrgicos. Tales celebraciones, por lo demás, se unen con frecuencia a la
celebración eucarística, donde la memoria de la Virgen, como hemos visto [aquí I
supra, 2] es particularmente significativa. El rito de las exequias pide
al Señor "que santa María, Madre de Dios, que estuvo al pie de la cruz del
Hijo moribundo", comunique su fe a los que, como ella, están afligidos...
y les alcance el premio eterno (cf RE 186); en el Misal Romano, la colecta
de la misa por los hermanos, allegados y bienhechores difuntos apela a la
intercesión de María para que los que han pasado ya de este mundo al Padre
puedan gozar de la perfecta alegría en la patria. No obstante, en su conjunto,
el RE resulta pobre desde el punto de vista mariano, especialmente si
consideramos lo que el Vat. II había afirmado de María, glorificada ya en
cuerpo y alma, como imagen y primicias de lo que la iglesia será "en el
siglo futuro" y como signo de esperanza y de consuelo para el pueblo de
Dios peregrinante (cf LG 68; SC 103). En el Ritual de la dedicación
de iglesias y de altares, después de haber invocado la intercesión de la
Madre de Dios en las letanías de los santos (RDI, pp. 44; 62) y
en las oraciones siguientes (pp. 45, 47, 63, 65), se habla en el
prefacio del templo verdadero en el que habita la plenitud de la divinidad,
esto es, de la humanidad del Hijo de la Virgen Madre (p. 122), la cual también
es templo vivo. Más abundantes y ricas de significado son las alusiones a la
Virgen en el Ritual de la profesión religiosa y de la consagración de
vírgenes: no solamente se implora su intercesión materna (RPR 1, 62;
II, 67; RCV 20 y 59: letanía de los santos; RPR I, 96; II,
103: oración conclusiva de la plegaria de los fieles), sino que se recuerda
también su ejemplo para los que se consagran a Dios "observando siempre la
castidad perfecta, la obediencia y la pobreza, a imitación de Jesucristo y de
su Madre, la Virgen" (RPR I, 57; II, 62; cf RPR 1,
67; II, 72, y RCV 16; 18; 36; 57; 77).
Entre los últimos rituales que hasta el día de hoy
(junio de 1983) han sido promulgados por la Congregación para los sacramentos y
el culto divino merece una mención especial el Ordo coronandi imaginem
Beatae Mariae Virginis, del 25 de marzo de 1981. Las motivaciones
teológicas del rito, enumeradas en el n. 5 de los praenotanda, forman
una bella síntesis de la mejor doctrina mariana posconciliar. Todo el sentido
del rito está en la idea de la exaltación de los humildes, cantada ya por la
Virgen en el Magníficat ("gratiarum actio et invocatio", n.
15); los elementos eucológicos son de gran riqueza teológica y espiritual. Es
notable una nueva supplicatio litanica (n. 41), es decir, una nueva
redacción de las letanías de la santísima Virgen, en la cual van unidas
fidelidad a la tradición bíblica y consonancia con la sensibilidad espiritual
de nuestro tiempo.
5.
LITURGIA DE LAS HORAS.
"También el restaurado libro del oficio de laudes, esto es, la Liturgia
de las Horas, contiene preclaros testimonios de piedad hacia la Madre del
Señor: en las composiciones hímnicas, entre las que no faltan algunas obras
maestras de la literatura universal; en las antífonas que cierran el oficio
divino cada día (completas), imploraciones líricas, a las que se ha añadido el
célebre tropario Sub tuum praesidium, venerable por su antigüedad y tan
admirable por su contenido; en las intercesiones de laudes y vísperas, en las
que no es infrecuente el confiado recurso a la Madre de misericordia; en la
vastísima selección de páginas marianas, debidas a autores que vivieron en los
primeros siglos del cristianismo, en el medievo o en la edad moderna" (MC
13). Todavía en las vísperas de cada día la iglesia, queriendo expresar su
agradecimiento por el don de la salvación, toma prestadas las palabras del
cántico de María, el Magníficat.
6.
LECCIONARIO. Si la
preocupación de que la palabra de Dios fuese servida con mayor abundancia en
las celebraciones litúrgicas (SC 35; 51) ha estado en el centro de los
esfuerzos de la reforma posconciliar, no se puede olvidar que el
enriquecimiento del Leccionario ha contribuido a ampliar también el
conocimiento del misterio de María. Lo subraya Pablo VI en la MC: "Como
lógica consecuencia ha resultado que el Leccionario contiene un mayor número de
lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento relativas a la bienaventurada Virgen;
aumento numérico no Garante, sin embargo, de una crítica serena, porque han
sido recogidas únicamente aquellas lecturas que, o por la evidencia de su
contenido o por las indicaciones de una atenta exégesis, avalada por las
enseñanzas del magisterio o por una sólida tradición, pueden considerarse,
aunque de manera y en grados diversos, de carácter mariano". La
exhortación de Pablo VI continúa observando que "estas lecturas no están
exclusivamente limitadas a las fiestas de la Virgen, sino que son proclamadas
en otras muchas ocasiones: en algunos domingos del año litúrgico, en la
celebración de los ritos que tocan profundamente la vida sacramental del
cristiano y sus elecciones, así como en circunstancias alegres o tristes de su
existencia" (n. 12).
Se puede recordar aquí, de pasada, que una de las
cuatro orientaciones que la MC (29-39) traza para la renovación del
culto mariano es precisamente la bíblica: "La biblia, al proponer de modo
admirable el designio de Dios para la salvación de los hombres, está toda ella
impregnada del misterio del Salvador y contiene, además, desde el Génesis hasta
el Apocalipsis, referencias indudables a aquella que fue madre y cooperadora
del Salvador. Pero no quisiéramos que la impronta bíblica se limitase a un
diligente uso de los textos y símbolos sabiamente sacados de las Sagradas
Escrituras; comporta mucho más: requiere, en efecto, que de la biblia tomen sus
términos y su inspiración las fórmulas de oración y las composiciones
destinadas al canto; y exige, sobre todo, que el culto a la Virgen esté
impregnado de los grandes temas del mensaje cristiano, a fin de que, al mismo
tiempo que los fieles veneran a la sede de la Sabiduría, sean también
iluminados por la luz de la palabra divina e inducidos a obrar según los
dictados de la Sabiduría encarnada" (MC 30).
En relación con lo dicho recordamos además que,
celebrando el oficio de lectura en las fiestas o memorias marianas, se lleva a
cabo una lecho divina del misterio de María, ya sea con una posible
lectura tipológica de algunos salmos, según nos enseña la tradición, ya sea
especialmente con la meditación de las páginas marianas de los padres y de
otros autores señalados en tales oficios. Así la palabra de Dios viene leída en
el cauce de la tradición eclesial, y ésta a su vez progresa gracias a la
reflexión de los creyentes que, a ejemplo de María, meditan en su corazón las
cosas y palabras transmitidas (D V 8) 2i.
IV. María en los diversos ciclos del año litúrgico
La iglesia celebra el misterio de María en el amplio
espacio del año litúrgico: en este kairós sacramental despliega toda su
fuerza el misterio de Cristo y halla lógicamente espacio la memoria de la Madre
de Dios, que está indisolublemente unida a la obra salvífica del Hijo (cf SC
103). No tenemos, por tanto, un ciclo mariano autónomo: el tiempo de Cristo
y del Espíritu, que es el año litúrgico, prevé momentos privilegiados en los
cuales se celebra de un modo más o menos peculiar el recuerdo de la presencia
de María en la economía de la salvación. El recuerdo de María hay que buscarlo
sobre todo en los tiempos litúrgicos particulares y en aquellas solemnidades y
fiestas del Señor que guardan una relación especial con ella. En segundo lugar,
el significado de las solemnidades, fiestas y memorias explícitamente marianas
se recoge dentro de la armonía del único año litúrgico del Señor, en cuanto
ellas celebran episodios que, ya precedan a la natividad del Señor (como el
nacimiento de María y su presentación en el templo), ya sigan a pentecostés
(como es el caso de la asunción), pertenecen a la misma economía de la
salvación. Y también las memorias marianas, que traen origen de una idea o de
una tradición eclesial, deben reconducirse a la unidad del misterio de Cristo,
como celebraciones de un aspecto particular de tal misterio tal como se
manifiesta en el tiempo de la iglesia (esto acontece también en algunas fiestas
del Señor o de los santos), esforzándose por conciliar el sentido de tales
celebraciones con los datos esenciales del misterio salvífico, lo que no
siempre es fácil de conseguir. Por lo demás, el lento proceso histórico de la
formación del año litúrgico, la desordenada presencia en él de ciertas
celebraciones y la reiterada celebración de un mismo acontecimiento hacen
difícil la tarea de presentar una visión coherente de este aspecto.
