jueves, 13 de febrero de 2020

LECTURAS Y COMENTARIO DOMINGO VI T.O. CICLO A - 16 FEBRERO 2020


“PERO YO LES DIGO”


ORACION COLECTA

Oh Dios, que prometiste permanecer en los rectos y sencillos de corazón, concédenos, por tu gracia, vivir de tal manera que te dignes hablar en nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA

Lectura del Libro del Eclesiástico 15, 16-21.

Si quieres, guardarás sus mandatos, porque es prudencia cumplir su voluntad; ante ti están puestos fuego y agua, echa mano a lo que quieras; delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja. Es inmensa la sabiduría del Señor, es grande su poder y lo ve todo; los ojos de Dios ven las acciones, él conoce todas las obras del hombre; no mandó pecar al hombre, ni deja impunes a los mentirosos.

SALMO RESPONSORIAL (118)

Dichosos los que caminan en la voluntad del Señor.

Dichoso el que con vida intachable camina en la voluntad del Señor; dichoso el que guardando sus preceptos lo busca de todo corazón.  R.

Tú promulgas tus decretos para que se observen exactamente; ¡ojalá esté firme mi camino para cumplir tus consignas. R.

Haz bien a tu siervo: viviré y cumpliré tus palabras; ábreme los ojos y contemplaré las maravillas de tu voluntad. R.

 Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes y lo seguiré puntualmente; enséñame a cumplir tu voluntad y a guardarla de todo corazón. R.

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 2, 6-10.

Hermanos: Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mundo ni de los príncipes de este mundo, que quedan desvanecidos, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos, para nuestra gloria. Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido, pues si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria.  Sino como está escrito: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.». Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu, y el Espíritu todo lo penetra, hasta la profundidad de Dios.

EVANGELIO

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 5, 17-37.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: [No crean que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
Les aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno sólo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el Reino de los Cielos.]. Pero quien los cumpla y enseñe, será grande en el Reino de los Cielos. Se los aseguro: si no son mejores que los letrados y fariseos, no entraran en el Reino de los Cielos. Han oído que se dijo a los antiguos: no matarás, y el que mate será procesado. Pero yo les digo: todo el que esté peleado con su hermano será procesado. [Y si uno llama a su hermano «imbécil», tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama «renegado», merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito procura arreglarte en seguida, mientras van todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.]. Han oído el mandamiento «no cometerás adulterio.». Pues yo les digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior. [Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el Abismo. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al Abismo. Está mandado: «El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio.». Pues yo les digo: el que se divorcie de su mujer—excepto en caso de prostitución—la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio.] Saben que se mandó a los antiguos: «No jurarás en falso» y «Cumplirás tus votos al Señor.». Pues yo les digo que no juren en absoluto: [ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo]. A ustedes les basta decir sí o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno.

COMENTARIO

Jesús no da una ley nueva, sino una nueva manera de ver la ley antigua y cualquier otra ley. Decir: “Basta con amar” es verdad si se añade que esto es una ley y que hay que aplicarla a costa de presiones que son leyes: no ceder a la cólera, no fomentar malos deseos, ni divorciarse, decir un sí que sea verdaderamente un sí, no vengarse, amar incluso a los enemigos. Son cosas tan difíciles de practicar que uno se siente en un clima muy especial: la infinita exigencia evangélica. Mientras uno no se haya medido con esta exigencia, se quedará en el antiguo ambiente legalista contra el que luchó fuertemente Jesús; señala de que la tentación es grande y nos acecha a todos. Su advertencia solemne (“Yo les digo”) era una provocación. ¿A quiénes decían: “Si su justicia no es mayor que la de los escribas y los fariseos, no entrarán en el reino?. A unas personas que admiraban la ciencia real de los escribas y el gran esfuerzo de santidad de los fariseos.
Jesús mismo dice, no se trata de derribar la ley antigua para construir algo totalmente nuevo: “No crean que he vuelto a abrogar la ley o los profetas, no he venido a abrogar, sino a cumplir”. No se trata de mantener el respeto con el pasado y mucho menos de sentir nostalgia: Jesús es tan libre respecto a todas las cosas que está libre, absolutamente única, es uno de los signos de su divinidad “Yo he venido –– para…”. ¿Qué Moisés, que profeta se habría atrevido a enunciar algo semejante?. Antes de él, el legislador y el profeta hablaban en nombre del Señor, a partir de su vida y de los acontecimientos. Jesús habla como Señor a partir de un origen misterioso y de un saber tan grande sobre las capacidades de los hombres como sobre las exigencias de Dios. Él es el legislador supremo y definitivo. Después de él nadie dirá: “Jesús se dijo, pero yo les digo…”.
Sin embargo el recuerda lo que “se dijo” (formula discreta y respetuosa para decir “Dios dijo”). Se trata ciertamente de una palabra de Dios. ¿Acaso una palabra imperfecta? Nos encontramos aquí muy cerca de lo que Jesús quiere revelarnos: la superación. Por muchas bocas Dios había dado leyes esenciales: no matar, no romper una pareja, ser sinceros, limitar la venganza. Era algo que se adaptaba a los tiempos duros y que sigue siendo válido. ¡Pero solo como el comienzo de un caminar!. Esto exige no fijar nada, no aprisionar la justicia y la santidad dentro de una lista de cosas que hacer o que omitir: hay que hacerse capaces de reaccionar debidamente ante lo inédito.
Jesús ha venido no para añadir unas cuentas prescripciones más afinadas, sino para revelar el secreto de afinar cualquier ley. Es la cuestión de la letra y del espíritu. Jesús nos revela que no hay más que un espíritu; el amor. Se le puede llamar ley nueva, pero más vale verlo como la razón y la medida de toda ley. Desde el “No matarás” hasta el “Ama a tus enemigos”, la superación no es ni una oposición ni una añadidura, es otra cosa, es la locura del evangelio: “Sean perfectos, como es perfecto su Padre celestial”. Cuando quieres amar de veras, entonces es cuando mejor te adhieres a la ley de Cristo. Entonces puedes inventar tu vida en medio de las leyes.

PLEGARIA UNIVERSAL

Con la certeza de que Dios nos escucha y atiende con ternura nuestras suplicas elevemos nuestra oración de hijos necesitados que confían en su amor. R. Escucha, Padre, nuestra oración.

1.- Por la Iglesia universal, para que viviendo en comunidad la palabra de Dios, haga presente en el mundo la alegría de seguir a Jesús. Oremos. R.

2.- Por el Papa Francisco, nuestros Obispos y sacerdotes, para que también en ellos escuchemos las 3nseñanzas de tu Hijo que hoy nos pide una adhesión plena a Él. Oremos. R.

3.- Por nuestra patria; para que cada uno de los que habitamos esta tierra bendita dejando de lado lo que pueda separarnos. Busquemos por encima de todo el bien común. Oremos. R.

4.- Por todos los que hoy sufren hambre, soledad, desolación o se sienten marginados; para que encuentren en nuestra comunidad una autentica solidaridad que les ayude a superar s situación de dolor. Oremos. R.

5.- Por nuestra comunidad parroquial para que en toda circunstancia demos testimonio del modo de amar que Jesús nos enseña, sin temor, ni vergüenza. Oremos. R.

Dios y Padre nuestro, junto con esta suplicas que te hemos presentado, te pedimos que nos concedas la gracia y la sabiduría necesaria, para adherirnos plena y libremente a tu ley de amor. Te lo pedimos, por Jesucristo nuestro Señor.

ORACION SOBRE LAS OFRENDAS

Señor, que esta oblación nos purifique y nos renueve y sea causa de eterna recompensa para los que cumplen tu voluntad. Por Jesucristo nuestro Señor.

ORACION DESPUES DE LA COMUNION

Alimentados con las delicias del cielo, te pedimos, Señor, que procuremos siempre aquello que nos asegura la vida verdadera. Por Jesucristo, nuestro Señor.

PALABRA DE DIOS Y SANTORAL DE CADA DÍA

Lunes 17: St 1, 1-11; Sal 18; Mc 8, 11-13
Martes  18: St 1, 12-18; Sal 93; Mc 8, 14-21
Miércoles 19: St 1, 19-17; Sal 14; Mc 8, 22-26.
Jueves 20: St 2, 1-9; Sal 33; Mc 8, 27-33
Viernes 21: St 2, 14-24.26; Sal 111; Mc 8, 34—9, 1.
Sábado 22: 1P 5, 1-4; Sal 22; Mt 16, 13-19.
Domingo 23: Lv 19, 1-2.17-18; Sal 102; 1Co 3, 16-23; Mt 5, 38-48.

COMENTARIOS AL EVANGELIO
Mt 05, 17-37

Texto. Es continuación de los dos domingos anteriores en cuanto que los destinatarios de las palabras de Jesús son los mismos que hace dos domingos eran declarados bienaventurados y el domingo pasado eran designados sal de la tierra y luz del mundo. Sin embargo, el texto de hoy ya no va a tratar de ellos, de sus dificultades y funciones, sino de Jesús y de sus relaciones con la Ley y los Profetas. De estas relaciones se habla a dos niveles, por lo que podemos dividir el texto en dos partes.
Primera parte (vs 17-2O). Relaciones a nivel de principios generales. El tono lo da el versículo de entrada. No he venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a darles plenitud. Ley y Profetas es la expresión judía para designar el conjunto normativo al que todo judío debía ajustar su vida.
Ley-Profetas designan el pasado transmitido hasta el presente de los individuos, la tradición viva del pueblo judío, las estructuras en las que el judío individual vivía. ¿Cómo fueron las relaciones de Jesús con esas estructuras? No de supresión sino de profundización, hasta dar a esas estructuras su sentido último y definitivo. La relación de Jesús con las estructuras no fue de enfrentamiento o de negación, pero tampoco fue de conformismo, de aceptación mecánica o de repetición literal. Fue una relación de búsqueda de sentido positiva y enriquecedora. A una relación así invita el Jesús de Mateo en el v.2O de esta primera parte. Ser mejores que los escribas y fariseos quiere decir tener ante las estructuras el talante positivo y enriquecedor que Jesús tuvo.
Segunda parte (vs.21-37). Cuatro ejemplos prácticos de la relación de Jesús con el conjunto normativo que le tocó vivir.
En los cuatro se reproduce un mismo esquema: Se ha dicho... yo os digo. Un esquema que avanza no por abolición o supresión de lo dicho, sino por ahondamiento y enriquecimiento de lo dicho. Es el esquema letra-espíritu de la letra.
Versos 21-26. No matarás (Ex.20,13; Deut.5,17). Por supuesto. Pero, ¿sólo se mata con las armas? ¿Y las peleas? ¿Y los insultos? ¿Y los pleitos? Hay palabras y actuaciones que matan. La reconciliación debe ser algo previo a todo tipo de cumplimiento religioso.
Versos 27-30. No cometerás adulterio (Ex.20, 14; Deut. 5,18). Por supuesto. ¿Basta sin embargo, con no acostarse con la mujer de otro? Hay que tener también un corazón limpio y desinteresado. Intencionadamente digo corazón y no mirada, porque hay que reconocer que se han dicho muchas tonterías y se han creado muchos traumas debido a una miope y mezquina interpretación de la expresión "mirar a una mujer".
Versos 31-32. El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio (/Dt/24/01). El objetivo de esta ley era garantizar a la mujer repudiada un mínimo de dignidad y de aceptación social, que por ser mujer y por haber sido repudiada fácilmente se le negaban. El acta de repudio era un instrumento jurídico de defensa mínima de la mujer. ¿Basta esta defensa mínima? ¿No sería mejor no perjudicar a la mujer hasta el punto de obligarla a tener que buscar otro hombre? Este tercer ejemplo hay que enmarcarlo en el contexto social, económico y cultural de la época. En él no se trata de la indisolubilidad del matrimonio, a la que, por cierto, se le reconoce una cláusula exceptiva, sino de profundizar en el respeto y en el reconocimiento de la mujer.
Versos 33-37. No jurarás en falso, cumplirás tus votos al Señor (Lv 19, 12; Nm 30, 2; Dt 23, 21). Por supuesto que está mal jurar a sabiendas de que lo que se jura es falso o que no se va a cumplir. Pero, ¿hay que estar poniendo siempre a Dios por testigo o garante de que lo que se dice o promete se va a hacer? ¿Somos por nosotros mismos incapaces de cumplir lo que decimos y prometemos? ¿Somos tan inmaduros que necesitamos de la ayuda de Dios para que se nos crea? Interesante ejemplo de desacralización.
Comentario. Debe ser breve por fuerza. Nos hallamos ante un texto clave, propio y exclusivo de Mateo, una vez más el judío de los evangelistas. Y paradójicamente el menos judío. El eterno problema de lo antiguo y lo nuevo, la tradición y la innovación, las estructuras y el individuo. Texto capital para la línea de actuación en él señalada, en su doble vertiente teórica y práctica. Texto programático por pertenecer al discurso de la montaña. Texto a seguir practicando en toda su dinámica. Todo letrado que entiende del Reino de los cielos se parece a un padre de familia que saca de su arcón cosas nuevas y antiguas (Mt/13/52). También estas palabras son exclusivas del Jesús de Mateo. La cuestión se ve que le preocupó al evangelista eclesial.
ALBERTO BENITO –  DABAR 1987/15



