“PARA TI, EN ESTE
MOMENTO, ¿QUIÉN SOY YO?”.
ORACION COLECTA
Concédenos, vivir siempre en el
amor y respeto a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes
estableces en el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
Lectura de la profecía de
Zacarías 12,10-11;13,1
Así dice el Señor: «Derramaré
sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de
gracia y de clemencia. Me mirarán a mí, a quien traspasaron, harán llanto como
llanto por el hijo único, y llorarán como se llora al primogénito. Aquel día
será grande el luto en Jerusalén, como el luto de Hadad-Rimón en el valle de
Meguido.». Aquel día, se alumbrará un manantial, a la dinastía de David y a los
habitantes de Jerusalén, contra pecados e impurezas.
SALMO
RESPONSORIAL (62)
Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.
Oh
Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne
tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua. R.
¡Cómo
te contemplaba en el santuario viendo tu fuerza y tu gloria!. Tu gracia vale
más que la vida, te alabarán mis labios.
R.
Toda
mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote. Me saciaré como de
enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos. R.
Porque
fuiste mi auxilio, y a la sombra de tus alas canto con júbilo; mi alma está
unida a ti, y tu diestra me sostiene. R.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los Gálatas 3,26-29
Todos son hijos de Dios
por la fe en Cristo Jesús. Los que se han incorporado a Cristo por el bautismo se
han revestido de Cristo. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos
y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús. Y, si son
de Cristo, son descendencia de Abrahán y herederos de la promesa.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,18-24
Una
vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó:
«¿Quién dice la gente que soy yo?».
Ellos
contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha
vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.».
Él
les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?».
Pedro
tomó la palabra y dijo: «El Mesías de Dios.».
Él
les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: «El Hijo del hombre
tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y
escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.».
Y,
dirigiéndose a todos, dijo: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo,
cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su
vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.».
COMENTARIO
Y ustedes ¿quién dicen que soy?. Es el test
sobre nuestras relaciones con Jesús. Por una parte, el misterio de su personalidad
es tan grande y tan desconcertante, y por otra parte evolucionamos tanto
nosotros mismos, que continuamente hay que precisar de nuevo qué es lo que
vamos siendo en relación con él. Lucas
indica que Jesús había estado “orando solo”. Es así como se tiene que preparar
uno siempre que llega a un momento clave de su vida. Antes de entrar en los
días difíciles, quiere verificar el estado de sus relaciones con sus
discípulos.
Si no era para ellos más que un rabino, su
enseñanza sería lo más importante. Pero debido a todo lo que él es, no se le
puede escuchar ni seguir más que avanzando hacia su misma persona hacia su
misterio.
Ese
“¿quién soy yo para ustedes?” No es la pregunta curiosa y cariñosa de un
maestro, sino una verificación capital: si no vislumbras suficientemente lo que
soy, no entrarán en la relación absolutamente única que tiene que ligarles
conmigo.
Se
trata sin embargo de un error frecuente: leemos el evangelio e intentamos
vivirlo, sin verificar bastante nuestras ideas sobre Jesús. Deberíamos comenzar
cada lectura del evangelio – y más aún cada etapa importante de nuestra vida
creyente-, poniéndonos bajo este interrogante
de Jesús: En este momento ¿quién soy yo para ti?. Para ti, no para la gente. Para ti, personalmente,
por encima de las respuestas hechas. Una pregunta delicada. Entonces
progresaríamos de dos maneras: en el conocimiento de Jesús y también
en la convicción de que sólo se vive de verdad con él (escucharle, amarle y
seguirle) a fuerza de situarnos bajo su misterio terreno y celestial. Siempre
que nos aferramos sólidamente a un título: Mesías, Hijo de Dios, Verbo Dios y
hombre, liberador, un profeta
asesinado, el Sagrado Corazón, verdadero Dios y verdadero hombre, súper-star...
Jesús impone silencio... sentimos la tentación
de creer que hemos captado el misterio. Es difícil conocer a Dios sin herirle.
