MÁRTIRES DE LA FE Y LA CARIDAD: TESTIGOS DE LA ESPERANZA
Carta
Pastoral de los Obispos del Perú con ocasión de la beatificación de los
sacerdotes mártires Miguel, Zbigniew y Alessandro
I.
Perú, tierra de santos y mártires
1.
Dios ha querido suscitar en nuestra querida tierra del Perú signos de santidad
y martirio. Cristianos que han testimoniado con su vida el amor y la caridad
edificando las ciudades y pueblos del Perú, y sobre todo construyendo comunidad
con el ejemplo y la atracción de su vida evangélica, hecha de mansedumbre,
pobreza, caridad y perdón.
No
podemos dejar de recordar lo que la beata Teresa de Calcuta exclamó cuando pisó
suelo peruano: «Estoy pisando tierra de Santos». Cómo no pensar en la primera
flor de santidad de América, santa Rosa de Lima, en el insigne pastor, santo
Toribio de Mogrovejo y en el humilde servidor, san Martín de Porres. Recordamos
también con gratitud a san Francisco Solano, san Juan Macías y la beata Ana de
Los Ángeles Monteagudo, testigos de la caridad y la esperanza cristiana.
Hoy
crece la familia santa con los beatos Miguel, Zbigniew y Alessandro, sacerdotes
mártires de la fe y la caridad, que emergen como testigos de la esperanza, y
cuyo celo pastoral los llevó a testimoniar con su sangre el amor a Cristo y a
los hermanos.
Estos
sacerdotes misioneros vivieron con fe heroica y con auténtico espíritu
cristiano.
Personas
pacientes y generosas preocupadas del bien espiritual de los fieles, a quienes
alimentaron con el pan espiritual y la formación para la vida. Por la fe, los
mártires entregaron su vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los
había transformado y hecho capaces de llegar hasta el mayor don del amor, con
el perdón de sus perseguidores.
Como
reconoció el Episcopado Latinoamericano y del Caribe: «Nuestras comunidades
llevan el sello de los apóstoles y, además, reconocen el testimonio cristiano
de tantos hombres y mujeres que esparcieron en nuestra geografía las semillas
del Evangelio, viviendo valientemente su fe, incluso derramando su sangre como
mártires. Su ejemplo de vida y santidad constituye un regalo precioso para el
camino creyente de los latinoamericanos y, a la vez, un estímulo para imitar
sus virtudes en las nuevas expresiones culturales de la historia. Con la pasión
de su amor a Jesucristo, han sido miembros activos y misioneros en su comunidad
eclesial. Con valentía, han perseverado en la promoción de los derechos de las
personas, fueron agudos en el discernimiento crítico de la realidad a la luz de
la enseñanza social de la Iglesia y creíbles por el testimonio coherente de sus
vidas. Los cristianos de hoy recogemos su herencia y nos sentimos llamados a
continuar con renovado ardor apostólico y misionero el estilo evangélico de
vida que nos han trasmitido».
América
Latina ha sido, durante las últimas décadas del siglo XX, tierra de mártires.
Por la gracia de Dios, ahora el Perú también se suma a la historia eclesial de
martirio y persecución, que arranca desde los primeros discípulos y sigue
abierta en nuestros días en todos los rincones del mundo. Habiendo finalizado
el proceso pertinente, los sacerdotes misioneros Miguel Tomaszek, Zbigniew
Strzalkowski y Alessandro Dordi se convertirán en los primeros beatos mártires
del Perú, incorporando a nuestra patria al martirologio de la Iglesia católica.
¡Qué
regalo para el Perú contemplar, junto a los mártires de todos los tiempos, a tres
sacerdotes que han pasado anunciando el Evangelio de Jesucristo por nuestra tierra!
¡Cómo no agradecer a Dios y a nuestras Iglesias hermanas de Italia y Polonia el
envío de sus hijos como mensajeros de la Buena Nueva a nuestra tierra!
2.
Los sacerdotes Mártires Miguel, Zbigniew y Alessandro vivieron plenamente la espiritualidad
sacerdotal e hicieron de ella un tesoro durante su permanencia en la Diócesis
de Chimbote. Como sacerdotes su tarea fue sobre todo espiritual y pastoral.