Para adquirir una visión global de la presencia de
María en los diversos períodos del anni circulus es preciso hacer
referencia a tres libros fundamentales de la liturgia renovada: el Misal
Romano, para la eucología de la misa; el Leccionario, para la
liturgia de la palabra, y la Liturgia de las Horas, para los otros
elementos de la oración eclesial (lecturas bíblicas y patrísticas, himnos,
antífonas, preces e intercesiones). Del análisis de este abundante material se
puede obtener una panorámica bastante precisa de cuanto la iglesia en su
oración nos propone de la Virgen de Nazaret 1N. La
exhortación MC, de Pablo VI, nn. 2-13, nos ofrece una buena síntesis de
estos contenidos, y la tendremos presente en nuestra exposición.
1.
LA PRESENCIA DE MARÍA EN EL CICLO "DE TEMPORE". El hecho de que se introduzcan memorias de la
Virgen en el año litúrgico pone en evidencia el vínculo estrecho que existe
entre la Madre y los misterios del Hijo. En el ciclo de tempore son
evidentemente privilegiados, bajo el aspecto mariano, los períodos que
recuerdan la espera del Salvador y su nacimiento (tiempo de adviento y tiempo
de navidad), mientras que es menos vistosa la memoria de María en el ciclo de
pascua, en su preparación cuaresmal y en su prolongamiento, que va hasta
pentecostés, a diferencia de cuanto ocurre en las liturgias orientales, donde
el recuerdo de María se distribuye de un modo más equilibrado a lo largo del
año.
a)
En el tiempo de adviento.
La MC enuncia
sintéticamente la importancia de este tiempo: "Así, durante el tiempo de
adviento la liturgia recuerda frecuentemente a la santísima Virgen..., sobre
todo en las ferias del 17 al 24 de diciembre, y más concretamente en el domingo
anterior a la navidad, en el que hace resonar las antiguas voces proféticas
sobre la Virgen y el Mesías, y se leen los episodios evangélicos relativos al
nacimiento inminente de Cristo y del precursor" (n. 3). En realidad, todo
el tiempo de adviento posee una típica característica mariana, subrayada, ya
desde el primer domingo, por algunos elementos de la liturgia de las Horas,
como los himnos y las antífonas, donde el nombre de María aparece con
frecuencia; son también muy variados los formularios que se ofrecen para la
antífona final de completas.
"Los libros del AT..., tal como se leen en la
iglesia y tal como se interpretan a la luz de una revelación ulterior y plena,
evidencian... de una forma cada vez más clara la figura de la mujer Madre del
Redentor. Bajo esta luz aparece ya proféticamente bosquejada en la promesa de
victoria sobre la serpiente hecha a los primeros padres (cf Gén 3,15).
Asimismo, ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo, que se llamará
Emmanuel (cf Is 7,14, y Miq 5,2-3; Mt 1,22-23). Ella sobresale entre los
humildes y pobres del Señor, que confiadamente esperan... la salvación.
Finalmente con ella misma, Hija excelsa de Sión, tras la prolongada espera de
la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se instaura la nueva
economía, al tomar de ella la naturaleza humana el Hijo de Dios..." (LG
55). Ahora bien, el tiempo de adviento celebra esta economía
veterotestamentaria de la espera, en la cual está ya presente María. En el
breve espacio de cuatro semanas se acumula la celebración de tres misterios: la
solemnidad de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre) como celebración
autónoma; el anuncio a María y su visita a Isabel, conmemorados en la semana
que precede a la navidad, respectivamente el 20 y el 21 de diciembre (durante
el año litúrgico tendrán luego una memoria propia). En las ferias entre el 17 y
el 24 de diciembre, María viene a ser el testigo silencioso del cumplimiento de
las promesas; se leen los evangelios de la infancia, episodios en los que María
emerge en primer plano como protagonista. En los formularios de la misa han
sido recuperados preciosos textos eucológicos, entre los cuales conviene
mencionar la colecta del 20 de diciembre, síntesis maravillosa de
teología y de piedad, inspirada, con alguna modificación, en una oración del Rótulo
de Rávena: "Deus, cuius ineffabile Verbum, angelo nuntiante, Virgo
immaculata suscepit, et domus divinatis effecta, sancti Spiritus luce repletur,
quaesumus ut nos, eius exemplo voluntati tuae humiliter adhaerere valeamus".
Es importante, por el modo como invoca al Espíritu Santo sobre los dones
eucarísticos, la super oblata del IV domingo de adviento, inspirada en
el sacramentario de Bérgamo: "Altari tuo, Domine, superposita munera
Spiritus ille sanctificet, qui beatae Mariae viscera sua virtute
replevit". Concentra la espiritualidad de la espera, de la que María es
modelo para la iglesia en este tiempo, el incipit del segundo prefacio
de adviento: "Quem praedixerunt cunctorum praeconia prophetarum, Virgo
Mater ineffabili dilectione sustinuit..." ("A quien todos los
profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de madre"...).
Debido a la presencia de todos estos temas, comentados
ampliamente en las páginas de los padres propuestas a la meditación en el
oficio de lectura, el tiempo de adviento, y especialmente el último tramo, el
de la espera inmediata, es particularmente apto para celebrar el culto de la
madre del Señor: María viene aquí presentada con un notable equilibrio, toda
inclinada hacia el Hijo que espera, sierva fiel del misterio que le ha sido
confiado a su obediencia de fe..
b) En
el tiempo de navidad. La evidente riqueza de referencias a María
contenidas en los evangelios de este tiempo, que narran el nacimiento del
Salvador y los episodios que le siguen, hacen del tiempo de navidad "una
prolongada memoria de la manternidad divina, virginal, salvífica de aquella
que, 'conservando intacta su virginidad, dio a luz al Salvador del mundo'
(canon romano, Communicantes de la octava de navidad)" (MC 5). En
este tiempo, además de la narración del acontecimiento central: "María...
dio a luz a su hijo primogénito..." (Lc 2,7; evangelio de la misa de
medianoche), se propone repetidamente la alusión a la visita de los pastores
"que encontraron a María, José y al niño..."; se celebra la fiesta de
la sagrada Familia (domingo dentro de la octava de navidad), que menciona la
presencia de María junto a José en Belén y en Nazaret; se alude a la
circuncisión e imposición del "nombre Jesús, como había sido llamado por
el ángel antes de ser concebido en el seno de la madre" (Lc 16,21:
evangelio del 1 de enero); se recuerda la presentación de Jesús en el templo
(evangelio del 29 y 30 de diciembre, donde se leen las palabras de Simeón a
María sobre la espada que le atravesará el alma: Lc 2,35) y la adoración de los
magos: "Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre..."
(Mt 2,11: evangelio de epifanía). La reforma litúrgica ha recuperado para este
tiempo también la solemnidad de la Madre de Dios (1 de enero), de la que
hablaremos más adelante
Se trata de un ciclo breve (que va desde la misa
vespertina de la vigilia de navidad hasta la fiesta del bautismo de Jesús,
domingo después del 6 de enero), pero intenso, en el que los motivos marianos
que ofrecen el Misal, el Leccionario y la Liturgia de las Horas son
insistentes. La falta de contenidos marianos en los prefacios de navidad y de
epifanía la suple especialmente la mención del Communicantes natalicio
en el canon romano. La solemnidad de la epifanía nos muestra a María "sede
de la Sabiduría y Madre del Rey, que ofrece a la adoración de los magos al
Redentor de todas las gentes" (MC 5). Diversos formularios de las
misas del tiempo de navidad conceden espacio a la maternidad de María (cf la
"super oblata" de la fiesta de la sagrada Familia; las tres oraciones
del 1 de enero; las colectas del lunes, martes y sábado entre el 2 de enero y
la epifanía).