Pero no, la relación con Jesús es una continua búsqueda de una doble identidad:
“¿quién soy yo ahora?” ¿Y quién es Jesús para mí, ahora? Por otra parte, esto
es verdad en toda relación: es incansablemente un reajuste recíproco ya que los
dos cambian, es ésta una idea vulgar que olvidamos muchas veces en la práctica
de nuestras relaciones ordinarias y sobre todo en el caso de Jesucristo. Pero
Cristo ¿no cambia?. Sí, en dos aspectos. Primero, siendo cada vez mejor
conocido. Los exegetas, los teólogos, los místicos y el pueblo de Dios movido
por el Espíritu no cesan de escudriñar su misterio. ¡Y ese misterio es el
misterio de un viviente! Consecuencia de la encarnación y de la resurrección,
lo que Cristo va viviendo con los hombres en cada época hace de él un Cristo
que cambia, un Cristo más “Total” aguardando el día en que adquiera su estatura
completa. No podemos tratar de veras con él más que dejándonos trabajar por su pregunta
continuamente reactualizada: “Para ti, en este momento, para el mundo en que
vives y que influyes en ti “¿quién soy yo?”.
PLEGARIA UNIVERSAL
Hoy contemplamos a un Dios preocupado por su pueblo. Con esa
convicción suplicamos al Señor, diciendo: Señor, acompáñanos en la vida.
1.- Por el Papa Francisco, los obispos, los
sacerdotes, los diáconos y los fieles de la Iglesia, para que escuchen la voz
de Dios y guarden su alianza. Señor, acompáñanos en la vida.
2.-
Por los que gobiernan las naciones, para que, imitando y siguiendo la voz de
Cristo, atiendan las urgentes necesidades de sus pueblos. Señor, acompáñanos en la vida.
3.-
Por aquellos que, dejándolo todo, fueron a proclamar el reino de los cielos y a
atender a los necesitados. Señor, acompáñanos en la vida.
4.-
Por todos nosotros -presentes en esta Eucaristía- para que seamos siempre conscientes del gran
amor que nos tiene Cristo, quien murió por nosotros y correspondamos llevando ese amor a los más necesitados. Señor,
acompáñanos en la vida.
Señor, haz que con la escucha frecuente de tu Palabra y el continuo alimento de tu Cuerpo, sigamos con rectitud
tus caminos, ayúdanos y concédenos lo
que verdaderamente necesitamos. Por Jesucristo nuestro Señor.
ORACION SOBRE LAS OFRENDAS
Acepta, Señor este sacrificio de reconciliación y alabanza,
para que purificados por su poder, te agradecemos con la ofrenda de nuestro
amor. Por Jesucristo nuestro Señor.
ORACION DESPUES DE LA COMUNION
Renovados con el Cuerpo y la Sangre
de tu Hijo, imploramos de tu bondad, Señor, que cuanto celebramos en cada
eucaristía sea para nosotros prenda de salvación. Por Jesucristo nuestro Señor.
PALABRA DE DIOS Y SANTORAL DE CADA
DÍA
Lunes: 1R. 17.5-8.13-15ª.18; Sal 59;
Mt. 7, 1-5.
Martes: San Luis Gonzaga,
Religioso (MO)
R.
19, 9b-11.14-21.31-35ª.36; Sal 47; Mt. 7, 6.12-14.
Miércoles: 1R. 22, 8-13; 23,
1-3; Sal 118; Mt. 7, 15-20.
Jueves: 1R. 24, 8-27; Sal
78; Mt. 7, 21-29
Misa
Vespertina de la Vigilia (S)
Jr
1, 4-10; Sal 70; 1P 1, 8-12; Lc 1, 5-17.
Viernes: Natividad e San Juan
Bautista (S)
Is
49, 1-6; Sal 138; Hc 13, 22-26; Lc 1, 57-66.80.
Sábado: Lam. 2,
2.10-14.18-19; Sal 73; Mt. 8, 5-17.
Domingo: 1R. 19, 16b.19-21; Sal 15; Gl. 5, 1.13-18;
Lc. 9, 51-62.
