“¡VEN ESPÍRITU
SANTO!”
1°
LECTURA: Hch.
2, 1-11: Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar.
SALMO: Sal 103: Envía tu Espíritu, Señor y repuebla la
faz de la tierra.
2°
LECTURA:
Cor. 12, 3b-7. 12-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar
un solo cuerpo.
EVANGELIO: Jn. 20,
19-23: Como el Padre me ha enviado, así
también los envió yo. Reciban el Espíritu Santo.
Celebrar la
fiesta de Pentecostés, es pensar en el
Espíritu Santo y decirle: “¡Ven!”.
Entonces, el Espíritu es invasor. Y es menester que nos invada ya que la vida
cristiana es una experiencia de vida invadida por el Espíritu. El no tiene
rostro, pero todos sus nombres dicen que es invasión: fuego, agua, espíritu,
respiración, viento. Desde que viene, actúa. La Biblia está llena de él,
pero no habla de él: dice lo que hace. El está en todos los comienzos: es el
Espíritu de lo que ha de nacer y el Espíritu del primer paso que cuesta. En
Pentecostés hizo que la
Iglesia despegase y tomara vuelo. Hay que decirle: “Ven”,
cuando se bloquea algo en nuestra vida personal o colectiva.
Después de la fuerza de la
partida, es la fuerza de la marcha hacia adelante. La audacia de hablar, de
insistir, de crear. Para ver todo esto tenemos los Hechos de los apóstoles.
(¡Tendríamos que leerlos más!) y cualquier vida de un santo.
El es el huésped interior, el
espíritu de las profundidades que sin él quedarían sin explorar. El nos arranca
de lo superficial, no hace vivir en donde se hunden las raíces y donde manan
las fuentes. Y nos impulsa hasta el fin: “Les guiará a la verdad completa” (Jn.
16, 13). Puede hacer que se recorran enseguida itinerarios sorprendentes. El
evangelio de hoy nos revela este poder de transformación inmediata y total. A
unos hombres aterrorizados les dice Jesús: “Yo les envío”. ¿Unos pobres hombres
enviados a la conquista del mundo?. Sí, pero Jesús añade: “Reciban el
Espíritu”. Nos lo dio y no lo sigue
dando. Podemos recibir el Espíritu: esto depende de la fuerza de nuestro” “¡ven!”. ¿Por qué pedimos tan poco el Espíritu? ¿Por
miedo a unos mundos extraños de iluminación de “carismas”? ¿O quizás por medio
a comprometernos? Si digo “¡Ven!”, ¿hasta dónde me llevará?. Quizás ante los
tribunales. Lo dice el evangelio: “Cuando les entreguen a los tribunales, no se
preocupen por lo que van a decir; será el Espíritu de su Padre quien hable por
medio de ustedes”. Decir “¡ven!” al Espíritu puede llevar muy lejos. Desde los
primeros mártires hasta los perseguidos en muchas partes del mundo y de nuestra
América Latina, ir hasta el fin es arriesgarse a la cárcel, a la tortura, a la
muerte. ¿Y nosotros no? ¿Quién puede prever cuál será nuestro mañana?.
No
hay dos evangelios ni dos Espíritus. La
única verdadera devoción al Espíritu Santo es decirle: “¡Ven!”, no para una cita
tranquila con él, sino para dar el paso
de amor y de valentía que la vida
nos pide.
R.P. Roland Vicente Castro Juárez