2. PALABRA DE DIOS PERO NO PALABRA DEFINITIVA. J/PLENITUD.
El v.17 de este capítulo (omitido en la lección breve) es una declaración de la actitud fundamental de Jesús respecto a la "ley y los profetas", es decir, al A.T. en su totalidad. Jesús reconoce el A.T. como palabra de Dios, pero no como palabra definitiva, ya que para pronunciar precisamente esta palabra definitiva vino él al mundo.
En consecuencia, Jesús no se presenta como un revolucionario religioso que rompa drásticamente con la herencia de Israel: "No creáis que he venido a abolir la ley y los profetas; no he venido a abolir, sino a dar plenitud".
Jesús da cumplimiento en su vida a todas las profecías, cosa que San Mateo no pasa por alto y constata aquí y allá a lo largo de su evangelio. Por otra parte, supuesta la ordenación a Cristo del A.T., todo lo que en él tenía un carácter transitorio queda ya cumplido con la venida de Cristo y, por lo tanto, superado; por ejemplo, todo el culto vétero-testamentario cede ante el sacrificio insuperable de la cruz.
Los preceptos morales de la Ley llegan a su plenitud en Cristo en un doble sentido: a)Porque Jesús es aquél que hace realmente toda la voluntad de Dios expresada en aquellos preceptos, de suerte que ahora cumplir la voluntad de Dios es para nosotros seguir a Cristo; b)Porque Jesús restituye los mandamientos divinos a su pureza, proclamándolos con toda la claridad y profundidad, derogando aquello que había sido ordenado a título de simple concesión por la dureza del corazón de Israel y reduciendo todos los preceptos al mandamiento del amor a Dios y al prójimo.
El sentido de las antítesis tiene ante todo este significado: "Dios ha dicho por medio de Moisés..., pero por medio de mí dice...". Con esto se señala expresamente el lugar escriturístico citado como Palabra de Dios; y los "antiguos", a quienes les fue dicha esta palabra, no son los maestros judíos (véase Mc 7,3), ni los antecesores de aquellos judíos en general, sino la generación del desierto, aquélla a la que por vez primera se le proclamó el Decálogo (véase Ex 19-20).
Solamente las palabras "no matarás" se encuentran en el Decálogo literalmente. Sin embargo, la coletilla recoge abreviadamente lo que el A.T. determina como castigo por el asesinato (Ex 21,12: Lev 24,17; Núm 35,16-24). La Ley vétero-testamentaria prohíbe y castiga el hecho externo, el asesinato acabado.
v.26: La segunda sentencia, que también se halla en /Lc/12/57-59), agudiza la obligación de la reconciliación con el enemigo, y lo hace mediante el ejemplo de la vida cotidiana. Quien con su enemigo de proceso se reconoce totalmente culpable, cuando aún va de camino hacia el juez, obrará muy razonablemente, si da por terminado el contencioso y se pone de acuerdo con él, antes de encontrarse con la dureza del juicio. Lucas es quien ofrece el texto original de esta sentencia y su mejor composición. En él se ve totalmente claro que se trata de una llamada a la conversión, en vista del juicio escatológico, revestida de parábola. Con esta comprensión pierde el texto la forma de regla de actuación por motivos de carácter egoísta. En la composición de Mateo, en lugar de la relación a Dios, se encuentra como telón de fondo la relación al prójimo.
EUCARISTÍA 1987/09



3.- Jesús es el perfecto cumplidor de la Ley, porque la ha cumplido con un amor cuya única medida es no tener medida.
"Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (/Jn/13/01).
Nos amó hasta el colmo, hasta el sacrificio de su vida. Esta es la Nueva Ley del cristiano. No hay que preguntarse ya hasta dónde es posible llegar sin pecar, sino cómo es posible llegar hasta el límite del amor. Porque la Ley comienza con "No matarás", pero se cumple y se perfecciona cuando uno está dispuesto a morir por sus enemigos.



4.- Jesús pide a quienes le sigan que presten una extremada atención a la Escritura, y a toda la Escritura: a la Ley y a los Profetas, porque la menor de sus afirmaciones adquiere una plenitud nueva a partir del momento en que se la considera con la perspectiva del Reino. Sin duda que Mateo no quiere afirmar que la totalidad de los preceptos de la Ley o de las afirmaciones proféticas tengan su desarrollo en el Evangelio, pero sí pretende que el conjunto de la Ley, el conjunto de los profetas constituyen la base necesaria sobre la que se edifica la novedad traída por Jesús. Los discípulos del Maestro no pueden plantear su vida sin conceder una gran dedicación a "entender" (cf. 13, 51: "entender" antes de "enseñar" a la manera del "escriba", v. 52), y después a "practicar" y, dada la ocasión, a "enseñar" el conjunto de la Escritura, de la Ley y de los Profetas.
Practicar, pero de forma "acabada", que va más allá que su significado primero. De hecho, en la continuación del discurso Jesús prolonga las exigencias antiguas. Para Él, ya no se trata sólo de evitar el homicidio; hay que renunciar también a toda palabra descomprometida, y emplearse lo más rápidamente que se pueda en las actuaciones posibles de reconciliación (vv. 21-26).
No se trata ya sólo de evitar el adulterio, sino que hay que evitar también la mirada impúdica y el deseo que ésta hace nacer (vv. 27-30).
Con respecto al divorcio, no se trata ya de atenerse únicamente a respetar el procedimiento; es necesario renunciar a toda separación de los cónyuges: fuera del caso de una "unión ilícita" (v. 31 s).
No se trata ya sólo de evitar el jurar en falso; no hay que jurar, y por lo tanto, hay que atenerse a la verdad de la palabra, simplemente (vv. 33-37).
No se trata ya sólo de limitar la pena del culpable a lo correspondiente a su falta: hay que responder pacíficamente a la conducta del malo (vv. 38-42).
No se trata ya, en fin, de limitarse al amor al prójimo; hay que ir hasta el amor a los enemigos (vv. 43-47). Este último párrafo formula algo más que una exigencia; explica el motivo de las novedades exigidas por Jesús. El discípulo de Jesús es "hijo del Padre que está en los Cielos" (v. 45). Ahora bien, la sociedad de aquel tiempo tenía una teoría simple de las relaciones entre hijo y padre, una doctrina impuesta por el marco artesanal que regía aquella sociedad. El aprendizaje se hacía en casa; el hijo "no hacía nada por sí mismo sin que se lo viera hacer a su padre; y lo que el Padre hacía, debía hacerlo igual el Hijo" (/Jn/05/19).
La misma relación debe existir entre Dios-Padre y sus hijos; estos últimos no pueden mostrar su espíritu filial más que aplicándose a imitar al Padre. La característica de este Padre que está en los Cielos" es la "bondad" (20, 15), probada en el bien que hace a los "buenos" lo mismo que a los "malos". Por lo tanto, imitando este amor universal es como los discípulos se mostrarán "hijos del Padre que está en los Cielos", y como serán "perfectos como el Padre celestial es perfecto".



He aquí una primera razón por la cual puede llamarse "superior" la justicia del discípulo: la reducción de los preceptos a un centro simple y claro, pero al mismo tiempo rico en movimiento. Al discutir el caso del divorcio (v. 31: "El que despide a su mujer dele libelo de repudio"), Jesús cita un texto del Deuteronomio (24,1); sin embargo, aun sabiendo que el Deuteronomio es palabra de Dios, lo juzga secundario respecto a un pasaje del Génesis (1,27; 2,24; cfr. Mt 19,3-9). Por tanto, hay textos y textos; algunos son más importantes y otros menos; los primeros revelan la intención profunda y originaria de Dios; los segundos pagan tributo a la dureza de corazón de los hombres. Con ello Jesús ofrece a los escribas una lección de método: para descubrir la voluntad de Dios hay que ser capaces de hacer una lectura global de la Escritura; una lectura que sepa distinguir entre lógica de fondo y sus expresiones parciales, provisionales y fundamentalmente caducas. Esta es la segunda razón por la cual la justicia del discípulo puede llamarse superior.
BRUNO MAGGIONI - EL RELATO DE MATEO -EDIC. PAULINAS/MADRID 1982.Pág. 65