COMENTARIOS
AL EVANGELIO
Lc 9,
18-24
Par.: Mt 16, 24-27 Mc 8, 34-38
1.- Texto.
A la pregunta de quién es Jesús formulada por Herodes en Lc. 9, 7-9,
Lucas ha respondido presentándonos a un Jesús que acoge a la gente y no la
abandona a su propia suerte (Lc. 9, 10-17). Era el modelo a imitar que veíamos
el día del Corpus. El texto de hoy arranca de la misma pregunta, formulada hoy
por el propio Jesús: ¿Quién dice la gente que soy yo? La respuesta la hallamos
en el v.22: El hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado, ser
ejecutado y resucitar al tercer día. Esta respuesta es un correctivo a la
opinión sobre Jesús formulada por Pedro en términos de Mesías, es decir, de
agente libertador del pueblo judío y restaurador del reino de Israel.
Frente a esta opinión, Jesús habla de su muerte y resurreción, para en
los vs. 23-24 hacer extensivo este mismo camino a todos: El que quiera
seguirme...
Una vez más, la perspectiva de Lucas no es tanto cristológica cuanto
catequética. Lucas construye el texto pensando en Jesús como ejemplo a imitar;
su interés es decirle al lector cómo debe ser a semejanza de Jesús. De la misma
manera que Jesús tiene que morir y resucitar, el cristiano puede también perder
su vida y salvarla. Muriendo a manos de otros y resucitando a manos de Dios,
Jesús es el modelo de muerte cristiana.
Comentario. El modelo cristiano no es ascético. Negarse a sí mismo y
cargar con su cruz cada día son al seguidor de Jesús lo que padecer, ser
desechado y ser ejecutado son en Jesús. Jesús no murió; lo mataron. La negación
de sí mismo y la cruz no son un ejercicio de autodominio y de sufrimiento que
tenga su origen en la voluntad del ejercitante. La negación de sí mismo y la
cruz de los que habla el texto tienen su origen en la voluntad de otros
presionando sobre y contra el seguidor de Jesús.
El modelo cristiano ahonda sus raíces en el puro y crudo realismo. Enraizado,
sin embargo, en el realismo, el modelo cristiano es lo más opuesto al
fatalismo, al desengaño o la frustración. En el cristiano no hay cabida para la
desesperanza.
Es importante recalcar, por último, que el modelo cristiano trazado en
el texto es un camino común a todos. No cabe hablar de un camino para perfectos
ni de consejos evangélicos. Se trata de un camino cuyo único requisito previo
es querer hacerlo. El modelo es único y para todos el mismo, para todos duro,
pero también maravilloso y esperanzado.
DABAR 1989/34
2.-Texto. A diferencia de los otros dos sinópticos, que sitúan la escena
en la zona de Cesárea de Filipo. Lucas omite toda referencia local,
sustituyéndola por un tiempo de oración de Jesús. Con este telón de fondo
asistimos después a la conversación de Jesús con sus discípulos. Y cosa muy
poco habitual, el tema de conversación versa sobre el propio Jesús.
¿Quién dice la gente que soy yo? ¿Quién decís que soy yo? Oponiéndose a
la opinión de sus discípulos, Jesús habla de sí mismo como del Hijo del hombre
que tiene que padecer mucho, ser desechado, ser ejecutado y resucitar.
"Tiene que" rige a los cuatro infinitivos. En las palabras que siguen
Lucas amplia el auditorio, hecho no suficientemente recogido por la traducción
litúrgica. Van dirigidas no sólo a los discípulos sino a todos en general. El
tono de las mismas ya no es el de la conversación distendida sino el de la
afirmación grave y categórica. El que quiera seguirme, que se niegue a sí
mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. La puntualización
"cada día" confiere a las palabras un matiz que no se encuentra en
los otros sinópticos.
Comentario. La fórmula de encabezamiento en el original confiere a este
texto la categoría de texto importante. La mención de la oración ratifica este
calificativo. En todo lo que llevamos de actuación de Jesús es la primera vez
que el autor centra su atención en Jesús mismo, no en lo que éste dice o hace.