En
sus parroquias asistieron espiritualmente y ayudaron a promocionar a la persona
humana. Rezaban con la gente el santo Rosario. La humildad era la virtud que
con más intensidad se proponía a los hermanos, además de la oración, el rezo y
la conversión.
Con
razón, el Santo Padre Benedicto XVI define a los mártires como «coherentes
anunciadores del Evangelio, celosos pastores al servicio de la grey
encomendada, valientes defensores de la Iglesia».
Hoy
todos somos invitados desde el ejemplo de estos primeros mártires del Perú
–Obispos, sacerdotes y fieles– a ser testigos creíbles del Evangelio en el
mundo contemporáneo con nuestras palabras, buenas obras y con la coherencia del
ejemplo. Elevemos nuestra mirada hacia Jesús, dador de toda gracia, y hacia la
corona gloriosa de sus santos, benefactores de la humanidad de ayer, hoy y
mañana.
Celebramos
la beatificación de estos mártires, hermanos nuestros en la fe, que dieron su
vida por amor a Jesucristo durante el tiempo de la subversión terrorista de los
años ochenta y noventa del pasado siglo. La Iglesia reconoce ahora solemnemente
a estos tres sacerdotes como mártires de la fe y la caridad, testigos de la
esperanza que nos estimulan con su ejemplo y nos ayudan con su intercesión.
Es
un acontecimiento extraordinario, un evento de gracia, que llena de júbilo a la
comunidad cristiana. Hoy recordamos con gratitud su sacrificio, como la
manifestación concreta de la civilización del amor predicada por Jesús: «Ahora
se cumple la salvación, la fuerza y el reino de nuestro Dios y la potencia de
su Cristo» (Ap 12,10). Los mártires han permanecido fieles al mandato de
Cristo: «Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día
y me siga. Quien quiera salvar la propia vida, la perderá, pero quien pierda la
propia vida por mí, la salvará» (Lc 9,23-24). Sepultados con Cristo en la
muerte, con Él viven por la fe en la fuerza de Dios (cf. Col 2,12).
II. El
martirio de Cristo
3.
En las Actas martyrum, Jesús es representado como el prototipo del mártir.
Los mártires cristianos se consideraban como seguidores del mártir Jesucristo,
como Policarpo, a quien se llama «socius Christi».
La perspectiva del martirio emerge en el momento en que el mensaje y la
práctica de Jesús comienza a provocar una crisis en los diferentes estamentos
del judaísmo; de ahí provienen las incomprensiones, difamaciones, amenazas de
muerte. Jesús no fue a la muerte ingenuamente. Asume con coraje los riesgos; no
hace concesiones a su situación de perseguido; guarda una fidelidad radical a
su mensaje, al Padre y a la trayectoria que había elegido; no elude a sus
adversarios; en el auge de la crisis de Galilea, «se dirigió resueltamente a
Jerusalén» (Lc 9,51) para el enfrentamiento final.
4.
Al igual que Cristo, los Apóstoles estuvieron siempre empeñados en dar
testimonio de la verdad de Dios, atreviéndose a proclamar cada vez con mayor
valor ante el pueblo y las autoridades, «la Palabra de Dios con confianza» (Act
4,31). Defendían con toda fidelidad que el Evangelio era verdaderamente la
virtud de Dios para la salvación de todo el que cree. Despreciando todas «las
armas de la carne», y siguiendo el ejemplo de mansedumbre y modestia de Cristo,
predicaron la Palabra de Dios, confiando plenamente en la fuerza divina de esta
palabra para destruir los poderes enemigos de Dios y llevar a los hombres a la
fe y al acatamiento de Cristo. Los Apóstoles, como el Maestro, reconocieron la
legítima autoridad civil: «No hay autoridad que no venga de Dios», enseña el
apóstol Pablo. Por eso, manda: «Toda persona esté sometida a las potestades
superiores..., quien resiste a la autoridad, resiste al orden establecido por
Dios» (Rom 13,12). Y al mismo tiempo no tuvieron miedo de contradecir al poder
público, cuando este se oponía a la santa voluntad de Dios: «Hay que obedecer a
Dios antes que a los hombres» (Act 5,29).
Este camino siguieron los sacerdotes Miguel, Zbigniew y Alessandro mártires y
fieles en el cumplimiento del ministerio sacerdotal.
