viernes, 3 de enero de 2020

LECTURAS Y COMENTARIO DOMINGO EPIFANIA DEL SEÑOR CICLO A - 5 ENERO 2020


VENIMOS DE ORIENTE A ADORAR AL REY


ORACION COLECTA
Oh, Dios que revelaste en este día tu Unigénito a los pueblos gentiles por medio de una estrella, concédenos con bondad, a los que ya te conocemos por la fe, poder contemplar la hermosura de tu gloria. Por Nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA
Lectura del Profeta Isaías 60, 1-6
¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!,. Mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora.
Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen a ti: tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar, y te traigan las riquezas de los pueblos.
Te inundará una multitud de camellos, los dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor.

SALMO RESPONSORIAL (71)
Se postrarán ante ti, Señor, todos los reyes de la tierra.

Dios mío, confía tu juicio al rey, tú justicia al hijo de reyes: para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. R.

Que en sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; que domine de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra. R.

Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributos; que los reyes de Sabá y de Arabia le ofrezcan sus dones, que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan. R.

Porque él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres. R.

SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Efesios 3, 2-3a. 5-6
Hermanos: Han oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor suyo. Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según San Mateo 2, 1-12
Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo.
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.
Ellos le contestaron: En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el Profeta: «Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel.».
Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: Vayan y averigüen cuidadosamente qué hay del niño, y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo.
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro; incienso y mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.

COMENTARIO

En el evangelio de la epifanía una palabra puede por sí sola adentrarnos en la meditación: ver. Tener ojos para descubrir las cosas secretas, ojos de epifanía como los reyes magos. Vieron al niño con su madre y cayeron de rodillas para adorarle.
¿Qué es lo que sabían? ¿Qué es lo que se imaginaban? ¿De qué alturas tuvieron que bajar para adaptarse a aquella realidad tan humilde: una pareja con un recién nacido? Vieron. Primera llamada de la epifanía: ver al niño. Ver todo lo que hay en aquel pequeño ser absolutamente único, decirse que por él podemos ver a Dios, como expresa muy bien la liturgia armenia: Hoy el invisible aparece. El que no vemos hace ver, para hacer de nosotros unos videntes. Ver a Dios: Nadie – dice san Juan en el prólogo de su evangelio-, ha visto nunca a Dios; el Hijo único que está en el seno del Padre nos revela. ¡Si tuviéramos ojos para ver esas cosas! Los ojos de la fe, los ojos que antaño, en Palestina, supieron abrirse al misterio de Jesús, y la mirada interior que ahora nos pone de rodillas ante él. ¿Que es lo que les impide – escribía santa Teresa de Ávila -poner en nuestro Señor la mirada del alma? El sólo espera de una mirada de ustedes.
Esa mirada interior, ese poder de visión de la fe no tienen que encerrarnos en un pequeño getto: ¡Tú y yo!. Ni tampoco en un getto algo mayor: Nosotros, los cristianos. Esa es la segunda llamada de la epifanía: demostrar que el niño está allí para todos. Detrás de los magos, ver a todos los pueblos que ellos simbolizan, lo que Isaías descubría con ojos de epifanía. Mira, Jerusalén. La noche cubre los pueblos, pero sobre ti se levanta el Señor; las naciones caminan a tu luz. ¡Mira cómo se reúnen! Se diría que hay una fatalidad que limita nuestra mirada. Estamos hechos para los grandes espacios de un mundo en espera de Dios y estrechamos nuestras miradas fijándonos en nosotros y en nuestra parroquia y vamos al rinconcito de los pequeños grupos que siguen aún practicando. Despierta en nosotros, Señor el ardor de los primeros cristianos para los que estaba aún viva la palabra de Jesús: Vayan y hagan discípulos de todas las naciones (Mt 28, 19). Que tu iglesia, la iglesia de estos tiempos de increencia, no deje de realizar su opción misionera; tal como lo piden nuestros obispos.
Al rezarte así tengo que enfrentarme con mi propia anemia misionera. Quizás con mis miedos. Vivo entre los hombres y mujeres que no te ven y hago como si yo no fuera un vidente. Pero ¿cómo hablar de ti a la gente de la calle, de los grandes almacenes y de las fábricas? ¿E incluso simplemente a Pedro, Carlos, Marco, Pilar, Oscar, con los que trato hace tiempo sin haber podido preocuparles un poco por ti? ¡Respetar sus ideas, su conciencia! ¡Demasiado bonito eso de respetar!  Pongo mala cara cuando me hablan de gente que no es de mi iglesia, pero ¿Cuáles son mis actos misioneros? ¿Cómo soy un testigo? Resulta muy cómodo decir que uno da testimonio con su vida; pero sé muy bien que a veces el anuncio exige una palabra..., y me callo. Incluso acabo por no ver a los que aguardan mi testimonio. ¡Devuélveme ojos de apóstol, ojos de epifanía!

PLEGARIA UNIVERSAL
Hermanos, dirijamos al Padre nuestras su0plicas con el deseo de que la humanidad entera acoja la presencia amorosa de Dios, que en el Niño de Belén, se ha manifestado como salvador de todos. R. ¡Cristo, luz del mundo]; sálvanos!.

1.- Para que los miembros de la Iglesia, aminados por el testimonio y la palabra profética del papa y los obispos, irradiemos la luz de Cristo en la humanidad. Roguemos al Señor. R.
2.- Por los gobernantes del mundo: para que, en contraste con el rey Herodes, convoquen a los lideres de cada nación y tomen juntos las mejores decisiones que favorezcan la paz y la vida digna para todos. Roguemos al Señor.