Todo el tiempo de navidad, que idealmente se prolonga
hasta la presentación del Señor en el templo (2 de febrero) —como recuerda la
actual monición del sacerdote en la apertura de esta antigua liturgia festiva:
"Hace hoy cuarenta días hemos celebrado, llenos de gozo, la fiesta del
nacimiento del Señor..." (cf Misal Romano)—, se puede considerar una celebración
de la maternidad de María y del papel que ella desempeña en la manifestación
del Señor en cuanto Salvador: bajo esta luz hay que ver la presencia de María
en las bodas de Caná, episodio recordado también en la epifanía (cf antífona al
Benedictus de laudes; himno y antífona al Magníficat de las
segundas vísperas) y propuesto en el evangelio de la misa del segundo domingo per
annum, ciclo C. Después de haber dado a luz al Salvador, María lo muestra a
todos para que lo acojan como Señor en la fe de los verdaderos discípulos.
c)
En el tiempo pascual y en su preparación cuaresmal. La exhortación MC guarda silencio sobre la presencia de María en
los ciclos de cuaresma y de pascua. Este silencio ha sido advertido y se ha
interpretado de diversos modos; pero tal vez haya sido aconsejado por la
ausencia de elementos marianos, en estos dos ciclos, de suficiente relieve como
para consentir la elaboración de una síntesis. Es cierto que la presencia de la
Virgen en la liturgia cuaresmal y pascual no es tan evidente como en la de
adviento y de navidad. Más aún, de parte de muchos se han hecho votos para que
la celebración del misterio pascual venga enriquecida desde el punto de vista
mariano, subrayando mejor el papel privilegiado y activo de María junto a su
Hijo, como testimonia el evangelio de Juan (19,15-27). El problema merece un
poco de atención.
Notemos en primer lugar que el genio y la tradición de
la liturgia romana no ha dado mucho espacio a la Virgen en la celebración del
misterio pascual, a diferencia de lo que hacen otras liturgias, especialmente
la bizantina. Por otra parte, a tal escasez de elementos marianos en la
liturgia ha correspondido en Occidente un amplio desarrollo de la religiosidad
popular, que insiste con gusto en la presencia de María al pie de la cruz, en
su soledad, en la alegría de su encuentro con el Cristo resucitado. Antes de la
reforma reciente, la liturgia romana anticipaba la dolorosa participación de la
Madre en el misterio pascual de Cristo el viernes que precede al domingo de
ramos (cf Misal Romano de Pío V, edición posterior a 1960, entre las fiestas
del mes de marzo: "Feria sexta post dominicam I passionis: Septem dolorum
b, Mariae virginis. Hodie, ubi peculiaria pietatis exercitia in honorem b. M.
V. Matris dolorosae peraguntur, permittuntur duae missae festivae de septem
doloribus B. M. V."). Esta fiesta ha sido suprimida para dar a la
celebración de la cuaresma una mayor homogeneidad.
Un esmerado análisis de los textos del triduo pascual
muestra que, no obstante su sobriedad y su estilo eucológico, la liturgia
romana no ha marginado en realidad a la Virgen María. Ya en el oficio de
lectura del jueves santo viene propuesta la homilía pascual de Melitón de
Sardes [-> supra, II, 1], que contiene el significativo título
de María "cordera sin mancha". El canto que acompaña la reposición
del santísimo sacramento después de la misa in coena Domini ("Pange,
lingua, gloriosi Corporis mysterium'') no deja de recordar el lazo íntimo que
existe entre María y la eucaristía: "Fructus ventris generosi... nobis
natus ex intacta Virgine". El viernes santo in passione Domini viene
propuesto como canto para la adoración de la cruz el himno antiguo "Pange,
lingua, gloriosi proelium certaminis". Dicho himno es uno de los señalados
ad libitum para el oficio de lectura de la semana santa. Una de sus
estrofas recuerda la encarnación y por consiguiente la función de María en la
historia de la salvación ("Quando venit ergo sacri / plenitudo temporis, /
missus est ab arce Patris / Natus, orbis conditor, / atque ventre virginali /
carne factus prodiit''); y la narración de la pasión según san Juan, centro de
la liturgia de la palabra, contiene la perícopa sobre María al pie de la cruz.
El sábado santo, en la vigilia pascual, se invoca a la Madre de Dios en las
letanías de los santos, y se menciona en la profesión de fe bautismal y en el Communicantes
del canon romano.
Estas escasas referencias marianas que acabamos de
señalar, y algunas otras que se pueden encontrar en las preces de la liturgia
de las Horas (laudes del sábado santo), pueden dejarnos insatisfechos. De todos
modos, no colman la necesidad celebrativa que siente la piedad popular. Ya el
ritual de una familia religiosa, concedido por la Santa Sede, prevé para el
viernes santo la conmemoración de la Virgen al pie de la cruz inmediatamente
después de la adoración de la misma, y en la vigilia pascual del sábado el
saludo a la Virgen Madre del Resucitado. Sobre la base de tales precedentes
nada impide que el viernes santo, terminada la adoración de la cruz, se cante
alguna estrofa del Stabat Mater Dolorosa, precedida eventualmente de una
monición que explique su sentido preciso; y que al término de la vigilia
pascual, después de una monición que introduzca en el recuerdo de la Madre del
Resucitado, se entone el Regina caeli, laetare, alleluia! Será bueno, no
obstante, dejar otros elementos, tal vez superfluos, que no se podrían
introducir armónicamente en las celebraciones de la liturgia romana. Se podría,
en cambio, favorecer una digna celebración del sábado santo en cuanto tal para
revivir la experiencia fuerte de María en el intervalo entre la cruz y la
resurrección. Las tradiciones latina y oriental conservan materiales aptos para
la composición de una celebración de lectura y de plegarias que colme el vacío
celebrativo del sábado santo y sugiera una intensa esperanza pascual, como la
que florecía en el corazón de la Madre del Crucificado. Es de desear que se
difunda la celebración de la "Hora de la Madre", como se la ha
llamado, siguiendo propuestas ya experimentadas.
Durante todo el tiempo pascual hasta pentecostés, la
liturgia de las Horas se concluye en completas con el júbilo del Regina
caeli. En el formulario de la misa del común de la santísima Virgen antes
de la ascensión y durante la preparación próxima a pentecostés hay elementos
válidos para una catequesis sólida que quiera partir de María. De todos modos,
la sobriedad de referencias marianas en este tiempo litúrgico es una invitación
a fijar con María los ojos y el corazón en el rostro del Resucitado y a meditar
sus palabras haciendo la exégesis a la luz de la resurrección. Tal vez hubiera
merecido algún ulterior rasgo mariano la fiesta de la ascensión del Señor, como
sugieren los iconos de esta fiesta según aparece en el Evangeliario de Rábula
(s. vi) y otros iconos antiquísimos del Sinaí, en los que María ocupa el puesto
central como madre de los discípulos de Jesús y figura de la iglesia ".
Dígase lo mismo de pentecostés y de su preparación en los últimos días del
tiempo pascual: lo exige la mención de María en los Hechos (1,14), que la
señalan activamente presente en el cenáculo en la espera del Espíritu (cf la
colecta común de la santísima Virgen después de la ascensión).
En la liturgia cuaresmal, las referencias a la Virgen
son más bien escasas, reducidas a alguna mención en las preces de vísperas.
Pero la presencia implícita de María —de la que hablaremos más adelante—
sugiere el leer también en este silencio tan discreto la ejemplaridad de María
para la iglesia que va caminando hacia la pascua en la escucha atenta de la
palabra, en el fiel cumplimiento de la voluntad de Dios, en la gran
peregrinación de la fe: en María tenemos un modelo para vivir la preparación a
la pascua como discípulos de Cristo, es decir, para llegar con ella a la cruz y
a la resurrección.
d) En
el tiempo `per annum" la memoria cotidiana
de la Virgen tiene lugar en la plegaria eucarística de la misa y en la liturgia
de las Horas (-> supra, III, 2 y 5). Recordamos que el cántico del Magnificat
se recoge, en algunos de sus motivos, en la oración conclusiva de vísperas
de las cuatro semanas del salterio, comenzando por el lunes de la primera
semana: así la oración de la iglesia se inspira en los sentimientos y en las
palabras de la Madre. La memoria del sábado es la que da al ritmo de la semana
una impronta mariana, ya sea mediante la celebración votiva de la santa María
en sábado con sus textos respectivos, ofrecidos por el Misal y por la Liturgia
de las Horas, ya sea mediante otros elementos significativos, como la oración
conclusiva de nona y la bella letanía de preces de laudes del sábado de la
tercera semana (cf MC 12-13) ».