El
testimonio martirial se logra principalmente con el testimonio de una fe viva y
adulta, educada para percibir con lucidez las dificultades y vencerlas.
Numerosos mártires dieron y dan preclaro testimonio de esta fe, que manifiesta
su fecundidad imbuyendo toda la vida de los creyentes –incluso la profana– e
impulsándolos a la justicia y al amor, sobre todo respecto del necesitado.
5.
El Concilio Vaticano
nos recuerda que la Iglesia de los peregrinos desde los primeros tiempos del
cristianismo tuvo perfecto conocimiento de la comunión de todo el Cuerpo
Místico de Jesucristo. Siempre creyó la Iglesia que los apóstoles y mártires de
Cristo, por haber dado un supremo testimonio de fe y de amor con el
derramamiento de su sangre, nos están íntimamente unidos; a ellos, junto con la
Bienaventurada Virgen María y los santos ángeles, profesó peculiar veneración e
imploró piadosamente el auxilio de su intercesión.
Al
mirar la vida de quienes siguieron fielmente a Cristo, nuevos motivos nos
impulsan a buscar la Ciudad futura (cf. Hb 13,14-11,10), y al mismo tiempo
aprendemos cuál es al camino seguro, que nos conduce –conforme al propio estado
y condición de cada uno– a la perfecta unión con Cristo.
Dios
manifiesta a los hombres en forma viva su presencia y su rostro, en la vida de aquellos
hombres como nosotros, que con mayor perfección se transforman en la imagen de
Cristo (2Cor 3,18). En ellos, Él mismo nos habla y nos ofrece su signo del
Reino hacia el cual somos atraídos, con tan grande nube de testigos que nos
cubre (Hb 12,1) y con un testimonio tan claro de la verdad del Evangelio.
Y
no sólo veneramos la memoria de los santos del cielo por el ejemplo que nos
dan, sino también para que la unión de la Iglesia en el Espíritu sea
corroborada por el ejercicio de la caridad fraterna (Ef 4,1-6). Porque, así
como la comunión cristiana entre los viadores nos conduce más cerca de Cristo,
así el consorcio con los santos nos une con Cristo, de quien dimana como de
Fuente y Cabeza toda la gracia y la vida del mismo Pueblo de Dios.
En
verdad, todo genuino testimonio de amor ofrecido por nosotros a los
bienaventurados, por su misma naturaleza, se dirige y termina en Cristo, que es
la «corona de todos los santos», y por Él a Dios, que es admirable y glorificado
en sus santos.
Nuestra
unión con la Iglesia celestial se realiza en forma nobilísima, especialmente cuando
en la sagrada liturgia celebramos juntos, con fraterna alegría, la alabanza de
la Divina Majestad, y todos los redimidos por la Sangre de Cristo de toda tribu,
lengua, pueblo y nación (Ap 5,9), congregados en una misma Iglesia, ensalzamos
con un mismo cántico de alabanza al Dios Uno y Trino.
Al
celebrar el sacrificio eucarístico es cuando mejor nos unimos al culto de la
Iglesia celestial en una misma comunión, «venerando la memoria, en primer
lugar, de la gloriosa siempre Virgen María, del bienaventurado José y de los
bienaventurados Apóstoles, mártires y santos todos».
6.
En el Catecismo de la Iglesia Católica se enseña que «el martirio es el supremo
testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la
muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está
unido por la caridad.
Da
testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la muerte
mediante un acto de fortaleza».
El
seguimiento de Jesucristo implica dar testimonio del Evangelio, renunciando a uno
mismo, cargando con la cruz de cada día hasta el don la propia vida (Mt 16,24).
El Papa Francisco nos recuerda que «la historia de la Iglesia, la verdadera
historia de la Iglesia, es la historia de los santos y de los mártires… Hoy la
Iglesia es la Iglesia de los mártires: ellos sufren, ellos dan la vida y
nosotros recibimos la bendición de Dios por su testimonio».
Ser
mártir, por tanto, es un don de Dios y una respuesta de amor generoso por parte
de los que reciben esa gracia. Ser mártir es cumplir fiel y radicalmente el
mandamiento del Amor hasta el extremo, porque «no hay amor más grande que dar
la vida por los amigos» (Jn 15,13). Por eso, ser mártir es una bienaventuranza,
es una dicha, es una beatificación: ¡Dichosos, beatos, bienaventurados los
perseguidos a causa de la justicia! (Mt 5,10).
