DIOS SE HACE NUESTRO PROFESOR
ORACION COLECTA
Dios todo poderoso y eterno, a quien,
instruidos por el Espíritu Santo, nos atrevemos a llamar Padre, renueva en
nuestros corazones el espíritu de la adopción filial, para que merezcamos
acceder a la herencia prometida. Por nuestro Señor Jesusito.
PRIMERA LECTURA
Lectura del primer libro de los
Reyes 19, 4-8
En aquellos días, Elías continuó
por el desierto una jornada de camino, y, al final, se sentó bajo una retama y
se deseó la muerte: «¡Basta, Señor! ¡Quítame la vida, que yo no valgo más que
mis padres!».
Se echó bajo la retama y se
durmió. De pronto un ángel lo tocó y le dijo: «¡Levántate, come!». Miró Elías,
y vio a su cabecera un pan cocido sobre piedras y un jarro de agua. Comió,
bebió y se volvió a echar. Pero el ángel del Señor le volvió a tocar y le dijo:
«¡Levántate, come!, que el camino es superior a tus fuerzas.».
Elías se levantó, comió y bebió,
y, con la fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches
hasta el Horeb, el monte de Dios.
SALMO
RESPONSORIAL (33)
Gusten y vea qué bueno es el Señor.
Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está
siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen
y se alegren. R.
Proclamen conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos
juntos su nombre. Yo consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis
ansias. R.
Contemplen, y quedaran radiantes, su rostro no se
avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus
angustias. R.
El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los
protege. Gusten y vean qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él. R.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los Efesios 4, 30-5, 2
Hermanos: No pongan triste al Espíritu
Santo de Dios con que él les ha marcado para el día de la liberación final.
Destierren de ustedes la amargura, la ira,
los enfados e insultos y toda la maldad. Sean buenos, comprensivos, perdonándonos
unos a otros como Dios los perdonó en Cristo.
Sean imitadores de Dios, como hijos
queridos, y vivan en el amor como Cristo los amó y se entregó por nosotros a
Dios como oblación y víctima de suave olor.
EVANGELIO
Lectura
del santo evangelio según san Juan 6, 41-51
En aquel
tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado
del cielo», y decían: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su
padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?».
Jesús tomó
la palabra y les dijo: «No critiquen. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el
Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día.
Está
escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios.".
Todo el
que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí.
No es que
nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al
Padre.
Les lo
aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres
comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo,
para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el
pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y
el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.».
COMENTARIO
“Los judíos
protestaban contra Jesús”. En el estilo de san Juan, la expresión “los judíos”
designa a la gente que se ha vuelto desconfiada, crítica y a las autoridades y
dirigentes. Instintivamente nos procuramos distanciar de esa gente que no supo
escuchar a Jesús. Pero, si nos fijamos un poco quizás nos descubramos un poco
“judíos” quizás tampoco esto nos venga mal, pues entonces las palabras de Jesús
nos resbalarán tanto sobre nosotros. Cuando Jesús dice: “He bajado del cielo” y
“Tienen que comerme”, hasta los discípulos al final de este discurso sobre el
pan de vida se pondrán a murmurar: “Es demasiado duro, ¿quién puede escuchar
semejantes palabras?”. Si también a nosotros nos chocan estas palabras, que son
realmente duras, podremos recibir mejor otra afirmación que corría el peligro
de escapársenos: “Todos serán discípulos de Dios”.
Después
de haber citado esta antigua expresión de Isaías (54, 13) Jesús corrige
inmediatamente un posible error de interpretación que consistiría en pensar que
el Padre nos enseña directamente. “No, indica Jesús, el Padre les enseña por
medio de Mí, pero se trata ciertamente de su palabra, porque yo soy su palabra.
Él me ha enviado a ustedes, vengo de junto a él, del cielo; él los atrae hacia mí
para que sientan ganas de creer en mí y yo los atraigo hacia él revelándonos
quién es”. En este movimiento de revelación divina es donde hay que entrar para
recibir debidamente unas afirmaciones desconcertantes, como hay otras muchas a
lo largo de todo el evangelio. En vez de atender inmediatamente a la dificultad
de lo que se dice, miremos quien es el que lo dice. Ejemplo único de la
importancia primordial concedida a lo que se llama el “argumento de autoridad”
que de ordinario ocupa el último lugar en el valor de los argumentos. En esta
ocasión, la autoridad de Jesús es tan grande que aceptamos lo que él dice ante
todo porque es él quien lo dice, dispuestos a intentar comprender luego las
coas, pero en el interior de nuestra primera y total adhesión a su palabra, por
ser él la palabra de Dios. Cuando Jesús habla, es Dios mismo el que nos enseña.