6.- Continúa el sermón del monte, iniciado hace dos domingos. La designación de los discípulos como sal y luz del mundo puede ser la razón por la que Mateo ha dado cabida a las afirmaciones de Jesús sobre la Ley. Esta, en efecto, era para los judíos la sal y la luz del mundo. ¿Cuál es su puesto y razón de ser si ya no es ella la luz y la sal, sino los discípulos? No he venido a abolir, sino a dar plenitud (v. 17). Mientras existan el cielo y la tierra, la Ley no perderá punto ni coma de su valor (v. 18). En el original ambas afirmaciones están en relación de efecto y causa, y por lo mismo la segunda afirmación, enunciando la vigencia de la Ley, constituye el punto de partida. Puesto que la Ley tiene validez y vigencia perpetuas, la Ley no puede ser abolida. Los siguientes versículos 19-20 extraen la conclusión lógica: la Ley, pues, debe ser enseñada y practicada en todos sus detalles por el discípulo de Jesús, quien deberá descollar en ello más incluso que los que dentro del judaísmo han hecho de la Ley la guía y norma de conducta.
Sin embargo, la primera afirmación del v. 17 deja ya entrever que la no abolición de la Ley no significa su mantenimiento mecánico y material. Dar plenitud es completar en línea de sentido y de significado. El v. 17 enuncia que Jesús no ha venido a anular la Ley de Moisés ni las enseñanzas de los profetas, sino a darles su verdadero significado. El resto del texto recoge cuatro ejemplos concretos de esta dinámica de plenitud.
Primer ejemplo (vs. 21-26). Ley: no matar; sentido pleno en la línea de erradicación de la ira y del insulto, trastienda del asesinato. El discípulo de Jesús no puede contentarse con no matar: debe ser generador activo de concordia, no dando pie a que nadie se sienta ofendido.
Segundo ejemplo (vs. 27-30). Ley: no cometer adulterio; sentido pleno en la línea de erradicación del deseo y deleite libidinosos, trastienda del adulterio. El discípulo varón no puede contentarse con no tener relaciones sexuales con la mujer, de otro; debe saber tener limpieza de intenciones. La Ley y la plenitud están redactadas desde la perspectiva del varón, en consonancia con las condiciones socioculturales de la época.
Mateo añade unas frases gráficas sobre el ojo y la mano, que Marcos sitúa en un contexto diferente. La función de las mismas es dar seriedad y urgencia a lo que en este segundo ejemplo se dice.
Tercer ejemplo (vs. 31-32). Ley: en caso de divorcio dar a la mujer un acta de separación, que la proteja de futuras veleidades del ex marido; sentido pleno en la línea de reconocimiento y valoración de la mujer.
De lo que en este ejemplo se trata no es del divorcio, que más bien se presupone, sino de la mujer, ser de segundo orden en la consideración social y jurídica de la época. En un supuesto de divorcio, el acta de separación garantizaba a la mujer un mínimo de reconocimiento y de valoración. Jesús pide avanzar en esta línea reconociendo a la mujer idéntica capacidad jurídica y moral que al varón.
Cuarto ejemplo (vs. 33-37). Ley: cumplir lo prometido bajo juramento; sentido pleno en la línea de ser personas serias y de palabra.
Comentario. Las afirmaciones iniciales del texto. (vs. 17-20) están catalogadas entre las de mayor dificultad dentro del Evangelio de Mateo por su defensa de la Ley, lo que parece más bien propio de un rabino que de Jesús. No son pocos los exégetas ilustres que niegan a Jesús la paternidad de dichas afirmaciones y ven en ellas una creación de los cristianos de origen judío, quienes habrían puesto en labios de Jesús lo que ellos pensaban acerca de la Ley. "Estos sentimientos han sido puestos en boca de Jesús, pero es absolutamente improbable que él pensara o hablara así" (T. W. Manson, Los dichos de Jesús).
Es, sin embargo, la propia matriz judía de esas afirmaciones la que avala la atribución de las mismas a Jesús, judío inmerso como el que más en la corriente de savia y de tradición de su pueblo, y que por lo mismo puede desconcertar a quienes no estamos dentro de esa corriente. No me cabe la menor duda de que Mateo ha recogido palabras genuinas de Jesús, tal cual Jesús las pronunció, con toda la evocación y sabor de lo tradicional, pero a la vez con toda la fuerza y frescor de lo novedoso.
El texto de hoy plantea, en última instancia, el eterno problema de la letra y el espíritu, de lo esencial y lo accidental, de lo permanente y lo cambiante. Determinar en cada caso o situación qué es, qué puede ciertamente ser problemático, pero a la luz del texto de hoy, es evidente que no se debe renunciar a ninguno de los componentes de las binas. Más adelante encontraremos el siguiente símil para describir al discípulo de Jesús: "viene a ser como un amo de casa que saca de su arcón cosas nuevas y antiguas" (13, 42). El discípulo de Jesús será luz y sal en la medida en que, sin renunciar a ninguno de los componentes, los sepa conjugar adecuadamente.
ALBERTO BENITO - DABAR 1990/14



La Ley y los Profetas, los escritos sagrados del AT como tales, no tienen para nosotros ninguna obligatoriedad. Pero tampoco han venido a carecer de importancia, sino que siguen en vigor, pero en su última perfección dada por Jesús.
Él ha dicho de una forma definitiva cómo hay que llevar a cabo la voluntad de Dios de un modo efectivo; una vez que Jesús "vino a dar cumplimiento" ya no podemos volver al AT para cumplirlo nosotros. Si leemos este Libro, sólo podemos hacerlo a la luz de la revelación de JC.



Dos problemas dan la oportunidad a Jesús de hablar de la "nueva justicia" de los cristianos: el homicidio y los sacrificios.
Ambos eran juzgados por los judíos según móviles o formas externas. Pero Jesús reconoce una única y mucho más exigente razón de juicio: la caridad fraterna. Ya que Dios escruta los corazones y juzga según las intenciones.
MISA DOMINICAL 1990/05



9.- Fragmento del discurso del Señor sobre la justicia nueva cuya aplicación recae aquí, principalmente, sobre el quinto mandamiento. Además del exordio general del discurso (v. 20) pueden distinguirse tres secciones:
Versículos 21-22: Cristo va más allá de la prescripción relativa al homicidio generalizando su aplicación a simples hechos injuriosos. El estilo es arcaico y el vocabulario típicamente judío, lo que explica, sin duda, que Lucas no haya recogido este texto pensando en sus lectores griegos.
Versículos 23-24: Pasaje independiente del anterior: hace de la caridad la condición esencial del sacrificio, haciéndose eco a este respecto del tema del sacrificio espiritual que ya se vislumbra en el Antiguo Testamento. Algunas palabras clave enlazan este pasaje con el anterior y permiten, en consecuencia, considerarle como antiguo. Lucas no lo recoge, puesto que la alusión a los sacrificios del Templo no interesa directamente a su público. Marcos da otra versión en Mc 11, 25.
Versículos 25-26: No parecen estar en su lugar original: Lc. 12, 58-59 parece más primitivo cuando los introduce en otro contexto.
a) Hay que tener presente, ante todo, las argucias de los escribas y los comentadores de la ley en torno al homicidio si queremos captar el alcance de la enseñanza del Señor. Para juzgar si había homicidio o no, los escribas enumeraban una serie de condiciones tan marginales unas como otras. Cristo establece un criterio nuevo de apreciación: la intención personal. Esta puede juzgarse más severamente que un homicidio, incluso aun cuando exteriormente no pase de ser una simple injuria.
En realidad, esta primera sección del Evangelio está compuesta, a su vez, por dos sentencias distintas. En la primera (vv. 21-22a) Cristo afirma que la simple injuria puede ser motivo de llevar a uno al "tribunal" con igual razón que un homicidio. El tribunal se refiere aquí al consejo de comunidad que, en el plano nacional (sanedrín) o local (en Qumrán, por ejemplo), gozaba del derecho de excomulgar a los miembros que han cometido falta. Gozaba así de una especie de derecho de vida y muerte discerniendo quiénes merecían y quiénes no pertenecer a la comunidad (Mt 10, 17; Jn 16, 2). No cabe duda de que una jurisdicción de este tipo existió en las comunidades cristianas primitivas (Act 5; 1 Cor 5, 1-4; 1 Tim 1, 20; Mt 18, 15-17).
La segunda sentencia (v. 22b-c) no constituye una especie de gradación con respecto a la primera parte. Simplemente dice las mismas cosas en otros términos. El "tribunal" no es ni más ni menos grave que el "sanedrín" o que la "gehenna". Se trata, igualmente, de la reacción de una comunidad que rechaza de su seno a los culpables. Pero mientras que las jurisdicciones judías no juzgaban más que sobre el exterior, las jurisdicciones cristianas tendrán que examinar atentamente, al igual que Dios, la intención de cada uno.
Para que Cristo pueda elaborar esa nueva jurisprudencia hay que admitir previamente dos principios: en primer lugar que Dios "escruta los corazones", mientras que el hombre se queda en el lado externo de las cosas (Jer 11, 19-20; 12, 1-3; 17, 9-11); en segundo lugar, que le asiste un perfecto derecho a exigir más de quienes se comprometen, en la nueva alianza, puesto que ésta "cambia el corazón" (Ez 36, 23-30; Jer 31, 31-34).
b) La segunda sección (vv. 23-24) trata de la necesidad de la reconciliación antes del sacrificio. Si antes de ofrecer su sacrificio un judío se acordaba de repente que estaba impuro (Lev 15-17), debía someterse a una serie de abluciones previas. Cristo pide al cristiano que tenga el mismo reflejo si se acuerda que está en desavenencia con alguno. En este pasaje Cristo no hace ya alusión a las prescripciones sobre homicidio, sino a las prescripciones sobre la pobreza ritual. La inspiración de las dos secciones es diferente, pero derivan del mismo deseo de establecer una justicia nueva, basada sobre la actividad interior y opuesta a todo formalismo y de la preocupación por subrayar que los vínculos entre el individuo y la asamblea cristiana son ahora de orden interior.
Que la asamblea cristiana que hace penitencia o que se presenta delante de Dios en la Eucaristía se examine para saber si, en este mismo momento, no se interponen numerosas voces acusadoras entre ella y Dios para poner obstáculos a su penitencia y a su ofrenda.
EU/CARIDAD: Generalmente no se advierte el nexo entre Eucaristía y caridad en su verdadera significación: se hace de la caridad una simple condición individual para participar en la Eucaristía o una exigencia moral para quienes han comulgado en ella, pero no se ve con suficiente claridad que Eucaristía y fe coinciden y que la caridad es también una obligación colectiva que descansa sobre la Iglesia misma y cada una de las asamblea eucarísticas.
Este culto al que se entrega el pueblo sacerdotal es el ejercicio de la caridad hasta el don total de sí para la salvación de la humanidad entera. Concretamente, decir que la Iglesia es un pueblo sacerdotal es considerarla, ante todo, allí donde es levadura en la masa, es decir, allí donde los cristianos, mezclados entre los hombres, viven durante toda su vida diaria su misión de congregar progresivamente a los hijos de Dios dispersos. Estas perspectivas, advirtámoslo, son extraños a las del sacerdocio levítico del Antiguo Testamento: demasiados cristianos lo ignoran. El pueblo sacerdotal del Nuevo Testamento no es un pueblo reunido en un templo para la oración y el sacrificio, un pueblo separado del resto de los hombres y entregado a actividades exclusivamente religiosas. Es, por el contrario, un pueblo directamente comprometido en plena masa humana, un pueblo de hombres y mujeres a quienes nada diferencia de los demás hombres y de las demás mujeres, sino la pertenencia al Cuerpo de Cristo, sino la participación en el acto en que Cristo, hoy como ayer, edifica el Reino de su Padre partiendo de los materiales de la historia humana. La responsabilidad sacerdotal del pueblo eclesial radica en esa actuación de la caridad y de Cristo hasta las fronteras de la humanidad.
El fruto propio de la misa es, precisamente, revestir al cristiano de un poder reconciliador que pertenece solo a Cristo.
Sería comprender mal la participación en la Eucaristía el no ver en ella más que la expresión de la vida de caridad ejercida por los cristianos. La prioridad de la celebración eucarística con relación al ejercicio concreto de la reconciliación con los hermanos expresa simplemente, en la existencia del cristiano, la prioridad absoluta de Jesucristo.
MAERTENS-FRISQUE NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA III - MAROVA MADRID 1969.Pág. 54s