Además,
la Iglesia introdujo en el círculo anual el recuerdo de los mártires y de los demás
santos, que llegados a la perfección por la multiforme gracia de Dios y
habiendo ya alcanzado la salvación eterna, cantan la perfecta alabanza a Dios
en el cielo e interceden por nosotros. Porque al celebrar el tránsito de los
santos de este mundo al cielo, la Iglesia proclama el misterio pascual cumplido
en ellos, que sufrieron y fueron glorificados con Cristo, propone a los fieles
sus ejemplos, los cuales atraen a todos por Cristo al Padre y por los méritos
de los mismos implora los beneficios divinos.
III.
Los mártires, valientes testigos de fe
7.
El Papa emérito Benedicto XVI nos recuerda que «es decisivo volver a recorrer la
historia de la fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la
santidad y el pecado». Nos dice que los mártires, después de María y los
Apóstoles –en su mayoría, también mártires– son ejemplos señeros de santidad,
es decir, de la unión con Cristo por la fe y el amor a la que todos estamos
llamados.
El
Concilio Ecuménico Vaticano II nos exhorta a todos a la santidad, nos presenta
el modelo de los mártires: «Jesús, el Hijo de Dios, mostró su amor entregando
su vida por nosotros. Por eso, nadie tiene amor más grande que el que da la
vida por sus hermanos (1 Jn 3,16 y Jn 15,13). Pues bien: algunos cristianos, ya
desde los primeros tiempos, fueron llamados y serán llamados siempre a dar este
supremo testimonio de amor delante de todos, especialmente, de los
perseguidores. En el martirio el discípulo se asemeja al Maestro, que aceptó
libremente la muerte para la salvación del mundo, y se configura con Él
derramando también su sangre. Por eso, la Iglesia estima siempre el martirio
como un don eximio y como la suprema prueba de amor. Es un don concedido a
pocos, pero todos deben estar dispuestos a confesar a Cristo delante de los hombres
y a seguirlo en el camino de la Cruz en medio de las persecuciones, que nunca le
faltan a la Iglesia».
Además
de modélicos confesores de la fe, los mártires son también intercesores principales
en el Cuerpo místico de Cristo: «La Iglesia siempre ha creído que los Apóstoles
y los mártires, que han dado con su sangre el supremo testimonio de fe y de amor,
están más íntimamente unidos a nosotros en Cristo [que otros hermanos que viven
ya en la Gloria]. Por eso, los venera con especial afecto, junto con la
bienaventurada Virgen María y los santos ángeles, e implora piadosamente la
ayuda de su intercesión».
El
Papa Francisco nos dice que «El estado de persecución es normal en la
existencia cristiana, sólo que se viva con la humildad del servidor inútil y
lejano de todo deseo de apropiación que lo lleve al victimismo (...) Esteban no
muere solamente por Cristo, muere como él, con él, y esta participación en el
misterio mismo de la pasión de Jesucristo es la base de la fe del mártir».
Al
celebrar la gozosa beatificación de los mártires de Chimbote y contemplar su testimonio
de vida y su martirio, confiamos en que han de surgir nuevas semillas de esperanza
y reconciliación. Nuestros beatos entregaron consciente y voluntariamente sus
vidas por amor a Dios y a su pueblo. A ejemplo del Buen Pastor, fueron
conscientes del peligro y las amenazas, pero no huyeron ni abandonaron a su
rebaño. Además, asumieron la muerte, firmes en la esperanza de la vida eterna
anunciada por Jesucristo, Señor de la Vida. La promesa de Jesucristo es más
fuerte que cualquier amenaza del terrorismo. «Si con Él morimos, viviremos con
Él» (Rom 6,8).
Quienes
murieron asesinados por odio a la fe nos muestran el camino del perdón y la
misericordia, de la reconciliación y de la paz, como la mejor vía para la
esperanza. Ellos amaron a Dios y a su pueblo, poniéndose al servicio de los más
necesitados, compartiendo el pan y anunciando el Evangelio, saciando el hambre
de Dios.
