4. LA BIBLIA A LA LUZ DE LA
CONSTITUCIÓN “DEI VERBUM”.
Hemos
de reconocer que la Biblia.,
especialmente el Antiguo Testamento, no es un libro fácil de comprender.
Existen varios obstáculos que nos lo impiden: el primero, al que aludimos en la
introducción, es que no se trata de un libro, sino de una colección de 73
libros que han tenido una gestación laboriosa. Los autores sagrados han
utilizado las tradiciones orales o escritas y en la mayoría de los casos las
han incorporado a sus propios escritos. Estos libros datan, algunos de ellos,
de casi tres mil años, por tanto pertenecen a culturas muy distintas de la
nuestra. Sabemos que la Biblia es
Palabra de Dios, así lo afirma la
Dei Verbum en su número 11:
“La revelación que la Sagrada
Escritura contiene y ofrece, ha sido puesta por escrito bajo la
inspiración del Espíritu Santo. La santa Madre Iglesia, fiel a la fe de los apóstoles,
reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus
partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que escritos por inspiración
del Espíritu Santo toda escritura ha
sido inspirada por Dios y es útil para
enseñar, para persuadir, para reprender, para educar en la rectitud (2 Tim 3, 16)”.
Pero la
Biblia es también palabra humana, porque Dios se sirvió de hombres de su tiempo
y de su cultura. Tendremos, por lo tanto que conocer este ropaje humano en que
viene envuelta la Palabra de Dios para saber lo que los autores inspirados
quieren revelar. Y así, sigue la Constitución Dei Verbum en su número 11:
“En la composición de los libros sagrados
Dios se valió de hombre elegidos, que usaban de todas sus facultades y
talentos; De este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos
autores pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería”.
“Dios habla en la Escritura por
medio de hombres y en lenguaje humano, por lo tanto el intérprete de la
Escritura, para reconocer lo que Dios quiso comunicarnos, debe estudias con atención lo que los autores querían decir
y Dios quería dar a conocer con dichas
palabras” (D.V. n° 12).
El
hecho de la inspiración nunca ha sido puesto en duda. Otra cosa muy distinta es
el modo de producirse esta inspiración. A lo largo de este últimos años se han
ido sucediendo distintas hipótesis; hoy
día la que cuenta con más partidarios es la que pone de relieve su carácter
social. Para esta hipótesis los autores sagrados, dada por supuesta la
inspiración, expresan la fe de las comunidades en que viven, son los portavoces
de la comunidad de creyentes en la que escriben y para la que escriben. Ellos
plasman en sus obras la fe de la Iglesia.
“El oficio de interpretar
auténticamente la Palabra de Dios oral o escrita ha sido encomendado únicamente
al Magisterio de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo”
(D.V. n° 10).
“Para descubrir la intención
del autor hay que tener en cuenta los géneros literarios. Pues la verdad se presenta y se enuncia de
modo diverso en obras de diversa índole: histórica, en libros proféticos o
poéticos, o en otros géneros” (D.V. n° 12).
Tal vez
para muchos cristianos haya pasado desapercibido el importantísimo paso dado
por el Vaticano II en la constitución Dei
Verbum respecto a la comprensión
de la Biblia. No muchos años antes del concilio se afirmaba que había que tomar
al pie de la letra lo que la Biblia decía. Así, por ejemplo, como la Biblia
dice que la Creación la hizo Dios en seis días,
así se afirmaba. Hasta el
desarrollo de las ciencias no hubo
problema, pero cuando se demostró que la creación había durado millones de
años, se inventó el “concordismo” que
quería arreglar las cosas diciendo: “por
día” se entiende un período más o menos largo de tiempo. Sin embargo la
Biblia habla en este relato de días de veinticuatro horas. “Hubo así tarde y mañana: Día primero (Gn 1, 5b). Al autor que escribe este relato y que se
encuentra desterrado en Babilonia, no le interesa asegurar que la creación se
hizo en seis días, sino que el séptimo día Yahvé descansó y urgir así a sus
compatriotas la observancia del sábado.
El Vaticano II no habla ya de “inerrancia” en el
sentido de ausencia de errores históricos, científicos, etc. Es normal que en la Biblia existan errores
científicos, ya que toda ella ha sido escrita en época precientífica. Además,
porque a Dios no le interesó revelarnos
la ciencia, para eso hizo al hombre
inteligente y le entregó el mundo: “pueblen la tierra y sométanla, dominen a
los peces del mar, etc” (Gn 1, 26). La constitución Dei Verbum en el número 11 dice:
“Los libros sagrados nos
enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en
dichos libros para salvación nuestra”.
Esto
que parece una novedad del Concilio Vaticano II lo dijo ya san Agustín hace
muchos siglos: Dios no quiere enseñarnos
el curso del sol o de la luna, no quiere hacer matemáticos sino cristianos. Con
el Vaticano II han quedado deslindados
los campos de la ciencia y de la Biblia y cada una puede caminar por el suyo
sin tropezarse, como ocurría hasta hace poco, aunque sí pueden ayudarse
mutuamente.
R.P. Roland Vicente Castro Juárez