2.
LA PRESENCIA DE MARÍA EN EL CICLO SANTORAL. En el ciclo santoral renovado la Virgen María ocupa
un puesto singular: los retoques y la disminución de memorias marianas respecto
al calendario romano precedente no han rebajado la presencia de María, la cual
resulta más bien enriquecida por el más valioso contenido de los nuevos textos.
Es verdad que algunas solemnidades o fiestas que antes tenían un título mariano
son ahora solemnidades o fiestas del Señor, pero la octava de navidad o la
fiesta de la circuncisión del Señor se ha convertido en la "solemnidad de
María Santísima, Madre de Dios". En todo caso, todas las memorias de María
hacen relación a Cristo; y en la catequesis es preciso saber encontrar,
partiendo de los textos litúrgicos, el nexo lógico de cada una de ellas con el
misterio de Cristo y de la iglesia y con la economía de la salvación. En la
siguiente enumeración de las solemnidades, fiestas y memorias marianas daremos
una síntesis de la historia, elementos eucológicos de mayor relieve y del
significado global de cada una.
a)
Solemnidades y fiestas del Señor de contenido mariano. Estamos examinando el ciclo santoral y, por consiguiente, no repetiremos
cuanto hemos dicho sobre el recuerdo de María en los ciclos
cristológicos del adviento, de navidad y de la pascua. Dos celebraciones del
Señor merecen ser aquí recordadas.
La Anunciación
del Señor (25 de marzo),
que trae su origen de la festividad de la Anunciación de la santísima Virgen
María, celebrada en Asia Menor desde el s. vi. Introducida en Roma por el papa
Sergio I (687-701), ha recibido en los libros litúrgicos, con una cierta
fluctuación, primero el título del Señor, luego el de María. La fecha fue
evidentemente fijada en relación con el 25 de diciembre, es decir, nueve meses
antes. Se trata, pues, de una celebración que responde a un criterio de
organización del año litúrgico diverso del adoptado hasta ahora para conmemorar
la anunciación y la encarnación hacia finales de adviento (20 de diciembre),
sin preocuparse de interponer una distancia cronológica de nueve meses respecto
a la navidad. Esta solemnidad, que con frecuencia cae antes de la semana santa,
y en todo caso siempre en la cuaresma —pero que no pocas veces debe ser
trasladada al tiempo de pascua—, crea alguna dificultad psicológica por el
criterio de datación que la une a navidad. En la óptica de los padres de la
iglesia, la encarnación tiene una relación indisoluble con la redención y con
el misterio pascual. Es a esta luz como debería ser celebrada dicha solemnidad,
según subrayan algunos de sus textos: la colecta, por ejemplo, habla "de
nuestro Redentor"; la oración después de la comunión recuerda "el
poder de su santa resurrección" ("Eius salutiferae resurrectionis
potentiam"); la segunda lectura (Heb 10,4-10) ilustra la oblación
sacrificial de Cristo. Las referencias a María, como es obvio, son múltiples,
ya sea en la liturgia de las Horas, ya sea en el formulario de la misa; es
bellísimo el prefacio inspirado en la liturgia hispana: "Quem (Christum)
inter homines et propter homines nasciturum, Spiritus sancti obumbrante
virtute, ac caelesti nuntio Virgo fidenter audivit et immaculatis visceribus
amanter portavit", texto que puede usarse no solamente en este día, sino
siempre que en la misa se proclama el evangelio de la anunciación. MC 6 sintetiza
bien el significado de esta solemnidad.
La Presentación
del Señor (2 de febrero),
según un criterio cronológico inspirado en el evangelio (Lc 2,22, con Lev
12,2-8) se celebra cuarenta días después de navidad. Por el Diario de la
peregrina Egeria sabemos que esta fiesta se celebraba en Jerusalén ya hacia
finales del s. iv. Fue recibida en Occidente en el s. vII con el título griego
de "Hypapanti" (hypapantánó, encontrar), fiesta del encuentro
entre el Mesías y su pueblo. Los textos de la Liturgia de las Horas y del Misal
constituyen un hermoso comentario al pasaje evangélico de Lc 2,22-40,
proclamado en la misa. Justamente ahora la fiesta ha vuelto a recuperar el
título de Presentación del Señor, omitiendo el título de Purificación de la
santísima Virgen María, que había entrado en los libros litúrgicos occidentales
a partir del s. x. Por muchos textos se puede colegir el origen oriental de la
fiesta. De origen occidental, en cambio, es la liturgia de la luz, que se abre
con la bendición de las candelas, y que en cierto modo ritualiza la idea
expresada en el evangelio por el cántico de Simeón: "Mis ojos han visto tu
salvación..., luz para alumbrar a las naciones...": precisamente, Cristo.
La colaboración mariana viene dada por la perícopa evangélica predicha. María
aparece en el acto de ofrecimiento del Hijo como la que lleva la Luz, madre de
Cristo, luz de las naciones, que comparte los sufrimientos de aquel que será
signo de contradicción. También esta fiesta se coloca en el dinamismo de
la encarnación hacia el misterio pascual. "Debe ser considerada,
para poder asimilar plenamente su amplísimo contenido, como memoria conjunta
del Hijo y de la Madre, es decir, celebración de un misterio de salvación
realizado por Cristo, al cual la Virgen estuvo íntimamente unida como Madre del
Siervo sufriente de Yavé, como ejecutora de una misión referida al antiguo
Israel y como modelo del pueblo de Dios constantemente probado en la fe y en la
esperanza del sufrimiento y por la persecución" (MC 7).
b) Tres
solemnidades para celebrar tres dogmas marianos. Las tres solemnidades marianas del año litúrgico celebran tres dogmas
de la iglesia católica sobre el misterio de la Virgen: Inmaculada desde su
concepción, Madre de Dios en su misión salvífica, Asunta al cielo en su destino
final junto a Cristo como primicia de la iglesia.
Inmaculada Concepción (8 de diciembre). La antigua fiesta oriental de
la concepción milagrosa de María por Ana se convirtió en Occidente hacia el s.
xt en la fiesta de la concepción de María sin pecado original. Las conocidas
controversias teológicas sobre este tema no han favorecido su desarrollo y su
exacta formulación teológica. Introducida en el Calendario romano en el año
1476 por decisión de Sixto IV, después de la proclamación del dogma de la
Inmaculada por Pío IX (1854), la fiesta recibirá los formularios de notable
belleza que han llegado hasta nosotros. La reciente reforma ha aportado algunos
enriquecimientos en la liturgia de las Horas y en la misa, especialmente con el
nuevo prefacio, que ofrece una síntesis del significado cristiano y eclesial de
este dogma mariano: "... ut in ea [beatissima Virgine Maria] dignam Filio
tuo Genitricem praepares, et Sponsae eius ecclesiae sine ruga vel macula
formosae signares exordium". En la solemnidad del 8 de
diciembre "se celebran conjuntamente la Inmaculada Concepción de María, la
prepaparación radical (cf ls 11,1.10) a la venida del Salvador y el feliz
exordio de la iglesia sin mancha ni arruga" (MC 3). Hay que notar,
como canta este prefacio, el bello paralelismo entre la Virgen purísima y
Cristo, "Cordero inocente que quita el pecado del mundo", la
ejemplaridad de ella para la iglesia a fin de que también ésta sea inmaculada,
y su función de "abogada de gracia y ejemplo de santidad"
para el pueblo cristiano.
