JESUCRISTO, HIJO DE DIOS
1°
LECTURA: Deut.
18, 15-20: Haré surgir un profeta y pondré mis palabras en su boca.
SALMO RESPONSORIAL: Sal 94:
Escuchemos la voz del Señor:
2°
LECTURA: Cor. 7, 32-35: La soltera se
preocupa de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos.
EVANGELIO: Mc. 1,
21-28: Enseñaba con autoridad.
¡Es curioso! Asisten a un
exorcismo muy especial y sin embargo, según Marcos, lo que impresiona a la
gente no es la acción de Jesús, sino su enseñanza. En este caso, la curación
sólo intenta reforzar la autoridad con
que Jesús habla. ¡Nadie ha visto nunca nada semejante! El asombro les viene no
por este exorcismo que ha tenido éxito – seguramente habían admirado otros
exorcismos-, sino que tiemblan antes un hombre que puede hablar con una autoridad
tan poderosa. Poderosa y hasta extraña, algo totalmente nuevo. De este modo
quedan ligadas fuertemente entre sí tres palabras: enseñanza, autoridad y
novedad: “¿Qué significa? Un nuevo modo de enseñar, con autoridad”.
No se nos dice nada de esta enseñanza
porque lo importante para Marcos es dirigir nuestra atención hacia aquel que
enseña: “Pero ¿quién es este hombre?”. Estamos al comienzo del evangelio de
Marcos y ya se le ha dado un color. Cada evangelista tiene su color: Mateo nos
ofrece la enseñanza de Jesús; Lucas nos pone en contacto con el cariño de Dios, pero también con su
violencia contra el dinero; Juan señala lo que quiere decir creer para vivir.
Marcos por su parte, nos invita a trabajar conocimiento con Jesús sin decirnos
demasiado pronto: “Es el Hijo de Dios”. Nos pide que tengamos un poco de
paciencia en nuestra aproximación a Jesús
si queremos vivir ese momento de luz en que nos veremos transformados,
quemados, enloquecidos y dichosos porque al fin las palabras gritará su
sentido: Jesús es realmente el Hijo de Dios.
Marcos es un sensibilizador.
Lento, prudente. Elimina las pistas falsas, hace callar a los que podrían
engañarnos. Sé quién eres, dice el demonio de Cafarnaúm ¡El Santo de Dios!.
¡Cállate!, le dice Jesús. Cállate, porque sabes mal lo que yo soy y es
demasiado pronto para decirlo. La educación familiar tiene éxito, los
catecismos son buenos, las lecturas del evangelio son fecundas cuando todo esto
sensibiliza poco a poco para este descubrimiento un hombre, Jesús es Dios. ¿Por
qué esta insistencia en este necesario cuerpo a cuerpo con estas seis palabras
que lo dicen todo: “Jesús es el Hijo de Dios”? Las palabras que vamos a
escuchar, los gestos que vamos a contemplar son una enseñanza absolutamente
única sobre Dios y sobre nosotros porque Jesús es el Hijo de Dios. Se ve mejor
entonces, en este pasaje, la fuerza de la palabra “nuevo”. Quiere decir algo
más que unas cosas nuevas, no escuchadas hasta entonces, y que podrían
completar las enseñanzas antiguas. En este sentido, Jesús no dijo muchas cosas
nuevas. Su mandamiento: “Ámense los unos a los otros”, todo el mundo lo ha
dicho antes y después de él, si no hubiera añadido: “Como yo os he amado”. La
novedad aparece cuando se palpa que, puesto que Jesús es Dios esto significa:
Ama como Dios ama”. ¡Esto sí que es radicalmente nuevo!.
Lo que enseña Jesús lleva
entonces la marca de una novedad absoluta que no añade nada, precisamente
porque es “otra cosa” otro mundo de
pensamiento y de conducta. Jesús hace nacer así un mundo nuevo, porque cuando
él habla es Dios el que habla y el que libera en nosotros un ser nuevo. “¡Sal
de ese hombre”!. Ordena Jesús con una autoridad asombrosa. ¡Que salgan de
nosotros esas maneras de pensar que nos paralizan!. Por fin, hay alguien que
libra nuestro corazón y nuestra vida.
R.P. Roland Vicente
Castro Juárez