10.- "Se dijo (Dios dijo)... Pero yo os digo". ¿Se oponía Jesús a Dios? No a Dios, sino a la interpretación que los escribas hacían de la Ley. De hecho, Jesús va más lejos que las escuelas rabínicas de su tiempo: se sitúa al nivel del amor. A menudo, aferrarse a la ley es condenarse a un mínimo sin vida. El mínimo no es el amor, es sólo su caricatura. El que se contenta con la justicia de los fariseos -ya considerable- no ha descubierto aún el camino del Reino. La ley prohibía el homicidio, y Jesús condena la cólera. Además, no basta con expiar; también hay que reconciliarse con el hermano. ¿Cómo presentarse a la mesa de la reconciliación si el corazón sigue lleno de resentimientos?. El Reino de Dios está ahí. Cuando llegue el Juez, no hay que estar enfadado con el hermano.
DIOS CADA DIA -SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL -
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL/SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 34



3-11.- - "No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas...":
Entre los judíos o en la comunidad de Mateo circulaba el comentario sobre el rechazo de la Antigua Alianza por parte de Jesús (ley y profetas, o ley sola, indica el conjunto del Antiguo Testamento). Su anuncio sobre la proximidad del fin haría inútil la Ley. La respuesta nos indica que, más bien hay que tomar la enseñanza de Jesús como la radicalización de la ley: centrándola en lo que es esencial y pidiendo una obediencia en el corazón del hombre.
- "... antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley": No se trata de la observancia minuciosa de los preceptos de la ley, sino del cumplimiento de toda la ley. En Jesús el hombre se encuentra de cara con la exigencia absoluta de Dios.
- "Habéis oído que se dijo a los antiguos no matarás, y el que mate será procesado. Pero yo os digo...": El mandamiento del Decálogo significó un paso adelante frente al sistema de venganzas personales. Ahora, con Jesús, se profundiza el mandamiento en su radicalidad.
- "... si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar...": Esta referencia al culto del Templo podría provenir de la comunidad de Jerusalén, acostumbrada a participar. Ahora bien, si en el judaísmo la exigencia de reconciliación con el hermano tenía quizá relación con el miedo a macular el templo y el culto, aquí la exigencia tiene que ver exclusivamente con el respeto al hermano. No sólo todo acto de culto reclama una reconciliación previa, sino que además esta reconciliación es tan fundamental en el programa del Reino que pasa por encima del culto y puede llegar a interrumpirlo.
- "Habéis oído el mandamiento "no cometerás adulterio": Nos encontramos aquí con una referencia conjunta a los mandamientos sexto y noveno. El adulterio significa una ruptura de la unión matrimonial, y Jesús lo mira desde la perspectiva del respeto al otro y no desde una perspectiva de pureza dualista. El paso del sexto al noveno mandamientos sólo puede ser entendido desde la concepción de que la mirada y la acción forman un todo inseparable: la concupiscencia de la mirada lleva hacia el gesto de posesión de la mujer que pertenece al prójimo.
- "El que se divorcie de su mujer... la induce al adulterio": El tema del divorcio aparecerá de nuevo en el evangelio de Mateo en el cap. 19; allá dará lugar a una enseñanza sobre la indisolubilidad de la unión matrimonial; aquí aparece en relación con el tema del adulterio: el repudio, permitido por la legislación judía, implica un adulterio.
- "Pues yo os digo que no juréis en absoluto": En el mundo antiguo el juramento acompañado de una invocación de la divinidad estaba mal visto por grupos religiosos bien diversos. Dios, de quien en el juramento judío sólo se hacía referencia de manera indirecta, es el soberano de todas las cosas y no algo a la disposición del hombre.
Incluso el hombre no dispone de sí mismo ("ni jures por tu cabeza"). Hay que volver a encontrar la sobriedad del lenguaje, porque la mentira, difundida por el Maligno en el mundo, ha creado la necesidad de juramentos.
JOAN NASPLEDA - MISA DOMINICAL 1990/04



-El v. 17 de MATEO, es una declaración de la actitud fundamental de Jesús respecto a "ley y los profetas", es decir, el A. T. en su totalidad. Jesús reconoce el A. T. como palabra de Dios; pero no como palabra definitiva, ya que precisamente para pronunciar esta palabra definitiva vino él al mundo. En consecuencia, Jesús no se presenta como un revolucionario religioso que rompa drásticamente con la herencia de Israel: "No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud".
Jesús da cumplimiento en su vida a todas las profecías, cosa que San Mateo no pasa por alto y constata aquí y allá a lo largo de su evangelio. Por otra parte, supuesta la ordenación a Cristo del A. T., todo lo que en él tenía un carácter transitorio, queda ya cumplido con la venida de Cristo y, por lo tanto, superado; por ejemplo, todo el culto véterotestamentario cede ante el sacrificio insuperable de la cruz.
Los preceptos morales de la Ley llegan a su plenitud en Cristo en un doble sentido: a) Porque Jesús es aquel que hace realmente toda la voluntad de Dios expresada en aquellos preceptos, de suerte que ahora cumplir la voluntad de Dios es para nosotros seguir a Cristo; b) Porque Jesús restituye los mandamientos divinos a su pureza proclamándolos con toda claridad y profundidad, derogando aquello que había sido ordenado a título de simple concesión por la dureza del corazón de Israel y reduciendo todos los preceptos al mandamiento del amor a Dios y al prójimo.
La justicia de los letrados (escribas) y fariseos que Jesús declara insuficiente para entrar en el Reino, era una justicia meramente exterior: la justicia de los "sepulcros blanqueados" (cfr. Mt. 23, 1-36; Lc 11 3-52). La ley mosaica era normativa para la vida pública de Israel y no sólo una ley civil. Por eso pudo llegarse en la práctica a una valoración excesiva de las obras exteriores y a un menosprecio de las actitudes interiores. Jesús vendría a corregir este defecto subrayando el valor de la intención: el que odia es ya un criminal, aunque no ejecute exteriormente el crimen y sea por ello jurídicamente punible. La Ley es sometida por Jesús a un proceso de interiorización a la par que es asentada en un nuevo principio: el amor que Dios derrama en nuestros corazones. De esta suerte, el imperativo ético se funda para los cristianos en el indicativo evangélico, es decir, el deber en el ser hijos de Dios. Es como si dijera: "Habéis oído en las sinagogas que Dios dijo a vuestros padres por medio de Moisés... Yo en cambio digo..." Así no habló nunca ningún rabí cuya misión era transmitir lo que él había aprendido y, a lo sumo, intentar una explicación de la Ley sin alterar o ampliar su sentido literal. Pero Jesús habla «como quien tiene autoridad» para corregir lo que la Ley contenía de provisional y para ampliar su sentido en lo que debía ser perfeccionada.
-En el sexto mandamiento Jesús ve algo más que la prohibición del adulterio, ve también la prohibición de cualquier deseo de adulterio.
También en el A. T. (Ex. 20, 17; Dt. 5, 21, en nuestro noveno mandamiento del Decálogo), se prohibía desear la mujer del prójimo; pero esto se entendía como un atentado contra la propiedad ajena. Jesús subraya el aspecto moral y no tiene ya en cuenta aquella vieja concepción que hacía de la esposa una propiedad privada de su marido. Como diría San Pablo, en Cristo ya no hay diferencia entre judío y gentil, hombre y mujer; las discriminaciones son superadas en Cristo.
-El juramento es de suyo un reconocimiento y una confesión pública de la veracidad de Dios. Ahora bien, su uso sólo tiene sentido allí donde se supone un ambiente dominado por la mentira. El A.T. prohibía el perjurio y obligaba a cumplir las promesas hechas bajo juramento; pero Jesús quiere que sus discípulos sean hasta tal punto sinceros y veraces que no tengan ya por qué recurrir a juramentos. El mismo nunca usó en su vida el juramento.
EUCARISTÍA 1972/16



13.- Quizá sorprenda encontrar un elogio tan preciso de la observancia de la ley en el Nuevo Testamento que nos tiene acostumbrados más bien a las diatribas de San Pablo y de Cristo contra la ley (cf. también: Jr. 9, 23-24). Pero la interpretación escatológica dada por Mateo al tema del cumplimiento permite disipar esa sorpresa.
De hecho, la justicia del fariseo que obedece a la ley se limita a su observancia. No está en comunión con Dios, sino sólo con su observancia, y su tentación será siempre la de divinizar la ley.
La justicia del cristiano depende, a su vez, no principalmente de su observancia de la ley, sino del hecho de que los últimos tiempos se han cumplido en Jesús, puesto que ha sido el primero en lograr la obediencia a la ley en comunión con Dios. De ahí que sea importante que Mateo haya colocado el v. 17 antes de los vv. 18-19: así, entre el cristiano y la ley existe en adelante una mediación: la justicia que Cristo concede a los suyos, de tal suerte que el cristiano que obedece a la ley no lo hace para extraer de ella su justicia, sino más bien para poner de manifiesto la justicia adquirida en Jesucristo y que caracteriza los últimos tiempos porque es comunión con Dios.
Esta pretensión arrebata a la ley una de sus prerrogativas: su capacidad de justificar, confiada ahora a la comunión con Dios en Jesucristo. Esta justicia ha sido considerada blasfema por los fariseos que han clavado a Cristo en la cruz. Ahí es donde el cumplimiento de la ley ha sido llevado a su culminación porque Cristo ha obedecido a la sentencia de la ley, pero dentro de la más total comunión con su Padre. La Eucaristía nos proporciona la justicia de la cruz que suplanta la justicia de la ley en la medida en que ella nos permite observar la ley en la comunión con el Padre.
MAERTENS-FRISQUE - NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VI - MAROVA MADRID 1969.Pág. 42



14.- En el Reino de Dios uno será tal y como aquí haya vivido y enseñado. No solamente aquí en la tierra, sino también allí en el Reino de Dios hay cosas pequeñas y cosas grandes. La solicitud incluso en las cosas pequeñas determina la categoría en el reino de los cielos. Uno será tal como haya vivido y enseñado.
Jesús resalta firmemente el acto, el "hacer", el "practicar". Todo esto está lejos del orgullo intelectual: discutir de todo lo humano y lo divino.
La verdadera santidad no está "en la mente" se encarna en la humilde realidad cotidiana.



