SUBIÓ AL CIELO Y SE SENTÓ A LA DERECHA DE DIOS
1°
LECTURA: Hch.
1, 1-11: Lo vieron levantarse
SALMO: Sal 46:
Dios asciende entre aclamaciones; el Señor al son de trompetas.
2°
LECTURA:
Ef. 1, 17-23: Lo sentó a su derecha en el cielo.
EVANGELIO: Mc. 16,
15-20: Subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
Cuando
intentamos hablar de Jesús que nos deja elevándonos por las nubes, opacamos el
misterio de la ascensión: hacemos de él una ausencia, siendo así que los
evangelistas nos hablan del misterio de la presencia multiplicada. Marcos nos
hace percibir muy bien todo esto yuxtaponiendo con toda claridad unas cosas
contradictorias: “El Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de
Dios. Ellos se fueron a pregonar el mensaje por todas las partes y el Señor
cooperaba confirmándolo”. Mateo habla solamente de presencia; es la última
palabra de Jesús: “Yo estoy con ustedes
cada día, hasta el fin del mundo” Lucas
acentúa más bien la ausencia “Se separó de ellos y lo llevaron al cielo”. Lo
subraya más aún en los Hechos: “Lo vieron subir, hasta que una nuble lo ocultó
a sus ojos” (Hechos 1, 9). Pero en su evangelio hace esta observación
sorprendente: “Los discípulos se volvieron a Jerusalén llenos de alegría”.
¿Alegres porque se habían llevado a Jesús? Esta ausencia se va a convertir en
una presencia mayor”. Por eso, en los Hechos, dos ángeles (hemos de entender a
Dios) les dan una reprimenda a los discípulos: “¡Que hacen ahí plantados
mirando al cielo?” (Hch. 1, 11).
¿Ausencia, presencia?
¿Buscar a Jesús
en el cielo, trabajar con él en
la tierra?. El esfuerzo de fe que se nos pide consiste en que unifiquemos dos
relaciones con Jesús aparentemente muy distintas. Si, Jesús “está a la derecha
del Padre”. Esto quiere decir “en la gloria de Dios”. Jesús resucitado sigue siendo un hombre, uno de nosotros; por
consiguiente, ¡Un hombre ha entrado en la gloria de Dios? Y nosotros con él, si
creemos en la unidad de todos los hombres en Jesucristo. ¿Cómo no va a quedar
ya imantada nuestra propia vida por esta vida de Jesús en el cielo, que nos
atrae día tras día “fijando nuestro deseo, como dice magníficamente san León
Magno, en donde la
mirada es incapaz
de llegar?”.
¡La
fe sí que llega! Durante su vida terrena, la gente vio, escuchó tocó a Jesús. Pero ¿cómo?. ¿Y con qué
resultados? Fueron muy pocos los que sospecharon su misterio y trabaron
relación con él. Cuando parece que “se marcha” en la ascensión se convierte por
el contrario en aquel que será la presencia para cualquier hombre que le abra
su vida. Por eso precisamente Lucas podía decir: “Se lo llevaron al cielo y los
discípulos volvieron llenos de alegría”. Fueron ellos los primeros en realizar
la experiencia de la nueva presencia.
Lejos
de perderlo, ganaban la facultad de vivir en adelante con él en una intimidad
de pensamiento y de acción que palpamos tan bien como leemos los Hechos: “Yo
estoy con ustedes”. La dificultad (¡tan grande!) es que fue necesario pasar del
trato familiar, del rostro y de la voz, a la aproximación de la fe. Cito una
vez más a san León: “La fe estaba llamada a tocar, no con una mano carnal, sino
con una inteligencia sobrenatural, al Hijo único igual al que lo engendra”.
Nunca se le pide tanto a nuestra fe como en este misterio de la ascensión en
donde esa fe tiene que aprender a vivir con Jesús en el cielo y en la tierra.
R.P. Roland Vicente Castro Juárez