Los
mártires son semilla de nuevos cristianos. Su sangre derramada no fue inútil ni
puede quedar en el olvido. La beatificación de los sacerdotes, que entregaron
su vida por amor a la fe, florecerá con la gracia de Dios en nuevas vocaciones
al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada en nuestras jurisdicciones
eclesiásticas.
Asimismo,
con el Episcopado de Latinoamérica y del Caribe, «nos comprometemos a trabajar
para que nuestra Iglesia Latinoamericana y Caribeña siga siendo, con mayor ahínco,
compañera de camino de nuestros hermanos más pobres, incluso hasta el martirio».
El testimonio de los mártires de Chimbote nos convoca a dar la vida dando vida
a nuestros pueblos, especialmente a quienes sufren y están más necesitados de pan
y de paz.
IV.
Los Mártires Michel Tomaszek, Zbigniew Strzalkowski y Alessandro Dordi
8.
La vida y el martirio de estos hermanos sacerdotes, modelos e intercesores nuestros,
presentan rasgos comunes. Son verdaderos creyentes que, previamente al martirio,
profesaban una sólida fe y un espíritu de oración, particularmente centrados en
la eucaristía y en la devoción a la Virgen. Celebraban con devoción y celo la
misa, incluso cuando suponía un grave peligro para ellos. Mostraron de un modo
muy notable, aquella firmeza en la fe de los cristianos de Colosas, que tanto
alegraba a san Pablo (Col 2,5). Los mártires no se dejaron engañar «con teorías
e ideologías, fundadas en los elementos del mundo y no en Cristo» (Col 2,8).
Por el contrario, fueron cristianos de fe madura, sólida, firme, como expresión
de su identidad sacerdotal y cristiana.
Nuestros
mártires fueron también valientes, como aquellos primeros testigos, que «predicaban
con valentía la Palabra de Dios» (Hch 4,31) y «no tuvieron miedo de contradecir
al poder público cuando éste se oponía a la voluntad de Dios: 'Hay que obedecer
a Dios antes que a los hombres' (Hch 5,29). Es el camino que siguieron
innumerables mártires y fieles en todo tiempo y lugar».
Así, estos hermanos nuestros tampoco se dejaron intimidar por coacción ninguna,
ni moral ni física. Fueron fuertes cuando eran vejados y maltratados. Eran
personas sencillas, y en ellos se cumplió la promesa del Señor a quienes le
confiesen delante de los hombres: «No tengáis miedo... A quien se declare por
mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en
los cielos» (Mt 10,31-32). «Nos alienta
el testimonio de tantos misioneros y mártires de ayer y de hoy en nuestros
pueblos que han llegado a compartir la cruz de Cristo hasta la entrega de su vida».
Como nos advierte el Papa Francisco: «Hoy hay muchos mártires en la Iglesia, muchos
cristianos perseguidos. Pensemos en Oriente Medio, cristianos que deben huir de
las persecuciones, cristianos asesinados por los perseguidores.
También
los cristianos expulsados de forma elegante, con guante blanco: también esa es
una forma de persecución. Hoy hay muchos testimonios, más mártires en la
Iglesia que en los primeros siglos».
Lejos de ser una realidad del pasado, el martirio es un desafío para la Iglesia
actual. Hoy también en en nuestro país estamos llamados a dar testimonio del Evangelio
hasta la entrega de la vida. Por eso, es importante conocer la vida y el
testimonio de quienes serán los primeros mártires del Perú. ¿Quiénes fueron
Miguel, Zbigniew y Sandro?
9.
En agosto de 1991, miembros de Sendero Luminoso asesinaron a balazos a los sacerdotes
Miguel Tomaszek y Zbigniew Strzalkowski en el poblado de Pariacoto, Ancash. Dos
semanas después, el 25 de agosto, asesinaron a padre Alessandro Dordi, cuando
regresaba a su casa después de oficiar la misa en Vinzos, departamento de Ancash.
El
padre Miguel Tomaszek, ofm conv, nació el 23 de septiembre de 1960 en Lekawica,
Zywiec (Polonia). Ingresó al noviciado en 1980 en Smardzewice y realizó los estudios
de filosofía y teología en el Seminario Mayor de los Franciscanos Conventuales en
Cracovia. Profesó sus votos solemnes el 8 de diciembre de 1984 y recibió la
ordenación sacerdotal el 23 de mayo de 1987. Tras dos años como vicario en la
parroquia de Piensk, el 24 de julio de 1989 fue enviado como misionero a la diócesis
de Chimbote, incorporándose a la recién fundada misión franciscana de
Pariacoto. El amor y la preocupación por los niños fue su principal virtud
pastoral. Murió martirizado el 9 de agosto de 1991 en las afueras de Pariacoto,
cuando tenía 31 años.
