Cercanas las fiestas de todos los santos y todos los difuntos, viene bien recordar la doctrina de la Iglesia acerca de estas realidades que se daran al final de nuestravida terrena, parameditar y tener en cuenta.
Que mejor la doctrina del Catecismo de la Iglesia
"CREO EN LA VIDA ETERNA"
1020
El cristiano que une su propia muerte a la de Jesús ve la muerte como una ida
hacia Él y la entrada en la vida eterna. Cuando la Iglesia dice por última vez
las palabras de perdón de la absolución de Cristo sobre el cristiano moribundo,
lo sella por última vez con una unción fortificante y le da a Cristo en el
viático como alimento para el viaje. Le habla entonces con una dulce seguridad:
Alma cristiana, al salir de este mundo,
marcha en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de
Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del Espíritu
Santo, que sobre ti descendió. Entra en el lugar de la paz y que tu morada esté
junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre de Dios,
con san José y todos los ángeles y santos... Te entrego a Dios, y, como
criatura suya, te pongo en sus manos, pues es tu Hacedor, que te formó del
polvo de la tierra. Y al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María
y todos los ángeles y santos... Que puedas contemplar cara a cara a tu
Redentor...
I.- EL
JUICIO PARTICULAR
1021
La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o
rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo. El Nuevo Testamento habla
del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en
su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la
retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus
obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro y la palabra de Cristo en la
Cruz al buen ladrón, así como otros textos del Nuevo Testamento hablan de un
último destino del alma que puede ser diferente para unos y para otros.
1022
Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna
en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una
purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo,
bien para condenarse inmediatamente para siempre. A la tarde te examinarán en
el amor. [San Juan de la Cruz]
II.- EL
CIELO
1023
Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente
purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios,
porque lo ven "tal cual es" (1 Jn 3,2), cara a cara:
Definimos con la
autoridad apostólica: que, según la disposición general de Dios, las almas de
todos los santos... y de todos los demás fieles muertos después de recibir el
bautismo de Cristo en los que no había nada que purificar cuando murieron...; o
en caso de que tuvieran o tengan algo que purificar, una vez que estén
purificadas después de la muerte... aun antes de la reasunción de sus cuerpos y
del juicio final, después de la Ascensión al cielo del Salvador, Jesucristo Nuestro
Señor, estuvieron, están y estarán en el cielo, en el Reino de los cielos y paraíso
celestial con Cristo, admitidos en la compañía de los ángeles. Y después de la muerte
y pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina esencia con una
visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura. [Benedicto
XII]
1024 Esta vida
perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con
la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama "el
cielo". El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más
profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha.
1025 Vivir en el
cielo es "estar con Cristo". Los elegidos viven "en El",
aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su
propio nombre: Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está
la vida, allí está el reino. [San
Ambrosio]
1026
Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha "abierto" el cielo.
La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de
la redención realizada por Cristo, que asocia a su glorificación celestial a
quienes han creído en El y han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la
comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a Él.
1027
Este misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que están en
Cristo sobrepasa toda comprensión y toda representación. La Escritura nos habla
de ella en imágenes: vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del reino, casa
del Padre, Jerusalén celeste, paraíso: "Lo
que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó
para los que le aman" (1 Co 2,9).
1028
A causa de su trascendencia, Dios no puede ser visto tal cual es más que cuando
El mismo abre su Misterio a la contemplación inmediata del hombre y le da la
capacidad para ello. Esta contemplación de Dios en su gloria celestial es
llamada por la Iglesia "la visión beatífica": ¡Cuál no será tu gloria y tu dicha!: Ser admitido a ver a Dios, tener el
honor de participar en las alegrías de la salvación y de la luz eterna en
compañía de Cristo, el Señor tu Dios..., gozar en el Reino de los cielos en
compañía de los justos y de los amigos de Dios, las alegrías de la inmortalidad
alcanzada. [San Cipriano de Cartago]
1029
En la gloria del cielo, los bienaventurados continúan cumpliendo con alegría la
voluntad de Dios con relación a los demás hombres y a la creación entera. Ya
reinan con Cristo; con El "ellos
reinarán por los siglos de los siglos" (Ap 22,5).
III.-
LA PURIFICACION FINAL O PURGATORIO
1030
Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente
purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su
muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en
la alegría del cielo.
1031
La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente
distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la
fe relativa al Purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia y de Trento.