Santa
María, Madre de Dios (1 de enero: en realidad esta solemnidad entra en el ciclo de
tempore, como se ha indicado [aquí -> supra, 1, b]). La antigua
memoria de la Virgen María, que se remonta al s. vt y que se celebra todavía en
los diversos ritos orientales, ha recuperado hoy el puesto que desde el s. vol
tenía en Roma bajo el título Natale sanctae Mariae. Aunque se ha
cambiado el título de la fiesta, se ha conservado el rico contenido mariano de
los textos litúrgicos, especialmente de las oraciones, de las antífonas y de
los responsorios. MC 5 comenta así el contenido de esta solemnidad:
"Esta, fijada en el día 1 de enero, según una antigua sugerencia de la
liturgia de Roma, está destinada a celebrar la parte que tuvo María en el
misterio de la salvación y a exaltar la singular dignidad de que goza la sancta
Parens..., per quam meruimus... auctorem vitae suscipere (antífona de
entrada y oración colecta); es además una ocasión propicia para renovar la
adoración al recién nacido Príncipe de la paz, para escuchar de nuevo el
jubiloso anuncio angélico (cf Lc 2,14: paz en la tierra a los hombres...) y para
implorar de Dios, por mediación de la Reina de la Paz, el don supremo de la
paz". Uniendo la celebración de la jornada mundial de la paz instituida
por Pablo VI (a la que alude también el texto citado de MC) y el
comienzo del año civil, en la liturgia de la misa se proclama —como segunda
lectura— la bendición de Moisés que desea la protección de Dios y la paz (Núm 6,22-27).
En la oración después de la comunión, según la sugerencia explícita de
Pablo VI, se llama a María "madre de Cristo y madre de la iglesia".
La conmemoración de la maternidad divina de María es, por tanto, la ocasión
para extender el sentido de tal maternidad a la iglesia y a toda la humanidad,
para la que se implora, por su intercesión, la plenitud de la paz en su
denso significado bíblico.
Asunción
de la Virgen María (15 de agosto). Una antigua fiesta que se celebraba en Jerusalén
desde el s. vi en honor de la Madre de Dios recordaba probablemente la
consagración de una iglesia en su honor. Esta fiesta, un siglo después, se
extiende a todo el Oriente bajo el nombre de Dormición de santa María y celebra
su tránsito de este mundo y su asunción al cielo, según los textos apócrifos
del Transitus de la Virgen [I supra, II, 2, a]. En
Occidente fue acogida por el papa Sergio (fin del s. vil) con una feliz formulación
inspirada en un texto bizantino: en la oración Veneranda nobis del
sacramentario Gregoriano se dice que María "experimentó la muerte
temporal, pero no pudo ser retenida por los lazos de la muerte". La
proclamación del dogma de la Asunción por Pío XII (1950) ha tenido como
consecuencia la reestructuración de toda la liturgia de esta solemnidad, que
canta el misterio de la glorificación de María asunta ya al cielo en cuerpo y
alma; gracias a la reciente reforma se ha hecho una nueva reelaboración. Esta
solemnidad está dotada, por excepción, de un formulario para la misa vespertina
de la vigilia. En la misa del día se proclama como primera lectura una perícopa
del Apocalipsis (11,19; 12,1-6.10) que recuerda a la mujer vestida de sol
(12,1), aunque en un contexto de difícil comprensión para los fieles que
escuchan; la perícopa evangélica de Lucas (1,39-56), que refiere el
elogio de Isabel a María y la proclamación del Magnificar, expresa bien
la exaltación de la sierva humilde. El nuevo prefacio, inspirado ampliamente en
el texto de LG 68, ofrece una bella síntesis del significado
cristológico y eclesial de la solemnidad. MC 6 centra su sentido en la
perfecta configuración de María con Cristo resucitado. En la liturgia de las
Horas esta temática halla un claro desarrollo en la gozosa plegaria eclesial
que brota de la contemplación de la Virgen como icono escatológico de la
iglesia.
c)
Las dos fiestas marianas.
Dos acontecimientos de la
vida de María se celebran con el grado de fiesta: la Natividad y la Visitación.
Natividad
de la santísima Virgen María (8 de septiembre). El origen de esta fiesta va unido a la
dedicación de la iglesia de la natividad de María en Jerusalén, que se
celebraba desde el s. v. Se extendió a Bizancio y a Roma en el s. vil. Es una fiesta
de gran importancia en todo el Oriente por coincidir con el comienzo del año
litúrgico bizantino. Las fórmulas de la liturgia romana acusan el influjo
oriental y son singularmente alegres, pues celebran el nacimiento de la que,
hecha Madre del Redentor, nos ha dado las primicias de la salvación (colecta de
la misa).
Visitación
de la Virgen María (31 de mayo). Esta fiesta tiene su justificación en el evangelio de
Lucas (1,39-56). Como episodio relacionado con el nacimiento del
Salvador, la visitación tiene ya una conmemoración en la semana que precede
inmediatamente a la navidad. Como fiesta fue instituida por Urbano VI el año
1389, pero ya se celebraba por los franciscanos el 2 de julio desde
1263. En esta misma fecha se celebraba en Constantinopla una fiesta mariana de
la reliquia del cinturón de María en la iglesia de la Blanquerna. La ordenación
actual del calendario, por razones lógicas, ha anticipado justamente esta
fiesta —que recuerda la visita de María a la madre del futuro precursor— a la
solemnidad que conmemora el nacimiento del Bautista (24 de junio), colocándola
el 31 de mayo, es decir, al fin del mes que por tradición popular es
considerado como mariano, en el puesto que ocupaba la fiesta de María Reina,
instituida por Pío XII (que ahora se celebra con el rango de memoria el 22 de
agosto). Puesto que la visitación cae hoy en torno a pentecostés, podría
celebrarse como recuerdo particular de la Virgen en su pentecostés
(puesto que en la anunciación vino sobre ella el Espíritu Santo): como harán
los apóstoles después de su pentecostés, María emprende un viaje
misionero (precisamente la visitación) y es promotora de manifestaciones
carismáticas (el niño da saltos en el seno de Isabel); podría también
celebrarse como recuerdo de María "Arca de la Alianza" (la Alianza en
persona mora en ella) e imagen de la iglesia primitiva por su impulso en la
oración (el Magníficat) y en la caridad activa (una vez más la
visitación).
d) Las
"memorias de María". El
Calendario romano enumera otras ocho "memorias" en honor de María,
algunas obligatorias, otras libres. Están inspiradas ya sea en episodios de la
vida de la Virgen, ya sea en ideas teológicas o en lugares venerados por los
fieles. Las indicamos según la cronología del año litúrgico.
Nuestra
Señora de Lourdes (11 de febrero) es la memoria que va unida al recuerdo de las
apariciones de la Virgen en 1858 a Bernadette Soubirous en la gruta de
Massabielle. La íntima relación que existe entre el lugar, las palabras de la
Virgen y la historia de piedad y de consolación que sugiere su imagen ofrece la
posibilidad de una contemplación de María como fuente de agua viva y medicina
de los enfermos.
Nuestra Señora del Carmen (16 de julio) es el título que recuerda el
nacimiento de una Orden religiosa profundamente mariana (la Orden de los
Carmelitas) en un valle del monte Carmelo, en Palestina. La gran difusión
popular de este título ha sugerido, después de algunas vacilaciones, el
conservar esta memoria en el calendario actual. La referencia bíblica al monte
Carmelo y la gran tradición contemplativa de la Orden sugieren celebrar a María
en su belleza: en su ser karmel, que significa jardín o paraíso de Dios;
en su oración contemplativa que medita las Escrituras. Como reza la colecta,
María conduce a Cristo, que es la santa montaña, en el crecimiento de la
santidad. Según la tradición de la Orden carmelita, María es Madre y Hermana.
Dedicación
de la basílica de Santa María la Mayor (5 de agosto). La memoria hace referencia al lugar dedicado
en Roma en el s. iv casi como una réplica de la basílica de la Natividad de
Belén, en honor de la Madre de Dios sobre la colina del Esquilino. En el s. v,
el papa Sixto III ofrece la iglesia al pueblo de Dios (plebi Dei), embellecida
con preciosos mosaicos —conservados todavía en el arco de triunfo—, que son un
canto de la divina maternidad y de los episodios de la infancia de Jesús y un
monumento a la definición dogmática de Efeso (431). Esta fiesta evoca los
grandes temas de María como templo de Dios y nueva Jerusalén.