-¡No penséis que he venido a derogar la Ley o los Profetas!
La Ley y los Profetas era lo esencial de la Sagrada Escritura: expresión de la voluntad de Dios. Sería impensable que Jesús viniera a abolir lo que, durante siglos, había sido la concretización de la voluntad divina para todo un pueblo.
Y sin embargo, una cuestión grave surgía en tiempo de Jesús y durante los primeros años de la Iglesia: ¿qué debía conservarse de las costumbres antiguas y de las leyes de Moisés? ¿Había que continuar circuncidando a los niños? ¿Era necesario santificar el sábado? ¿Era preciso continuar ofreciendo sacrificios de animales degollados en el Templo de Jerusalén... cuando se era un discípulo de Jesús? ¿Se tenía que seguir absteniéndose de ciertas comidas prohibidas?
Es también una de las cuestiones más graves de todos los tiempos: ¿qué hay que conservar del pasado? ¿Qué se debe cambiar? En los períodos de grandes mutaciones, cuando se agudizan los conflictos entre antiguos y modernos, entre tradicionalistas y progresistas.
Y esto sucede en todas partes: en los oficios y profesiones, en las familias, en la Iglesia. Escuchemos la respuesta de Jesús a esta cuestión capital.
-No he venido a "derogar", sino a "dar cumplimiento".
Para Jesús, no se trata ni de "conservadurismo estereotipado", ni tampoco de "revolución que lo cambia todo"... se trata de dar una vida nueva a lo que procede del pasado.
Una tradición no es forzosamente buena por el hecho de ser antigua. Del mismo modo una idea no es forzosamente buena por el hecho de ser moderna. Jesús nos dará múltiples ejemplos en las páginas siguientes de su sermón. Jesús propone una especie de síntesis armoniosa entre la tradición y el progreso: ¡el cumplimiento!
1. No reniega del pasado. El plan de Dios es "uno~. Lo que los antepasados vivieron y codificaron en épocas lejanas de la historia, era respetable... era un esbozo, un inicio. 2. Pero Jesús pretende "completar", "hacer que progresen" todas estas tradiciones. El plan de Dios se inserta en una evolución histórica. La vida, para progresar se desprende continuamente de las cáscaras viejas y de los vestidos usados.
Por muy paradójico que esto parezca, es evidente que el cristianismo, en relación al judaísmo, es a la vez ¡su perfecta continuidad y también su total novedad! La Iglesia se ha visto obligada a abandonar muchos de los usos y costumbres judías. Y, sin embargo, la Nueva Alianza es continuación de la antigua.
¡Señor! ayúdanos, con la Iglesia de HOY a saber unir esta doble exigencia: fidelidad a las tradiciones... audacia para la renovación.
-Os aseguro que no desaparecerá una sola iota o un solo acento de la Ley antes que desaparezcan el cielo y la tierra, antes que se realice todo.
La iota es la letra más pequeña del alfabeto hebreo. Importancia de las fidelidades. Jesús viene a "realizar" lo que sólo estaba "anunciado". No se puede volver atrás. Dios ha dicho su Palabra definitiva: "Después de haber hablado varias veces y de diversas maneras a los antepasados a través de los profetas, Dios, en el período final en que estamos, nos ha hablado por su Hijo que estableció heredero de todas las cosas..." (Hebreos 1, 1).
Así el Evangelio realiza y da cumplimiento a la Biblia: la revelación de Jesús aclara los pasajes del Antiguo Testamento.
Jesús no es el fundador de una nueva secta, es la Palabra última de Dios, Aquel que revela definitivamente la voluntad del Padre.
-El que cumpla y enseñe los más pequeños de estos preceptos será declarado grande en el Reino de Dios. Una vez más, ¡Jesús subraya firmemente el acto, el "hacer", el "practicar"! Todo ello está muy lejos de ciertos orgullos intelectuales: la verdadera religión no está "en la mente", se encarna en la humilde realidad cotidiana.
NOEL QUESSON {- PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2 - EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO - EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 12 s.



16.- Jesús intenta mostrar que el camino del cumplimiento profundo de la Ley no es el legalismo (que trata de interpretar, aprenderse y cumplir la letra de la Ley hasta el último detalle), sino el radicalismo que procede de interiorizar el talante y manera de actuar del Dios revelado en la Ley y los Profetas. Se trata de encontrar la clave que todo lo simplifica. Jesús nos presenta como botón de muestra una serie de casos: homicidio, adulterio, divorcio, perjurio. En ninguno de ellos se "facilita" la ley, se hace la vista gorda, se propone manga ancha. Pero, en lugar de fijar la atención sobre la "norma", el "precepto", cobra tal relieve la figura del hermano (obsérvese cuántas veces se repite esta palabra), de la mujer (tan injustamente discriminada y considerada) y de uno mismo (que tiene derecho a mostrarse con sencillez y sinceridad como es, sin necesidad de juramentos), que el respeto al hermano, a la mujer, a uno mismo, se hace radical, es decir, llega a introducirse y adueñarse de aquel lugar donde está la raíz de todo comportamiento, nuestro mismo corazón.
La plenitud de la Ley no consiste sólo en la bondad de la acciones, sino en la bondad del propio corazón, cuyas actitudes han interiorizado las de Dios y su proyecto del Reino.
JESÚS MARÍA ALEMANY - DABAR 1987/15



17.- No matar, no adulterar, no jurar (mentir). 11.02.17 | 17:41. [Cicerón] 6. dom. Tiempo ordinario, ciclo A. Mateo 5,17-37. Las tres primeras antítesis del Sermón de la Montaña nos sitúan ante las raíces la vida humana: ‒ Los hombres han tendido desde antiguo a matar, matar y mentir (jurar mintiendo), para así oprimir a los otros y defenderse a sí mismos.
‒ Pero la cultura humana (la vida) sólo puede mantenerse superando el homicidio, el adulterio y la mentira (un juicio mentiroso).
De esos tres principios tratan antítesis de Jesús; no hablan de un Dios separado de la vida, sino de una vida que se mantiene y extienden en respeto radical ante todo ser humano (no matar), en la fidelidad personal (no adulterar, superar el incesto) y en cultivo de la verdad, entendida como transparencia persona y fiabilidad (no jurar mintiendo).
[matar]
De esos tres principios (que él llamaba thanatos, eros y principio de realidad) hablaba S. Freud hace un siglo, en un plano psicológico. En un plano más alto habló de ellos Jesús, formulando las bases supremas de la cultura humana y de la vida, como dice este evangelio.
Quizá no se han dicho nunca palabras más hondas, gratificantes y exigentes. Normalmente sentimos miedo ante lo que ellas implican, y por eso seguimos recurriendo a juramentos “sagrados”, a formas “legales” de violencia, a diversos tipos de adulterio. Ante esas palabras del evangelio de este domingo no hay más respuesta primera que el silencio, la admiración y, si es posible, la acogida más cordial, para cumplirlas. Sólo tras ese silencio me atrevo a comentarlas (tomando algunas ideas de mi Comentario de Mateo, Verbo Divino, Estella 2017) y de mi Diccionario de la Biblia. Prescindo de todas las notas eruditas, no me ocupo del “libelo de divorcio” (incluido en el tema del divorcio, pues he tratado en otras ocasiones). Simplemente evoco estos tres motivos centrales de la vida humana, según el evangelio:
‒ No matar (es decir, ser fieles a la vida de los demás)
‒ No adulterar (es decir cultivar la fidelidad en el amor personal)
‒ No jurar (no apelas a Dios para sancionar una palabra, ser fieles en la verdad).
Así las comentaré, una tras otra. Buen domingo a todos.

1. No matar… no airarse contra el hermano (5, 21-26). La primera antítesis trata, lógicamente, del impulso de muerte. La estructura del texto es clara, aunque compleja. Hay una afirmación básica (5, 21-22a), propia de Mateo, y tres ampliaciones o concreciones. La primera (el que llame a su hermano imbécil…: 5, 22b) es propia de Mateo. La segunda (5, 23-24) es también propia de Mateo, y nos sitúa en un contexto donde todavía se aceptaba el culto del templo de Jerusalén, pero ha sido matizada con una tradición que aparece en Mc 11, 24 (prioridad del perdón mutuo sobre el templo). La tercera (5, 25-26) ha sido elaborada por Mateo a partir del Q (cf. Lc 57-59).
Mt 5 21 Habéis oído que se ha dicho a los antiguos: “No matarás; el que mate será reo de juicio22. Pero yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo de juicio”. Pues el que llame a su hermano imbécil, será reo ante el Sanedrín; y el que le llame renegado/invertido, será reo de la gehena de fuego.

‒ 23 Pues si llevas tu ofrenda ante el altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, 24 deja allí tu ofrenda, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; y entonces, volviendo, presenta tu ofrenda. 25 Intenta reconciliarte con tu adversario pronto, mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. 26 Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último cuadrante.

Jesús pasa por alto los mandamientos de tipo más religioso (no tendrás otros dioses frente a mí, no te harás ídolos…), propios de Israel, para insistir en los de tipo ético, que tienen un carácter universal, de forma que pueden aplicarse a todos los seres humanos, conforme a la segunda “tabla” del Decálogo (cf. Ex 20, 1-11; Dt 5, 7-15). Lógicamente comienza con el homicidio, que es el pecado que aparece con más fuerza a lo largo de la Biblia, desde la muerte de Abel (Gen 4) hasta la de Jesús, asesinado por las autoridades legales de su tiempo. Desde el trasfondo de la Biblia, el hombre aparece como un ser que puede matar a otros seres humanos, de manera que la primera la “ley” se establece para impedirlo (Gen 9, 6; Ex 30, 13; Dt 5, 17).

Jesús retoma una larga tradición bíblica centrada en el “no matarás”, que aparece ya en la legislación noáquica (de Noé), tras el diluvio, como ley universal, para todos los pueblos: «El que derrame sangre de hombre, su sangre será derramada por hombre; porque a imagen de Dios él hizo al hombre» (Gen 9, 4) Pues bien, Mt 5, 17-26 profundiza en el homicidio, pero no en un plano de ley, promulgando con más fuerza el talión (cf. Mt 5, 28-32), sino situando el tema en un plano anterior, que es el de la ira, que está en la raíz del homicidio, insistiendo en el riesgo de enojarse en contra su hermano (5,22/), retomando así el motivo de fondo del pecado de ira de Caín contra Abel (Gen 4, 4-16).

