TIEMPO DE ADVIENTO
NDL
SUMARIO: I.
Historia y significado del adviento - II. Estructura litúrgica del adviento en
el misal de Pablo VI - III. Teología del adviento - IV. Espiritualidad del
adviento - V. Pastoral del adviento.
I.
Historia y significado del adviento [Año litúrgico, II]
Son
dudosos los verdaderos orígenes del adviento y escasos los conocimientos sobre
el mismo. Habrá que distinguir entre elementos relativos a prácticas ascéticas
y otros de carácter propiamente litúrgico; entre un adviento como preparación
para la navidad y otro que celebra la venida gloriosa de Cristo (adviento
escatológico). El adviento es un tiempo litúrgico típico de Occidente; Oriente
cuenta sólo con una corta preparación de algunos días para la navidad.
Los
datos sobre el adviento se remontan al s. IV, caracterizándose este tiempo
tanto por su sentido escatológico como por ser preparación a la navidad; como
consecuencia, se ha discutido no poco sobre el significado originario del
adviento: unos han optado por la tesis del adviento orientado a la navidad y
otros por la tesis del adviento escatológico. La reforma litúrgica del Vat. II
intencionadamente ha querido salvar uno y otro carácter: el de preparación para
la navidad y el de espera de la segunda venida de Cristo (cf Normas universales
sobre el año litúrgico y sobre el calendario [texto en la edición oficial del
Misal Romano Castellano] n. 39).
II.
Estructura litúrgica del adviento en el Misal de Pablo VI
El
adviento consta de cuatro domingos (en la liturgia ambrosiana, en cambio, de
seis). Aun manteniendo su unidad, como lo prueban los textos litúrgicos y sobre
todo la casi diaria lectura del profeta Isaías, este tiempo está prácticamente
integrado por dos períodos:
1)
desde el primer domingo de adviento hasta el 16 de diciembre se resalta más el
aspecto escatológico, orientando el espíritu hacia la espera de la gloriosa
venida de Cristo;
2)
del 17 al 24 de diciembre, tanto en la misa como en la liturgia de las horas,
todos los textos se orientan más directamente a preparar la navidad. Los dos
prefacios de adviento expresan acertadamente las características de una y otra
fase. En este tiempo litúrgico destacan de modo característico tres figuras
bíblicas: el profeta Isaías, Juan Bautista y María.
Una
antiquísima y universal tradición ha asignado al adviento la lectura del
profeta Isaías, ya que en él, más que en los restantes profetas, resuena el eco
de la gran esperanza que confortara al pueblo elegido durante los difíciles y
trascendentales siglos de su historia. Durante el adviento se proclaman las
páginas más significativas del libro de Isaías, que constituyen un anuncio de
esperanza perenne para los hombres de todos los tiempos.
Juan
Bautista es el último de los profetas, resumiendo en su persona y en su palabra
toda la historia anterior en el momento en que ésta alcanza su cumplimiento.
Encarna perfectamente el espíritu del adviento. Él es el signo de la
intervención de Dios en su pueblo; como precursor del Mesías tiene la misión de
preparar los caminos del Señor (cf ls 40,3), de anunciar a Israel el
"conocimiento de la salvación" (cf Lc 1,77-78) y, sobre todo, de
señalar a Cristo ya presente en medio de su pueblo (cf Jn 1,29-34).
El
adviento, finalmente, es el tiempo litúrgico en el que (a diferencia de los restantes,
en los que por desgracia está ausente) se pone felizmente de relieve la
relación y cooperación de María en el misterio de la redención. Ello brota como
desde dentro de la celebración misma y no por superposición ni por añadidura
devocional. Con todo, no sería acertado llamar al adviento el mejor mes
mariano, ya que este tiempo litúrgico es por esencia celebración del misterio
de la venida del Señor, misterio al que está especialmente vinculada la
cooperación de María.
La
solemnidad de la Inmaculada Concepción, celebrada al comienzo del adviento (8
diciembre), no es un paréntesis o una ruptura de la unidad de este tiempo
litúrgico, sino parte del misterio. María inmaculada es el prototipo de la
humanidad redimida, el fruto más espléndido de la venida redentora de Cristo.
Ella, como canta el prefacio de la solemnidad, quiso Dios que "fuese...
comienzo e imagen de la iglesia, esposa de Cristo llena de juventud y de limpia
hermosura".
III.
Teología del adviento
El
adviento encierra un rico contenido teológico; considera, efectivamente, todo
el misterio desde la entrada del Señor en la historia hasta su final. Los
diferentes aspectos del misterio se remiten unos a otros y se fusionan en una
admirable unidad.
El
adviento evoca ante todo la dimensión histórico-sacramental de la salvación. El
Dios del adviento es el Dios de la historia, el Dios que vino en plenitud para
salvar al hombre en Jesús de Nazaret, en quien se revela el rostro del Padre
(cf Jn 14,9). La dimensión histórica de la revelación recuerda la concretes de
la plena salvación del hombre, de todo el hombre, de todos los hombres y, por
tanto, la relación intrínseca entre -evangelización
y promoción humana.