3.- Para que todos los que buscan el bien y la verdad descubran, en los hechos sencillos de la vida cotidiana, los signos de la presencia de Dios, y lo acojan como el menor tesoro de su vida. Roguemos al Señor.

4.- Para que nuestros hermanos que sufren física, espiritual o moralmente descubran como ofrecer al Señor la mirra de sus sufrimientos y unidos a su pasión, sientan su amor y su fuerza. Roguemos al Señor.

5.- Para que los niños del mundo entero puedan descubrir que el mejor regalo que Dios les puede ofrecer es el don precioso de la fe, y sientan el deseo de conocer y amar a Jesús como el amigo que nunca les fallara. Roguemos al Señor.

6.- Para que quienes participamos en la Eucaristía descubramos la presencia de Jesús vivo en la sencillez del Pan eucarístico lo adoremos y nos entreguemos a Él en los hermanos más humildes. Roguemos al Señor.

ORACION SOBRE LAS OFRENDAS
Mira propicio, Señor, los dones de tu Iglesia que no son oro, incienso y mirra, sino Jesucristo que en estas ofrendas, se manifiesta se inmola y se da en alimento. El que vive y reina por los siglos de los siglos.

ORACION DESPUES DE LA COMUNION
Que tu luz, Señor, nos prepare siempre y en todo lugar, para que contemplemos con mirada limpia y recibamos con amor sincero el misterio del que has querido hacernos partícipes. Por Jesucristo nuestro Señor.

PALABRA DE DIOS Y SANTORAL DE CADA DÍA

Lunes 06: 1Jn 3, 22-4,6; Sal 2; Mt 4, 12-17.23-25.
Martes 07: 1Jn 4, 7-10; Sal 71; Mc 6, 34-44.
Miércoles 08: 1Jn 4, 11-18; Sal 71; Mc 6, 45-52.
Jueves 09: 1Jn 4, 19-5, 4; Sal 71; Lc 4, 14-22ª.
Viernes 10: Beata Ana de los Ángeles Monteagudo, Virgen. Ct 8, 6-7; Sal 148; Lc 10, 38-42.
Sábado 11: 1Jn 5, 14-21; Sal 149; Jn 3, 22-30.
Domingo 12: El Bautismo del Señor.. Is 42, 1-4, 6-7; Sal 28; Hch 10, 34-38; Mt 3, 13-17.

COMENTARIOS AL EVANGELIO
Mt 2, 1-12

1.- Mateo comienza la narración de este episodio señalando el lugar y el tiempo del nacimiento de Jesús, al que llamarían el Hijo de David. Dice expresamente que nació en Belén de Judá, no sólo para distinguir este lugar de otro Belén situado en tierras de Zabulón, sino, sobre todo, para subrayar que Jesús nace en Judá, en la tierra de sus padres, y donde convenía al descendiente de David.
Herodes el Grande, llamado así por la magnificencia con que restauró el templo de Jerusalén, era un idumeo que se hizo con el trono de David con la ayuda de los romanos. Nunca fue un rey que gozara de la aceptación popular. Pasó los últimos años de su reinado seriamente preocupado por las profecías mesiánicas, en las que veía una amenaza.
Mateo no dice que estos personajes fueran tres reyes: esto lo dice la leyenda inspirada probablemente en el texto de Isaías 60, 3-4. Más aún, si Mateo comenzara su evangelio diciendo que Dios conduce reyes a Cristo, todo él tendría otro sentido. La señal mesiánica anunciada por Isaías no es la evangelización de los reyes, sino de los pobres, y sabemos que fueron los pobres, los pastores, los primeros que recibieron la Buena Noticia.
Debemos pensar que estos personajes representan a los hombres que no saben otra cosa de Dios que lo que adivinan en el silencio de las estrellas. Son las primicias de la gentilidad, de los que han de venir de Oriente y Occidente para sentarse en la mesa del reino (Mt 8,11s); pues el que ha nacido en Belén no es sólo el rey de los judíos sino el salvador del mundo, de judíos y gentiles, el que ha venido a liberar tanto a los que estaban bajo la ley de Moisés como a los que padecían el despotismo de las estrellas (cfr. Gal 4, 1-3).
Los pueblos orientales esperaban el advenimiento de la "edad de oro" de un periodo de paz y prosperidad universal bajo el señorío de un rey prodigioso. En Babilonia, donde se tenía alguna noticia de las profecías mesiánicas sobre todo a partir del destierro de Israel, se decía que este rey universal nacería en Occidente.
Puede suponerse que Babilonia es el punto de partida de los Magos y que éstos pertenecían a una casta sacerdotal, posiblemente la misma a la que se refiere Daniel cuando habla de los "caldeos" (Dn. 2, 4ss). Estos hombres se dedicaban apasionadamente al estudio de la astrología.
CR/SUBVERSIVO: Pero lo importante no es quiénes son y de dónde vienen los Magos, sino su pregunta y el lugar donde la hacen. Preguntan por el rey de los judíos que acaba de nacer, y preguntan en Jerusalén, donde reina un usurpador. Su pregunta es subversiva. El que busca a Cristo como único Señor en un mundo donde hay tantos señores que se imponen como tiranos sobre el pueblo, siempre es un hombre subversivo.
No es de extrañar que la pregunta de los Magos ponga en guardia a Herodes y que toda Jerusalén se conmueva. Herodes teme por el trono que ha usurpado; los habitantes de Jerusalén temen las medidas represivas de Herodes.
Herodes consulta a los sumos sacerdotes y a los letrados para que informen sobre el lugar donde tenía que nacer el Mesías. Le dicen que en Belén de Judá, pues así lo había anunciado el profeta Miqueas (5, 2-8). Estos sacerdotes tan bien informados no irán a Belén.
El que irá a Belén será Herodes; pero no para adorar al Niño, sino para matarlo. Por eso averigua ladinamente el tiempo en que apareció la estrella y pide a los Magos que le digan donde ha nacido el niño cuando lo encuentren. La astucia de Herodes, que se finge interesado por adorar a Jesús, pone al descubierto la táctica que usarán frecuentemente los poderosos de este mundo respecto a la iglesia. Muchos que fingen proteger a la iglesia no quieren otra cosa que controlarla o acabar con ella. En todo este relato, Mateo no pretende otra cosa que ésta: decirnos que Jesús fue, desde el primer momento de su nacimiento, el Mesías rechazado por los suyos y aceptado por los extraños.
EUCARISTÍA 1988, Nº 3