¿Quién es Jesús? Se trata, pues, de adentrarse en su persona, de saber de él.
Se sucede una reseña de opiniones. Es eso, una simple reseña, porque
Lucas no entra en su valoración. Pero hay una opinión en la que sí se detiene.
Es la expresada por Pedro: El Mesías de Dios. Y se detiene para prohibirla y,
en su lugar, hablar de el Hijo del hombre.
Ríos de tinta han corrido a propósito de ambos títulos. Me siento
incapaz de una síntesis.
Tampoco, tal vez, sea importante o necesaria aquí. Pero lo que sigue sí
que lo es: Tiene que padecer mucho, ser desechado, ser ejecutado, resucitar.
J/MU/NECESIDAD J/PASION/NECESIDAD TENER-QUE: Es decir, los padecimientos infligidos, la muerte
impuesta y la resurrección forman parte esencial y necesaria de la vida de
Jesús. "El Hijo del hombre tiene que". La explicación de esta
necesidad nos llevaría muy lejos. Simplemente quiero indicar que esta necesidad
no tiene nada que ver con la fatalidad de la tragedia clásica griega. Es una
necesidad que ahonda sus raíces en la vida tal y como ésta es: con sus
mezquinos y mortales juegos de intereses, pero también con la presencia de la
gracia.
Jesús vive inmerso en ambos componentes: por eso tiene que ser eliminado
y tiene que vivir.
CZ/SEGUIMIENTO: Pero esta condición no es aplicable solamente a Jesús. Los dos últimos
versículos de hoy la hacen extensiva a todos y cada uno de sus seguidores. El
v. 23 aclara el concepto de seguimiento: El que quiera seguirme que se niegue a
sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. En la formulación de
Lucas no se trata de seguir a Jesús con vistas al momento final de la cruz,
sino de un seguimiento continuado, día a día. La cruz deja de referirse
exclusivamente a un instrumento de suplicio concreto y determinado y pasa a
abarcar la mil pruebas que en el vivir cotidiano acechan al seguidor de Jesús
por el hecho de serlo y de llevar un estilo de vida como el suyo. Este estilo
de vida puede llevar al seguidor de Jesús a tener que dejar jirones de su vida
en el camino, pero sólo un estilo de vida así merece realmente el nombre de
vida.
DABAR 1986/35
3.-Aunque Lucas no dice donde ocurrió esta escena, sabemos por los otros
sinópticos que fue en un lugar cercano a Cesarea de Filipo.
Por su parte, Lucas es el único que nos habla de esta oración de Jesús
en presencia de sus discípulos. La oración de Jesús solo al Padre es una señal
de su relación singular con él, en la que nadie puede inmiscuirse.
Jesús tiene conciencia de su dignidad y de su misión, sabe quién es y lo
que ha venido a hacer en el mundo. Pero los hombres no pueden hacer otra cosa
que barruntar este misterio insondable y muchas veces andan despistados. La
gente está dividida en sus opiniones respecto a Jesús: unos dicen que es el
bautista revivido, otros que Elías o alguno de los antiguos profetas.
Jesús interpela directamente, personalmente, a los suyos, a los que ha elegido
y reunido en torno a su persona. La fe es una respuesta personal al misterio de
Cristo que nos interroga.
Pedro responde por sí mismo y, en cierto modo, en nombre de los doce. Lo
que dice de Jesús es la expresión de un conocimiento que le ha sido dado. No
inspirado por la simpatía o por la admiración al Maestro, por la carne o por la
sangre, sino por el Padre.
Nadie puede entrar en el misterio de Cristo, si Cristo no se manifiesta
en sus palabras y en sus obras, y si Dios mismo, el Padre, no le introduce en
ese misterio.