El
padre Zbigniew Strzalkowsky, ofm conv, nació el 3 de julio de 1958 en Tarnów (Polonia)
donde estudió en la Escuela Superior Técnica. Trabajó como mecánico en el parque
industrial de Tarnowiec. En 1979 comenzó el noviciado en Smardzewice y, al año
siguiente, hizo su primera profesión religiosa. Realizó sus estudios de
filosofía y teología en el Seminario Mayor de los Franciscanos Conventuales en
Cracovia. Fue ordenado sacerdote el 7 de junio de 1986 en Wroclaw, y enviado
como formador al Seminario Menor en Legnica. A los dos años, el 28 de noviembre
de 1988, llegó a Perú como misionero a Moro y luego a la Parroquia Señor de
Mayo de Pariacoto. Allí trabajó con los campesinos y acompañó especialmente a
los ancianos y enfermos, quienes lo llamaban “nuestro padre doctorcito”. Ante
las múltiples amenazas recibidas, manifestó: «Si muero que me entierren en
Pariacoto». Y así sucedió. El 9 de agosto de 1991 fue martirizado junto al
padre Miguel Tomaszek, cuando tenía 33 años.
El
padre Alessandro Dordi nació el 22 de enero de 1931 en Bérgamo (Italia).
Sacerdote italiano de la Comunidad Misionera Paradiso, fue enviado a la
parroquia Señor Crucificado de Santa, donde estuvo once años. Desarrolló una
intensa labor evangelizadora, formando catequistas y líderes del campo. Formó
centros comunales y acompañó a jóvenes y campesinos. Frente a su casa pintaron:
«El Perú será tu tumba». A pesar de las amenazas, se quedó en Santa. «No puedo
abandonar a mi pueblo. El pastor da la vida por sus ovejas», le dijo a Mons.
Bambarén al invitarle a salir de Santa porque temía por su vida. Fue
martirizado el 25 de agosto de 1991.
El
sacrificio de los tres misioneros contribuyó a que la población tomara
conciencia de la importancia de un testimonio cristiano hasta la muerte; en los
funerales quedo claro el afecto que los fieles tenían por ellos y ayudó a
seguir el camino emprendido de la solidaridad y la reconciliación.
En
la mentalidad de los subversivos, la Iglesia fue considerada como el «opio del pueblo».
Aceptaron las expresiones de religiosidad popular, que consideraban inocuas, ya
que la gente respetaba sus tradiciones y procesiones sin tomar en cuenta los
cambios políticos que acontecían. Sin embargo, cuando la Iglesia empezó a
hablar de justicia, de verdad y de perdón, la organización subversiva acusó a
los misioneros de estar al servicio del imperialismo, porque distribuían las
ayudas que les enviaba Cáritas. Y mientras la Iglesia reforzaba sus lazos con
los pobres en el ejercicio de la caridad, Sendero veía que se frenaba en el pueblo
el impacto de sus esfuerzos para desencadenar una sublevación violenta.
V.
Tiempo de gracia, gratitud y compromiso
10.
El 3 de febrero de 2015, tras un minucioso proceso de recolección de
testimonios y el estudio de la causa de beatificación que ha durado 24 años, la
sesión ordinaria de Cardenales y Obispos, votó favorablemente por el reconocimiento
de los Siervos de Dios Miguel Tomaszek, Zbigniew Strzalkowski y Alessandro
Dordi. De este modo, el Papa Francisco autorizó declarar mártires a los sacerdotes
asesinados en 1991 «por odio a la fe». Ellos serán los primeros mártires del
Perú.
Como
pastores de la Iglesia en el Perú, damos gracias a Dios por haberles otorgado
la
palma del martirio, siendo reconocidos como beatos y convirtiéndose en modelos de
vida cristiana e intercesores del Pueblo de Dios.
11.
