viernes, 28 de agosto de 2020

LECTURA Y COMENTARIO DOMINGO XXII T.O. CICLO A - 30 AGOSTO 2020

 

SANTA ROSA BENDITA, DEL PERÚ RADIANTE ESTRELLA



 

COMENTARIO

 

Santa Rosa de Lima nació el 30 de abril de 1586 en la vecindad del hospital del Espíritu Santo de la ciudad de Lima, entonces capital del virreinato del Perú. Su nombre original fue Isabel Flores de Oliva. Era una de los trece hijos habidos en el matrimonio de Gaspar Flores, natural de San Juan de Puerto Rico, con la limeña María de Oliva. Recibió bautismo en la parroquia de San Sebastián de Lima. En compañía de sus numerosos hermanos, la niña Rosa se trasladó al pueblo serrano de Quives, en la cuenca del Chillón, cuando su padre asumió el empleo de administrador de un obraje donde se refinaba mineral de plata. En 1597 recibe en ese pueblo, el sacramento de la confirmación de manos del arzobispo de Lima, Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo, quien efectuaba una visita pastoral en la jurisdicción.

Se vive en Lima un ambiente de efervescencia religiosa y una población que ponía gran énfasis en las virtudes y calidad de vida cristianas. Alrededor de sesenta personas fallecieron en "olor de santidad" en la capital peruana entre finales del siglo XVI y mediados del XVIII. A Santa Rosa le atraía con singular fuerza el modelo de la dominica Catalina de Siena y esto la decidió a cambiar el sayal franciscano por el hábito blanco de terciaria de la Orden de Predicadores, aparentemente desde 1606.

Estaba bien dotada para las labores de costura, con las cuales ayudaba a sostener el presupuesto familiar y se rodeó de mujeres virtuosas, junto con amigos de la casa paterna y allegados al hogar del contador Gonzalo de la Maza. Sus consejeros espirituales ejercieron profunda influencia sobre Rosa y resultaron cómplices de sus visiones y tormentos. Hacia 1615, y con la ayuda de su hermano favorito, Hernando Flores de Herrera, labró una pequeña celda o ermita en el jardín de la casa de sus padres. Allí, en un espacio de poco más de dos metros cuadrados (que todavía hoy es posible apreciar) en donde se recogía a orar y a hacer penitencia. Y en marzo de 1617, celebró en la iglesia de Santo Domingo de Lima su místico desposorio con Cristo, siendo fray Alonso Velásquez (uno de sus confesores) quien puso en sus dedos el anillo en señal de unión perpetua.

Se trasladó a residir en los últimos cuatro o cinco años de su vida a la casa de su bienhechor y confidente Gonzalo de la Maza. En torno a su lecho de agonía pidió que entonase una canción con acompañamiento de vihuela. Así entregó la virgen limeña su alma a Dios, afectada por una aguda hemiplejia, el 24 de agosto de 1617, en las primeras horas de la madrugada. El mismo día de su muerte, por la tarde, se efectuó el traslado del cadáver de Santa Rosa al convento grande de los dominicos, llamado de Nuestra Señora del Rosario. Al día siguiente, 25 de agosto, hubo una misa de cuerpo presente y luego se procedió sigilosamente a enterrar los restos de la santa en una sala del convento, sin toque de campanas ni ceremonia alguna, para evitar la aglomeración de fieles y curiosos.

El proceso de beatificación y canonización de Rosa empezó casi de inmediato, promovida por el arzobispo de Lima, Bartolomé Lobo Guerrero (1617-1618). Clemente X la canonizó en 1671. Desde un punto de vista histórico, Santa Rosa de Lima sobresale por ser la primera santa de América. Actualmente es patrona de Lima, América, Filipinas e Indias Orientales y de la Policía Nacional del Perú, del colegio de enfermeras y de muchas instituciones educativas, sociales y de caridad.

Pbro. Roland Vicente Castro Juárez

 

ANTIFONA DE ENTRADA

Esta es una Virgen sabia y prudente, que salió a recibir a Cristo con la lámpara encendida.

 

ORACION COLECTA

Oh, Dios,  tu hiciste que Santa Rosa de Lima, encendida en tu amor, se apartara del mundo y se consagrara solo a ti en la austeridad de la penitencia, concédenos por tu intercesión, que, siguiendo en la tierra los caminos que conducen a la vida, gocemos en el  cielo del torrente de tus delicias. Por Nuestro Señor Jesucristo.

 

PRIMERA LECTURA

Lectura del libro del eclesiástico 3, 17-24.

Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad, y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes. No superas tus fuerzas; atiende a lo que te han encomendado, y no te preocupes por lo profundo y escondido; no te preocupes por lo que te excede, aunque te enseñen cosas que te desbordan; ¡Son tan numerosas las opiniones de los hombres!, y sus locas fantasías los extravían.

 

SALMO RESPONSORIAL (15)

 

El Señor es el lote de mi heredad.

 

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; yo digo al Señor: “Tú eres mi bien”. El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte eta en tu mano. R.

 

Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilare. R.

 

Me enseñaras el sendero de la vida, me saciaras de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha. R.

 

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 3, 8-14.

Hermanos: Todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor.

Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía, la de la Ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe.

Para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos.

No es que haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta: yo sigo corriendo a ver si lo obtengo, pues Cristo Jesús lo obtuvo para mí. Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús.

 

ACLAMACION ANTES DEL EVANGELIO   St 1, 18.

Aleluya. El Padre, por propia iniciativa, con la palabra de la verdad, nos engendró, para que seamos como la primicia de sus criaturas. Aleluya.

 

EVANGELIO

Lectura del Santo Evangelio según san Mateo 13, 31-35.

En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a la gente: El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.

Les dijo otra parábola: El Reino de los Cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina y basta para que todo fermente. Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas, y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: "Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo.".

 

PLEGARIA UNIVERSAL

Hermanos, el Señor nos invita a cargar con nuestra cruz y a seguirlo: expresémosle nuestras necesidades e imploremos su ayuda con viva fe. Digamos: R. Te pedimos, Señor.

 

1.- Por el Papa Francisco, sucesor de Pedro: para que, guiado por el Espíritu Santo, pueda llevar con valentía el peso de la cruz propia de su misión pastoral  en toda la iglesia. Oremos.

 

2.- Por los que ejercen cargos de autoridad en el gobierno de los pueblos, para que desempeñen con rectitud y honestidad su responsabilidad social. Oremos.

 

3.- Por los padres de familia y educadores: para que cumplan su delicada misión con criterios y comportamientos inspirados en el evangelio. Oremos.

 

4.- Por nuestra comunidad parroquial para que, guiados  por el Espíritu del Señor, carguemos nuestra cruz diaria con esperanza y fortaleza. Oremos.

 

5.- Por los más pobres y necesitados en nuestra parroquia: para que a través de nuestra cercanía fraterna sientan alivio y puedan encontrar oportunidades de superación. Oremos.

 

6.- Por todos nosotros: para que la Palabra que hemos escuchado nos ayude a discernir la voluntad de Dios y ajustar a ella nuestra vida. Oremos.

 

Te lo pedimos a ti, que vives y reinas por los siglos de los siglos.

 

ORACION SOBRE LAS OFRENDAS

Señor, al proclamarte admirable en tu Virgen Santa Rosa de Lima, y humildemente rogamos a tu Divina Majestad que, así como te complaces en los méritos de esta Virgen, aceptes igualmente el culto que tu pueblo te tributa. Por Jesucristo nuestro Señor.

 

ANTIFONA DE COMUNION   Ct. Mt 25, 6

Que llega el esposo, salgan a recibir a Cristo  el Señor.

 

ORACION DESPUES DE LA COMUNION

Señor fortalecidos con esta Eucaristía,  te pedimos que, a ejemplo de Santa Rosa de Lima, llevemos en nosotros, las señales de la muerte de Cristo, y nuestra vida sea un continuo esfuerzo para unirnos cada vez más a ti. Por Jesucristo nuestro Señor.

 

PALABRA DE DIOS Y SANTORAL DE CADA DÍA

 

Lunes 31: 1Cor 2, 1-5; Sal 118; Lc 4, 16-30.

Martes 01: Icor 2, 10-16; Sal 145, Lc 4, 31-37.

Miércoles 02: 1Cor 3, 1-9; Sal 33; Lc 4, 38-44.

Jueves 03: 1Cor 3, 18-23; Sal 24; Lc 5, 1-11.

Viernes 04: 1Cor 4, 1-5; Sal 37; Lc 5, 33-39.

Sábado 05: 1Cor 4, 6-15; Sal 145; Lc 6, 1-5.

Domingo 06: Ez 33, 7-9; Sal 95; Rm 13, 8-10; Mt 18, 15-20.

 

SANTA ROSA DE LIMA, VIRGEN

"ROSA DE SANTA MARÍA"

 

Patrona de América, Perú y las Filipinas.