2.- Sigue el relato en el que a José se le confía la misión de dar nombre al salvador del Pueblo. Sirviéndose de una técnica narrativa similar a la empleada en este relato, Mateo comienza presentando la situación que va a servir de punto de partida: después de una referencia al nacimiento de Jesús en Belén de Judá durante el reinado del rey Herodes, detalla la presencia en Jerusalén de unos magos venidos del este de Israel para adorar al recién nacido rey de los judíos. La situación responde a las expectativas y esperanzas de los viejos profetas, como lo refleja el texto de uno que lleva por nombre Isaías y que la liturgia nos propone como primera lectura. Este profeta comenta la vida de la comunidad instalada de nuevo en Jerusalén después del destierro, 587-538 a.C.
A la luz de este profeta, la lógica pide una eclosión de alegría en Jerusalén por la llegada de extranjeros. Pero Mateo quiebra de inmediato la lógica poniendo como primera acción del relato el sobresalto del rey y de todo Jerusalén. Las acciones posteriores, centradas en la figura del rey Herodes, reflejan la estrategia del sobresalto y, por ello mismo, dependen de él. El dato, pues, significativo del texto es este sobresalto, en contra de la lógica que cabría esperar a la luz de los viejos textos proféticos.
De esta manera Mateo nos presenta una sorprendente inversión de papeles. Dentro del pueblo de Dios Jesús no es aceptado como guía y sí, en cambio, lo es fuera. Inversión o, tal vez mejor, ampliación. El relato de Mateo, con una estrella como símbolo, amplía a escala universal la realidad del Pueblo de Dios.
Comentario: Si en el relato referido a José se le confiaba a éste la misión de dar nombre al salvador del Pueblo, en el relato de hoy se pone de manifiesto el alcance de este Pueblo. El Pueblo de Dios son las gentes todas de la tierra. De ahí que Mateo haya buscado el símbolo en el firmamento, cuyas estrellas son visibles para todos, sin distinción ni exclusión.
No parece que sea la integración, sino la exclusión, la tendencia del comportamiento humano. Tal vez por eso, situado como está más allá de la exclusión, el texto de hoy tiene tanta capacidad de evocación y de ensueño. Y puesto que somos capaces de soñar, aún es posible que la realidad llegue a estar hecha de sueños como el de hoy.
A. Benito - Dabar 1990, 8



3.- Esta narración evangélica, que se presenta con frecuencia como el relato de los magos, es una narración midráshica que quiere exponer la historia de la salvación a partir de unos ejemplos típicos. Balaam, que "venía de los montes de oriente" había predicho a Judá una estrella (Nm 24, 17). Esta formulación profética, escrita en tiempos de David, para indicar la estrella que debía aparecer, se convirtió en un "tópico" mesiánico. Un pagano había predicho a los paganos una luz y un Señor que había de aparecer en el seno de Israel.
La estrella de David se convirtió, en el libro de Isaías, en luz para los paganos. Así el nacionalismo estrecho del reino de David se transformó en universalismo salvífico. Basta recordar los textos relativos al Siervo de Yahvé que lo definen como luz de las gentes (Is 42, 6-7; 49, 6.9.12). Mateo toma el relato de la estrella y -a la luz de la resurrección- ve en él el cumplimiento de la predicción de Balaam.
El contraste entre los judíos de la capital y Herodes, por una parte, y los magos por otra, es violento y claramente intencionado. El evangelista muestra con este relato que el rechazo de Jesús por parte de los judíos ha sido constante. No aceptan el mensaje y Jesús deberá pasar el reino a otros. Pero esto no se realiza sin tensiones. Se requiere la disponibilidad de la fe y la atención a los signos de los tiempos. Mientras los paganos "adoran al Niño", los representantes del pueblo intentan matarlo. Desde el principio Jesús ha sido piedra de escándalo.
P. Franquesa- Misa Dominical 1990, 1