Santa
María Reina (22 de agosto). Tradicional por su material iconográfico, esta
memoria fue introducida por Pío XII en 1954 con grado de fiesta para celebrarse
el 31 de mayo, casi en simetría con la fiesta de Cristo Rey. Colocada ahora
felizmente ocho días después del 15 de agosto, tiene el siguiente significado
según las palabras de MC 6: "La solemnidad de la Asunción se
prolonga jubilosamente en la celebración de la fiesta de la Realeza de María,
que tiene lugar ocho días después y en la que se contempla a aquella que,
sentada junto al Rey de los siglos, resplandece como Reina e intercede como
Madre" (cf la colecta del día).
Nuestra
Señora la Virgen de los Dolores (15 de septiembre). La memoria tiene orígenes devocionales que se
remontan al medievo. Difundida gracias al apostolado de la Orden de los Siervos
de María, para los que había sido aprobada en 1667, fue extendida a la iglesia
universal por Pío VII en 1814. Tiene un notable contenido teológico, pues
recuerda la presencia de María a los pies de la cruz. Antes de la reciente
reforma tenía una anticipación el viernes que precede al domingo de ramos;
todavía hoy, colocada después de la fiesta de la exaltación de la santa cruz
(14 de septiembre) se convierte en "ocasión propicia para revivir un
momento decisivo de la historia de la salvación y para venerar junto con el
Hijo exaltado en la cruz a la Madre que comparte su dolor"; como
recuerda la colecta (MC 7).
Nuestra
Señora la Virgen del Rosario (7 de octubre). Tenemos aquí la cristalización de una
devoción mariana profundamente radicada en el pueblo (la memoria es, en cierto
modo, simétrica con la fiesta oriental del himno Akáthistos; en el rito
bizantino se celebra el sábado de la quinta semana de cuaresma). Instituida por
Pío V después de la victoria de Lepanto (7 de octubre de 1571), pasó a
la iglesia universal en 1716 bajo Clemente XI. La memoria es netamente mariana.
En efecto, el Misal romano ha introducido en la colecta "Gratiam
tuam...", que es también la oración conclusiva del Angelus Domini, un
inciso explícitamente mariano: "... ut qui, angelo nuntiante, Christi
Filii tui incarnationem cognovimus, beata Maria Virgine intercedente, per
passionem eius et crucem...". Sólo en este inciso añadido se menciona a la
Virgen. La memoria quiere indicar el camino de la Virgen por los misterios de
gozo, de dolor y de gloria vividos en Cristo.
Presentación
de la santísima Virgen María (21 de noviembre). Fiesta antigua y de gran importancia en la
liturgia bizantina por el significado de la entrada de la Virgen en el templo
sagrado de Jerusalén. El hecho de que esta fiesta se inspirase en el apócrifo Protoevangelio
de Santiago retrasó su extensión a Occidente, donde comenzó a celebrarse
antes del s. xrv, bajo Gregorio XI en Aviñón; pero pronto se extendió a toda la
iglesia con Sixto V en 1585. El contenido esencial de la memoria es el gozo de
la Hija de Sión que se consagra totalmente al Señor.
Inmaculado
Corazón de la Virgen María (sábado después del II domingo después de
pentecostés). Esta memoria se
celebra al día siguiente de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, casi
como su prolongamiento ideal. La devoción se remonta al s. xvii (escritos de
san Juan Eudes). Las apariciones de Fátima (1917) y la consagración de toda la
humanidad al Inmaculado Corazón de María hecha por Pío XII en 1942 han
favorecido su extensión. El mismo papa instituyó la fiesta en 1944, asignándole
la fecha del día octavo después de la Asunción. En todo caso, la referencia al
corazón de María es netamente evangélica, si pensamos en la sabiduría reflexiva
de la Madre, que medita las palabras y los hechos del Hijo en su propio
corazón (Lc 2,19.51).
e)
La memoria de Santa María en sábado y las misas votivas. Desde la edad media, el sábado se ha considerado en la liturgia latina
como un día mariano, a diferencia de lo que hacen las liturgias orientales, que
reservan el miércoles a la memoria de la Virgen. El fundamento de tal elección
parece que hay que buscarlo en la tradición, que considera el sábado que sigue
a la muerte del Señor y precede a su resurrección como el momento en el cual la
fe y la esperanza de la iglesia estaban concentradas en María. Esta memoria de
María es calificada por Pablo VI de "antigua y discreta" (MC 9). La
liturgia de las Horas de esta memoria contiene válidos elementos eucológicos de
loa a la Madre de Dios y nos confía a su intercesión materna.
En la sección de misas
votivas, el Misal Romano remite, para las misas en honor de
María, al común de la santísima Virgen, que contiene hasta siete formularios,
tres de los cuales están reservados, respectivamente, al tiempo de adviento (el
cuarto), de navidad (el quinto) y de pascua (el sexto): son los mejores desde
el punto de vista de su contenido. En la "editio typica altera"
(1975) del Missale Romanum, entre las misas votivas se ha añadido el
formulario De b. Maria Ecclesiae Matre, con el cual se enriquece
notablemente en cantidad, y sobre todo en calidad doctrinal, el "corpus
marianum" de la liturgia. Es importante la colecta, que
recuerda a María a los pies de la cruz en el momento en que se convierte en
madre de los discípulos de Jesús; el prefacio propio se inspira ampliamente en
el capítulo mariano de la constitución dogmática Lumen gentium. (Evidentemente,
esta misa se ha incluido en las nuevas ediciones del Misal castellano.
Pero no conviene olvidar aquí "que el Calendario
Romano General no registra todas las celebraciones de contenido mariano;
pues corresponde a los calendarios particulares recoger, con fidelidad a las
normas litúrgicas, pero también con adhesión de corazón, las fiestas marianas
propias de las distintas iglesias locales" (MC 9). El
deseo aquí expresado se convierte en una invitación a ofrecer, en los textos
eucológicos de las celebraciones de los calendarios particulares, aquella
visión del misterio de María, sobria y esencial, según la cual ella está
asociada a la obra de Cristo y del Espíritu y está presente en la iglesia bajo
diversos títulos y por diversos motivos sin que jamás disminuya el contenido
del dogma ni decaiga la calidad de la doctrina: la veneración para con la Madre
de Dios exige, en resumidas cuentas, que la celebración de sus misterios se
haga con profunda piedad, pero también con verdad sincera; más aún, con la
adecuada belleza"
V. Orientaciones teológicas y pastorales
Después de esta valoración de los elementos marianos
de la liturgia de la iglesia occidental resumamos en algunos puntos las
orientaciones doctrinales y pastorales más específicas y necesarias por su gran
importancia para la espiritualidad y para la vida de la iglesia y de los cristianos.
1.
LA LITURGIA, SÍNTESIS DE DOCTRINA Y DE CULTO. La liturgia, en sus textos, contiene la confesión de
la fe de la iglesia en el misterio de María y ofrece una rica síntesis de la
misma —fusionando armoniosamente la lex credendi y la lex orandi (cf MC
56)—, atenta tanto a la tradición como a los nuevos y recientes
desarrollos. Lo indica autorizadamente Pablo VI en diversos párrafos de la MC,
especialmente cuando afirma: "Recorriendo después los textos del Misal
restaurado, vemos cómo los grandes temas marianos de la eucología romana —el
tema de la Inmaculada Concepción y de la plenitud de gracia, de la maternidad
divina, de la integérrima y fecunda virginidad, del templo del Espíritu
Santo, de la cooperación a la obra del Hijo, de la santidad ejemplar, de la
intercesión misericordiosa, de la asunción al cielo, de la realeza maternal y
algunos más— han sido recogidos en perfecta continuidad con el pasado, y cómo
otros temas, nuevos en un cierto sentido, han sido introducidos en perfecta
adherencia con el desarrollo teológico de nuestro tiempo" (n. 11).