Una vez más, se trata de algo absolutamente único, como fuerza de autoridad de
una palabra en labios humanos: cuando escuchamos a Jesús, escuchamos a
Dios. Si se nos ocurre murmurar como los
judíos no empecemos a insistir ante todo en la excesiva dureza de sus
afirmaciones, sino despertemos cuando antes y lo más posible nuestra fe: tu
palabra, Jesús es la palabra de Dios. Decir “ante todo” significa que hay un
“después”. La fe de una persona inteligente tiene que ser inteligente. Es una
pena que haya tan pocos cristianos que intenten hacer su fe cada vez más
inteligente. Esto exige reflexión, estudios y hace surgir murmuraciones, dudas;
pero se trata de una batalla de hombres, y a Dios no les disgustan estos
combates de Jacob (Gn. 32, 23-31). Suéltame, le dijo Dios. No te soltaré, le
respondió Jacob hasta que me hayas bendecido. No te llamarás ya Jacob, sino
Israel, porque has luchado con Dios y has ganado. ¡Qué Dios nos dé la
inteligencia y la fuerza de arrancarle toda la luz para vivir, ya que ha
querido ser nuestro profesor de vida!.
PLEGARIA UNIVERSAL
Padre
tú preparas la mesa y bendices cuanto hay en ella para que se haga don y
alcance a todos; te pedimos; Danos tu pan y tu palabra
1.-
Por la Iglesia y todos los creyentes para que sepa responder con amor y misericordia
a las necesidades de los hombres. Oremos.
2.-
Para que la eucaristía, mesa compartida que preside el Padre de todos, haga
crecer en nosotros el compromiso de hacer del mundo la mesa redonda de
fraternidad. Oremos.
3.-
Para que quienes solo se rigen por la ley del mercado vuelvan su mirada haca
los que expulsan fuera de él y aprendan a compartir lo que tienen. Oremos. Oremos.
4.-
Para que surjan entre los creyentes vocaciones entregadas a la edificación del
Reino de Dios en la vida pública. Oremos.
5.-
Para que quienes dedican su vida a promover el ministerio de la caridad y del
pan compartido conserven su ánimo y puedan expandir con gozo su camino de
fraternidad. Oremos.
Enséñanos
a compartir el pan y a multiplicar la
solidaridad para que el mundo se llene de risas y canciones y nos reconozcamos
como familia humana; abre hoy tu mano y sácianos con tus favores. Por
Jesucristo nuestro Señor.
ORACION SOBRE LAS OFRENDAS
Acepta
complacidos Señor, los dones que en tu misericordia has dado a tu Iglesia para
que pueda ofrecértelos y que ahora transformas con tu poder en sacramento de
nuestra salvación. Por Jesucristo nuestro Señor.
ORACION DESPUES DE LA COMUNION
La comunión en tus sacramentos nos salve, Señor y nos
afiance en la luz de tu verdad. Por Jesucristo nuestro Señor.
PALABRA DE DIOS Y SANTORAL DE CADA DÍA
Lunes
13: Ez 1, 2-5. 24-28; Sal 148; Mt 17, 22-27.
Martes
14: Ez 2, 8-3, 4; Sal 118; Mt 18, 1-5. 0.
12-14.
Miércoles
15: Ap 11, 19ª; 12, 1.3-6ª.10ab; Sal 44; 1Co
15, 20-27ª; Lc 1, 39-56.
Jueves
16: Ez 12, 1-12; Sal 77; Mt 18, 1—19, 1
Viernes
17: Ez 16, 1-15. 60.63; Sal; Is 12; Mt 19,
3-12.
Sábado
18: Ez 18, 1-10. 13b.30-32; Sal 50; Mt 19,
13-15.
Domingo 19: Pro 9, 1-6; Sal 33; Ef 5, 15-20; Jn 6, 51-58.
COMENTARIOS
AL EVANGELIO
Jn 6, 41-52
Jn 6, 41-52
1.- Comentario. Nos hallamos ante una
conversación o debate entre maestros (rabinos) de Israel, un género muy
habitual en la literatura judía postbíblica y que a nosotros nos puede resultar
chocante. En el cuarto Evangelio este género adquiere además la configuración
de debate radical o de principios. De ahí el carácter tajante de sus
afirmaciones.