4.- El episodio de los Magos tiene todas las características de una leyenda. Naturalmente con una base sólida que la dio consistencia. En todos los países donde se cultivaba la ciencia astrológica -y esto ocurría en todo el entorno de Palestina- existía la firme convicción según la cual cada niño nace en la coyuntura astral; de ahí que cada hombre tenga su propia estrella. Más aún, la aparición de una nueva estrella o la conjunción de dos hacía pensar un cambio en la historia humana.
Puede decirse de otra manera: la regularidad en la marcha de las estrellas garantizaba la normalidad en la marcha del mundo. Por tanto, un acontecimiento importante tenía que ser señalado de algún modo en la marcha de las estrellas. Ahora bien, como el nacimiento de Jesús era el acontecimiento más importante de la historia humana necesariamente debía ser anunciado por el mundo de los astros. Es en este punto donde se unen la leyenda y la teología.
La base histórica para nuestro relato -supuesta la mentalidad mencionada- es la siguiente: el año siete antes de Cristo tuvo lugar, según los cálculos astronómicos, la conjunción de Júpiter y Saturno en la constelación Piscis. El planeta Júpiter era considerado universalmente en el mundo antiguo como el astro del Soberano del universo. Para los astrólogos babilonios, Saturno era el astro de Siria y la astrología helenista lo designa como el astro de los judíos. Finalmente, la constelación Piscis estaba relacionada con el fin de los tiempos. Es lógico, ante la conjunción de Júpiter y Saturno, que se pensase en el nacimiento, en Judea, del Soberano del fin de los tiempos.
En Qumran ha aparecido también el horóscopo del Mesías. Esto nos indica que, también los judíos, mezclaban las creencias astrológicas con las esperanzas mesiánicas y especulaban acerca de cuál sería el astro bajo el cual nacería el Mesías.
A pesar de todo lo dicho, no hay posibilidad alguna de identificar la estrella de los Magos con ninguna estrella del universo. Mateo pudo haberse inspirado en cuanto precede, pero el relato bíblico pretende hablarnos de una manifestación extraordinaria que, desde la oscuridad, guía a los Magos a descubrir al rey de los judíos y del universo.
El texto los presenta como magos. La palabra es oriunda de Persia y con ella se designaba a los dirigentes religiosos. En el griego corriente es utilizada para designar a los magos propiamente dichos o practicantes de artes mágicas. ¿Qué significa en nuestro texto? Por supuesto que no son reyes. Esta creencia surgió posteriormente bajo la influencia de algunos pasajes bíblicos (Sal 72, 10; Is 49, 7; 60,10: vendrán reyes y honrarán a Yahveh).
Posteriormente, en el siglo V se concretó su número sobre la base de los dones ofrecidos. Finalmente, en el siglo octavo, reciben los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar. Tampoco eran lo que hoy conocemos como sabios; tenían conocimientos de astrología. Hoy los llamaríamos astrólogos.
Los Magos son figuras teológicas y funcionales, que vienen a ratificar la dignidad única del protagonista del evangelio, a quien Mateo ya ha presentado (ver el comentario a 1, 1-25). De ahí que esta escena sea como el complemento de la anterior. Más aún, estos hombres -que eran paganos, no judíos, y por tanto desconocían la revelación del Antiguo Testamento- reconocen al Mesías y no se escandalizan de su humildad. Por el contrario, los doctores de la Ley, especialistas en la Escritura, no lo reconocen. Estamos ya ante una tesis que se hará general a lo largo del evangelio de Mateo: Jesús es rechazado por el pueblo de Dios y es aceptado por los gentiles. Por otra parte, el episodio significa que, ante Dios, no hay acepción de personas. Caen las barreras del particularismo judío y se afirma el universalismo de la salud que se ofrece a todos sin distinción.
¿Por qué el contenido teológico no ha eliminado los motivos legendarios? También por razones teológicas: en Jesús se cumplen todas las esperanzas, no sólo las del pueblo judío sino las de todos los hombres. El es el rey que todos esperan, pero un rey humilde y oculto. Quien lo encuentra se alegra, lo hace el rey de su vida y le rinde el más precioso homenaje. Como los Magos. Los regalos mencionados en el texto son los productos típicos de un país oriental, que son ofrecidos a los reyes.
Comentarios A La Biblia Liturgica Nt - Edic Marova/Madrid 1976.Pág. 932



5.- Venimos de Oriente a adorar al Rey
Lucas coloca a unos judíos pobres y marginales (los pastores) como los primeros adoradores de Jesús. Mateo, en cambio, coloca a unos paganos, mientras que los judíos relevantes, que han sido informados de este nacimiento, permanecen indiferentes, y los poderosos del momento se asustan y decretan una persecución.
Ciertamente seria un error buscar en este relato concreciones históricas (si la estrella era un cometa, si los magos tenían unos libros que hablaban de aquel nacimiento...). La escena está construida por Mateo para transmitir un mensaje importante, y es este mensaje el que hay que escuchar y saborear.
El punto de partida de la historia es la creencia popular de que el nacimiento de cada persona está marcado por el nacimiento también de una estrella. Y era fama que los mejores astrólogos y escrutadores de estrellas eran los sabios mesopotámicos y persas. Y a partir de aquí nace el relato: unos hombres de países alejados, sin relación con las promesas de Israel, han sido suficientemente abiertos como para darse cuenta de que nacía una estrella diferente de las demás (la "estrella que se alza en Jacob", de Nm 24,17), que les indicaba algo que valía la pena hallar, un "Rey de los judíos que ha nacido". Se han puesto en camino hacia el país de los judíos (el texto no nos dice que la estrella les guíe) y allí se encuentran con la indiferencia y nerviosismo de los que ellos imaginaban que más contentos tendrían que estar. Herodes se asusta, mientras que los responsables de la religión de Israel les indican fríamente lo que dicen las profecías.
A partir de aquel momento, la escena se llena de fuerza. La estrella aparece y les guía, y les conduce al lugar donde está el niño. Su reacción es "una inmensa alegría" y el inmediato homenaje a aquel niño que tiene como única característica el hecho de estar, como toda criatura, con su madre (algo parecido a las "señas" de las que hablaban los ángeles de Lucas: "un niño envuelto en pañales"). Los regalos que ofrecen realizan el homenaje de todos los pueblos al Mesías, llevando a cabo el sentido profundo y auténtico de lo que leíamos en la primera lectura y en el salmo.
El relato tiene, pues, un doble mensaje básico: que Jesús es el Mesías esperado, en el que se realizan las promesas hechas a Israel; y que todos los pueblos de la tierra son llamados a compartir, en plano de igualdad, estas promesas, y a reconocer este Mesías universal.
Josep Lligadas - Misa Dominical 1995, 1