El día en que su madre le reprendió por atender en la casa a pobres y enfermos, Santa Rosa de Lima le contestó: "Cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús. No debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo, porque en ellos servimos a Jesús". -Catecismo de la Iglesia Católica, 2449

 

Biografía

Rosa de Lima, la primera santa americana canonizada, nació de ascendencia española en la capital del Perú en 1586. Sus humildes padres son Gaspar de Flores y María de Oliva.

 

Aunque la niña fue bautizada con el nombre de Isabel, se la llamaba comúnmente Rosa y ése fue el único nombre que le impuso en la Confirmación el arzobispo de Lima, Santo Toribio. Rosa tomó a Santa Catalina de Siena por modelo, a pesar de la oposición y las burlas de sus padres y amigos. En cierta ocasión, su madre le coronó con una guirnalda de flores para lucirla ante algunas visitas y Rosa se clavó una de las horquillas de la guirnalda en la cabeza, con la intención de hacer penitencia por aquella vanidad, de suerte que tuvo después bastante dificultad en quitársela. Como las gentes alababan frecuentemente su belleza, Rosa solía restregarse la piel con pimienta para desfigurarse y no ser ocasión de tentaciones para nadie.

 

Una dama le hizo un día ciertos cumplimientos acerca de la suavidad de la piel de sus manos y de la finura de sus dedos; inmediatamente la santa se talló las manos con barro, a consecuencia de lo cual no pudo vestirse por sí misma en un mes. Estas y otras austeridades aún más sorprendentes la prepararon a la lucha contra los peligros exteriores y contra sus propios sentidos. Pero Rosa sabía muy bien que todo ello sería inútil si no desterraba de su corazón todo amor propio, cuya fuente es el orgullo, pues esa pasión es capaz de esconderse aun en la oración y el ayuno. Así pues, se dedicó a atacar el amor propio mediante la humildad, la obediencia y la abnegación de la voluntad propia.

 

Aunque era capaz de oponerse a sus padres por una causa justa, jamás los desobedeció ni se apartó de la más escrupulosa obediencia y paciencia en las dificultades y contradicciones.

 

Rosa tuvo que sufrir enormemente por parte de quienes no la comprendían.

 

El padre de Rosa fracasó en la explotación de una mina, y la familia se vio en circunstancias económicas difíciles. Rosa trabajaba el día entero en el huerto, cosía una parte de la noche y en esa forma ayudaba al sostenimiento de la familia. La santa estaba contenta con su suerte y jamás hubiese intentado cambiarla, si sus padres no hubiesen querido inducirla a casarse. Rosa luchó contra ellos diez años e hizo voto de virginidad para confirmar su resolución de vivir consagrada al Señor.

 

Al cabo de esos años, ingresó en la tercera orden de Santo Domingo, imitando así a Santa Catalina de Siena. A partir de entonces, se recluyó prácticamente en una cabaña que había construido en el huerto. Llevaba sobre la cabeza una cinta de plata, cuyo interior era lleno de puntas sirviendo así como una corona de espinas. Su amor de Dios era tan ardiente que, cuando hablaba de El, cambiaba el tono de su voz y su rostro se encendía como un reflejo del sentimiento que embargaba su alma. Ese fenómeno se manifestaba, sobre todo, cuando la santa se hallaba en presencia del Santísimo Sacramento o cuando en la comunión unía su corazón a la Fuente del Amor.

 

Extraordinarias pruebas y gracias.

 

Dios concedió a su sierva gracias extraordinarias, pero también permitió que sufriese durante quince años la persecución de sus amigos y conocidos, en tanto que su alma se veía sumida en la más profunda desolación espiritual.

 

El demonio la molestaba con violentas tentaciones. El único consejo que supieron darle aquellos a quienes consultó fue que comiese y durmiese más. Más tarde, una comisión de sacerdotes y médicos examinó a la santa y dictaminó que sus experiencias eran realmente sobrenaturales.

 

Rosa pasó los tres últimos años de su vida en la casa de Don Gonzalo de Massa, un empleado del gobierno, cuya esposa le tenía particular cariño. Durante la penosa y larga enfermedad que precedió a su muerte, la oración de la joven era: "Señor, auméntame los sufrimientos, pero auméntame en la misma medida tu amor".

 

Dios la llamó a Sí el 24 de agosto de 1617, a los treinta y un años de edad. El capítulo, el senado y otros dignatarios de la ciudad se turnaron para transportar su cuerpo al sepulcro.

 

El Papa Clemente X la canonizó en 1671.

