domingo, 27 de mayo de 2012

COMENTARIO DOMINICAL DEL 27 DE MAYO DEL 2012

“¡VEN ESPÍRITU SANTO!”

1° LECTURA: Hch. 2, 1-11: Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar.
SALMO:   Sal  103: Envía tu Espíritu, Señor y repuebla la faz de la tierra.
2° LECTURA: Cor. 12, 3b-7. 12-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.
EVANGELIO: Jn. 20, 19-23: Como el Padre  me ha enviado, así también los envió yo. Reciban el Espíritu Santo.

Celebrar la fiesta de Pentecostés, es pensar  en el Espíritu Santo y  decirle: “¡Ven!”. Entonces, el Espíritu es invasor. Y es menester que nos invada ya que la vida cristiana es una experiencia de vida invadida por el Espíritu. El no tiene rostro, pero todos sus nombres dicen que es invasión: fuego, agua, espíritu, respiración, viento. Desde que viene, actúa. La Biblia está llena de él, pero no habla de él: dice lo que hace. El está en todos los comienzos: es el Espíritu de lo que ha de nacer y el Espíritu del primer paso que cuesta. En Pentecostés hizo que la Iglesia despegase y tomara vuelo. Hay que decirle: “Ven”, cuando se bloquea algo en nuestra vida personal o colectiva.
Después de la fuerza de la partida, es la fuerza de la marcha hacia adelante. La audacia de hablar, de insistir, de crear. Para ver todo esto tenemos los Hechos de los apóstoles. (¡Tendríamos que leerlos más!) y cualquier vida de un santo.
El es el huésped interior, el espíritu de las profundidades que sin él quedarían sin explorar. El nos arranca de lo superficial, no hace vivir en donde se hunden las raíces y donde manan las fuentes. Y nos impulsa hasta el fin: “Les guiará a la verdad completa” (Jn. 16, 13). Puede hacer que se recorran enseguida itinerarios sorprendentes. El evangelio de hoy nos revela este poder de transformación inmediata y total. A unos hombres aterrorizados les dice Jesús: “Yo les envío”. ¿Unos pobres hombres enviados a la conquista del mundo?. Sí, pero Jesús añade: “Reciban el Espíritu”.   Nos lo dio y no lo sigue dando. Podemos recibir el Espíritu: esto depende de la fuerza de nuestro” “¡ven!”.  ¿Por qué pedimos tan poco el Espíritu? ¿Por miedo a unos mundos extraños de iluminación de “carismas”? ¿O quizás por medio a comprometernos? Si digo “¡Ven!”, ¿hasta dónde me llevará?. Quizás ante los tribunales. Lo dice el evangelio: “Cuando les entreguen a los tribunales, no se preocupen por lo que van a decir; será el Espíritu de su Padre quien hable por medio de ustedes”. Decir “¡ven!” al Espíritu puede llevar muy lejos. Desde los primeros mártires hasta los perseguidos en muchas partes del mundo y de nuestra América Latina, ir hasta el fin es arriesgarse a la cárcel, a la tortura, a la muerte. ¿Y nosotros no? ¿Quién puede prever cuál será nuestro mañana?.
No hay dos evangelios ni dos Espíritus.  La única verdadera devoción al Espíritu Santo es decirle: “¡Ven!”, no para una cita tranquila con él, sino para dar el paso  de amor y de valentía que  la vida nos pide.
R.P. Roland Vicente Castro Juárez