LA FIESTA DE EPIFANÍA

La Iglesia celebra la epifanía a los doce días de la navidad. Se trata de una fiesta que tiene un carácter similar al de la anterior. Son fiestas compañeras, si no gemelas. El nombre de "pequeña navidad" dado a la epifanía expresa la idea popular de la fiesta en la Iglesia occidental. Parece como una repetición, a menor escala, de las celebraciones navideñas. Entre los cristianos de Oriente sucedía exactamente lo contrario. También ellos celebran la navidad, pero no le conceden el mismo rango que a la epifanía. Les parece apropiado dar a navidad el título de "pequeña epifanía".
Dejando a un lado la discusión acerca del rango e importancia relativa de estas fiestas, lo cierto es que la Iglesia universal celebra ambas solemnidades. Navidad y epifanía son fiestas complementarias que se enriquecen mutuamente. Ambas celebran, desde diferentes perspectivas, el misterio de la encarnación, la venida y manifestación de Cristo al mundo. Navidad acentúa más la venida, mientras que epifanía subraya la manifestación.
Una mirada a los orígenes. La epifanía es de origen oriental y, probablemente, comenzó a celebrarse en Egipto. De allí pasó a otras iglesias de Oriente, y posteriormente fue traída a Occidente, primero a la Galia, más tarde a Roma y al norte de Africa. La aparición de esta fiesta al principio del siglo IV coincidió aproximadamente con la institución de la navidad en Roma. Durante este siglo tuvo lugar un proceso de imitación recíproca de ambas iglesias. Mientras que las iglesias occidentales adoptaban la fiesta de la epifanía, las orientales, con algunas excepciones, no tardaron mucho en introducir la fiesta de navidad. Como resultado de esta nivelación o "gemelización", ya en el siglo IV o v las iglesias orientales y occidentales celebraban dos grandes fiestas en el tiempo de navidad.
Se ha descrito la fiesta del 6 de enero como la navidad de la Iglesia de Oriente. Podríamos considerar exacta esta descripción si nos atenemos al período de los orígenes. No hay duda de que, en el tiempo de su institución, la epifanía conmemoraba el nacimiento de Cristo y, en este sentido, no era tan diferente de nuestra navidad; ambas eran fiestas de natividad. Sin embargo, esa fiesta experimentó una cierta evolución como resultado de la influencia de la navidad occidental. Parece probable que incluyó desde el principio al menos otro tema: el del bautismo de Jesús en el Jordán. Este tema ganó importancia hasta llegar a convertirse en el objeto primero de la fiesta. La conmemoración de la natividad quedó entonces reservada a navidad.
El término mismo, proveniente del griego epiphaneia ("manifestación"), arroja luz sobre la significación originaria de la fiesta. En el griego clásico, la palabra podía expresar dos ideas, secular una, religiosa la otra. En el uso secular podía referirse a una llegada. Cuando, por ejemplo, un rey visitaba una ciudad y hacía su entrada solemne, se recordaba ese evento como una epifanía. San Pablo utiliza la palabra en este sentido refiriéndose a Cristo. Su venida a la tierra fue una epifanía, como la de un gran monarca que entra en una ciudad. Fijémonos, por ejemplo, en este pasaje de 2 Timoteo 1,10: "Y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús desde la eternidad, y manifestada ahora por la aparición (epiphaneia) de nuestro Señor Jesucristo" 1. Si tenemos presente este uso neotestamentario del término epiphaneia, entenderemos con facilidad cómo la idea de nacimiento entró en la concepción de la fiesta de la epifanía, ya que celebraba la venida, la llegada y la presencia de la palabra encarnada entre nosotros.

Existía, además, el uso religioso del término en la cultura griega. Aquí tiene un sentido bastante diferente. Denotaba alguna manifestación de poder divino en beneficio de los hombres. Aquí estamos más cerca de la interpretación litúrgica de la epifanía. Es una fiesta de manifestación. Dios manifestaba su poder benevolente en la encarnación. La venida de Cristo a la tierra era una epifanía en sí misma. Hubo, además, otras manifestaciones: la adoración de los magos, el bautismo en el Jordán, la conversión del agua en vino y otras más.
Parece, pues, que la fiesta de la epifanía tuvo desde el principio un carácter más bien complejo. Fue una fiesta de natividad pero también fue algo más. No se limitaba a celebrar la venida histórica de nuestro Señor y Salvador Jesucristo a la tierra, sino también los diversos "signos" por los que durante su vida reveló su poder y su gloria.

