viernes, 21 de diciembre de 2012

LECTURAS Y COIMENTARIO DEL IV DOMINGO DE ADVIENTO CICLO C 23 DICIEMBRE 2012


EL GOZO DE CRECER




PRIMERA LECTURA

Lectura del libro del profeta Miqueas (5, 1-4)

Esto dice el Señor: “De ti, Belén de Efrata, pequeña  entre las aldeas de Judá,  de ti saldrá el jefe de Israel,  cuyos orígenes se remontan a  tiempos pasados, a los días más antiguos.
Por eso, el Señor abandonará  a Israel, mientras no dé a luz la  que ha de dar a luz. Entonces el  resto de sus hermanos se unirá a los hijos de Israel.
El se levantará  para pastorear a su pueblo  con la fuerza y la majestad del  Señor, su Dios. Ellos habitarán  tranquilos, porque la grandeza  del que ha de nacer llenará la tierra y él mismo será la paz”.

SALMO RESPONSORIAL ( 79, 2ac y 3b.15-16.18-.19.)

Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve

Escúchanos, pastor de  Israel;
tú que estás rodeado  de querubines, manifiéstate; 
despierta tu poder y ven a salvarnos. R

Señor, Dios de los ejércitos, 
vuelve tus ojos, mira tu viña  y visítala;
protege la cepa  plantada por tu mano,
el renuevo que tú mismo cultivaste. R.

Que tu diestra defienda al que  elegiste,
al hombre que has  fortalecido.
Ya no nos alejaremos  de ti;
consérvanos la vida y alabaremos tu poder. R

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta a los hebreos (10, 5-10)

Hermanos: Al entrar al mundo,  Cristo dijo, conforme al salmo:  No quisiste víctimas ni ofrendas;  en cambio, me has dado un  cuerpo. No te agradan los  holocaustos ni los sacrificios  por el pecado; entonces dije  —porque a mí se refiere la  Escritura—: “Aquí estoy, Dios  mío; vengo para hacer tu voluntad”.
 Comienza por decir: “No quisiste víctimas ni ofrendas,  no te agradaron los holocaustos  ni los sacrificios por el pecado”, siendo así que eso es lo que pedía la ley—; y luego añade:
“Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad”.
 Con esto, Cristo suprime  los antiguos sacrificios, para  establecer el nuevo. Y en  virtud de esta voluntad, todos  quedamos santificados por  la ofrenda del cuerpo de  Jesucristo, hecha una vez  por todas.

EVANGELIO

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (1, 39-45)
En aquellos días, María  se encaminó presurosa a un  pueblo de las montañas de  Judea, y entrando en la casa  de Zacarías, saludó a Isabel.  En cuanto ésta oyó el saludo  de María, la creatura saltó en su seno.
Entonces Isabel quedó llena  del Espíritu Santo, y levantando  la voz, exclamó: “¡Bendita tú  entre las mujeres y bendito el  fruto de tu vientre! ¿Quién soy  yo, para que la madre de mi  Señor venga a verme? Apenas  llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno.
Dichosa tú, que has creído,  porque se cumplirá cuanto te fue  anunciado de parte del Señor”.

COMENTARIO

María, se pone en camino “rápidamente”. Es el comienzo de las marchas en san Lucas, el evangelista de los caminos. Su evangelio está siempre en movimiento, lo mismo que su segundo libro, los Hechos de los apóstoles. De Nazareth la salvación irá a Jerusalén, luego tras la resurrección comenzará la conquista del mundo (Hch. 1, 8).
Los testigos dice Pedro, son esos hombres “que nos acompañaron mientras vivía con nosotros el Señor Jesús” (Hch. 1, 21). Y ésta es la primera marcha misionera: María que se pone en camino rápidamente, vibrando todavía por su anunciación: “¡Hágase en mí según tu palabra!”. Se apresura a ir a ver  la primera maravilla anunciada: “Isabel, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y la que decían que era estéril está ya de seis meses”. María lo cree. Todo es inaudito, pero ella cree. Le invade el gozo, el gozo de creer, el gozo de entrar en los tiempos mesiánicos y de ser ella la que los abre. “Yo soy la esclava del Señor”. La visitación irradia el gozo de creer. Isabel multiplica las palabras de gozo: “La criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú, que has creído!. ¡Que alegría que me visite la madre de mi Señor!”.
Y María responderá con el Magnificat, su cántico de alegría. Lucas nos indica cuál  es la fuente de ese gozo tan especial: el Espíritu. El Espíritu vino sobre María, llenó a Isabel, en Pentecostés llenará a los apóstoles. Y nos llena a nosotros cuando creemos y proclamamos que Jesús es Señor, es decir el Mesías, el Salvador, pero un Mesías tal como ningún judío se habría podido imaginar: Dios dándonos a su Hijo.
Nuestra fe y nuestro gozo dependen de la fuerza con que creemos en esto. Nos perdemos en cosas secundarias, disputamos entre cristianos sobre cuestión de detalles, en vez de vivir a fondo  y de proclamar lo esencial, la revelación fantástica: el niño que va a nacer de María es el Hijo de Dios. Otro cántico viene después del Magnificat, el Benedictus: “¡Bendito sea Dios, que ha visitado a su pueblo!. ¡Dios mismo que nos viene a visitar!.
Hay muchas cosas que creer: la resurrección de Jesús, su presencia en la eucaristía, el perdón de nuestros pecados, el triunfo final de la vida sobre el sufrimiento  y la muerte. Pero para todas esas cosas nuestra fe será fácil y sólida si estamos bien enraizados en lo más difícil: creer que Dios ha venido a recorrer nuestros caminos: “Hemos visto los pasos de nuestro Dios cruzándose con los pasos de los hombres”.
Y para que viniera a nosotros necesitaba a María. Nada puede darnos mayor devoción a la Virgen que verla tan dichosa de creer y ofreciendo ya a su Hijo para quien explotan los primeros gozos de la fe. Cuando quiere hablar de María, el concilio tiene estas palabras magníficas: Ella presentó la vida.
Pbro. Roland Vicente Castro Juárez