Lo que en el debate de hoy está en juego es
la supremacía entre dos principios de justificación. Los maestros ponían la
supremacía en la Ley; el maestro Jesús la pone en la fe. El maestro echa en
cara a los maestros que, con su preocupación por la observancia de la Ley, han
dado de lado a la escuela del Padre. Aunque al Padre no se le pueda ver, si se
está a su escucha, se terminará en Jesús y no en la Ley. El que está a la
escucha del Padre es creyente, el que lo está de la Ley es observante. Es el
primero quien se adentra en la corriente vital; no es el segundo, tipificado en
los padres o antepasados del desierto.
Esta corriente vital no es una idea o una
abstracción. Es una persona de carne y hueso, Jesús de Nazaret. Gracias a la
dimensión empírica y palpable de Jesús la fe no es una cuestión de elucubración
etérea. La fe es cuerpo y no idea. Los filósofos tienen razón en concluir que
de lo empírico no puede salir lo absoluto. Esto no lo niega el creyente. Lo que
el creyente afirma es que sin lo empírico lo absoluto deja de tener
consistencia.
Gracias a la carne y sangre de Jesús, a su
dimensión empírica, el creyente tiene la certeza de que la vida imperecedera de
Dios existe y es verdad. Una certeza así no la tenían los antepasados judíos en
su caminar por el desierto. Este comentarista tiene la impresión de que el
texto de hoy encierra las afirmaciones más importantes y decisivas de la
historia de la humanidad.
Alberto Benito, Dabar 1988, 42
2.- Los oyentes de Jesús son judíos: todos
creen en Dios y en la Biblia. Pero una cosa es creer en los profetas del
pasado, celebrados después de su muerte, y otra cosa es reconocer a esos
enviados de Dios mientras viven y son discutidos, especialmente cuando el
enviado de Dios es un simple carpintero: ¿Cómo es posible que diga el hijo de
José y María semejantes palabras? Es evidente que Jesús les habla de comer su
carne y beber su sangre.
¿Cómo es posible que exija a sus discípulos
algo que está prohibido por la ley...? La Sagrada Escritura utiliza el verbo
murmurar en el Éxodo: en el desierto, los israelitas desconfiaban de Dios y, a
cada momento, criticaban las decisiones de Moisés (Ex 15, 24; 16, 2; 17, 3).
Hoy todavía tendremos que superar las mismas
dudas y escuchar a los enviados de Dios que nos enseñan una misión concreta en
el mundo de hoy. Son muchos los que creen en Cristo, en la palabra de Dios, y
no quieren escuchar a sus profetas o a sus ministros. Esta escena que nos
describe el evangelio está rodeada de sencillez y crudeza al mismo tiempo:
Jesús es el enviado de Dios que nos pide creer en él. Creer que él es el pan de
vida y que hay que comerlo. Para esto basta la fe por la caridad. Porque Jesús
no explicará cómo habrá que comer su carne, cómo habrá que usar ese alimento
divino que es él. Únicamente busca una respuesta de fe. Y no suaviza nada la
exigencia de su verdad.
Eucaristía 1988, 38
3.- Juan llama frecuentemente
"judíos" a todos los que se oponen a la predicación de Jesús. Por lo
tanto, no hay que pensar en un cambio de auditorio. Estos "judíos"
que conocen muy bien la familia de Jesús son en realidad galileos. Precisamente
es este conocimiento de su origen humano lo que les impide creer que Jesús sea
"el pan bajado del cielo". Jesús pide fe en su persona, pero los
"judíos" responden con la crítica y la murmuración. Sucede aquí lo
mismo que en los tiempos del Éxodo cuando los israelitas alzaron su crítica y
su murmuración en contra de Moisés y desconfiaron de las promesas de Dios (Ex
16, 2-12; 17, 3-7).
Jesús no se extiende dando más explicaciones
sobre su origen divino; pero advierte que la fe es la aceptación de su persona
como enviado del Padre y que esto no es posible si el mismo Padre, que le
envía, no conduce los hombres hacia su enviado. No se puede creer en Jesús sin
la gracia de Dios, pero esta gracia no quita el riesgo y la libertad de la fe.
Citando a los profetas, concretamente a Is
54, 13, Jesús declara que todos los hombres son discípulos de Dios; es decir,
que el Padre habla al corazón de todos los hombres y quienes le escuchan
también escucharán al que el Padre ha enviado al mundo. Hay una correspondencia
entre la palabra interior que Dios pronuncia en el corazón y esa otra palabra
explícita que proclama Jesús predicando el evangelio.