Hemos señalado con anterioridad que en la Iglesia de Oriente el foco del interés tendía a centrarse en el bautismo de Cristo. Y no sin razón, pues fue precisamente en ese acontecimiento donde el Padre dio testimonio de que éste era su Hijo amado, y el Espíritu Santo se posó sobre él en forma visible. Esa fue la manifestación que inauguró su ministerio público y le reveló como el Mesías.
Con la introducción de la epifanía en Roma y en otras iglesias de Occidente, el significado de la fiesta experimentó un cambio. Entonces, el episodio de los magos que siguen a la estrella y vienen con sus regalos a adorar al Mesías se convirtió en el tema principal de la fiesta. Se atribuyó un simbolismo profundo al relato evangélico. Representaba la vocación de los gentiles a la Iglesia de Cristo.
La llamada a todas las naciones. Cuando la epifanía se popularizó, se implantó la costumbre de añadir las tres figuras de los magos a la cuna de navidad. Ellos llegaron a conquistar la fantasía popular. La leyenda les dio unos nombres y los convirtió en reyes. En la gran catedral gótica de Colonia se puede ver la urna de los tres reyes. Sus "huesos" fueron llevados allí, desde Milán, en 1164, por Federico Barbarroja.
Los grandes padres latinos, san Agustín, san León, san Gregorio y otros, se sintieron fascinados por esas tres figuras, pero por una razón distinta. No sentían curiosidad por conocer quiénes eran o su lugar de procedencia. No tenían interés alguno en tejer leyendas en torno a ellos. Su interés se centraba en determinar lo que ellos representaban, su función simbólica, la teología subyacente en el relato evangélico. En sus reflexiones sobre Mateo 2,1-12 llegaron a la misma conclusión: los sabios de Oriente representaban a las naciones del mundo. Ellos fueron los primeros frutos de las naciones gentiles que vinieron a rendir homenaje al Señor. Ellos simbolizaban la vocación de todos los hombres a la única Iglesia de Cristo.

Con esta interpretación de epifanía, la fiesta toma un carácter más universal. Amplía nuestro campo de visión, abre nuevos horizontes. Dios deja de manifestarse sólo a una raza, a un pueblo privilegiado, y se da a conocer a todo el mundo. La buena nueva de la salvación es comunicada a todos los hombres. El pueblo de Dios se compone ahora de hombres y mujeres de toda tribu, nación y lengua. La raza humana forma una sola familia, pues el amor de Dios abraza a todos.
Este es el misterio que consideramos, tal vez, como evidente, pero que fue fuente permanente de admiración para san Pablo. En la segunda lectura de la misa (Ef 3,2-6) habla de este misterio, oculto desde generaciones pasadas, pero revelado ahora a través del Espíritu, "que los paganos comparten ahora la misma herencia, que forman parte del mismo cuerpo y que se les ha hecho la misma promesa, en Cristo Jesús, a través del evangelio". Recordemos que también nosotros hemos sido "gentiles". Como san Pedro recordaba a sus conversos paganos: "Los que en un tiempo no erais pueblo de Dios, ahora habéis venido a ser pueblo suyo, habéis conseguido misericordia los que en otro tiempo estabais excluidos de ella" (1 Pe 2,10).
El llamamiento de las naciones es el tema de la homilía de san León para el Oficio de lecturas. Dice así: "Que todas las naciones, en la persona de los tres Magos, adoren al Autor del universo, y que Dios sea conocido no ya sólo en Judea, sino también en el mundo entero". Y después una exhortación: "Celebremos con gozo espiritual el día que es el de nuestras primicias y aquel en que comenzó la salvación de los paganos". Estos sabios de Oriente representaban los primeros frutos, las primicias (primitiae) de la gran cosecha de la humanidad. Esta idea reaparece con frecuencia en los sermones patrísticos dedicados a la epifanía.

Al final de su homilía, san León introduce una nota misionera. Observa que la Iglesia celebra no precisamente un acontecimiento de otro tiempo, sino la actividad salvadora que continúa todavía en el mundo. Allí donde se predica el evangelio y las gentes son atraídas a la fe en Cristo, se realiza el misterio de la epifanía. Y todos nosotros compartimos este trabajo de llevar a otros a Cristo. Todos deberíamos ser "servidores de esa gracia que llama a todos los hombres a Cristo".
En la primera lectura de la misma, tomada de Isaías 60,1-6, tenemos una visión espléndida de la entrada de las naciones en la Iglesia. El profeta predice el retorno de los exiliados a Jerusalén. Se representa a la ciudad como a una madre que guarda luto por la dispersión de sus hijos y que se regocijará pronto por su vuelta. La liturgia considera que esta profecía se ha cumplido en la Iglesia. Ella es una madre, y se regocija al ver que sus hijos vienen de lejos:
Alza en torno los ojos y contempla, todos se reúnen y vienen a ti, tus hijos llegan de lejos, y tus hijas son traídas en brazos.

Una visión de universalidad, como una gran procesión de pueblos que proceden de todas las partes del mundo y convergen en la ciudad santa, la Iglesia. Y estos pueblos no vienen con las manos vacías, sino llevando dones: "Porque a ti afluirán las riquezas del mar, y los tesoros de las naciones llegarán a ti". ¿Cómo tenemos que entender esos dones? ¿Se trata simplemente de riquezas y de recursos naturales, o representan riquezas espirituales? En mi opinión, son lo último, los tesoros invisibles; y éstos incluyen la sabiduría, la cultura heredada y las tradiciones religiosas de cada nación. Todo esto tiene que entrar en relación con la Iglesia si ésta ha de ser verdaderamente católica. No se puede aceptar todo. Algunos elementos deberán pasar por una purificación, o incluso deberán ser rechazados; pero la Iglesia reconoce que cuantos valores de verdad y de bondad se encuentran entre esos pueblos son signos de la presencia oculta de Dios entre ellos. Como declara el concilio Vaticano II: "Cuanto de bueno se halla sembrado en el corazón y en la mente de los hombres o en los ritos y culturas propios de los pueblos no solamente no perece, sino que es purificado, elevado y consumado para gloria de Dios" 2.
En este punto volvemos a los tres reyes, pues parece que los encontramos en el salmo responsorial (Sal 71): "Los reyes de Tarsis y las islas le pagarán tributo. Los reyes de Arabia y de Sabá traerán presentes". Tal vez fue este salmo el que dio pie a la tradición, presente ya en Tertuliano, de que los magos eran reyes. Posteriormente se dio una interpretación mística incluso a los dones mismos. Significaban misterios divinos. El oro reconocía el poder regio de Cristo; el incienso, su sumo sacerdocio, y la mirra, su pasión y sepultura.
La estrella que los guiaba. El siguiente elemento de la narración es la estrella que guió a los sabios a Belén. Podemos dejar de lado explicaciones relacionadas con la naturaleza de la estrella. Algunos querrían identificarla con una notable conjunción de planetas registrada en el siglo VII-vI a.C., o incluso con el cometa Halley. La excesiva preocupación por los detalles lleva indefectiblemente a olvidar el punto real de la narración. Efectivamente, la estrella es un elemento indispensable en la narración de san Mateo; pero la tradición cristiana la interpreta no como un fenómeno natural, sino como un símbolo de fe.

