EL DESIERTO DE
JUDÁ, DESIERTO HABITADO
Durante el prolongado verano el
paisaje al este de Jerusalén se presenta áspero, reseco, tórrido, como de
colinas calcinadas por el sol oriental y roídas por una erosión secular,
sedientas de agua, sin el arraigo, el alivio y la sombra de una sola planta
mayor. Predominan a lo lejos los tonos rojizos y de cerca los rosáceos y
blancuzcos. Un punto negro que se mueve señala una cabra pastando, y uno mayor
inmóvil, la tienda de beduinos tejida con pelo del mismo animal. Imposible
parecería a primera vista dar con un establecimiento humano estable y formal.
El macho cabrío despeñado
en el desierto
Sin embargo, aquí las señales de
vida son tan permanentes como los episodios y las historias del Viejo o del
Nuevo Testamento que presenciaron y evocan. Entre los salientes al sur del
mesón del Buen Samaritano, destaca el llamado Zuk en hebreo, el Muntar
de los 520 metros que en días despejados permite divisar las fortalezas del
Herodiun al SO, del Alexandreiun al NE., del Hircaniun por delante. Hasta su
cima era arrastrado el chivo expiatorio en el día del Yom Kippur, el de la
Expiación de Israel: "Hecha la expiación del santuario... presentará el
macho cabrío vivo; pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío
vivo, confesará sobre él todas sus culpas, todas las iniquidades de los hijos
de Israel y todas las transgresiones con que han pecado y los echará sobre la
cabeza del macho cabrío, y lo mandará al desierto por medio de un hombre
designado para ello. El macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de
ellos a tierra inhabitada, y el que lo lleve lo dejará en el desierto" (Lv
16,20-22).
"¡Lleva nuestros pecados y
desaparece!" le gritaban los fieles cuando le arrastraban fuera de
Jerusalén. Los de la comitiva disponían de agua y de alimentos en los diez
puestos o hitos del trayecto. Llegados a la altura de Muntar, empujaban al
macho cabrío y lo despeñaban. La Mishná refiere que antes de alcanzar la
mitad de la pendiente estaba destrozado.
Siglos después y dentro ya de la
Era Cristiana, la emperatriz Eudoxia levantaría sobre igual altura la torre que
facilitaría aquellos coloquios con S. Eutimio por los cuales ella se
reintegraría a la fe del Concilio de Calcedonia, el del 451. De esa misma torre
se serviría otra lumbrera del desierto, S. Sabas, para construir el cenobio que
en el año 510 confió a su discípulo Juan Escolanos. Una hoguera retransmitía
desde el Muntar a los eremitorios y lauras circundantes el anuncio que otra
proclamaba en el Olivete: ¡Cristo ha resucitado!
"Flores de
Cristo" pueblan el desierto de Judea
Porque, ¿quién lo esperaría?, el
Señor convertirla lo escabroso en llano, la tiniebla en luz, guiando a
los ciegos por senderos que ignoran, por caminos que no conocen (Is
47,16). El inhóspito desierto de Judá se puebla a partir del momento en que el
cristianismo emerge de las catacumbas y antes incluso. Dícese que S. Hilarión,
nacido en Gaza, fundó el primer eremitorio de Palestina allá por el 311, cuando
él contaba 21 años. Lauras y monasterios fueron precedidos por anacoretas como
el penitente de Ain Fara, S. Jaritón, antes de que, con la paz de Constantino,
erigiera esa laura - nominalmente "desfiladero", barranco-, 14 kms al
NE. de Jerusalén, y después la de Duka, sobre el Monte de las Tentaciones, y la
de Suka, al oriente de Tecoa, la patria de Amós.