La fe llega a su perfección cuando es fe en
Dios, que se revela en su enviado Jesucristo. El que cree alcanza vida; pues,
aunque todos puedan escuchar a Dios, solamente lo ha visto aquel que viene de
Dios. Y éste es Jesús, el testigo y la misma Palabra de Dios hecha carne: la
plenitud de la revelación, que hace posible la plenitud de la fe. Los que creen
así alcanzan vida eterna.
Jesús, él mismo y no otra cosa, se presenta
como "el pan de la vida". En cada una de sus palabras y de sus obras
Jesús se da y se comunica a todos los que creen en él, y éstos reciben a Jesús
y no sólo las palabras de Jesús.
CO-SO/QUE-ES: Es probable que Jesús haga ya referencia al don
eucarístico. El "pan de vida", el que "ha bajado del
cielo", es la misma realidad de Jesús, su propia carne y una carne que se
entrega para la vida del mundo. Si escuchar a Jesús es ya recibir a Jesús y no
sólo sus palabras, recibir el cuerpo de Jesús ha de ser también escucharle con
fe. El sacramento es una palabra visible, un signo. El que come el pan
eucarístico sin discernir, sin creer lo que esto significa, come su propia
condenación. Comulgar es recibir el cuerpo de Cristo "que se entrega por
la vida del mundo"; por lo tanto, es incorporarse personalmente a Cristo y
enrolarse en su misión salvadora y en su sacrificio. La eucaristía fue
instituida "la noche antes de padecer" para que los discípulos
quedaran comprometidos en la misma entrega que Jesucristo, que se iba a
realizar definitivamente al día siguiente. El que comulga debe saber que
siempre se halla en esta situación: "antes de padecer" y que recibe
"el cuerpo que se entrega para la vida del mundo". Comulgar no es
sólo comer, es creer, y esto significa comprometerse.
Eucaristía 1982, 37
4.- Este texto forma parte del amplio
discurso sobre el pan de la vida. Siguiendo el estilo típico del evangelio de
san Juan, la imagen del pan de la vida está vinculada con la fórmula "Yo
soy" o "Yo soy el pan de la vida". Es una fórmula introductoria
que hay que relacionar con los discursos de Dios en el AT -Gn 28, 13; Ex 20,
2.5-. El rasgo característico de Juan, al usar esta fórmula, es señalar que
sólo Jesús realiza plenamente lo que ella significa. La palabra reveladora se
relaciona con el signo: el pan de la vida con la multiplicación de los panes.
La formulación que nos da el texto supone la
separación, ya consumada, entre la comunidad cristiana y la sinagoga. Se
presenta a los judíos como adversarios decididos de los cristianos. Esta
separación es clara en los discursos en los que Jesús habla como si no
perteneciera al pueblo judío (Jn 8, 17 "vuestra ley..." o en 7, 19.22
"os ha dado..."). La murmuración es debida a que Jesús se ha
proclamado "pan de vida" y los judíos conocen su origen, conocen a su
padre y a su madre...
Jesús califica la murmuración de incredulidad
y su respuesta es un discurso sobre la fe. Lo que Jesús afirma sólo se puede
aceptar desde una fe incondicional y sin seguridades. Esta fe sólo es posible
si es el Padre quien atrae (cfr. Is 54, 13; Jr 31, 33ss). La incredulidad de
los oyentes recuerda la de los israelitas en el desierto. Las razones que la
explica son: la realidad histórica y humana de Jesús, es como los demás; no se
dejan atraer o enseñar por el Padre; su mala disposición que no les permite
entender lo que Jesús les ha dicho.
Jesús completa la idea. Había hablado del pan
bajado del cielo. Ahora insiste en que es el pan vivo. Los judíos habían
introducido el hecho del maná. Jesús les dice que el maná no es el pan vivo.
Los padres comieron el maná y murieron. El que coma este pan vivirá para
siempre. Hoy como ayer es difícil creer en la palabra de Jesús. El pan bajado
del cielo suena a evasión en momentos de fracaso.
Misa Dominical 1985, 16
5.- Prosigue el discurso del pan de vida, con
la particularidad de que ahora degenera en discusión. ¿Donde queda el
entusiasmo del pueblo que lo proclamaba profeta, que lo quería hacer rey y que
lo seguía de una orilla a otra del lago? Todo, porque Jesús les ha pedido que
crean en él como "pan bajado del cielo" (v. 41).
"Critican" como el pueblo en el
desierto (cf Ex 16, 2s; 17, 3; Nm 11, 1; 14, 27; ver también 1 Cor 10,10).