La oración principal de la fiesta, oración atribuida a san Gregorio Magno, sugiere este último enfoque. Es una oración que enlaza tres ideas: la vocación de las naciones, la estrella como símbolo de fe y el premio de la fe, que es la visión de Dios cara a cara.
Señor, tú que en este día revelaste a tu Hijo unigénito a los pueblos gentiles por medio de una estrella, concede a los que ya te conocemos por la fe poder contemplar un día, cara a cara, la hermosura infinita de tu gloria.
Esta oración representa nuestra propia vida como un peregrinar, como una peregrinación de fe. Nosotros somos los magos. La fe es la estrella que nos guía. Belén es nuestra meta.
La fe es la luz por la que reconocemos a Dios. Es una estrella que nos lleva a Cristo. Es un don de Dios, una iluminación, no una propiedad nuestra. Cristo dijo: "Nadie puede venir a mí si no es atraído por el Padre que me envió" (Jn 6,44). No se puede llegar a la luz de la verdad revelada mediante el recurso exclusivo de la razón humana. Dios es el que revela; él es el que "iluminó nuestros corazones para que brille el conocimiento de la gloria de Dios, que brilla en el rostro de Cristo" (2 Cor 4,6).
Mediante la fe conocemos realmente a Dios, aunque este conocimiento sea oscuro, "como a través de un espejo, de manera oscura o borrosa". Es un conocimiento que nos une a Dios y lleva consigo, incluso en la tierra, la "garantía" y la sustancia de las cosas esperadas (cf Heb 11,1). Caminamos en fe, no en visión. Nos asemejamos al piloto de aviación que pilota su aeroplano en la noche. No ve absolutamente nada fuera de su cabina. Fiándose de sus instrumentos, sabe que se encuentra en la ruta correcta. También la fe nos sitúa en nuestra ruta, nos muestra el camino que tenemos que recorrer.