De manera sorprendente, Mateo nos sitúa ante el principio de la violencia homicida, que es la “ira”, la raíz mala del pecado, de la que se ocupan los apocalípticos (4 Esdras, 2 Baruc) y Pablo. La solución no es matar al homicida, sino superar la ira, esto es, el rechazo del prójimo.
Ésta es la visión que Pablo ha formulado en claves más teológicas (paso de la ira de Dios al perdón del pecador: Rom 1-3) y Mateo más sociales. Ésta ha sido la experiencia clave de los primeros cristianos, que han ido descubriendo con Jesús que ellos pueden superar la ira (la violencia homicida interior), para convertir la vida en encuentro personal con el hermano. Éste es el tema que irán desarrollando, desde diversas perspectivas, las antítesis siguientes, especialmente las dos últimos: superar el talión, amar al enemigo. Estos son los elementos básicos de esta primero antítesis:
‒ Principio: no airarse contra el hermano. Un proyecto de fraternidad (5, 22 a). El tema fundante es la superación de la ira, el movimiento interior de enojo contra el hermano. Por eso, el punto de partida ha de ser la limpieza interna, la transformación del corazón (lo que Dios quería de Caín en Gen 4): Que no se deje dominar por la “mordedura” de la rabia interna. Jesús condena expresamente la ira contra el hermano (tw/| avdelfw/|, 5, 22), que, en un primer momento, es el compañero de comunidad o iglesia (el co-judío o co-cristiano). Pues bien, desde la perspectiva de Gen 4, con Abel y Caín como símbolo de la humanidad y desde Mt 25, 31-46 hermanos son cualquier hombre o mujer que está a tu lado, en especial el pobre.

Un tipo de judaísmo había marcado la importancia de la fraternidad nacional, con elementos de elección, tradición y cumplimiento legal; pues bien, superando ese estrechamiento, Jesús insiste en la fraternidad más alta, fundada en Dios Padre y abierta a los excluidos sociales, sin nación establecida. Sin duda, el hermano puede empezar siendo el correligionario, pero a la luz del alcance universal del mal deseo (ira), en el contexto también universal del “no-matar” (que supera los límites nacionales), parece evidente que hermano es cualquier hombre o mujer a quien puedo ofrecer o negar mi ayuda (cf. Mt 25, 31-46). En esa línea, este pasaje nos sitúa ante la tarea suprema y más honda de la fraternidad, sobre un mundo donde el ser hermano se ha vuelto objeto de “ira/enojo” que lleva a la muerte. En esa línea, se trata de pasar del cainismo antiguo (Gen 4) a la afirmación mesiánica: vosotros, todos, sois hermanos (Mt 23, 8)

La palabra hermano toma un sentido extenso, en un plano personal, social y familiar. Antes que elemento religioso ella es un momento esencial de la vida humana, que se expresa de formas diversas (en familia y pueblo, en religión y humanidad). Todo el evangelio de Mateo se despliega en torno a este motivo de la fraternidad, de fondo judío y dimensión universal. Mateo sabe que el primer pecado consiste en “airarse” contra el hermano, que es, por un lado aquel que está más cerca (miembro del propio clan o grupo) y que por otro cualquier hombre o mujer (en línea de universalidad).
‒ Homicidio verbal (5, 22 b): airarse contra el hermano y llamarle raka (frívolo, quizá invertido sexual) o môre (loco/imbécil). El primer insulto consiste en despreciar al hermano, diciendo que carece de valor, que es una nulidad, despreciable, tanto en un plano mental como físico o moral, invertido u homosexual, en forma de desprecio. Tratar así al hermano es lo mismo que “matarle” en un plano personal, de manera quien comete ese pecado debería ser llevado al juicio del “sanedrín”, es decir, de la asamblea social que regula la vida de la comunidad. Dando un paso más, el que llama a su hermano “môre”, que podemos traducir como necio/loco, en sentido personal y religioso, aparece como digno de la “gehena del fuego”, es decir, del castigo de aquellos que son expulsados de la asamblea de Israel, condenados para siempre.

Este homicidio verbal es más que un gesto de ira interior que Jesús condenaba en 5, 22a como principio de los males; es una “ira hecha palabra”, un insulto que descalifica al otro, negándole la dignidad y expulsándole así de la comunidad que se expresa y despliega en forma de palabra compartida. Allí donde se insulta al hermano o se le niega la palabra se está cometiendo un homicidio. Entendido así, este pasaje nos sitúa en el contexto de una comunidad judeo-cristiana, de lenguaje y simbolismo básicamente judío. Una de las palabras condenadas es raka, de origen arameo; la otra es môre, es de origen griego, y, a pesar de lo dicho, no es fácil distinguir su sentido, pero es claro que ambas son insultos que destruye la dignidad de la persona. La condena (sanedrín, gehena) nos sitúa en un contexto judío, y aparece en forma de talión (juicio de la comunidad…); se trata de una “condena simbólica”, que Jesús ha puesto de relieve, desde una perspectiva judeocristiana, insistiendo en la gravedad del “pecado” verbal, en línea de talión. Como seguiremos viendo, las dos últimas antítesis (5, 38-48) nos llevan a superar ese plano de talión.
‒ Reconciliación más que sacrificio (5, 23-24). Si cuando llevas tu ofrenda al altar... Conforme a una visión religiosa muy común (pre-, extra-cristiana), debemos ofrecer cosas a Dios (toros y corderos, aceite y flor de harina, monedas de impuesto), llevándolas al templo donde los sacerdotes las reciben, las consagran y en parte las consumen. Pues bien, conforme a este pasaje, de origen claramente judeo-cristiano, Jesús no ha rechazado de manera directa las ofrendas dirigidas a Dios, pero dice que ellas son secundarias.

La primera norma es resolver los problemas interhumanos: que nadie tenga algo en contra de nosotros. En esa línea asume Mateo un tema universal de la profecía israelita, que se expresa de forma intensa en Is 1, 10-20 o Jer 7, 1-15, cuando afirman que la verdadera ofrenda es la justicia interhumana. Más que el posible don a Dios (a quien nunca podemos “comprar” con nuestras ofendas) importa el perdón interhumano. Ciertamente, Mateo empieza valorando el tema judío (o pagano) de las ofrendas, dejando abierto por ahora el gesto sacral de llevarlas al templo. En esa línea él puede pactar con aquellos judeocristianos, que seguían presentando dones en el templo de Jerusalén (antes de su destrucción, el 70 d.C.), como signo de ofrenda religiosa y sumisión ante los sacerdotes. No critica el culto, no quiere herir a los hermanos que piensan de otra forma, pero lo subordina a la justicia, "reconciliaos primero con aquellos que tienen algo en contra de vosotros". Eso supone que el mismo don del templo (cordero o dinero, cabrito o flor de harina) puede y debe estar al servicio de la reconciliación interhumana.

El texto no exige la pobreza externa total (no tener nada), ni pide sólo un sacrificio interior, sino al contrario: supone que los creyentes tienen bienes, pero no para gastarlos de un modo egoísta o para ponerlos ante un templo, sino al servicio de la reconciliación. En contra de lo que sucede en Mc 13, 41-44 (donde la viuda pobre lleva al templo todo lo que tiene, quedándose sin nada), Mateo quiere que el hermano se reconcilie primero con el prójimo: Vete primero (prôton) a reconciliarte con tu hermano... Literalmente, el texto supone que después, ya reconciliado, puede llevar la ofrenda a Dios, quizá un cordero para quemarlo en su honor, sobre el ara. Pues bien, de hecho, se puede pensar que esa reconciliación con el hermano “que tiene algo en contra de ti nunca se acaba de realizar, de manera que los hermanos creyentes tendrán que seguir reconciliándose con el prójimo mientras esperan la revelación plena de Dios. En este plano, el amor al prójimo está antes que el amor a Dios, como dirá en otro contexto el mismo Pablo (cf. Rom 13, 9).

‒ Reconciliación judicial: Intenta pactar con tu adversario pronto… (5, 25-26). Esta última aplicación del principio básico (no airarse, no mantener la ira o querella contra el prójimo) ha sido fijada en el documento Q (cf. Lc 12, 57-57), y Mateo la ha colocado aquí porque le sirve para llevar a las últimas consecuencias lo que presupone el “no matar”. Había una “muerte verbal”, que se expresaba en el insulto contra el prójimo (5, 22). Aquí estamos el riesgo de una muerte o condena judicial. Pues bien, en ese contexto, Mateo pide a los creyentes que se reconcilien antes de llegar al juicio.
La respuesta de Mateo parece paulina, afirmando que en un plano judicial no hay solución, pues el hombre puede caer siempre en manos de la ley, que acabará condenándole. La única solución es superar ese nivel de ley, que desemboca en la exigencia de pagar “hasta el último céntimo o cuadrante”, es la reconciliación en el camino, llegando a un acuerdo con el adversario. Lo que está de fondo es la experiencia y exigencia de una justicia directa, por encuentro y diálogo entre las partes implicadas, sin dejar la solución en manos de alguaciles/policías y jueces/cárceles. Se trata, pues, de superar la “falsa mediación” de brókeres e intermediarios, que pueden “arreglar” los temas por arriba, de un modo judicial (por imposición legal), pero sin solucionarlos, pues la solución es el diálogo directo entre los litigantes.

Así lo dice el texto; intenta reconciliarte (eunoein) con tu adversario, encuentra un espacio de comunicación, ponte de acuerdo con él, en gesto de eunoia o buen pensamiento. No se trata, pues, de conseguir una paz impuesta a través de un juicio exterior, sino la paz del buen pensamiento (eu-noia) que implica una conversión (meta-noia; cf. Mt 4, 17; Ef 6, 7), hecha de concordia mental, que es lo contrario de la “ira” contra el prójimo. Así culmina el largo despliegue de esta primera antítesis.

2. No adulterar… no desear (5, 27-30). Esta antítesis nos lleva de la violencia (thanatos) a la regulación del eros en línea de familia, para crear un amor más alto, en línea de vinculación personal de un hombre y una mujer. Tal como está formulado, el tema ha de entenderse desde el derecho matrimonial judío, con el que se enfrenta Jesús, para superar sus limitaciones, pasando del hecho externo (adulterio consumado), a la regulación del deseo interior (como en el caso anterior, superando la ira). No se trata de un deseo imaginativo (un juego de la mente), sino de un compromiso eficaz de fidelidad interior: t 5 27 Habéis oído que se dijo: No adulterarás. 28 Pero yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón. 29 Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehena. 30 Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo vaya a la gehena.
En principio, el matrimonio es una forma de vinculación entre personas igualmente valiosas (cf. 1, 27; 2, 23-25), pero luego se ha estabilizado de forma patriarcal (con dominio del varón), en un contexto donde, más que el matrimonio en sí (relación horizontal entre dos personas) empieza y termina importando una relación vertical, con predominio del varón, al servicio de la descendencia y de la estabilidad del grupo. En ese contexto, los padres de familia (y jefes de clanes más extensos) vendrán a ser la primera autoridad, representantes del Padre-Dios celeste, de manera que sus mujeres (que pueden ser varias) están subordinadas. Según eso, lo que importa es el derecho del varón/padre, definido como fuerte (gibbor), de manera que la mujer está subordinada, de manera que más que compañera del varón (por el matrimonio), en relación de igualdad, importa como madre, y así se puede aceptar y se acepta la poligamia, sin que ello implique un problema social o familiar.
a. Tema básico. El adulterio (cf. Ex 20, 14; Dt 5, 18) no se entiende como pecado sexual, ni como ruptura de una relación interpersonal hombre-mujer, sino como atentado contra la propiedad del marido; no afecta a la mujer en cuanto tal (pues ella no tiene derecho a la fidelidad del marido), sino al marido, que tiene el derecho y la obligación de mantener la fidelidad de su mujer (sus mujeres), para controlar la legitimidad de la descendencia. Evidentemente, en ese contexto, el divorcio es derecho y prerrogativa del esposo, que puede repudiar o abandonar a su mujer (o a una de sus mujeres), siempre que lo haga según ley (Dt 24, 1-3). Esta “ley del matrimonio” ha evolucionado a lo largo de la historia, de manera que, tras el exilio, se ha extendido de forma normal la monogamia. Ciertamente, se ha conservado la condena a muerte contra los adúlteros (cf. Lev 20, 10), pero muchas veces se han dulcificado de hecho. Por otra parte, algunas escuelas, como la de Shamai (un poco anterior a Jesús) han endurecido las condiciones para el divorcio.