Criticar (Murmurar) es olvidar la visión de fe de los acontecimientos y regirse
por una lógica meramente humana. Si Jesús, al presentarse como "pan bajado
del cielo", se refería a su origen (el prólogo del cuarto evangelio, en
/Jn/01/13, según la variante más digna de crédito, alude a su concepción
virginal: "la Palabra que no ha nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de
amor humano, sino de Dios"), sus oyentes también entienden que habla de su
venida al mundo cuando aseguran que saben que es hijo de José y que conocen a
su Padre y a su madre (v. 42).
Siguen unas palabras de Jesús sobre "ir a él", es decir, creer en él (vv. 35, 37. 44. 45).
La realidad es que la mayoría de los que lo escuchan "critican",
"no van a él". ¿Por qué? Al decir que "nadie puede venir a mí si
no lo atrae el Padre que me ha enviado" (v. 44) parecería que Jesús
atribuye la incredulidad al hecho de no ser atraídos por el Padre; por tanto,
no serían culpables. El conjunto del cuarto evangelio, y este mismo pasaje,
afirman claramente la responsabilidad de los que, libremente, no han creído en
Jesús, "no lo han recibido", porque han preferido las tinieblas a la
luz, según una opción voluntaria. Por medio de Jesús se cumple la profecía de
que "serán todos discípulos de Dios" (v. 45; cf Is 54, 13), y el
propio Padre que los instruye por el Hijo los atrae por el Espíritu, pero es
necesario que ellos "aprendan" es decir, acepten la enseñanza de
Jesús: "todo el que escucha lo que dice mi Padre y aprende, viene a
mí" (v. 45). Vuelve a decir que él es el pan bajado del cielo, que da la
vida. "Comer este pan" es lo mismo que "ir a Jesús" o
"creer en él".
Hilari Raguer, Misa Dominical 1976, 15
6.J/V.
Texto. Sigue ahondando en el signo de la
multiplicación de los panes y los peces. La reflexión de hoy tiene su punto de
partida en una dificultad: la realidad humana de Jesús parece cerrar toda
posibilidad a que sea él el pan bajado del cielo, es decir, el alimento con
garantía divina. ¿Cómo, en efecto, un ser humano puede tener categoría divina?
La dificultad la formulan "los judíos". En el cuarto Evangelio esta
expresión casi nunca tiene en alcance global, es decir, abarcador de toda la
totalidad del pueblo judío. "Los judíos" son distintos de "la
gente" (el interlocutor del domingo pasado), que también estaba compuesta
de judíos. Semánticamente los judíos se distinguen de la gente, aunque guardan
relación con ella: los judíos son los guías de la gente judía. La expresión
"los judíos" designa, pues, a los dirigentes o responsables
religiosos del pueblo judío.
La respuesta a la dificultad es el hecho de
la vida, del que Jesús es garantía absoluta. El campo semántico de la vida es
el predominante en la respuesta de Jesús: vida, vivir, resucitar, no morir
conforman esta respuesta.
La vida de la que aquí se habla hay que
entenderla en el sentido riguroso y radical del término. Vida en cuanto opuesta
a muerte, sin sentido metafórico o figurado alguno. Jesús invalida la muerte
porque él es la vida.
La respuesta es tan sorprendente que sólo
podrá comprenderla y aceptarla quien esté en la onda de Dios. Esto es lo que
vienen a significar los versículos 44-45.
Comentario. Es difícil encontrar un texto
bíblico como éste en el que realidad y experiencia anden tan a la greña. Si
algo resulta evidente en el texto de hoy es que lo que se ve y experimenta no
da toda la medida o alcance de lo real.
Los dirigentes religiosos judíos tienen razón
a nivel de experiencia; la dificultad que formulan es totalmente cierta a ese
nivel; pero desde el punto de vista del cuarto evangelista no lo es a nivel de
realidad. La afirmación de Jesús negando la muerte es totalmente contraria a la
experiencia; pero desde el punto de vista del cuarto evangelista esa afirmación
expresa la realidad.
RAZON/FE: No es cuestión de entrar aquí en el detalle del
eterno problema de fe y razón. Lo que ciertamente queda claro en el texto de
hoy es que la razón no es la medida de la realidad. Lo que la razón afirma es
cierto; pero a condición de no elevarlo a categoría absoluta. También la razón
necesita ser complementada; de lo contrario, sus afirmaciones pueden quedar
cortas y ser inexactas. Es lo que sucede cuando se trata de enjuiciar a la
persona de Jesús y a determinadas afirmaciones suyas: la sola razón es
insuficiente.