La penetración en el desierto de
Judá seguirá los cauces accidentados y estrechos de los wadis y la
efectuarán de norte a sur y de oeste a este, primero Eutimio, Teotisto y sus
discípulos y después Sabas, Teodosio y los suyos. Diez mil anacoretas y
cenobitas se concentraron en Jerusalén para testimoniar ante el Patriarca Juan
su fe calcedonense. Siete años más tarde, en el 523, fallecería S. Sabas a los
93 años de edad, archimandrita de todas las lauras y "luz de toda la
Tierra Santa", además del "más fuerte baluarte de la fe
católica" en ella. Por dos veces compareció en la corte imperial de
Constantinopla, una para defender la ortodoxia ante el emperador Anastasio,
otra para conseguir del emperador Justiniano la exención de impuestos a los
súbditos de Palestina arruinados por el levantamiento de los samaritanos. El
fue quien más contribuyó a poblar de penitentes las soledades de Judea: "Si
de veras quieres hacer del desierto una ciudad, quédate aquí". Las
"flores de Cristo" que según S. Jerónimo constelaban en sus días todo
el desierto, se propagarán y agrupadas serán jardines en los torrentes y en los
valles, en las estepas y en las fortalezas.
Lauras y monasterios de
ayer y de hoy
La laura que S. Eutimio fundó en
el año 428, auxiliado por la tribu árabe y nómada de Sahel a la que convirtió,
fue desenterrada quince siglos más tarde, entre 1928 y 1929. Queda entre Khan
el-Hatrur y el saliente del Muntar y se la denomina Khan el Ahmar o del Buen
Samaritano. Convertida en cenobio o monasterio para el año 481, y desempeñada
esa misión con los que entonces descendían al Jordán, ha encontrado otro buen
samaritano en el Ministerio de Cultos de Israel. Éste fue quien libró los
restos del monasterio de Eutimio, ya "in extremis" cuando lo tenían
entre sus garras las excavadoras de una fábrica de plásticos. Más tarde, en
1979, los restos óseos de varios centenares de monjes víctimas de los persas en
la invasión del 614, fueron descubiertos en una cripta subterránea por el
arqueólogo griego Yonnis Namaris.
Más afortunada ha sido la laura
de Koziba fundada en el 470 por 5. Juan de Tebas, el Kozibita. Adosada a las
paredes maestras, a los ciclópeos muros del wadi Kelt, con un pequeño
oasis de verdor a sus plantas, fue reconstruida y habitada a partir de 1878 por
monjes del Patriarcado Griego Ortodoxo de Jerusalén. A este lugar, cercano a la
Jericó herodiana, se adscribió desde antiguo, la memoria de 5. Joaquín, padre
de la Virgen. La iglesita de la Theotocos o Madre de Dios de Koziba será
una de las más antiguas con esa advocación.
Al igual que este cenobio, los de
S. Teodosio y de S. Sabas, en el paralelo de Belén, mantienen vigente la
extraordinaria atracción monacal del desierto de Judá. El primero reunió en
vida del fundador más de 400 monjes de procedencias y lenguas diversas. Hoy es
como una pincelada de arte y de color en los umbrales del desierto. Venera el
sepulcro del santo fundador en la gruta inicial, la que según tradición que
justificó Teodosio de Petra, su biógrafo, sirvió de refugio a los magos cuando
regresaron a Oriente.
Es más roqueña y está mucho más
fortificada, la Gran Laura que S. Sabas edificó por el año 483 sobre el flanco occidental
del torrente Cedrón, perseverante hasta el día de hoy. Algunas de sus
dependencias, excavadas parcialmente en la roca, se elevan 150 m. por encima
del torrente. Fortín de la piedad oriental, ofrece insoslayablemente las trazas
de un baluarte singular. Relicarios de acendrada devoción son la celda y el
sepulcro de 5. Juan Damasceno. El Sto. Tomás de Aquino del Oriente fue monje en
este monasterio y en él falleció el 4 de diciembre del año 749. Los restos de
S. Sabas, restituidos por Venecia, descansan desde octubre de 1965 en un altar
de la capilla principal de esta Laura Madre, presidida por él durante medio
siglo.