Básicamente, el cristianismo primitivo ha mantenido la visión del judaísmo de su tiempo sobre el matrimonio y la familia. Sin embargo, tanto Jesús como la Iglesia han introducido algunos correctivos (que pueden advertirse también en otras líneas del judaísmo) que conducen a una visión igualitaria del amor matrimonial. Éstos son algunos de sus rasgos más característicos. Jesús no habla de poligamia. No la aprueba, pero tampoco la condena de modo directo, quizá porque no entra en el campo de sus preocupaciones. No parece que él hubiera rechazado sin más a un marido polígamo que amara/respetara a sus mujeres (y ellas a él), y no hubiera alternativa mejor. Pero, de hecho, la poligamia parece hallarse fuera de su horizonte mental, de manera que la Iglesia no tuvo ni siquiera que condenarla.

‒ Adulterio. Tanto Jesús como la tradición cristiana lo siguen condenando, aunque con tres novedades. (a) La razón para la condena no son ya los hijos, sino la vinculación especial que se establece entre el esposo y la esposa, de manera que ambos aparecen en paralelo, con los mismos deberes y obligaciones, según Gen 2, 24 (cf. Mt 19, 3-9; Mc 10, 11-12). (b) Básicamente, en Israel, el varón (casado o no) sólo cometía adulterio si se acostara con una mujer casada (propiedad de otro marido), mientras que una mujer casada lo cometía siempre que se acostara con cualquier varón (casado o soltero). Por eso, el adulterio no era tema de deseo interior, ni de placer sexual, sino de apropiación de propiedad ajena. (c) Pues bien, cuando Jesús plantea el tema en un plano del deseo está cambiando totalmente el sentido del tema.

‒ ¿Qué castigo? A diferencia de lo que sucede con el homicida, al que en principio condena (¡es reo de juicio!), Mateo omite la condena, que aparecía con frecuencia en el AT. (a) En caso del adulterio pleno la solución era clara: «Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos: el hombre que se acostó con la mujer y la mujer misma. Así harás desaparecer de Israel el mal» (Dt 22, 22). En esa circunstancia no se preguntaba si la mujer ha consentido o no; no se distinguía entre una violación o una relación consentida, pues la mujer aparecía como una “cosa”, propiedad del marido, de manera que para impedir que tuviera hijos “adulterinos” debía morir, por más inocente que fuera en sentido moral. (b) Por el contrario, en el caso de un adulterio sólo incoado, cuando un hombre (casado o no) se acuesta con una “virgen prometida” se tenía en cuenta la reacción de la mujer: «Si una joven virgen está prometida a un hombre, y otro hombre la encuentra en la ciudad y se acuesta con ella, los sacaréis a los dos a la puerta de esa ciudad y los apedrearéis hasta que mueran… Pero si es en el campo donde el hombre encuentra a la joven prometida, y le obliga y se acuesta con ella, sólo morirá el hombre que se acostó con ella; no harás nada a la joven: no hay en ella pecado que merezca la muerte» (cf. Dt 22, 23-27).

b. Del adulterio físico al adulterio de deseo. Igual que el homicidio provenía de una ira que debía superarse, el adulterio proviene de deseo interior, que debe también superarse: “Quien mira a una mujer para desearla (pro.j to. evpiqumh/sai auvth.n) ya adulteró con ella en su corazón”. Por eso, lo que importa no es castigar el adulterio consumado, sino impedir/superar el deseo que lleva al adulterio. El tema no es por tanto el “hecho externo”, vinculado a la visión de la mujer como propiedad del marido (y al riesgo de los hijos ilegítimos, desde el punto de vista masculino), sino la superación de un deseo interior, personal, que lleva de hecho al adulterio, rompiendo la relación de fidelidad básica entre un hombre y una mujer.

‒ El tema del deseo (se sitúa así en la base de la ética sexual y matrimonial, y nos lleva del adulterio exterior al deseo de un hombre por una mujer que está ligada con otro varón en matrimonio. En sentido estricto, el judaísmo en cuanto tal no ha condenado el “deseo”, y en especial el deseo sexual, como pueden haber hecho otras tradiciones religiosas (budismo y cierto helenismo, con un cristianismo ascético posterior), aunque algunas tendencias apocalípticas y sapienciales (cf. 1 Hen; Test XII Pat) insistían en su carácter peligroso. Lo que ha condenado es el adulterio, como pecado social. Pues bien, Jesús añade que no puede superarse el adulterio si no se rechaza un tipo de deseo (dirigido hacia alguien ya casado). De un modo consecuente, Mateo no condena el buen deseo, pues acepta el matrimonio, en clave de fidelidad entre hombre y mujer (cf. 19, 3-9), pero sí el “mal deseo”, en una línea que había puesto ya de relieve el judaísmo, desde la perspectiva del mandamiento final (no desearás la mujer de tu prójimo: Ex 20,17; Dt 5, 21 LXX), vinculando el deseo de mujer con el casa, buey o asno del prójimo.

‒ La visión de Mateo puede compararse a la de Pablo, en la línea de Gen 6, 5 cuando afirma que los deseos del hombre están dirigidos al mal desde su juventud. Desde ese fondo ha de entenderse el texto clave de Rom 13, 9, donde Pablo condensa los mandamientos del decálogo en el último: ¡no desearás! «Porque no adulterarás, no matarás, no robarás, no desearás, y cualquier otro mandamiento se resume en esta palabra: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Rom 13, 9).
Significativamente, los tres mandamientos centrales (no matar, no adulterar, no robar…) desembocan en ese “no desearás”, tomado ahora de un modo absoluto (a diferencia de Ex 20, 17; Dt 5, 21, que citaban y condenaban sólo una serie de deseos concretos: (de mujer, casa, siervo o de otra persona). Pues bien, como buen rabino, Pablo ha resumido los mandatos de la Ley en un mandato negativo, «no desearás», que él invierte y formula después de manera positiva, diciendo amarás a tu prójimo como a ti mismo. De esa forma, él nos sitúa en una línea cercana a la de Mateo, aunque Mateo no condena aquí todo deseo, sino el de la mujer ajena, en línea de adulterio.
‒ Nueva visión del deseo. Al situar el tema en el plano de superación/reconducción del deseo, Mateo (y Pablo) han dado un salto esencial, interpretando el adulterio en un plano de moralidad o ética personal, por encima del nivel puramente biológico (o de dominio del varón sobre la mujer). Mateo no ha deducido, ni podía deducir en su tiempo, todas las consecuencias de este principio, que él sigue formulando, según la tradición, desde la perspectiva del varón: “quien mira a una mujer para desearla…” (El texto supone que esa mujer está ya casada, pues de lo contrario no hay adulterio (moicei,a). Pero desde ese principio, puede completarse la formulación sin dificultad, diciendo: “la mujer que mira a un hombre para desearle…” (Suponiendo que se trata de una mujer casada).

Este pasaje no condena el deseo en cuanto tal, sino un deseo sin amor (como Pablo en Rom 13) o, mejor dicho, un deseo que se introduce en la entraña de un amor familiar, para romperlo (eso es adulterio). Se trata, pues, de entender y precisar ese deseo, que no es ya de hombre o mujer por otro ser humano sin más, sino deseo activo dirigido a una mujer ya está casada, que ha estabilizado su amor en forma de matrimonio. Este pasaje nos sitúa, pues, ante la tarea de “regular” o, mejor dicho, de humanizar y/o personalizar los deseos (en una línea donde hombre y mujer son personas, no como objetos abstractos de un deseo pre-personal).

‒ Escándalo del ojo y de la mano: Si tu ojo derecho te escandaliza, es decir, si te hace caer (5, 29; cf. Mc 9, 47). El ojo es la lámpara del cuerpo y así lo “alumbra” si es luminoso (Mt 6, 22). Pues bien, el “ojo que mira a una mujer ajena para desearla” (cf. 5, 28) se puede volver malo, si se deja dominar por ese deseo (cf. 20, 15), que aquí se entiende en línea sexual (de oposición a otra persona, pues la mujer deseada tiene su marido). Significativamente se habla del ojo derecho, es decir, el ojo bueno, que ha venido de esa forma a pervertirse, dominado por un tipo de pasión incontrolada (tema destacado en Test XII Pat). En este contexto, “sacar el ojo y arrojarlo fuera” no se entiende en sentido físico, sino simbólico; no se trata del ojo material sino del ojo del deseo que define y marca a la persona. Lo que este pasaje busca no es por tanto la pura negación (como algunos gnósticos y encratitas entendieron), sino de la educación del deseo, para un amor sin adulterio.

Hay también un escándalo de la mano derecha (5, 30), que es el signo de la acción. El hombre es mano que trabaja y se relaciona con otros. Hay, sin duda, una mano buena, y en esa línea se sitúan los milagros de Jesús que cura a los mancos (cf. 15, 30-31). Pues bien, nuestro pasaje alude a la “mano” en cuanto vinculada a un deseo sexual posesivo (poseer a una mujer ajena), no de amor sin más, sino de “amor” hacia una persona vinculada ya afectivamente con otro. Ésta es la mano que puede hacer que el hombre caiga, pierda su dignidad, destruya a los demás (no desarrollo aquí el tema del libelo del divorcio: Mt 5, 21-22, del que he tratado extensamente en La Familia en la Biblia).
4. De no perjurar a no jurar, no mentir... (5, 33-37). Este pasaje sorprendente ha tenido dificultades para ser aplicado en la teología y en la praxis normal de las iglesias, a pesar de que ha sido transmitido por Mateo y por Sant 5, 12 y proviene sin duda de Jesús. Por otra parte, el mismo Mateo recoge en otro lugar (cf. Mt 23, 16-22) otra versión, que matiza lo aquí dicho, posiblemente porque había cristianos que no estaban del todo conformes con esta formulación, de manera que sintieron necesidad de ofrecer otra aclaración sobre el tema.

Mt 5, 33 Habéis oído también que se dijo a los antiguos: No perjurarás, cumplirás al Señor tus juramentos. 34 Pero yo os digo que no juréis en modo alguno: Ni por el Cielo, porque es el trono de Dios, 35 ni por la Tierra, porque es el escabel de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran rey. 36 ni jures por tu cabeza, porque no puedes hacer un cabello tuyo blanco o negro. 37 Sea vuestra palabra “sí sí, no no”, pues lo que pasa de ellas viene del Maligno.