Parafraseando una célebre frase de Pascal, la
fe tiene razones que la razón no conoce. Para entender a Jesús y descubrir la
verdad de su persona y su afirmación de hoy hay que estar encariñados con Dios.
Sólo entonces sabremos de verdad quién es Jesús y sabremos (¡oh maravilla!) que
la muerte no existe.
Alberto Benito, Dabar 1991, 40
7. - En Jn 6, 37-40, Cristo ha defendido
una concepción original de su papel de rabí y de la actitud ideal del
discípulo. La perícopa de hoy supone conocida esta posición. a) La originalidad
del Maestro consiste en su dependencia con respecto del Padre: el oyente no
puede llegar a ser su discípulo si no le "ve" en esta relación con el
Padre (vv. 40, 46). Este tema del discípulo no es menos importante en esta
lectura que en la precedente: las expresiones "venir a Mí",
"ver", "enseñados por Dios" (vv. 44-46) son una prueba de
ello.
En contraste, el que "murmura" (v.
41), no "ve" las relaciones de Cristo con su Padre y se niega a
reconocer en el hijo de José a alguien que ha "bajado del cielo" (vv.
42-43). b) Cristo responde a estas murmuraciones proclamándose "Pan de
vida bajado del cielo" (vv. 48-49), continuando con esto lo que ya había
dicho antes (Jn 6, 31-33). Esta expresión le designa a El mismo en su relación
con el Padre y en su misión de traer la vida divina a los hombres. Pero el
sermón pasa, sin transición, del Pan-Palabra al Pan eucarístico (v. 31).
Las relaciones entre el discípulo y el Maestro
se instauran, pues, por la Eucaristía, donde se "ve" de mejor forma
el lazo que une a Jesús y su Padre. El misterio eucarístico aparece desde
entonces con justo título como el "misterio de la fe".
c) Ver a Dios:
La afirmación de Jesús de que El ve al Padre (v. 46) no debe conducir a una
definición de la visión beatífica. La misión reveladora de Jesús sobre la
tierra no requiere, en efecto, este tipo de visión. Requiere solamente un
conocimiento particular de los secretos de Dios, el cual ha sido una gracia en
El, y es este conocimiento particular el que la Biblia expresa por la metáfora
"ver a Dios" (Jn 1, 18). "Ver a
Dios", en efecto, en la Escritura, designa una especie de proximidad del
hombre y Dios, estando el primero capacitado para comprender el designio del
segundo. Esta proximidad le ha sido denegada al hombre desde la caída (Ex 33,
20; 1 Re 19, 11-15). Jesús restablece esta proximidad y esta amistad.
Celebrar la Eucaristía significa para la
Iglesia detentar los signos auténticos del amor y del conocimiento que unen al
Hijo al Padre y que nos unen al Hijo. Y la Eucaristía es este signo decisivo
porque es la respuesta perfecta del Hombre-Dios a su Padre y porque contiene la
respuesta de la Iglesia a la misma exigencia de fidelidad y de amor.
Al movimiento de descenso del pan de vida en
la encarnación y en la Eucaristía corresponde un movimiento de atracción de los
discípulos hacia Cristo. Dios envía a Jesús a los suyos, pero le asegura al
mismo tiempo la fe de estos últimos.
Maertens-Frisque, Nueva guía de la Asamblea
Cristiana IV, Marova Madrid 1969.Pág. 102
8. ENC/ESCANDALO:
"Los judíos murmuraban de él, porque
había dicho: Yo soy el pan que ha bajado del cielo". Y decían: ¿No es este
Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora:
"He bajado del cielo?
Jesús, les respondió; no murmuréis entre
vosotros". Los judíos murmuraran de Jesús. Adoptan así, a los ojos del
evangelista, la actitud del pueblo de Israel, durante su peregrinación por el
desierto, en contra de Dios. Esta murmuración del pueblo contra Dios que lo
conduce, que empieza a considerar la salida de Egipto como una fatalidad
desgraciada, es la expresión de la resistencia suprema a la acción de Dios: es
no querer seguir colaborando con Dios: o sea, todo lo contrario de la voluntad
de creer.
Por eso la tradición judía afirmaba que la
generación del desierto no tendría participación alguna en el mundo venidero.
S. Pablo recoge esta tradición en su primera
carta a los Corintios (10, 1-11) y la pone ante los ojos de los cristianos como
un ejemplo que debía servirles de aviso. Tampoco los cristianos tienen una
seguridad absoluta de salvarse; también ellos pueden correr el peligro de la
inseguridad, la resistencia y la apostasía, de modo que se alcen contra Dios y
pongan en peligro su fe. (Heb 3, 7-11).