La beatificación de los tres sacerdotes mártires es una ocasión de gracia, de bendición
y de paz para la Iglesia y también para la sociedad. Vemos a los mártires como modelos
de fe, de amor y de perdón. Son nuestros intercesores, para que pastores, religiosos
y fieles laicos recibamos la luz y la fortaleza necesarias para vivir y
anunciar con valentía y humildad el misterio del Evangelio (cf. Ef 6,19), en el
que se revela el designio divino de misericordia y de salvación, así como la
verdad de la fraternidad entre los hombres. Ellos nos animarán a ser creativos
en el anuncio del Evangelio y valientes en profesar con integridad la fe de
Cristo.
Los
mártires murieron perdonando, aún en la agonía de su muerte inminente brotaron de
sus labios palabras de perdón porque amaban la vida y eran testigos del perdón.
Por
eso, son mártires de Cristo, que en la Cruz perdonó a sus perseguidores.
Celebrando su memoria y acogiéndose a su intercesión, la Iglesia desea ser
sembradora de paz y reconciliación en una sociedad azotada por la crisis moral,
social y económica, en la que crecen las tensiones y los enfrentamientos. Los
mártires invitan a la conversión, es decir, «a apartarse de los ídolos de la
ambición egoísta y de la codicia que corrompen la vida de las personas y de los
pueblos, y a acercarse a la libertad espiritual que permite querer el bien
común y la justicia, aun a costa de su aparente inutilidad material inmediata».
No hay mayor libertad espiritual que la de quien perdona a los que le quitan la
vida. Es una libertad que brota de la esperanza de la Gloria. «Quien espera la
vida eterna, porque ya goza de ella por adelantado en la fe y los sacramentos, nunca
se cansa de volver a empezar en los caminos de la propia historia».
Los
mártires nos dejan un mensaje que nos invita a perdonar. El Papa Francisco
recientemente nos ha recordado que «el gozo de Dios es perdonar. Aquí está todo
el Evangelio, todo el Cristianismo. No es sentimiento, no es «buenismo». Al contrario,
la misericordia es la verdadera fuerza que puede salvar al hombre y al mundo
del «cáncer » que es el pecado, el mal moral, el mal espiritual. Sólo el amor
colma los vacíos, la vorágine negativa que el mal abre en el corazón y en la
historia. Sólo el amor puede hacer esto, y este es el gozo de Dios».
La
Iglesia los declara beatos mártires y los honra con culto público, para que su
intercesión obtenga del Señor gracias espirituales y temporales en el Perú. La
Iglesia, además de experta en humanidad, es la casa del perdón, no busca
culpables. Quiere glorificar a estos testigos heroicos del evangelio, porque
merecen nuestra admiración e invita a imitarlos.
La
celebración de la beatificación es un grito al mundo, diciéndole que la
humanidad necesita paz y fraternidad. Que solo necesita libertad para alabar a
Dios y celebrar su fe. Los mártires con su entrega generosa se opusieron al
furor del mal. Con su mansedumbre, los mártires desactivaron las armas de los
verdugos, venciendo al mal con el bien. Ellos son los profetas siempre actuales
de la paz en la tierra.
12.
Celebrar la beatificación de los primeros mártires del Perú nos compromete a la
conversión del corazón. La Iglesia invita a los cristianos y a los hombres de
buena voluntad –también a los perseguidores– a no temer la conversión, a no
tener miedo del bien, a rechazar el mal. Dios es el Padre bueno que perdona y
acoge con los brazos abiertos a sus hijos alejados por los caminos del mal y
del pecado.
Todos
necesitamos la conversión y estamos llamados a convertirnos a la paz, a la fraternidad,
al respeto de la libertad del otro, a la serenidad en las relaciones humanas.
Así
han actuado nuestros mártires, así han obrado los santos, que siguen «el camino
de la conversión, el camino de la humildad, del amor, del corazón, el camino de
la belleza».
13.
Es una invitación también a los jóvenes, llamados a vivir con fidelidad y gozo
la vida cristiana. Los jóvenes audaces e intrépidos han de ir contra corriente
venciendo las adversidades y todo aquello que aparta del plan de Dios.
Permanezcamos unidos, siendo sus amigos, dándole cada vez más espacio en
nuestra vida. Dios da fuerza a nuestra debilidad, riqueza a nuestra pobreza,
conversión y perdón a nuestro pecado.