En ocasiones podemos llegar a perder nuestra dirección. Tal vez palidezca o llegue a desaparecer la estrella que se nos apareció con tanta brillantez. Pero esto no quiere decir que estemos perdidos. Esa oscuridad es temporal y sirve de prueba de nuestra fe. Tenemos que aprender de los magos. No se pusieron a desandar el camino cuando perdieron la estrella. Por el contrario, buscaron consejo acudiendo a hombres versados en las Escrituras, hombres capaces de decirles dónde nacería Cristo. También nosotros deberíamos consultar con aquellos que, por sus conocimientos y experiencia, están en condiciones de ayudarnos. Necesitamos el consejo de hombres y mujeres que conocen realmente la palabra de Dios. Debemos añadir nuestra oración y nuestra paciencia. Entonces reaparecerá la estrella...
La luz de la fe es algo que puede y debe ser compartido. Necesitamos el testimonio de otros y estamos. obligados a "dar testimonio de la luz". El testimonio de una vida buena, de una fe viva, es mucho más eficaz que toda una torrentera de palabras. Ese es el mensaje de las velas encendidas en pascua y el de la estrella de epifanía. Tendremos que comunicar a nuestros semejantes la luz que hemos recibido. Según san León Magno: "Todo el que vive en la Iglesia piadosa y castamente, el que 'tiene. pensamientos celestiales, no terrenos', se asemeja a esta luz celestial; y mientras preserve en sí mismo el esplendor de una vida santa, como la estrella, revela a muchos el camino que lleva al Señor" 3.
Pero fe no es visión. No apaga el deseo, sino que lo inflama. La felicidad última del hombre descansa en la visión sobrenatural de Dios. Anhelamos verle tal cual es en realidad, ser conducidos a la visión de su gloria. Es algo que nos atrevemos a esperar, pues se nos ha prometido "lo que ojo no vio ni oído escuchó". En la fiesta de hoy, la Iglesia pide este don de los dones para todos sus hijos. Entre tanto, tenemos que contentarnos con la luz que tenemos, la luz de la fe "que luce en lugar tenebroso hasta que alboree el día y el lucero de la mañana despunte en vuestros corazones" (2 Pe 1,19).
Temas secundarios. La liturgia de epifanía incluye otros temas o motivos que, si bien ocupan un segundo plano, son importantes para comprender la fiesta. Tradicionalmente, la Iglesia conmemora tres manifestaciones, que son descritas en la antífona del Magnifrcat: "Hoy la estrella condujo a los magos al pesebre; hoy el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná; hoy Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán para salvarnos".
Estos son los tres milagros (tria miracula). Hemos tratado del primero. Consideremos ahora los otros dos, comenzando por el bautismo de Jesús. Como hemos señalado, éste llegó a convertirse en el tema principal de la fiesta en las liturgias orientales. Y no sin razón, ya que los evangelistas atribuyeron grandísima importancia a este misterio. Los cuatro lo mencionan. San Marcos comienza su evangelio con la predicación de Juan el Bautista y con el bautismo de nuestro Señor, administrado por aquél.
Jesús fue manifestado como el hijo de Dios en su bautismo. Precisamente entonces se escuchó la voz del Padre que decía: "Este es mi hijo amado, en el que me complazco" (Mt 3,17). El Bautista, movido por el Espíritu, dio también testimonio diciendo: "Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29), anunciando de esta manera su misión salvadora. Por parte de Jesús, el bautismo fue un humilde acto de sumisión por el que se colocaba entre los pecadores. De esta manera daba testimonio de su amor al Padre y a las gentes a las que había venido a salvar. Su bautismo marcó el comienzo de su ministerio público y de su investidura solemne como Mesías. El bautismo encerraba también una significación profética. Anunciaba otro bautismo, el de la muerte en cruz, por el que conseguiría de manera definitiva nuestra redención; y predecía la venida del Espíritu Santo en pentecostés y el bautismo de todos los creyentes.
Al contemplar la profunda significación de este hecho, sorprende que el bautismo no ocupara un lugar más prominente en la liturgia romana. No vamos a entrar en los motivos o razones que llevaron a tal situación; pero sí añadiremos que se ha enmendado la situación. Los padres de la Iglesia contemplan y comentan, en las lecturas patrísticas de los días que siguen a la fiesta, los diversos aspectos del misterio. Más aún, el domingo siguiente a la epifanía se ha convertido en la fiesta del bautismo del Señor.
Al celebrar la fiesta del bautismo de nuestro Señor, conmemoramos también nuestro propio bautismo y nuestra adopción como hijos de Dios. Cuando tratamos de la navidad, ya consideramos cómo el misterio de nuestra adopción divina comenzó en la encarnación. En la fiesta de hoy se nos recuerda que nuestra adopción se hizo realidad en el día de nuestro bautismo. La liturgia recuerda este don de Dios y nos hace rememorar nuestra obligación de vivir como hijos de Dios. En una de las peticiones suplicamos: "Tu bautismo nos hizo hijos del Padre. Concede el espíritu de filiación a cuantos te buscan". Y decimos al Padre en la oración final: "Concede a tus hijos de adopción, renacidos del agua y el Espíritu Santo, perseverar siempre en tu benevolencia".
La fiesta de la boda de Caná es el tercer "milagro" conmemorado en la epifanía. Fue el primer signo que hizo Jesús, la primera manifestación de su poder divino. Convirtiendo el agua en vino, "manifestó su gloria y creyeron en él sus discípulos" (Jn 2,11). Joseph Lemarié declara en su conclusión al riquísimo comentario de este episodio: "El milagro del agua convertida en vino es el signo de la nueva dispensación que es la economía del Espíritu. Por este Espíritu, Cristo transforma a la humanidad y hace que pase del estado de pecado y de servidumbre a la gloria y a la libertad de la filiación adoptada. El bautismo y la eucaristía son las dos fuentes de esta nueva vida".
El tema nupcial recorre la Biblia de punta a cabo. La relación de Dios con su pueblo es la de un esposo con su esposa: "Pues tu esposo será tu creador, cuyo nombre es Yavé Sebaot" (Is 54,5). Expresa el amor fiel de Dios a su pueblo, y la alianza es el símbolo de este amor. El creador y sus criaturas están unidos por esta alianza, que es como un pacto matrimonial.
Vino luego la nueva economía: "Porque tanto ha amado Dios al mundo, que le ha dado a su Hijo unigénito" (Jn 3,16). La encarnación fue la consumación de la unión de Dios con los hombres. Por eso los padres de la Iglesia gustaban de presentar el misterio de la encarnación como una especie de matrimonio místico. San Gregorio Magno, en una homilía sobre la parábola del banquete nupcial (Mt 22,1-4), explica cómo Dios Padre preparó un banquete nupcial para su Hijo cuando éste unió su naturaleza a la nuestra en el casto vientre de la virgen María (homilía 38 de los evangelios). La imagen es muy adecuada para expresar la caridad divina que motivó la encarnación. La hemos encontrado en la liturgia de navidad, especialmente en las antífonas y en los salmos. Tenemos un ejemplo en la antífona del Magnificat para el día de navidad: "Viene del Padre, como el esposo sale de su cámara nupcial".
En el Nuevo Testamento, el título de esposo se aplica a Cristo. Su esposa es la Iglesia. Su venida a la tierra, los años de su vida oculta y su ministerio público tienen el carácter gozoso de una celebración nupcial. El prohibió a sus discípulos guardar luto mientras el esposo está todavía con ellos (Mt 9,15). Juan el Bautista se sentía orgulloso de ser el "amigo del esposo"; sus apóstoles fueron sus acompañantes, y todos eran sus invitados.
La celebración de la boda de Caná sirve de conclusión gozosa del tiempo de navidad. Expresa de manera gráfica la sobreabundancia de vida, el "vino nuevo" que Cristo regala a su esposa, la Iglesia. Parece entretejer todos los hilos de la liturgia de las festividades navideñas, y está resumida de manera admirable en la antífona de Laudes en la fiesta de la epifanía:
Hoy la Iglesia se ha unido a su celestial esposo, porque en el Jordán Cristo la purifica de sus pecados; los magos acuden con regalos a las bodas del rey, y los invitados se alegran por el agua convertida en vino. Aleluya.
Vincent Ryan - Adviento-Epifanía- Paulinas. Madrid 1983, Págs. 104-118