 

Aunque no todos pueden imitar algunas de sus prácticas ascéticas, ciertamente nos reta a todos a entregarnos con mas pasión al amado, Jesucristo. Es esa pasión de amor la que nos debe mover a vivir nuestra santidad abrazando nuestra vocación con todo el corazón, ya sea en el mundo, en el desierto o en el claustro.

 

DE LOS ESCRITOS DE SANTA ROSA DE LIMA.

El salvador levantó la voz y dijo, con incomparable majestad:

 

"¡Conozcan todos que la gracia sigue a la tribulación.

Sepan que sin el peso de las aflicciones no se llega al

colmo de la gracia. Comprendan que, conforme al acre-

centamiento de los trabajos, se aumenta juntamente la

medida de los carismas. Que nadie se engañe: esta es

la única verdadera escala del paraíso, y fuera de la cruz

no hay camino por donde se pueda subir al cielo!"

Oídas estas palabras, me sobrevino un impetu pode-

roso de ponerme en medio de la plaza para gritar con

grandes clamores, diciendo a todas las personas, de cualquier edad,

sexo, estado y condición que fuesen:

"Oíd pueblos, oíd, todo género de gentes: de parte de

Cristo y con palabras tomadas de su misma boca, yo os

aviso: Que no se adquiere gracia sin padecer aflicciones;

hay necesidad de trabajos y más trabajos, para conse-

guir la participación íntima de la divina naturaleza, la

gloria de los hijos de Dios y la perfecta hermosura del

alma."

Este mismo estímulo me impulsaba impetuosamente

a predicar la hermosura de la divina gracia, me angus-

tiaba y me hacía sudar y anhelar. Me parecía que ya no

podía el alma detenerse en la cárcel del cuerpo, sino que se había de romper la prisión y, libre y sola, con más agilidad se había de ir por el mundo, dando voces:

"¡Oh, si conociesen los mortales qué gran cosa es la

gracia, qué hermosa, qué noble, qué preciosa, cuántas riquezas esconde en sí, cuántos tesoros, cuántos júbilos y delicias! Sin duda emplearían toda su diligencia, afanes y desvelos en buscar penas y aflicciones; andarían todos por el mundo en busca de molestias, enfermedades y tormentos, en vez de aventuras, por conseguir el tesoro último de la constancia en el sufrimiento. Nadie se quejaría de la cruz ni de los trabajos que le caen en suerte, si conocieran las balanzas donde se pesan para repartirlos entre los hombres."

 

SANTA ROSA DE LIMA

(+ 1617)


El honrado y humilde hogar limeño de Gaspar Flores y María de Oliva, en el cual nació, el 20 de abril de 1586, la niña a quien en el bautismo llamaron Isabel, pero que desde la infancia había de recibir el sobrenombre de Rosa, nos parece, en el gran día del nacimiento de la Santa, un trasunto de Belén y de la humilde gruta en que vino a este mundo el Hijo de Dios. Belén, porque allí nació la primera flor de santidad que perfumó al Nuevo Mundo; Belén, por la pobreza de sus moradores, que pertenecían a la modesta clase media; Belén, por el ambiente bucólico que se respiraba y aún se respira en el huerto que circunda la histórica morada, el humilde aposento hoy convertido en oratorio, en donde vino al mundo Santa Rosa de Lima.

Además, si en mirada de conjunto se abarca el agitadísimo mundo de aquellos tiempos, si se contempla la tragedia del Occidente cristiano, que, con la defección de las naciones protestantes y con la crisis y guerras de religión de las católicas, queda dividido en dos bandos que luchan encarnizadamente por la hegemonía; si en el terreno intelectual, moral, disciplinario, se sigue con atención el duelo a muerte de la Reforma y Contrarreforma, y se admira la oportunidad con que la Providencia divina saca, por decirlo así, de la nada toda un mundo nuevo, toda una familia de futuras naciones, y pone casi todo su peso del lado de la fe tradicional, inclinando así en favor de ésta la balanza de los destinos: en este cuadro de grandiosidad mundial y de trascendencia histórica incalculable, la pequeña Lima del siglo xvi, perdida en las lejanías del Perú colonial, evoca espontáneamente el recuerdo de Belén, y la estrella que en su cielo se levanta nos aparece como el signo del gran Rey y del advenimiento de tiempos mejores, en que acabará por imponerse la fe católica contra la herejía. "A la Ciudad de los Reyes, como se suele llamar a Lima -dice la bula de canonización, de Clemente X-, no le podía faltar su estrella propia que guiara hacia Cristo, Señor y Rey de Reyes" : "Civitati enim regum, qualis dicitur Lima, suum debebabur sydus, quod ad Christum Dominum regem regum dux esset" (a.1671).