Una visita a cualquiera de los
treinta cenobios identificados, más una ojeada a los Evangelios, bastan para
sentirse tan centrados como, pongamos por caso, en las recién restauradas
ruinas de Corozaín. Los eremitas cristianos afrontaron espontáneamente aquella espada
del desierto (Lam 5,9) que curtió al pueblo de Dios.
El "Desierto",
término evangélico
Nadie como ellos siguieron y honraron
los pasos de Jesús por el desierto. Es término con entidad evangélica
propia, que en singular y en plural, como substantivo o adjetivo, aparece no
menos de 34 veces en el Evangelio. Incluso los desiertos del Sinaí y de la
Arabia Pétrea obtienen sus menciones. El primero al invocar en Cafarnaún los
interlocutores de Jesús y Jesús mismo, el maná que los padres comieron en el
desierto (Jn 6,31.49). El segundo al emplear Jesús como antitipo de sí
mismo la serpiente de bronce alzada por Moisés en el desierto (Jn 3,14-15).
Prescindiendo de los espacios desiertos cercanos a Cafarnaún y a otros poblados
de Galilea, Jesús, los Apóstoles y las muchedumbres que les seguían se
dirigieron varias veces a los lugares desiertos no cultivados y no habitados,
sitos en la banda oriental del Lago de Tiberíades.
Ya en Judea, quedan al suroeste
de Jerusalén "Los desiertos en que vivió (Juan Bautista) hasta
el día de su manifestación a Israel"(Lc 1,80). Se trata de lugares
solitarios, empinados, elegidos por el Precursor y no alejados de Aim Karem. En
ellos le 'fue dirigida la palabra de Dios" (Lc 3,2) para proclamar
la llegada del Reino desde otras zonas desérticas, esto es, no habitadas
permanentemente y situadas al oriente, tras el pasillo verde del Jordán, más
allá del palmeral de Jericó y más acá de las dunas movedizas por encima del Mar
Muerto.
El desierto evangélico lo
constituyen propiamente los cientos, los miles, de colinas entrelazadas en el
páramo estepario erosionado, agrietado, desolado, estéril, vasto. Descienden de
los montes de Judea a las vegas del Jordán y se prolongan desde las alturas de
Efrén hasta perderse después de Dimona en el Neguev. Se le calculan unos 80km.
de N. a 5. y de 20 a 25 de E. a O. Mateo nombra expresamente a este desierto y
el cuarto evangelista concreta la región septentrional que lo limita (Mt 3,1;
Jn 11,54).
Un buen número de referencias
evangélicas a estas olas petrificadas por la insolación y la aridez,
corresponden a los asomos últimos de este peculiarísimo páramo al Valle del Jordán.
En general, el desierto de Jesús coincide con el de Judá. A éste se dirigió, "conducido
por el Espíritu para ser tentado por el diablo" (Mt 4,1). En él
permaneció durante "cuarenta días". A él habrá de retirarse al ser
perseguido a muerte, igual que lo fueran Moisés, David, Elías. Ningún otro
Cristo, ningún nuevo Mesías verdadero, volverá a manifestarse partiendo de este
desierto de Judá. Lo anticipará a sus discípulos el propio Jesús: Aunque os
digan: He aquí que el Cristo está en el desierto, no vayáis allá" (Mt
24,26).
Jesús pasó y repasó por
el desierto de Judá
Sitúa S. Lucas (10,30-38) la
parábola del Buen Samaritano inmediatamente antes de que Jesús penetrara en la
aldea y en la morada de las hermanas Marta y María. El camino ascendente hacia
Jerusalén impulsó al doctor de la Ley que, con la inquisición sobre la
identidad de su prójimo, motivó la parábola y aplicación.