La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la
Escritura, habla de un fuego purificador: Respecto
a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un
fuego purificador, según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que si
alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será
perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12,31). En esta frase podemos
entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en
el siglo futuro. [San Gregorio Magno]
1032
Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos,
de la que ya habla la Escritura: "Por
eso mandé [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los
muertos, para que quedaran liberados del pecado" (2 Mc 12,46). Desde
los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha
ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico, para
que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La
Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de
penitencia en favor de los difuntos: Llevémosles
socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por
el sacrificio de su padre, ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas
por los muertos les lleven un cierto consuelo? No dudemos, pues, en socorrer a
los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos. [San
Juan Crisóstomo]
IV.-
EL INFIERNO
1033
Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos
amar a Dios si pecamos gravemente contra El, contra nuestro prójimo o contra nosotros
mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano
es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en
él" (] Jn 3,15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de El sí
omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que
son sus hermanos. Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el
amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre
por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de
la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la
palabra "infierno".
1034
Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y del "fuego que
nunca se apaga" reservado a los que, hasta el fin de su vida rehusan creer
y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo. Jesús
anuncia en términos graves que "enviará
a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad..., y los
arrojarán al horno ardiendo" (Mt 13,41-42), y que pronunciará la
condenación:" ¡Alejaos de mí,
malditos al fuego eterno!" (Mt 25,41).
1035
La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad.
Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los
infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del
infierno, "el fuego eterno". La pena principal del infierno consiste
en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la
vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.
1036
Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del
infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar
de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo
un llamamiento apremiante a la conversión: "Entrad
por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que
lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha
la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la
encuentran" (Mt 7,13-14):Como no sabemos ni el día ni la hora, es
necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así,
terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar
con El en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos
malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde "habrá llanto y rechinar de
dientes". [LG 48]
1037
Dios no predestina a nadie a ir al infierno; para que eso suceda es necesaria
una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el
final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la
Iglesia implora la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca,
sino que todos lleguen a la conversión" (2 Pe 3,9): Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia
santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y
cuéntanos entre tus elegidos. [Misal Romano]
V.- EL
JUlClO FINAL
1038
La resurrección de todos los muertos, "de los justos y de los
pecadores" (Hch 24,15), precederá al Juicio Final. Esta será "la hora
en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y los que hayan hecho
el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación"
(Jn 5,28-29). Entonces, Cristo vendrá "en
su gloria acompañado de todos sus ángeles... Serán congregadas delante de él
todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor
separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a
su izquierda... E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna"
(Mt 25,31.32.46).
1039 Frente a Cristo, que es la Verdad, será puesta al desnudo definitivamente
la verdad de la relación de cada hombre con Dios. El Juicio final revelará
hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya
dejado de hacer durante su vida terrena: Todo el mal que hacen los malos se
registra - y ellos no lo saben. El día en que "Dios no se callará"
(Sal 50,3)... Se volverá hacia los malos: "Yo
había colocado sobre la tierra, dirá El, a mis pobrecitos para vosotros. Yo, su
cabeza, gobernaba en el cielo a la derecha de mi Padre -pero en la tierra mis
miembros tenían hambre. Si hubierais dado a mis miembros algo, eso habría
subido hasta la cabeza. Cuando coloqué a mis pequeñuelos en la tierra, los constituí
comisionados vuestros para llevar vuestras buenas obras a mi tesoro: como no
habéis depositado nada en sus manos, no poseéis nada en Mí". [San
Agustín]
1040
El Juicio final sucederá cuando vuelva Cristo glorioso. Sólo el Padre conoce el
día y la hora en que tendrá lugar; sólo El decidirá su advenimiento. Entonces
El pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre
toda la historia. Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la
creación y de toda la economía de la salvación, y comprenderemos los caminos
admirables por los que su Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin
último. El Juicio final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las
injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte.
1041 El mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a los hombres todavía "el tiempo favorable, el tiempo de salvación" (2 Co 6,2). Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de Dios. Anuncia la "bienaventurada esperanza" (Tt 2,13) de la vuelta del Señor que "vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que hayan creído" (2 Ts 1,10).
VI.-
LA ESPERANZA DE LOS CIELOS NUEVOS Y DE LA TIERRA NUEVA
1042
Al fin de los tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del
Juicio final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en
cuerpo y alma, y el mismo universo será renovado: La Iglesia... sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo... cuando
llegue el tiempo de la restauración universal y cuando, con la humanidad,
también el universo entero, que está íntimamente unido al hombre y que alcanza
su meta a través del hombre, quede perfectamente renovado en Cristo. [LG
48]
1043
La Sagrada Escritura llama "cielos nuevos y tierra nueva" a esta
renovación misteriosa que transformará la humanidad y el mundo (2 Pe 3,13).
Esta será la realización definitiva del designio de Dios de "hacer que todo tenga a Cristo por
Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Ef
1,10).