Es una delicia para el historiador católico y para todo cristiano sincero contemplar el despliegue de fuerza que la Iglesia emplea en el mundo recién descubierto para ensanchar las fronteras del Reino de Cristo, para consolidar su posesión con el establecimiento de la jerarquía y para ganar. mediante nuevas conquistas en América, la batalla que libraba contra el protestantismo en Europa.

Su misión consiste en ganar el mundo para Cristo mediante un testimonio multiforme. "Seréis mis testigos hasta los confines del mundo" (Act. 1,8). Este multiforme testimonio no faltaba, sino sobreabundaba en América.

Testimonio de la palabra, por boca de los incontables misioneros que se repartían por doquier, con éxito creciente, los campos de la evangelización.

En tiempos de Santa Rosa más de dos mil habían atravesado el Atlántico y habían recorrido el nuevo continente en todas direcciones, realizando el inaudito portento de convertirlo, en menos de un siglo, de pagano en cristiano.

Testimonio de la sangre, vertida con abundancia por tantos mártires de que nos hablan las crónicas de aquellos tiempos, para que con este milagroso riego germinara y fructificara la semilla de la evangelización.

Testimonio de la luz, que brilló en la sabiduría de sus concilios, en la institución de sus universidades, en las obras inmortales de cronistas, historiadores y escritores. en las admirables Leyes de Indias, en la organización, multiplicación y disposición inteligente de las nuevas sedes episcopales.

Clarísima aurora llena de promesas que las misionólogos comparan con la que iluminó al mundo romano en la predicación de los apóstoles.

Testimonio de la santidad, que alumbró a todo el continente a través de la vida ejemplar de tantos prelados y misioneros, enviados a estas tierras por la Madre Patria para admiración y edificación de las nuevas cristiandades. Son muchos los nombres que registra la historia, y cada país honra de modo especial a quienes directamente lo santificaron con su presencia y acción; pero no cabe duda que entre todos descuellan, para gloria de la patria de Santa Rosa, Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo, "la mayor lumbrera del episcopado en América", "totius episcopatus americani luminare maius", al decir del Concilio Plenario de la América Latina, y San Francisco Solano, el taumaturgo y figura misionera de mayor relieve en los tiempos coloniales.

Pero al finalizar el siglo xvi algo faltaba a este múltiple y glorioso testimonio y era que, al lado de los santos oriundos de España y que se habían santificado en América, surgieran santos nacidos en este continente y del todo identificados con él. Y Dios en su infinita bondad otorgó al Nuevo Mundo ese precioso don. Muchos santos y santas ocultos debe haber habido en este privilegiado continente desde los días de su descubrimiento y primera evangelización, puesto que una de las notas de la verdadera Iglesia es el florecimiento de la santidad bajo todos los cielos y todas las latitudes; pero sólo tres han alcanzado hasta ahora el honor de la canonización: el contemporáneo de Santa Rosa, San Felipe de Jesús, originario de la Nueva España y protomártir del Japón, donde murió crucificado y atravesado con triple lanza (+ 1597); Santa Mariana de Jesús Paredes, llamada "la azucena de Quito" por su pureza angelical unida a una heroica penitencia, y Santa Rosa de Lima, cuyo perfume podemos decir que ha embalsamado al mundo entero, al insertarse su fiesta en el calendario universal. El primero es una florecilla rubicunda de la Orden seráfica; la segunda es un retoño de la Compañía de Jesús, de cuya recia espiritualidad se nutrió, y la tercera es una gloria de la Orden dominicana, de la cual fue terciaria y cuyo espíritu poseyó con plenitud.

Santo Rosa vino al mundo cuando ya tocaba a su ocaso el gran siglo de España, el siglo xvi. Su vida, breve, interior, escondida, carece del movimiento y dramatismo que llama la atención en las vidas de los grandes apóstoles, de los grandes misioneros, de los personajes epónimos que llevan el sobrenombre de "magnos" y que hacen época en la historia de la Iglesia y del mundo.