A la principal declaración
mesiánica de Jesús se debe el texto más explícito sobre el paso y repaso de
este desierto de Judá por Jesús: "Y se marchó de nuevo al otro lado del
Jordán, al lugar donde Juan había comenzado a bautizar" (Jn 10,40). De
nuevo remontará ese desierto con ocasión de la muerte y resurrección de Lázaro,
el hermano de Marta y María (in 11,6-7). La postrera y definitiva subida a
Jerusalén será registrada expresamente por los tres sinópticos, limitándose
Juan a darla por efectiva al reanudar su relato a partir de la llegada a
Betania (Jn 12,1).
Que la marcha siguió el camino
usual entonces entre Jericó y Betania resalta en Lucas particularmente. "Caminaba
(Jesús) el primero subiendo hacia Jerusalén "(Lc 19,28). Como el
camino más corto es el que, después de atravesar el wadi Kelt costea en
un principio la margen derecha del mismo, ese camino se tiene por cierto que
seguiría. El peregrino cristiano no olvida esta última peregrinación por el
desierto de Judá del Isaac efectivo. Si el Bautista bajó al Jordán para
anunciar el Reino de los Cielos, el Cordero de Dios subió a Jerusalén para
confirmarlo e instaurarlo. La Víctima Expiatoria de la Nueva Alianza ascendía
voluntariamente, a diferencia de las del Antiguo, forzadas y renuentes. Las
direcciones eran contrarias y diversos los valores. Las víctimas del Testamento
Viejo desaparecían en el desierto; la del Nuevo, alzada sobre una piedra
desechada por los canteros jerosolimitanos, atraerá hacia sí cuanto ha sido
creado y perdurará hasta hoy: Stat crux dum volvitur orbis, reza el lema
cartujano.
Mirad, subimos a
Jerusalén
Por S. Marcos consta la
disposición psicológica de los discípulos en esta subida. Estaban como
atónitos, sorprendidos, maravillados, porque "Jesús caminaba delante de
ellos'; se les adelantaba. Ellos, en cambio, "le seguían con
miedo" (Mc 10,32). Al ánimo y decisión de Él seguía el titubeo y temor
de los discípulos, por más que el final cruento, inmediato, predicho por Tomás
el Gemelo antes de iniciarse la subida anterior (Jn 11,16) habría de
verificarse únicamente en el Hijo del hombre. Los tres sinópticos registran que
entonces acaeció la tercera predicción expresa de la Pasión "a los
Doce, tomándoles aparte". Esta confirmación en solitario debió
dejarles más atónitos todavía. "No entendieron nada de esto; no
entendieron lo que les había dicho", insiste Lucas sin osar
interpretar la reacción interior de los Apóstoles (Lc 18,31-34). Lo que resulta
comprensible: La gloria del Unigénito venía irradiando sobre ellos luego de
tres años junto a Jesús y acababa de iluminarles en Jericó. Ninguna predicción
adversa aminoraba en sus ánimos el resplandor de esa gloria - la del Padre, en
la carta a los Hebreos durante la vida misma de Jesús y antes de su Pasión. De
ahí que a continuación y en igual subida y camino, Mateo y Marcos, sin
interrumpir las respectivas narraciones, presenten a la madre de los hijos de Zebedeo,
Santiago y Juan, postrándose ante Jesús para pedirle "que estos dos
hijos míos se sienten uno a tu derecha y el otro a tu izquierda en tu
reino" (Mt 20,20-28). Puesto que los dos Boanerges consintieron en la
actuación de su madre y corroboraron la petición con sus propias respuestas,
sabedores como estaban de la reciente predicción de Jesús, alentaba en ellos la
fe en el triunfo y glorificación del Maestro, tanto vivo como muerto, antes de
la Pasión y después de ella. Juan corroboraría su sinceridad una semana después
sobre el Gólgota. Santiago la probaría al beber, el primero de los Apóstoles,
el cáliz del martirio, catorce años más tarde.
En el aire de estas soledades, en
los silencios de estas colinas, prendidos han quedado el aliento de Jesús y el
jadeo de sus Apóstoles.