Jesús prohíbe a sus discípulos que vayan diciendo a la gente que él es
el mesías de Dios. No por nada, sino porque quiere evitar malentendidos. Los
contemporáneos de Jesús, incluso sus propios discípulos, pensaban en un mesías
que restableciese el honor de Israel y lo librara de la opresión extranjera que
padecía. El significado de la persona, de las palabra y las obras del Maestro,
de la excelsa dignidad del mesías de Dios, lo descubrirían los apóstoles tan
sólo a la luz de los acontecimientos pascuales. Entonces, y una vez recibido el
Espíritu Santo, llegaría el momento de proclamar sin equívocos que Jesús es el
Cristo, el mesías de Dios.
Jesús entiende su mesianismo de acuerdo a lo anunciado por Isaías sobre
el siervo de Yahvé. Ha venido, por tanto, a cumplir en todo la voluntad de
Dios. Y ésta es la voluntad de Dios: que el hijo del hombre padezca, muera y
resucite. Lucas no dice cómo reaccionaron los discípulos ante semejante
programa, pero Marcos nos dice que el mismo Pedro que confesó su fe trató de
apartar a Jesús de este camino (Mc 8, 32).
La suerte que Jesús está dispuesto a correr entregando su vida hasta la
muerte de cruz, es elevada a norma de conducta de cuantos quieran seguirle como
discípulos. Sólo así puede llegar a la gloria de la resurrección, sólo así
resucitarán con él los que creen en él. Porque vivir es dar la vida, y retener
la propia vida para ponerla a salvo es morir sin remisión.
EUCARISTÍA 1989/29
4.-a) En un primer momento, Cristo quiere obtener una confesión de los
Doce sobre su mesianidad. Por boca de Pedro, los apóstoles llegan a confesarla,
después de haber descartado las demás hipótesis posibles.
Pero esta mesianidad es equívoca en la medida en que entraña, en el
espíritu de los contemporáneos, la idea del restablecimiento del Reino por la
violencia y por un juicio de las naciones.
También Cristo impone antes que nada el silencio a los suyos,
sugiriéndoles que no habrá mesianidad sino a través de la muerte y la
resurrección.
MESIAS/CZ: En un
momento dado de su ministerio Jesús ha tomado, pues, conciencia de las
modalidades en las que iba a ejercerse su mesianidad y ha hecho compartir esta
convicción a los suyos. Se advertirá que esta luz le ha sido dada (v. 18) en el
curso de un tiempo de oración. En su deseo de responder lo más perfectamente
posible a la voluntad de Dios, Jesús quiere que su mesianidad no tenga nada de
político ni de desquite (cf. Mt 8, 4-10), sino que sea toda de dulzura y de
perdón. Esta opción no es fácil de tomar ni de mantener. Numerosas oposiciones
se dirigen contra Jesús, y este no tarda en darse cuenta de que tal elección le
conducirá a la muerte (v. 22).
Cabe imaginarse el drama de conciencia de Cristo: se sabe encargado de
cumplir con una vocación mesiánica, entiende que ha de cumplirla en la dulzura
y con medios pobres y se da cuenta de que no podrá conducir a buen término su
obra al intervenir la muerte antes de su realización. ¿Entonces? Sin duda Dios
quiere que sea más allá de la muerte cuando Jesús complete con éxito su misión
mesiánica. ¡Dios no le abandonará, sin duda, en la muerte! De esta manera
Cristo llega a pensar en su resurrección y a proclamarla (v. 22).
b) Esta meditación de Cristo sobre el más allá de su muerte explica, sin
duda, que este pasaje inaugurara primitivamente el discurso eclesiástico (Mt
18): al presentar su muerte Cristo comienza, en efecto, a constituir la
comunidad que prolongará su obra. Por esto se preocupa de la fe y de la
fidelidad de sus discípulos: Lucas ha condensado en los vv. 23-26 algunas sentencias
de Cristo sacadas del discurso apostólico (Mt 10, 33, 38, 39): los discípulos
del Mesías no resultarán más favorecidos que el Maestro si permanecen
profundamente fieles a su papel mesiánico en el mundo e integran a su misión el
sufrimiento y el despojo que le son inherentes.