Lo mismo que hicieron sus padres, estos
judíos protestan contra el designio de Dios que se manifiesta en las palabras
de Jesús y rechazan la aceptación creyente de su palabra. "Yo soy el pan
que ha bajado del cielo" sencillamente absurdo. El auditorio sabía muy
bien quién era Jesús. O, más bien, creían saberlo. ¿Cómo se presenta diciendo
que ha bajado del cielo aquel a quien hemos visto nacer?
Yo doy gracias a Dios de no haber estado
allí, porque hubiere sido otro más de los incrédulos. La fe no tiene nada que
ver con la experiencia humana.
La piedra de escándalo es, por tanto, la
humanidad de Jesús. Y, sin embargo, es precisamente en esa carne y sangre,
recibida de su linaje humano, donde está la plenitud del Espíritu (1, 32) que
lo hace la presencia de Dios en la tierra.
"Nadie puede venir a mí, si no lo trae
el Padre que me ha enviado". Creer que Jesús es hombre totalmente como
nosotros y creer, no obstante que "no nació de sangre, ni de deseo de
carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios", (Jn 1,13). Esto
sólo puede lograrse mediante el don de la fe, que Dios regala. Nadie puede ir a
El si no fuera "traído" por el Padre. La frase suena a determinismo
fatalista. Es preciso, para evitarlo, tener en cuenta el "modo" como
Dios "trae" al hombre. No lo trae por la fuerza, sino por la
invitación a la decisión ante su manifestación en la Escritura. Jesús se halla
testimoniado en la Escritura.
Es decir, se halla abierto para todos el
camino para ser traídos por el Padre a Jesús. En este sentido llegan a Jesús
todos los que leen rectamente la Escritura, los que escuchan al Padre, los que
son adoctrinados por Dios.
La docilidad para creer. Lo opuesto a la
murmuración: la señal más clara de no querer creer. Sólo cuando existe una
verdadera apertura a Dios, cuando se cesa de murmurar, puede tener lugar la
"tracción" que Dios hace del hombre hacia Jesús.
Jesús toma un texto profético y le da una
interpretación diferente: No se trata ya de que Dios va a inculcar al pueblo la
fidelidad a la Ley: "todos serán discípulos de Dios" (Is 54, 13).
Porque Dios pondrá la Ley dentro del corazón del hombre y nadie tendrá que
enseñar a nadie sino que todos conocerán a Dios, del más chico al más grande
(Jer 31, 33-34). Jesús viene a decir: Dios no enseña a observar la Ley, sino a
adherirse a El: "todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene
a mí".
"No es que nadie haya visto al Padre, a
no ser el que viene de Dios; ese ha visto al Padre". Es decir, no hace
falta una experiencia de Dios fuera de lo ordinario; basta fiarse de Jesús.
Jesús que conoce al Padre porque procede del Padre es el único que puede
manifestar su designio sobre el hombre y establecer las condiciones para
realizarlo: "ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo
y crea en El tenga vida eterna y que yo le resucite el último día (Jn 6, 40).
9. CON-D/ORACION:
La ciencia no es capaz de recrear por sí sola
la presencia del pasado, ni siquiera una relación personal, sino que evidencia
y fija la distancia, la ausencia. De esta suerte -continuando las reflexiones
de la segunda parte-, podemos formular la siguiente tesis: puesto que la
oración es el centro de la persona de Jesús, el presupuesto para conocer y
comprender a Jesús es la participación en su plegaria.
Comencemos por una consideración muy general.
El conocer depende, por su naturaleza misma, de una cierta conformidad entre el
que conoce y lo conocido. A esto se refiere el antiguo axioma que afirma que el
igual es conocido por su igual. Respecto a las alturas del espíritu y respecto
a las personas, esto significa que el conocer exige una cierta relación de
simpatía (syn-pathein), mediante la cual el hombre, por así decir, entra en la
persona en cuestión, en su realidad espiritual, se hace una cosa con ella y, de
este modo, es capaz de entenderla (intellegere=intus legere). Aclaremos un poco
más este hecho con algunos ejemplos. Se accede a la filosofía sólo filosofando,
es decir, desarrollando el pensamiento filosófico; la matemática se abre únicamente
al pensamiento matemático; la medicina se aprende practicando el arte de curar,
y no sólo por medio de los libros y de la mera reflexión. Del mismo modo, no
puede comprenderse la religión más que mediante la religión; es éste un axioma
indiscutible de la filosofía de la religión.