El juramento al que se alude aquí es un tipo de control religioso que consiste en poner a Dios como testigo de algo, invocando su castigo para aquel que no lo cumpla o no diga la verdad. Es un acto social y religioso, una forma de utilizar a Dios haciéndole garante de un control personal (quien jura tiene miedo de que Dios le castigue si no cumple su juramento) y social (el grupo entero lo sanciona). En principio, los juramentos no son malos, aunque pueden pervertirse, según las circunstancia, y por eso la ley del AT (y de cierta iglesia posterior) ha querido regularlos, para sean rectos y para que, siéndolo, se cumplan. En esa línea el evangelio recuerda negativamente a Pedro, que jura y perjura en falso, diciendo que no conoce a Jesús (cf. Mt 26, 69-75 par). Pues bien, Jesús manda a los suyos que no juren en modo algunos (mh. ovmo,sai o[lwj), ni aun cuando sus juramentos sean sobre cosa buena y los cumplan. No quiere que los hombres manejen a Dios, sino que digan la verdad por sí misma, sin apelar a juramentos, en contra de algo que era normal en el Antiguo Testamento (cf. Gen 24, 37; 50, 5-6; Ex 13, 19). Ciertamente, Jesús no va en contra de la ley, de un modo directo, ni rechaza sus implicaciones (como podía suceder en el tema del divorcio), sino que se sitúa más bien por encima de la misma ley, y así pide a sus discípulos que no juren, es decir, que renuncien a ese gesto que parecía tan religioso, avalado por el mismo antiguo Testamento, que decía: No juraréis en falso por mi nombre, profanando así el nombre de tu Dios. Yo, Yahvé (Lev 19, 12). A Yahvé, tu Dios, temerás, a él solo servirás y por su nombre jurarás (Dt 6, 13; cf. 10, 20; 23, 22). No améis el juramento falso, porque éstas son cosas que aborrezco, dice Yahvé (cf. Zac 8, 17). La formulación de Jesús no va sin más contra el Antiguo Testamento, pero deja a un lado un rasgo importante de la Ley judía y, en general, de toda religión que apela a Dios, exigiendo a sus fieles que juren, poniéndole como testigo para ratificar ciertas conductas o para resolver discusiones, como suponen incluso otros textos del mismo Nuevo Testamento (Hch 2, 30; Hbr 6, 16-17). En contra de eso, Jesús prohíbe que se jure en nombre de Dios, porque Dios es trascendente (no podemos ponerle al servicio de una ley o conducta humana) y, sobre todo, porque la verdad vale en sí misma, sin fundarla en un tipo de superestructura sagrada.

Por eso, al prohibir los juramentos, esta sentencia de Jesús supone que la presencia de Dios se vincula a la palabra sin más, esto es, a las relaciones humanas, que valen por sí mismas (sí-si, no-no), sin apelar a una sacralidad más alta. Dios no necesita ningún juramento para actuar como divino; tampoco los hombres necesitan invocarle de un modo especial (y ponerle como testigo) para decir la verdad (que sí sea sí, y no sea no: Mt 5, 37). Esta exigencia (no jurar, no introducir a Dios en nuestras disputas) constituye un rasgo distintivo del mensaje de Jesús, que ha sido ignorada en general por las iglesias. Ciertamente, algunos grupos tardíos del judaísmo tienden a “limitar” los juramentos, como sucede, en Qumrán. Pero no han impuesto (que sepamos) una prohibición absoluta, como en Mt 5, 33-37 y en Santiago que dice: “No juréis (mh. ovmnu,ete) Ni por el cielo, ni por la tierra, ni cualquier otro juramento. Que vuestro sí sea sí y vuestro no (sea) no para que no caigáis bajo el juicio” (Sant 5, 12). Santiago ofrece aquí la cita o referencia más clara del NT a un pasaje de los evangelios. Posiblemente, tanto Mateo como Santiago toman su texto de una tradición anterior, que deriva de Jesús, con las precisiones “por el cielo y por la tierra”, que aparecen en ambos casos. Las referencias ulteriores de Mateo provienen de su iglesia judeo-cristiana, y sólo tiene sentido en ese contexto (Mt 5, 34-36):
‒ Ni por el Cielo, porque es el trono de Dios. En un primer momento el Cielo es una forma de nombrar a Dios en sí (como en otros casos), pero aquí aparece en un contexto poético-litúrgico como trono de Dios.
‒ Ni por la Tierra, porque es el escabel de sus pies. Ella aparece así en Sal 99, 5; Is 66, 11, como espacio y signo de presencia de Dios; ciertamente, la tierra no es Dios, pero es señal de su presencia, realidad sagrada.
‒ Ni por Jerusalén porque es la ciudad del Gran Rey. Esta palabra proviene de los judeo-cristianos, que toman a Jerusalén como Ciudad Mesiánica y capital del Reinado de Dios (=Gran Rey) en el mundo.
‒ Ni por tu cabeza porque no puedes hacer que ni uno de tus cabellos se vuelva blanco o negro. Este pasaje puede ser un añadido de Mateo, pues rompe el esquema de los tres casos anteriores (Cielo, Tierra, Jerusalén…). De todas formas, al añadir que el hombre no tiene poder para cambiar el color de sus cabellos, el texto está indicando que también su cabeza es signo/presencia de Dios.
Junto a la prohibición de jurar hallamos, tanto en Mateo como en Santiago, el mandato de hablar en verdad, de manera que las palabras valgan por sí mismas, que el sí sea sí, y el no sea no (Mt 5, 37;; Sant 5, 12), sin necesidad de apelar a juramentos o superestructuras de tipo especial, pues toda palabra del hombre es religiosa. Esta exigencia de verdad, con la prohibición de los juramentos, nos sitúa en el centro de una “religión” que, siendo radicalmente trascendente (expresión de Dios), se identifica con la verdad humana, en la línea del mismo decálogo que dice: «No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios en vano (en falso)» (cf. Ex 20, 7; Dt 5, 11).



18.- Cómo lograr que la alegría no se esfume de tu vida. Más allá de cumplir, en la abundancia del amor sin medida, permanece
Hoy Jesús responde a esa pregunta que yo mismo guardo: ¿La ley? ¿Basta con cumplirlo todo? “Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley”. Cumplir o no ser capaz de cumplir. Exigir a otros que cumplan sin saber lo que viven en su corazón. La norma. ¿Es siempre la medida de la vida?.
Hoy Jesús me dice cosas sencillas. Seré grande si sigo su voz: “Quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos”. Pero a veces lleno mi vida de mandamientos y exigencias. Cargo pesados fardos sobre mi espalda. Quiero cumplirlo todo y me frustro al no lograrlo.
Hoy escucho a Jesús que me pide que viva la vida de forma más sencilla: “A vosotros os basta decir ‘sí’ o ‘no’”.
Pero a veces no entiendo lo que Jesús me pide. Y no comprendo que quiere que todo llegue a plenitud cuando dé mi sí: “No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud”.
No quiero quedarme con la justicia de fariseos y escribas. Donde la perfección consiste en cumplirlo todo. No quiero vivir sólo cumpliendo. Esa actitud me habla de un Dios que sólo está contento conmigo cuando cumplo.
Jesús me quiere cuando no soy perfecto. Cuando no le enseño cada noche mi lista de deberes. No le importan tanto mis tachones, mis errores, le importa mi amor. Le basta con que yo quiera volver a empezar y le dé mi sí.
Quiere que pida ayuda. Le basta con que me sepa pequeño y frágil, consciente de que puedo caer en cualquier momento. Él es mi roca, no la ley. Él es mi camino, no el cumplir. Jesús me dice que la medida es el amor y no la norma. Jesús rompe mis esquemas. Él mismo a veces se salta alguna norma por amor.
Hoy Jesús, ante la gente que lo escucha, no habla de cumplir, sino de ir más allá. La vida es más que el mínimo. Me invita a ser magnánimo. No quiere que haga sólo lo correcto, lo adecuado, lo justo. No quiere que simplemente cumpla con mi deber, logrando el mínimo. Me lo pide todo.
El mínimo no llena el corazón. En el mínimo soy un autómata que repite gestos sin alma. Lo que sucede en el alma sólo lo ve Dios y allí es donde se juega mi vida.
Creo en esa vida en la que la abundancia y la alegría no pasan nunca. Aunque haya dudas. El cumplir y quedarme sólo ahí, me quita creatividad y libertad. Si sólo busco cumplir, le pongo freno a mi crecimiento interior.
Mi inquietud hace que mi alma no se conforme con hacer sólo lo que me piden. La clave, como siempre, está en la forma de mirar la vida. La medida es el amor sin medida.
Jesús me dice que tengo que sentir y pensar como lo hace Dios. Que vale de poco cumplir por fuera la norma y ser correcto ante la ley, si tengo el corazón frío.
Quiero sentir como Él, quiero pensar como Él, quiero caminar como Él. Dejándome el corazón, sin preocuparme sólo de pecar o no pecar, de respetar los límites, de proteger mi fama. No quiero guardarme para mí, quiero amar más.
Jesús apela a la generosidad de mi alma. Quiere que profundice en mi mundo interior tan desconocido. Me pide que me deje modelar por Él para tener su delicadeza de sentimientos. Que mi vida exterior y mi vida interior sean una.
La vida es más que la orilla del mar, hay un mar adentro. La vida es más que la superficie, donde camino día a día, hay mucha más hondura. No quiero vivir sólo cumpliendo sin salirme de la norma. La vida es más de lo que veo delante de mí.
Vivir con un alma generosa es la única manera de vivir de verdad. Es lo único que me hace libre. Así vivió Jesús.
Jesús no quiere que me conforme con la ley. Quiere que la cumpla, pero viviendo desde dentro el grado de amor máximo. Quiere que no cometa adulterio, pero más allá, que ame en mi corazón con pasión a mi cónyuge. Que le dedique mi vida. Cuidándolo, protegiéndolo. La promesa el día de la boda no fue: “No cometeré adulterio, no te traicionaré”. Fue en positivo: “Te amaré y te respetaré todos los días de mi vida”.
Hoy Jesús no deja que me fije sólo en los grandes pecados. El homicidio. El adulterio. Jesús me pide una mirada más sutil. Un corazón más grande. No llamar imbécil al hermano, no guardar rencor.
Me emociona la confianza de Jesús en mí. Confía en que soy capaz de amar desde dentro. Me invita a que mi vida esté más equilibrada. Una vida en la que mi amor a Dios sea expresión del amor a los hombres.
La vida con Jesús no es un conjunto de límites. Es un mar hondo, sin orillas. Jesús me habla del sí. Del más. De lo más profundo, de lo más alto. Quiero dejarme tocar por Dios en mi dolor, en mi miedo, en mi temblor. Él me puede consolar, sostener, enamorar, hacerme feliz en los umbrales de su casa.