J/ORACION. Lucas
muestra a Cristo en oración cada vez que va a tomar una decisión importante o
va a comprometerse en una nueva etapa de su misión (cf. Lc 3, 21; 6, 12; 9, 29;
11, 1; 22, 31-39). Lucas es, en este caso, el único que menciona la oración de
Cristo (v. 18) antes de obtener la profesión de fe de los suyos y de
anunciarles su Pasión. Así cabe pensar, como en cada una de las demás
circunstancias mencionadas por Lucas, que Jesús reza por el cumplimiento de su
misión, cuyos contornos no ve más que en la oscuridad. No basta explicar esta
actitud de oración en Jesús por el deseo único de dar ejemplo a sus apóstoles.
Jesús no ora simplemente con fines edificantes. Si reza es porque realmente el
objeto de su oración no le parece cierto: los teólogos que atribuyen a Jesús un
conocimiento perfecto del futuro no pueden dar un contenido real a la oración
implorante de Jesús: no se reza para que la ley de la gravedad produzca sus
efectos. Si Jesús reza es que el futuro, como es el caso de todo hombre, no
está en sus manos, y que la incertidumbre sobre lo que va a pasar reina en su
conciencia. La voluntad humana, que es la suya, no tiene en sí misma el poder
de realizar su misión; también El pide a Dios luz y ayuda.
La oración de Jesús es, pues, real: significa que El afronta el misterio
de la muerte que se perfila en el horizonte de su ministerio en la oscuridad de
la conciencia y del saber humanos.
MAERTENS-FRISQUE 5.Pág. 95
5.-Lucas ha terminado la narración de la actividad de Jesús en Galilea y
antes de iniciar la narración del viaje a Jerusalén se dirige al grupo de los
discípulos y les revela los misterios del reino de Dios. En este contexto y la
lectura de hoy es el punto culminante del progreso.
La confesión mesiánica de Pedro viene corregida y desarrollada en la
revelación del misterio del sufrimiento del Mesías. A esa revelación se vincula
íntimamente el llamamiento a tomar la cruz. El texto habría sido más completo
si se hubieran añadido las sentencias siguientes en las que se precisan los
riesgos que pueden desfigurar y desvirtuar el seguimiento de Jesús: el afán de
ganancias y el miedo a confesar a Jesús, avergonzarse...
Pedro no confiesa sólo a Jesús como Mesías sino como el Mesías de Dios.
Al presentarlo así, Lucas, subraya que Jesús está de tal manera subordinado al
Padre que, por medio de él y en él, Dios intervienen en la historia de la
salvación. Jesús precisa que la mesianidad no se puede entender sin la pasión,
muerte y resurrección.
Todos deben acoger la llamada al sufrimiento y el anuncio de las
condiciones. Hay una identidad y una continuación entre la vida de Jesús y la
del discípulo que le sigue. Como la vida de Jesús también la del discípulo está
marcada por la cruz. La disponibilidad en el seguimiento puede llevar a casos
límites.
En el momento en que escribe Lucas la persecución ha cesado y el gran
peligro de la Iglesia es la sed de bienes temporales y de seguidores que
sofocan la fe y conducen a querer pasar desapercibidos para no renovar la
persecución y el martirio. Se pregunta explícitamente, ¿quién es Jesús? La
respuesta de los discípulos nos da a conocer lo que se pensaba de él. También
hoy es oportuno escuchar las respuestas que se dan ante la presencia de Jesús.
Hay que replantear la pregunta no para responder en un plan conceptual, sino
personal.
P. FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1986/13
06.
Autor: P. Juan Carlos Ortega Rodríguez
No sé si a usted le ocurre lo mismo que a mí. Algunas expresiones del
Evangelio me han sido difíciles de entender, cuanto más de vivirlas.
Una de ellas es la que el Santo Padre ha propuesto a los jóvenes: “En
esta ocasión, deseo invitarles a reflexionar sobre las condiciones que Jesús
pone a quien decide ser su discípulo: Si alguno quiere venir en pos de mí – Él
dice -, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lc 9, 23).
De las tres condiciones que Cristo pone (renunciar a sí mismo, tomar la
cruz y seguirle), la primera me ha creado más dificultades de
comprensión.