Así resume el Breviario Romano—"pro festo simplificato"—su vida admirable, apegándose con fidelidad a la verdad histórica, según consta en los procesos: "La primera flor de santidad de la América meridional, Santa Rosa, virgen, nacida en Lima, de padres cristianos, ya desde la cuna empezó a resplandecer con los indicios de su futura santidad, porque su rostro infantil, tomando la apariencia de una rosa, dio ocasión a que se le diera este nombre. Para no verse obligada por sus padres a contraer matrimonio, cortó ocultamente su bellísima cabellera. Su austeridad de vida fue singular. Tomado el hábito de la Tercera Oden de Santo Domingo, se propuso seguir en su arduo camino a Santa Catalina de Sena. Terriblemente atormentada, durante quince años, por la aridez y desolación espiritual, sobrellevó con fortaleza aquellas agonías más amargas que la misma muerte. Gozó con admirable familiaridad de frecuentes apariciones de su Angel Custodio, de Santa Catalina de Sena y de la Virgen Madre de Dios, y mereció escuchar de los labios de Cristo estas palabras: "Rosa de mi corazón, sé mi esposa". Famosa por sus milagros antes y después de su muerte, el papa Clemente X la colocó en el catálogo de las santas vírgenes". Hasta aquí el Breviario Romano.

Pero esta vida humilde y oculta entraña un mensaje de gran trascendencia que bien podemos calificar de providencial y actualísimo. Providencial para su tiempo, y de perenne actualidad, porque contiene la quintaesencia del Evangelio y va directamente contra el espíritu que anima al renacimiento pagano, que es una de las características de los tiempos modernos.

Ateniéndonos a lo principal y considerando la necesidad des los tiempos, señalaremos cuatro renglones en este mensaje realmente completo y ecuménico: Amor, oración, pureza y sacrificio.

El mundo de aquel entonces, mundo del Renacimiento y de la Reforma, que exaltaba exageradamente los valores naturales y paganos y subestimaba todo lo sobrenatural, necesitaba, además del anatema fulminado contra sus errores y de la palabra de los heraldos de la verdad, el lenguaje contundente de los hechos, la doctrina de Cristo vivida en toda su integridad, y eso tuvo en los numerosos santos suscitados por Dios en el siglo xvi y lo vio admirablemente confirmado en aquel retoño del Nuevo Mundo que fue Santa Rosa, alma que desde la más tierna edad supo valorar las realidades sobrenaturales, alma totalmente abrasada en divina caridad, que a los cinco años se consagraba íntegramente al Esposo inmaculado, que para Él sólo vivía y que mereció al fin de su carrera escuchar de labios de Cristo esta declaración de amor, incomprensible para el mundo: "Rosa de mi corazón, sé tú mi esposa". Ese amor  con el cual nuestra Santa se esforzaba en corresponder a Cristo, y Cristo Crucificado, es clave que nos explica el sesgo heroico de su vida: su fuga del mundo sin dejar de vivir en medio de él; su vida eremítica en minúscula celda construida con sus manos; su rompimiento con toda vanidad; el tanto furor con que armaba su brazo y flagelaba su carne inocente en anhelo insaciable de asemejarse más y más a su Amado divino; su fina sensibilidad para descubrir la presencia y vestigio de Dios en todas las cosas.

Aún se conserva y se visita con mucha edificación, al lado de su casa, un cuarto que la caridad de la Santa convirtió en pequeño hospital, al cual ella conducía a enfermas encontradas en extrema miseria y que tenían la dicha de recibir de las manos de nuestra Santa una atención cuya delicadeza y heroísmo rayan en lo increíble. Cosa parecida acontecía tratándose de las necesidades de orden moral, a cuyo remedio acudía solícita nuestra Santa en cuanto de ella dependía, preocupándose por la evangelización y atención espiritual de los indios, de los negros, de los infieles, y, al no poder ocuparse de esto por sí misma, recomendándolo a quienes podían y contribuyendo con limosnas que ella misma colectaba al sostenimiento de algún seminarista pobre, como verdadera precursora de la Obra de Vocaciones.

Esta divina caridad, de flama tan seráfica al elevarse hacia Dios y de sentido tan humano al extenderse hacia el prójimo, encendió en el alma de Rosa la luz de la contemplación, y ciertamente en grado eminente. Así lo persuaden sus hechos, sus escritos y el testimonio unánime de quienes la conocieron y trataron, tal como aparece en los Procesos y en el amplio estudio de los Bolandistas. Aquel amor a la soledad; aquella asiduidad con que frecuentaba y pasaba largas horas en su celdita de anacoreta, que aún subsiste; aquella fervorosa vida eucarística, tan rara en su tiempo; aquella filial devoción a la Madre de Dios; aquel espíritu de penitencia y amor apasionado a la cruz, son indicios ciertos de la intimidad con Dios y de la elevación habitual en que vivía su alma. El padre Villalobos asegura en su declaración que "había alcanzado una presencia de Dios tan habitual, que nunca, estando despierta, lo perdía de vista". El doctor Castillo, íntimo y autorizado confidente y examinador de la Santa, asegura que desde los cinco años empezó a practicar la oración mental y que a partir de los doce hasta su muerte su oración fue la que los autores místicos llaman unitiva. Y, en general, como asevera L. Hansen, O. P., el testimonio de sus directores, los padres de la Orden de Santo Domingo y de los varios padres de la Compañía de Jesús que largamente la conocieron y trataron, es unánime al reconocer los dones extraordinarios de oración con que el Señor la regaló, elevándola hasta los más altos grados de la vida mística.