El acto fundamental de la religión es la
oración, la cual conserva en la religión cristiana un carácter totalmente
específico: ella es entrega de sí en el Cuerpo de Cristo y, por consiguiente,
acto de amor que, en cuanto que es amor por y con el Cuerpo de Cristo, reconoce
y completa el amor de Dios, necesariamente y siempre, incluso como amor al
prójimo, como amor a los miembros de este Cuerpo.
En las meditaciones precedentes hemos visto
que la oración era el acto central de la persona de Jesús, que su persona se
identifica por el acto de orar, por la constante comunicación con aquel a quien
él llama «Padre». Si esto es así, únicamente es posible una comprensión real de
su persona entrando en este acto de oración, participando en él. A esta
realidad aluden las palabras de Jesús: «Nadie puede venir a mí si el Padre no
le trae» (Jn/06/44). Donde no está presente el Padre,
tampoco está presente el Hijo. Donde no hay relación alguna con Dios, permanece
también incomprensible aquel hombre cuya existencia misma dice relación con
Dios, con el Padre; y ello, por muchos datos concretos que acerca de él puedan
llegar a conocerse. En consecuencia, la participación en la intimidad de Jesús,
es decir, en su oración, que, como ya hemos visto, es acto de amor, don y
entrega de sí mismo a los hombres, no puede eliminarse como si se tratara de un
acto devoto cualquiera, que no aporta gran cosa a una verdadera comprensión de
su persona y que podría incluso obstaculizar la rigurosa pureza del conocimiento
crítico. Al contrario, esta participación constituye el presupuesto fundamental
para alcanzar una comprensión real de Jesús en el sentido de la hermenéutica
actual, es decir, para entrar en su tiempo y en su espíritu, abordándolos como
ellos son en sí mismos.
Joseph Ratzinger, El Camino Pascual, BAC Popular
Madrid-1990.Págs. 142 S.
10. Yo soy el pan vivo que ha bajado del
cielo
El fragmento que hoy nos propone la liturgia
contiene dos subunidades del discurso del pan de vida: una de ellas centrada en
el tema de la murmuración ("criticaban a jesús"), la otra recupera el
tema del pan que da la vida eterna.
La crítica de los oyentes acompañó también a
Moisés a lo largo de su itinerario por el desierto (cf. Ex
15,24;16,2.7.12;17,3; Nm 11,1 etc.). Nace de la incomprensión de la acción de
Dios y la consiguiente rebelión a su voluntad. La incomprensión de la
revelación proviene del escándalo que hallan los oyentes al contrastar el
origen humilde de Jesús (cf. Mc 6,3 y paral.) y su pretensión de ser el único pan
capaz de satisfacer el hambre de Dios que siente la persona humana. Jesús hace
de ello interpretación teológica: la fe es, en el fondo, un don de Dios para el
sujeto, en forma de enseñanza. Quien acoge esta enseñanza se abre a Dios. La
cita de Jesús está tomada de Is.54,13 (cf. también Jr 31,31-34).
La referencia al maná nos conduce al inicio
del discurso (v 31), con lo cual se nos indica que está acabando una unidad
temática para iniciar otra nueva. La diferencia entre Moisés y Jesús es
radical. Mientras el primero no podía facilitar la vida que sólo Dios en
persona da, Jesús, por el contrario, sí que es capaz de darla. El maná no libra
de la muerte; Jesús es el pan de vida.
El verbo "comer" marcará la
estructura de la segunda parte del discurso. Hasta ahora todo se resume en la
frase: "El que cree tiene vida eterna". A partir de ahora: "El
que coma de este pan vivirá para siempre". Hemos pasado del acento
existencial al acento sacramental-eucarístico.
"El pan que yo daré es mi carne para la
vida del mundo": fórmula eucarística primitiva que Juan incorpora a su
evangelio. "Carne" como sinónimo de "cuerpo". La
preposición para (engriego hyper) que también aparece en los relatos de la
última cena da un carácter sacrificial a la entrega-muerte de jesús. "Para
la vida del mundo", "para el perdón de los pecados", se
convierten así en expresiones paralelas. Jesús, pan de vida, nos invita a
abandonar nuestras criticas, todo aquello que nos impide creer a fondo y optar
por su persona resucitada que nos llega en el cuerpo eucarístico. El próximo
domingo, el fragmento evangélico nos explicitará ese tema eucarístico.
Jordi Latorre, Misa Dominical 2000, 10, 38