El
adviento es el tiempo litúrgico en el que se evidencia con fuerza la dimensión
escatológica del misterio cristiano. Dios nos ha destinado a la salvación (cf 1
Tes 5,9), si bien se trata de una herencia que se revelará sólo al final de los
tiempos (cf 1 Pe 1,5). La historia es el lugar donde se actúan las promesas de
Dios y está orientada hacia el día del Señor (cf 1 Cor 1,8; 5,5). Cristo vino
en nuestra carne, se manifestó y reveló resucitado después de la muerte a los
apóstoles y a los testigos escogidos por Dios (cf He 10,40-42) y aparecerá
gloriosamente al final de los tiempos (He 1,11). Durante su peregrinación
terrena, la iglesia vive incesantemente la tensión del ya sí de la salvación
plenamente cumplida en Cristo y el todavía no de su actuación en nosotros y de
su total manifestación con el retorno glorioso del Señor como juez y como
salvador.
El
adviento, finalmente, revelándonos las verdaderas, profundas y misteriosas
dimensiones de la venida de Dios, nos recuerda al mismo tiempo el compromiso
misionero de la iglesia y de todo cristiano por el advenimiento del reino de
Dios. La misión de la iglesia de anunciar el evangelio a todas las gentes se
funda esencialmente en el misterio de la venida de Cristo, enviado por el
Padre, y en la venida del Espíritu Santo, enviado del Padre y del (o por el)
Hijo.
IV.
Espiritualidad del adviento
Con
la liturgia del adviento, la comunidad cristiana está llamada a vivir
determinadas actitudes esenciales a la expresión evangélica de la vida: la
vigilante y gozosa espera, la esperanza, la conversión.
La
actitud de espera caracteriza a la iglesia y al cristiano, ya que el Dios de la
revelación es el Dios de la promesa, que en Cristo ha mostrado su absoluta
fidelidad al hombre (cf 2 Cor 1,20). Durante el adviento la iglesia no se pone
al lado de los hebreos que esperaban al Mesías prometido, sino que vive la
espera de Israel en niveles de realidad y de definitiva manifestación de esta
realidad, que es Cristo. Ahora vemos "como en un espejo", pero
llegará el día en que "veremos cara a cara" (1 Cor 13,12). La iglesia
vive esta espera en actitud vigilante y gozosa. Por eso clama: "Maranatha:
Ven, Señor Jesús" (Ap 22,17.20).
El
adviento celebra, pues, al "Dios de la esperanza" (Rom 15,13) y vive
la gozosa esperanza (cf Rom 8,24-25). El cántico que desde el primer domingo
caracteriza al adviento es el del salmo 24: "A ti, Señor, levanto mi alma;
Dios mío, en ti confío: no quede yo defraudado, que no triunfen de mí mis
enemigos; pues los que esperan en ti no quedan defraudados".
Entrando
en la historia, Dios interpela al hombre. La venida de Dios en Cristo exige
conversión continua; la novedad del evangelio es una luz que reclama un pronto
y decidido despertar del sueño (cf Rom 13,11-14). El tiempo de adviento, sobre
todo a través de la predicación del Bautista, es una llamada a la conversión en
orden a preparar los caminos del Señor y acoger al Señor que viene. El
adviento, enseña a vivir esa actitud de los pobres de Yavé, de los mansos, los
humildes, los disponibles, a quienes Jesús proclamó bienaventurados (cf Mt
5,3-12).
V.
Pastoral del adviento
Sabiendo
que, en nuestra sociedad industrial y consumista, este período coincide con el
lanzamiento comercial de la campaña navideña, la pastoral del adviento debe por
ello comprometerse a transmitir los valores y actitudes que mejor expresan la
visión escatológica y trascendente de la vida. El adviento, con su mensaje de
espera y esperanza en la venida del Señor, debe mover a las comunidades
cristianas y a los fieles a afirmarse como signo alternativo de una sociedad en
la que las áreas de la desesperación parecen más extensas que las del hambre y
del subdesarrollo. La auténtica toma de conciencia de la dimensión
escatológico-trascendente de la vida cristiana no debe mermar, sino
incrementar, el compromiso de redimir la historia y de preparar, mediante el
servicio a los hombres sobre la tierra, algo así como la materia para el reino
de los cielos. En efecto, Cristo con el poder de su Espíritu actúa en el
corazón de los hombres no sólo para despertar el anhelo del mundo futuro, sino
también para inspirar, purificar y robustecer el compromiso, a fin de hacer más
humana la vida terrena (cf GS 38). Si la pastoral se deja guiar e iluminar por
estas profundas y estimulantes perspectivas teológicas, encontrará en la
liturgia del tiempo de adviento un medio y una oportunidad para crear
cristianos y comunidades que sepan ser alma del mundo.
A.
Bergamini
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Voz
“Adviento”, A. Bergamini, Tomado de Nuevo Diccionario de Liturgia, Madrid, San Pablo 1989, Directores: Sartore, D, Triacca, A. M., Canals, J. M., Págs. 50-53