Parecería que Jesucristo y el mismo Papa no saben mucho de psicología y
sociología humana, pues “el hombre tiene arraigado en el profundo de su ser la
tendencia a pensar en sí mismo, a poner la propia persona en el centro de los
intereses y a ponerse como medida de todo”. ¿Cómo, entonces, se les ocurre pedir
al hombre, y más aún al joven, que renuncie a sí mismo, a su vida, a sus
planes?
En realidad, “Jesús no pide que se renuncie a vivir, sino que se acoja
una novedad y una plenitud de vida que sólo Él puede dar”. He aquí el elemento
que nos hace entender las palabras evangélicas. En realidad no se nos pide
renunciar sino todo lo contrario. Se nos pide y recomienda acoger, y en
concreto, acoger toda la grandeza de Dios.
Quizá un ejemplo nos ayude a entender este juego verbal entre renunciar
y acoger. Cuando unos recién casados me piden bendecir su hogar me muestran,
una por una, las dependencias de la casa: el comedor, la cocina -- ¡para que no
se le queme la comida!, suelen comentar los maridos --, la sala de estar, la
habitación del matrimonio -- me da mucho gusto cuando la preside un crucifijo o
una imagen de la Virgen -- y la habitación de los niños. Ésta ordinariamente,
como todavía no han llegado los bebés, está llena de todos los regalos de
boda. No falta el comentario de la esposa que se excusa p orque todavía no ha
tenido tiempo de revisar todos los presentes recibidos.
Pero, he aquí que llega la cigüeña y es necesario preparar la habitación
para el bebé. ¿Qué se hace? ¿Se renuncia a los regalos? ¡Ni mucho menos! El
deseo de acoger al primer hijo, plenitud del amor y de la vida de los nuevos
esposos, les mueve a buscar lugares en el hogar dónde colocar los regalos de
modo ordenado.
El modo de actuar de los primerizos papás es algo parecido a lo que
Cristo nos pide. Como la alegría del primer bebé ordena las cosas del hogar,
así cuando “el seguimiento del Señor se convierte en el valor supremo, entonces
todos los otros valores reciben de aquel su justa colocación e
importancia”.
”Renunciar a sí mismo - dice el Papa - significa renunciar al propio
proyecto, con frecuencia limitado y mezquino, para acoger el de Dios”. Pero
debemos entenderlo correctamente. Renunciar a sí mismo no es un rechazo de la
propia persona y de las buenas cosas que en nosotros hay, sino acoger a Dios en
plenitud y con su luz, no con la nuestra, ordenar todos los elementos de
nuestra vida.
Ante nuestros proyectos limitados y mezquinos, como los llama el Santo
Padre, se encuentra la plenitud del proyecto de Dios. ¿En qué consiste esta
plenitud? En primer lugar, ante el limitado plan humano del tener y poseer
bienes, Dios nos ofrece la plenitud de ser un bien para los demás. En realidad,
el Señor no quiere que rechacemos los bienes, por el contrario desea que
nosotros nos convirtamos en un bien y usemos de lo material en la medida que
nos ayude a ser ese bien para los demás. “La vida verdadera se expresa en el
don de sí mismo”.
A la autolimitación del hombre que “valora las cosas de acuerdo al
propio interés”, se nos propone la apertura a la plenitud de los intereses de
Dios. Se nos invita a obrar con plena libertad aceptando los planes de Dios,
que siempre serán mejores que los nuestros. No se nos quita la capacidad de
decid ir. Por el contrario, se nos ofrece la oportunidad de que nuestra
libertad escoja en cada momento lo mejor para nosotros, que es la voluntad de
Dios.
Por último, a la actitud humana de “cerrarse en sí mismo”, permaneciendo
aislado y sólo, se nos propone el vivir “en comunión con Dios y con los
hermanos”. No se nos pide dejar de ser nosotros mismos. Más bien, se nos invita
a valorar lo que somos, hasta el punto de considerarnos dignos para Dios y para
los demás.
En resumen, cuando Jesucristo nos pide renuncia, en realidad nos está
invitando a vivir plenamente la vida.