Es también la divina caridad en que se abrasaba aquella alma santa la que explica los dos rasgos que la oración litúrgica de su fiesta señala como característicos de su espiritualidad: la pureza y el sacrificio: "Virginitatis et patientiae decore Indis florescere voluisti". Porque el amor, o encuentra parecidos a los que se aman, o los hace tales. Enamorada de Jesús Crucificado, Santa Rosa se aplicó con invencible constancia a reproducir en sí misma la imagen del Divino Modelo de quien proféticamente se dice en el Cantar de los Cantares 5,10: "Dilectus meus candidus et rubicundus": mi amado es cándido y rubicundo. Es blanco, dicen los sagrados intérpretes, por su pureza y santidad sin límites, y es rojo por su sacrificio de redención.

La contemplación de esa pureza y santidad hizo nacer en Santa Rosa el anhelo de la imitación y la movió a realizarlo en forma extraordinaria. Conserva hasta la muerte su inocencia bautismal; hace a los cinco años voto de virginidad; rechaza sin vacilaciones toda proposición de matrimonio, aun cuando sea su propia madre quien porfiadamente la haga; afea con varias industrias su natural hermosura; corta sin miramientos su blonda cabellera; se niega a aceptar el nombre de Rosa, por parecerle llamativo y peligroso, hasta que la Santísima Virgen completa y santifica ese hombre, llamándola Rosa de Santa María; únese a Cristo con el vínculo del matrimonio espiritual, vínculo inefable que transporta a la tierra el misterio de los desposorios inmaculados de la Patria eterna, y sigue hasta el fin de su vida las huellas luminosas de aquella Virgen que la toma por suya y le comunica un reflejo de su pureza singular.

Pero, para que la semejanza con Jesús Crucificado sea perfecta, Rosa tendrá que ser para Él "lirio entre espinas", y a este fin afligirá su carne inocente con toda suerte de maceraciones: ayunos, vigilias, cilicios, disciplinas, austeridades que llenan de asombro y que más son para admirarse que para imitarse.

Configurada así con la Divina Víctima durante su vida, sólo faltaba el rasgo supremo de la muerte para que la semejanza fuera perfecta, y la muerte vino con sus terribles angustias y dolores a convertirla en un acabado retrato del "Varón de dolores", si bien esta colmada medida de dolor no pudo impedir, 'ni siquiera a la hora de la agonía, aquel gozo íntimo que la había acompañado durante la vida, escondido en la parte superior de su alma y que se exteriorizó en alguna forma, momentos antes de morir, en el jubiloso canto de amor que, al son de la vihuela, entonó por indicación suya una de sus más fieles discípulas, Luisa de Santa María, que la acompañaba en aquel angustioso trance.

Así consumaba su sacrificio y preludiaba el cántico nuevo de la bienaventuranza la admirable virgen Santa Rosa, exhalando el último suspiró en la fecha que ella misma había anunciado, 24 de agosto de 1617, fiesta de un santo a quien ella honró durante su vida con una devoción especial y sin duda con luz profética, el apóstol San Bartolomé.

La oportunidad del mensaje de la gran Santa limeña con relación a las necesidades de su .tiempo, el interés permanente de sus grandes lecciones sobre puntos esenciales de la espiritualidad cristiana, las dotes naturales y sobrenaturales con que Dios la adornó a fin de que pudiera transmitir al mundo un mensaje de tanta trascendencia, explican la aceptación general y entusiasta del mismo, su rápida difusión a través de las muchas obras escritas sobre la Santa, la extensión de su culto a todo el continente ya desde los tiempos coloniales, y asegura una creciente gloria, una supervivencia real en el porvenir a la que justamente ha sido declarada por la Santa Sede Patrona de América e incluida en el catálogo de los santos, cuya fiesta anualmente celebra la Iglesia universal. Traducimos a continuación la expresiva y devota oración litúrgica con que se la invoca en el mundo entero: "Oh Dios Todopoderoso, fuente de todo bien, que has querido que Santa Rosa floreciera en las Indias con el encanto de su virginidad y paciencia, y para ello la preveniste con el rocío de tu gracia: concédenos a nosotros tus siervos, que corriendo en pos de sus perfumes suavísimos, merezcamos ser el buen olor de Jesucristo. Que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo Dios por todos los siglos. Así sea".

