YO SOY LA VID
1°
LECTURA: Hch. 9,26-31: Les contó cómo había visto al
Señor en el camino.
SALMO: Sal 21: El
Señor es mi alabanza en la gran asamblea.
2°
LECTURA: Jn 3, 18-24: Este ese su mandamiento que
creamos y que amemos.
EVANGELIO: Jn 15, 1-8: El que permanece en mí y yo en él
ese fruto abundante.
El
símbolo de la vid designó a través de todo el Antiguo Testamento al pueblo que
Dios se había elegido y del que se ocupaba con amor. Jesús se apodera de este
símbolo para hacernos descubrir una nueva realidad: “Yo soy la vid verdadera”.
Se trata siempre de Dios, atento viñador
y de los hombres como pueblo-viña. Pero entre los dos surge un hombre-vid, un
hombre “colectivo”: Jesús. La viña de troncos repartidos se convierte en un
tronco único que no dejará de crecer por medio de sus ramas: “Yo soy la vid,
ustedes las ramas”. Se dibuja un misterio de unidad: la unión tan estrecha de
Jesús con sus discípulos. Hay una palabra típica de Juan que define esta unidad
divina que se extiende hasta nosotros por medio de Jesús. Morar. “Moren en mí
como yo en ustedes”.
En su gran oración final, Jesús evocará por última
vez esta unidad de inhabitación absolutamente sin ejemplo: “Que sean todos uno,
como tú, Padre, estás conmigo y yo contigo; que también ellos estén con
nosotros”. Para simbolizar la misma unidad, san Pablo preferirá la idea de
cuerpo: somos el cuerpo de Cristo, un cuerpo que es la Iglesia. Cristo y
la iglesia forman el “Cristo total”. Desde el Concilio Vaticano II, hemos
aprendido a saborear otra noción muy bíblica, la de pueblo de Dios. Pero
siempre tendremos también la necesidad de vernos como iglesia y cuerpo de Cristo “Pueblo de Dios. Hace surgir la idea
de unos hombres en camino, esa inmensa caravana que se puso a caminar detrás de
Abrahán, de Moisés de David, de Jesús el
verdadero pastor. La iglesia es
la organización necesaria del trabajo misional de Cristo por toda la tierra, el
lugar en donde los bautizados se encuentran con Dios y entre ellos mismos para
aprender a servir a todos los hombres sus hermanos.
Sin mí, dice Jesús sin mi vida en sus venas, no
pueden hacer nada, no pueden vivir nada en profundidad no habrá vitalidad entre
el Padre y ustedes. No serán más que una
rama seca. Describe de este modo otro misterio de unión: “El que come mi carne
y bebe mi sangre vive en mí y yo en él”. La vid, un pueblo, una iglesia, un
cuerpo, la eucaristía, todos nos partir de una vida cristiana
individualista. Y hasta de un imaginario
“tú y yo” con Dios. No estamos nunca solos, ni tampoco sólo dos; la realidad
cristiana es una trilogía: nosotros-Dios-los hermanos. Vivir al estilo
cristiano es velar al mismo tiempo por nuestra comunión con la Trinidad y con la
humanidad. Evitemos separar a Dios de lo
cotidiano hay que vernos en un inmenso universo en el que alcance por todas
partes a la vez, al Señor y a mis hermanos.
Esta vida de comunión y
diversificada a la vez es evidentemente una comunión de amor. En los célebres
versículos que siguen y que vamos a meditar. Jesús nos dice que una misma savia
divina, el mismo amor, tiene que ir haciendo poco a poco de todos los hombres,
en Jesucristo el inmenso pueblo-vid.
Pbro. Roland Vicente Castro
Juárez