1044
En este "universo nuevo", la Jerusalén celestial, Dios tendrá su
morada entre los hombres. "Y
enjugará toda lágrima de su ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni
gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (Ap 21,4)
1045
Para el hombre esta consumación será la realización final de la unidad del
género humano, querida por Dios desde la creación y de la que la Iglesia
peregrina era "como el sacramento". Los que estén unidos a Cristo
formarán la comunidad de los rescatados, la Ciudad Santa de Dios (Ap 21,2),
"la Esposa del Cordero" (Ap 21,9). Ya no será herida por el pecado,
por las manchas, el amor propio, que destruyen o hieren la comunidad terrena de
los hombres. La visión beatífica, en la que Dios se manifestará de modo
inagotable a los elegidos, será la fuente inmensa de felicidad, de paz y de
comunión mutua.
1046
En cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de destino del mundo
material y del hombre: Pues la ansiosa
espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios... en
la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción... Pues sabemos
que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no
sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros
mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo (Rm
8,19-23).
1047
Así pues, el universo visible también está destinado a ser transformado, "a fin de que el mundo mismo restaurado
a su primitivo estado, ya sin ningún obstáculo esté al servicio de los justos",
participando en su glorificación en Jesucristo resucitado.
1048
"Ignoramos el momento de la
consumación de la tierra y de la humanidad, y no sabemos cómo se transformará
el universo. Ciertamente, la figura de este mundo, deformada por el pecado,
pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada y una nueva
tierra en la que habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará y superará
todos los deseos de paz que se levantan en los corazones de los hombres".
1049
"No obstante, la espera de una
tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de
cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que
puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que
distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de
Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar
mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios".
1050
"Todos estos frutos buenos de
nuestra naturaleza y de nuestra diligencia, tras haberlos propagado por la
tierra en el Espíritu del Señor y según su mandato, los encontramos después de
nuevo, limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados cuando Cristo
entregue al Padre el reino eterno y universal". Dios será entonces
"todo en todos" (1 Co 15,22), en la vida eterna: La vida subsistente y verdadera es el Padre que, por el Hijo y en el Espíritu
Santo, derrama sobre todos sin excepción los dones celestiales. Gracias a su
misericordia, nosotros también, hombres, hemos recibido la promesa indefectible
de la vida eterna. [San Cirilo de Jerusalén]
RESUMEN
1051
Al morir cada hombre recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un
juicio particular por Cristo, juez de vivos y de muertos.
1052
"Creemos que las almas de todos
aquellos que mueren en la gracia de Cristo... constituyen el Pueblo de Dios
después de la muerte, la cual será destruida totalmente el día de la
Resurrección, en el que estas almas se unirán con sus cuerpos".
1053
"Creemos que la multitud de aquellas
almas que con Jesús y María se congregan en el paraíso, forma la Iglesia celestial,
donde ellas, gozando de la bienaventuranza eterna, ven a Dios como El es, y
participan también, ciertamente en grado
y modo diverso, juntamente con los santos ángeles, en el gobierno divino de las
cosas, que ejerce Cristo glorificado, como quiera que interceden por nosotros y
con su fraterna solicitud ayudan grandemente a nuestra flaqueza".
1054
Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios, pero imperfectamente
purificados, aunque están seguros de su salvación eterna, sufren una purificación
después de su muerte, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en el
gozo de Dios.
1055
En virtud de la "comunión de los santos", la Iglesia encomienda los
difuntos a la misericordia de Dios y ofrece sufragios en su favor, en particular
el santo sacrificio eucarístico.
1056
Siguiendo las enseñanzas de Cristo, la Iglesia advierte a los fieles de la
"triste y lamentable realidad de la muerte eterna", llamada también
"infierno".
1057
La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en
quien solamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las cuales ha
sido creado y a las cuales aspira.
1058
La Iglesia ruega para que nadie se pierda: "Jamás permitas, Señor, que me
separe de ti". Si bien es verdad que nadie puede salvarse a sí mismo,
también es cierto que "Dios quiere que todos los hombres se salven"
(1 Tm 2,4) y que para El "todo es posible" (Mt 19,26).
1059
"La misma santa Iglesia romana cree
y firmemente confiesa que todos los hombres comparecerán con sus cuerpos en el
día del juicio ante el tribunal de Cristo para dar cuenta de sus propias
acciones".
1060
Al fin de los tiempos, el Reino de Dios llegará a su plenitud. Entonces, los
justos reinarán con Cristo para siempre, glorificados en cuerpo y alma, y el
mismo universo material será transformado. Dios será entonces "todo en
todos" (1 Co 15,28), en la vida eterna.
Tomado
del Catecismo de la Iglesia N° 1020 -
1060