FÉLIX M. ALVAREZ, M. Sp. S.

 

HISTORIA DE SANTA ROSA DE LIMA

 

Isabel Flores de Oliva o también conocida como Santa Rosa de Lima nació en Lima el 30 de abril de 1586. Sus padres fueron el arcabucero Gaspar Flores y María de Oliva. Bautizada como Isabel, su madre empezó a llamarla Rosa desde que un día, al acercarse a su cuna, le vio el rostro encendido como una rosa. La mayor parte de su infancia y adolescencia los pasó en el pueblo de Quive, una reducción indígena ubicada en la sierra de Lima, entre la confluencia de los ríos Chillón y Arahuay. Hasta allí se trasladó la familia Flores de Oliva, porque Gaspar había conseguido trabajo como encargado de una mina.

 

De niña, la futura Santa Rosa de Lima sufrió una enfermedad que le imposibilitaba la movilidad de las piernas. Su madre quiso aliviarle con una receta local, cubriéndole las piernas con pieles de buitre, medida que finalmente agravaría los males de la pequeña, sufriéndolos en silencio. Recibió en 1598 el sacramento de la confirmación, junto con otros dos niños, de manos del arzobispo Toribio de Mogrovejo, también futuro santo.

 

Una vez crecida la niña, sus padres quisieron que tomara interés en los negocios de la familia y su madre un día la llevó al ingenio minero para que viera el procesamiento del metal. Santa Rosa de Lima no mostró ningún interés y, por el contrario, advirtió a su madre que el oro era la moneda que ofrece el mundo para perdernos. Al ocurrir un derrumbe en la mina, los Flores de Oliva tuvieron que retornar a Lima. Rosa ya estaba decidida a seguir la vida religiosa y tomó como modelo la vida de Santa Catalina de Siena.

 

En 1605 quiso ingresar al monasterio de Santa Clara, pero debido a su pobreza no pudo reunir la dote necesaria. Entonces hizo voto de vivir consagrada al Señor vistiendo el hábito de terciaria dominica y edificó con sus propias manos, en el huerto de su casa, una cabaña en la que pasaba el día orando o mortificándose. Abandonó los alimentos de la vida diaria, sobreviviendo a pan y agua que combinaba con hierbas y jugos. Llevaba cilicios en torno de los miembros y se flagelaba a menudo; cuentan sus hagiógrafos que en una ocasión trató de infligirse cinco mil golpes en un lapso de ocho días, a imitación de la pasión de Cristo. Llevaba una corona de espinas tan apretada que la sangre le chorreaba por las mejillas.

 

Con abnegación recibía enfermos en su casa y los atendía.

Santa Rosa de Lima sufrió también la tentación del demonio quien ella llamó el sarnoso; pero gozó de la presencia de Dios y de las apariciones de la Virgen María, el Ángel de la Guarda y Santa Catalina de Siena. Atrajo la devoción de un círculo de damas piadosas quienes trataron de seguir su ejemplo. Los tres últimos años de su vida los pasó en casa del contador Gonzalo de la Maza, un alto funcionario virreinal, cuya esposa admiraba a la virtuosa limeña. Durante su larga y dolorosa enfermedad tuvo apariciones milagrosas y premoniciones, como la destrucción del Callao producto de un maremoto, hecho que vino a cumplirse en 1746. Falleció el 24 de agosto de 1617, a los 31 años de edad; para entonces era tan venerada en la ciudad que a sus exequias asistieron el virrey, el arzobispo y representantes de todas las órdenes religiosas. Dos años después sus restos fueron trasladados a un sepulcro especial. 

 

El Papa Clemente X la canonizó el 12 de abril de 1671, fijándose su festividad el 30 de agosto. Fue la primera santa del Nuevo Mundo. En la campaña encaminada a su pronta santificación se conjugaron los intereses de la elite criolla y de las autoridades municipales de Lima, así como de la corte de Madrid y de la iglesia de Roma. A todas estas instancias convenía hacer de la Rosa milagrosa, como ha escrito Ramón Mujica Pinilla (1995), un símbolo del incipiente patriotismo y el emblema de un nuevo Siglo de Oro hispanoamericano.