Especial relieve viene dado al tema María-iglesia: "Ha sido introducido en
los textos del Misal con variedad de aspectos, como varias y múltiples son las
relaciones que median entre la Madre de Cristo y la iglesia. En efecto, dichos
textos en la Concepción sin mancha de la Virgen reconocen la imagen de la
iglesia, esposa de Cristo... y de limpia hermosura (prefacio del 8 de
diciembre); en la Asunción reconocen el principio ya cumplido y la imagen
de aquello que para toda la iglesia debe todavía cumplirse (prefacio del 15
de agosto); en el misterio de la maternidad la proclaman madre de la Cabeza y
de los miembros: santa Madre de Dios, por tanto, y próvida Madre de la iglesia
(oración después de la comunión del 1 de enero)" (ib). La ejemplaridad de
María respecto a la iglesia tiene muchos aspectos comprometedores, como
advierte una vez más esta síntesis de la MC: "Cuando la liturgia
dirige su mirada a la iglesia primitiva y a la contemporánea, encuentra puntualmente
a María: allí, como presencia orante junto a los apóstoles (colecta del común
de la santísima Virgen en el tiempo de pascua, después de la ascensión); aquí,
como presencia operante junto a la cual la iglesia quiere vivir el misterio de
Cristo... (colecta del 15 de septiembre: Virgen de los Dolores); y como voz de
alabanza junto a la cual quiere glorificar a Dios... (colecta del 31 de mayo:
Visitación; prefacio de la santísima Virgen); y puesto que la liturgia es culto
que requiere una conducta coherente de vida, ella pide traducir el culto a la
Virgen en un concreto y sufrido amor por la iglesia... (oración después de la
comunión del 15 de septiembre)" (ib). Estas indicaciones, solamente
parciales, al contenido doctrinal mariano de la liturgia renovada muestran que
la "instauración posconciliar... ha considerado con adecuada
perspectiva a la Virgen en el misterio de Cristo y, en armonía con la
tradición, le ha reconocido el puesto singular que le corresponde dentro del
culto cristiano, como Madre santa de Dios, íntimamente asociada al
Redentor" (MC 15). En la liturgia tenemos una síntesis completa y
límpida de doctrina mariana, segura en la formulación y elevada en las
expresiones.
Además, la liturgia ofrece la medida múltiple, pero
justa, de aquel culto a Cristo que se traduce en veneración especial a su
Madre, revistiéndose aquí de varias formas de piedad, así como de otras tantas
formas de amor filial. Es de nuevo la MC la que nos proporciona una
bella síntesis: "Es importante observar cómo traduce la iglesia las
múltiples relaciones que la unen a María en distintas y eficaces actitudes
cultuales: en veneración profunda, cuando reflexiona sobre la singular
dignidad de la Virgen, convertida, por obra del Espíritu Santo, en Madre del
Verbo encarnado; en amor ardiente, cuando considera la maternidad
espiritual de María para con todos los miembros del cuerpo místico; en confiada
invocación, cuando experimenta la intercesión de su Abogada y Auxiliadora
(cf LG 62); en servicio de amor, cuando descubre en la humilde
sierva del Señor a la reina de misericordia y a la madre de la gracia; en operosa
imitación, cuando contempla la santidad y las virtudes de la llena de
gracia (Lc 1,28); en conmovido estupor, cuando contempla en ella,
"como en una imagen purísima, todo lo que ella desea y espera ser" (SC
103); en atento estudio, cuando reconoce en la cooperadora del
Redentor, ya plenamente partícipe de los frutos del misterio pascual, el
cumplimiento profético de su mismo futuro, hasta el día en que, purificada de
toda arruga y toda mancha (cf Ef 5,27), se convertirá en una esposa ataviada
para el Esposo Jesucristo (cf Ap 21,2)" (MC 22).
En la liturgia, por consiguiente, hallamos a nivel de
fe profesada y vivida "una norma de oro para la piedad cristiana" (MC
23); pero también el manantial, la cima, la escuela y la experiencia
mistérica de nuestra comunión con la Madre de Dios. Todas las demás formas de
veneración y de devoción para con María deben converger en la liturgia,
fundirse con ella y eventualmente, si fuera preciso, proceder de ella (cf MC
23). Además, en la liturgia, es decir, en sus contenidos doctrinales y en
sus actitudes cultuales, tenemos un criterio válido de discernimiento respecto
a todas aquellas exageraciones devocionales que están siempre al acecho, como
por desgracia demuestra la historia antigua y reciente de la piedad mariana (cf
MC 38-39).
2.
EJEMPLARIDAD DE MARÍA PARA LA IGLESIA EN EL CULTO Y EN EL SERVICIO. La gran novedad de la reflexión teológica
posconciliar sobre las relaciones de María con la liturgia consiste en haber
plasmado este principio: La Virgen es modelo de la iglesia en el ejercicio
del culto divino. La intuición se funda esencialmente en dos datos
teológicos ya señalados: a) la presencia activa de María en el misterio
de Cristo; b) su ejemplaridad para la iglesia; estos dos datos se hallan
ampliamente explicados en el c. 8 de la LG y en el n. 103 de la SC. Pero
solamente la MC, de Pablo VI, ha sacado ampliamente las consecuencias
(nn. 16-23). En esto la exhortación del papa había estado precedida por algún
teólogo. A pesar de la crítica esporádica de algún autor perteneciente al mundo
ortodoxo oriental, que no consideraba tradicional este modo de presentar
a la Virgen, el principio ha tenido éxito en la iglesia: se le puede considerar
como una de las intuiciones más fecundas de la espiritualidad litúrgica y
mariana de los últimos siglos, con amplia base en la gran tradición patrística,
como documenta cuidadosamente la MC en sus notas.
Pablo VI presenta a María como "modelo de la iglesia
en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo",
que son las actitudes interiores con las cuales la iglesia, esposa amadísima,
invoca a su Señor, y por su medio rinde culto al Padre eterno (MC 16).
Con este principio se nos ofrece además una sólida orientación teológica para
toda formación en la ! participación litúrgica: el modo propio de formar para
vivir la liturgia es formar para la vida teologal, la cual se ejercita
justamente en la liturgia y en ella alcanza su punto culminante; más aún, en la
liturgia alcanza su punto culminante toda la oración y contemplación del
cristiano bajo la acción del Espíritu Santo, en contra de lo que en algún
tiempo escribieron Jacques y Raisa Maritain.
El principio de la ejemplaridad de María ha sido
explicado por Pablo VI refiriéndose a algunas actitudes comunes a la Virgen, en
su participación en el misterio de Cristo en el Espíritu, y a la iglesia, la
cual, bajo la acción del Espíritu, celebra el memorial del Señor. En primer
lugar, en la escucha religiosa de la palabra de Dios, María aparece como Virgen
oyente: modelo, por tanto, para la iglesia que medita, escucha, acoge, vive
y proclama aquella palabra que se encarnó en María: "Esto mismo hace la
iglesia, la cual, sobre todo en la sagrada liturgia, escucha con fe, acoge,
proclama, venera la palabra de Dios, la distribuye a los fieles como pan de
vida y escudriña a su luz los signos de los tiempos, interpreta y vive los
acontecimientos de la historia" (MC 17). De María, cual Virgen
orante se pueden recordar en general, ya sea su actitud orante, ya sea
aquellos sentimientos que el Espíritu suscitaba en su corazón y que coinciden
con las grandes dimensiones de la oración eclesial, la cual alcanza su vértice
y su punto de condensación en la plegaria eucarística: la alabanza llena
de gratitud del Magnifrcat, la intercesión en Caná, la súplica para
la venida del Espíritu en el cenáculo. A estas actitudes hay que añadir la
peculiar experiencia de María cual Virgen oferente en el templo de
Jerusalén y en el Calvario, experiencia que en su aspecto activo (María ofrece)
y pasivo (María se ofrece) se torna ejemplar para la iglesia en su oblación
sacrificial de la eucaristía y de la oración (MC 18.20) ". Desde
otra perspectiva María, cual Virgen Madre, es el modelo de aquella
cooperación activa con la cual también la iglesia colabora mediante la
predicación y los sacramentos (especialmente en el bautismo-confirmación y en
la eucaristía) a transmitir a los hombres la vida nueva del Espíritu (cf MC 19).