Este
es el testimonio de los mártires. No han tenido miedo de la muerte, porque su mirada
estaba proyectada hacia el cielo, hacia el gozo de la eternidad sin fin en la
caridad de Dios. Si les faltó la misericordia de los hombres, estuvo presente y
sobreabundante la misericordia de Dios.
Los
sacerdotes mártires nos enseñan el perdón y la conversión. El perdón que da paz
a los corazones y la conversión que crea fraternidad con los demás. Son los
mensajeros de la vida, sean nuestros intercesores por una existencia de paz y
fraternidad.
Esta
es la ofrenda de nuestros mártires y el fruto que esperamos alcanzar. Invitamos
a los pastores y sus comunidades, a los responsables de los institutos
religiosos y movimientos eclesiales, a los docentes y directores de
instituciones educativas a conocer y dar a conocer la vida de los próximos
beatos para revitalizar nuestro seguimiento de Jesucristo y la misión
evangelizadora que nos ha sido confiada.
Finalmente,
encomendamos nuestras intenciones y proyectos pastorales a los beatos. Ellos,
que amaron al Perú y dieron su vida por amor a Jesucristo y a su Pueblo, siguen
intercediendo por nosotros ante Dios. Que ellos sean nuestros intercesores y alienten
a nuestras comunidades en el anuncio gozoso del Evangelio.
Que
su ejemplo suscite numerosas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, conceda
fidelidad a nuestros matrimonios, renueve siempre en nosotros la alegría de la
evangelización y la inquietud misionera de todos los miembros del Pueblo de
Dios.
Agradecidos
por este don de Dios para la Iglesia en el Perú, pidamos por intercesión de los
próximos beatos mártires del Perú, Miguel, Zbigniew y Alessandro, que nos
conceda ser fortalecidos en la fe, animados en la esperanza y consolidados en
la comunidad cristiana: María, Reina de los mártires, ruega por nosotros.
ORACIÓN
Señor,
Tú que ungiste con el don del sacerdocio
a
tus hijos Miguel, Zbigniew y Sandro,
y
los enviaste como mensajeros
de
la Buena Nueva en el Perú.
Te
damos gracias por haberles otorgado la palma del martirio,
y
te pedimos que los glorifiques también con la corona de los santos.
Por
su sangre derramada por Ti,
danos
fidelidad en la fe,
haznos
testigos de la esperanza,
guarda
nuestras vidas
y
concede a nuestra patria
el
don de la paz.
A
las víctimas inocentes de la violencia,
recíbelas
en tu Reino
y
concédeles el premio eterno.
Amén
BENEDICTO XVI,
Porta fidei, 13
Documento de
Aparecida, 275.
Cf. Les
chrétiens de Vienne et Lyon à leurs frères d'Asie. Lettre sur les martyrs de
177 (ed. de C. MONTDÉ- SERT y J. COMBY; Lyon 1976), 2, 3, 200-201.
Martyrium
Sancti Polycarpi, VI.
Concilio
Vaticano II, Dignitatis humanae, 11.
Concilio
Vaticano II, Dignitatis humanae, 21.
Concilio
Vaticano II, Lumen gentium, 50.
Catecismo de la
Iglesia Católica, 2473.
PAPA FRANCISCO.
Homilía del 21 de abril de 2015.
Concilio
Vaticano II, Sacrosanctum concilium, 104.
Cf. BENEDICTO
XVI, Porta fidei, 13.
Concilio
Vaticano II, Lumen gentium, 42.
Concilio
Vaticano II, Lumen gentium, 50.
JORGE M.
BERGOGLIO. PAPA FRANCISCO. Mente abierta, corazón creyente, 60.
Documento de
Aparecida, 396.
Concilio
Vaticano II, Dignitatis humanae, 11.
Documento de
Aparecida, 141.
PAPA FRANCISCO.
Homilía del 21 de abril de 2015.
CCXXV Comisión
Permanente de la Conferencia Episcopal Española, Declaración Ante la crisis,
solidaridad (3 de octubre de 2012), 7.
PAPA FRANCISCO.
Angelus. 15 de septiembre de 2013.
PAPA FRANCISCO.
Meditación. 19 de abril de 2013.
Cf. PAPA
FRANCISCO. Homilía. 28 de abril de 2013.