Con la amplitud de este principio de ejemplaridad se
puede afirmar que toda celebración litúrgica debe ser implícitamente
mariana, en cuanto debe ser celebrada por la iglesia con aquellos
sentimientos que tuvo la Virgen María. La nota mariana, por
consiguiente, caracteriza, en la globalidad de la experiencia litúrgica, toda
celebración de los santos misterios y hace que la espiritualidad litúrgica sea
auténticamente espiritualidad mariana en el mejor sentido de la palabra
".
Pero hay algo más. Si la liturgia se traduce en el compromiso
y el culto litúrgico exige su prolongación en el culto espiritual de la
vida, la ejemplaridad de la Virgen ofrece la mejor síntesis de lo que debe ser
la vida del cristiano: "Bien pronto los fieles comenzaron a fijarse en
María para, como ella, hacer de la propia vida un culto a Dios y de su culto un
compromiso de vida... María es, sobre todo, modelo de aquel culto que consiste
en hacer de la propia vida una ofrenda a Dios... El `sí' de María es para todos
los cristianos una lección y un ejemplo para convertir la obediencia a la
voluntad del Padre en camino y en medio de santificación propia" (MC 21).
Recordamos, finalmente, cómo el fin de la liturgia
—glorificación de Dios y santificación de los hombres (SC 7)— coincide con la
misión materna de María, que es la de "reproducir en los hijos los rasgos
espirituales del Hijo primogénito" (MC 57). Junto al Cristo, el Hombre
nuevo, aparece también María como Mujer nueva, que refleja, para
gloria de Dios y para ejemplo de la iglesia, los rasgos de aquella vida
nueva mediante una santidad ejemplar y un crecimiento hacia la plenitud de la
gracia, según la magnífica enumeración de virtudes evangélicas practicadas por
María, que ofrece Pablo VI en MC 57.
La iglesia, que celebra los misterios divinos, debe
por tanto mirar a María como modelo de fe, de esperanza y de caridad, de pureza
y de compromiso, de perseverancia en la oración. Más aún, una plena conciencia
de este principio mariano que ilumina la liturgia debería llevar a una liturgia
contemplativa, bella —la "vía pulchritudinis" es
auténticamente mariana—, noble, decorosa, abierta a las mociones del Espíritu
que crea la comunión profunda con Dios y con los hermanos.
3.
LITURGIA MARIANA Y DEVOCIONES MARIANAS. Lo acabamos de repetir (-> supra, 2): la
iglesia, que celebra objetivamente el misterio de la Virgen Madre asociada a
Cristo y se apropia subjetivamente en toda acción litúrgica sus sentimientos,
vive la mejor y la más auténtica forma de devoción mariana en cuanto realiza la
comunión con la Virgen y con sus sentimientos. La liturgia, por consiguiente,
está en el centro y es la cumbre de la devoción mariana. Como advierte
la MC 15: "Recorriendo la historia del culto cristiano se nota que, tanto
en Oriente como en Occidente, las más altas y más límpidas expresiones de la
piedad hacia la bienaventurada Virgen han florecido en el ámbito de la liturgia
o han sido incorporadas a ella". Pablo VI ha querido trazar las líneas de
una renovación de la piedad mariana inspirándose en las notas características
de la liturgia, que son la dimensión trinitaria, cristológica (y
pneumatológica) y eclesial (MC 24-28). Ha sugerido además, siguiendo las
líneas de las enseñanzas conciliares, "algunas orientaciones —bíblicas,
litúrgicas, ecuménicas, antropológicas—que se deben tener presentes en la
revisión o creación de ejercicios y prácticas de piedad a fin de hacer más vivo
y sentido el vínculo que une a la Madre de Cristo y madre nuestra en la
comunión de los santos" (MC 29-39). Como hemos dicho en otra parte
de este Diccionario (-> Religiosidad popular, II), tales
consideraciones sobre la piedad mariana pueden considerarse como paradigmáticas
para la renovación de otras formas de piedad.
Sigue siendo regla de oro el principio de la MC 31:
"Una clara acción pastoral debe, por una parte, distinguir y subrayar la
naturaleza propia de los actos litúrgicos; por otra, valorar los ejercicios
piadosos para adaptarlos a las necesidades de cada comunidad eclesial y
hacerlos auxiliares válidos de la liturgia": Una ejemplificación
autorizada de esta valoración-adaptación la ofrece la misma exhortación a
propósito del Angelus Domini y del Rosario (MC 40-55).
En la actual valoración de la religiosidad popular no
conviene olvidar la centralidad que tiene la liturgia, como he intentado poner
de manifiesto en estas páginas, ya sea por su contenido o por la ejemplaridad
de sus formas. Hoy, incluso para expresiones típicas de devoción mariana como
el mes mariano (mayo, según la tradición popular; diciembre, según la
litúrgica), se procura o hacer converger todo en la celebración de la
eucaristía y de la liturgia de las Horas o recurrir a la celebración de la
palabra o de la oración inspirada en la liturgia. Las mismas peregrinaciones
a los santuarios marianos son gestos de piedad que deben culminar en la
plegaria comunitaria, en la celebración del sacramento de la penitencia y en la
celebración eucarística. En general, podemos decir que la posibilidad de
incluir armónicamente en la liturgia el recuerdo de la Virgen, sin ir contra las
orientaciones de la iglesia o desnaturalizar los contenidos del año litúrgico,
son realmente múltiples
VI. Conclusión
La síntesis motivada sobre la presencia de la Virgen
en el año litúrgico que encontramos en SC 103 —el primer texto mariano del Vat.
II—se ha convertido en un principio teológico y operativo para la revisión de
tal presencia que se ha verificado en la reforma litúrgica posconciliar. La
memoria y la veneración de la Virgen, que tienen lugar en la liturgia, se
fundan en sólidos motivos teológicos: la cooperación de María a la obra
salvífica de Cristo en el Espíritu Santo, cual humilde sierva del designio del
Padre; su ejemplaridad para la iglesia en el ejercicio del culto divino,
en cuanto la iglesia se inspira en sus sentimientos; el gozo de contemplar
en ella el fruto más espléndido de la redención, y también la mujer nueva, es
decir, la humanidad que ha colaborado en el plan de salvación; la esperanza
y el consuelo que promanan de su persona ya glorificada junto a su
Hijo, icono escatológico de la iglesia, es decir, de cuanto la liturgia
promete ya desde ahora a todos los fieles, puesto que "en ella se ha
realizado ya el proyecto de Dios en Cristo para la salvación de todo el
hombre" (MC 57). Por eso María está presente, protagonista y ejemplar
al mismo tiempo, en el misterio de Cristo celebrado en la liturgia, que hace
memoria del pasado salvífico, lo hace presente y anticipa su futuro:
una presencia que es motivo de esperanza para el porvenir, sin duda,
pero también de compromiso para hoy: "Al hombre contemporáneo,
frecuentemente atormentado entre la angustia y la esperanza, postrado por la
sensación de su limitación y asaltado por aspiraciones inconmensurables,
turbado en el ánimo y dividido en el corazón, la mente suspendida por el enigma
de la muerte, oprimido por la soledad mientras tiende hacia la comunión, presa
de sentimientos de náusea y de hastío, la Virgen María, contemplada en su
vicisitud evangélica [el pasado] y en la realidad ya conseguida [el
presente y futuro escatológico] en la ciudad de Dios, ofrece [en el
presente litúrgico de la iglesia] una visión serena y una palabra
tranquilizadora: la victoria de la esperanza sobre la angustia, de la comunión
sobre la soledad, de la paz sobre la turbación, de la alegría y de la belleza sobre
el tedio y la náusea, de las perspectivas eternas sobre las temporales, de la
vida sobre la muerte" (MC 57). Así la Virgen aparece íntimamente
unida a la historia de la salvación que se realiza en el misterio, en la
liturgia de la iglesia. Pero en la liturgia y en el servicio de caridad hacia
los hombres que de ella se deriva aparece más que nunca el rostro mariano de
la iglesia de Cristo.
J. Castellano
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Tomado de D. Sartore y Achule M. Triacca (Dir.)Nuevo Diccionario de Liturgia, Edición española Juan María Cañáis, Eidiciones Paulinas, 1987