lunes, 9 de febrero de 2015

¿QUÉ ES LA CUARESMA?

¿QUÉ ES LA CUARESMA?


La Cuaresma es el tiempo litúrgico de conversión, que marca la Iglesia para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua. Es tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo.

La Cuaresma dura 40 días; comienza el Miércoles de Ceniza y termina el Domingo de Ramos, día que se inicia la Semana Santa. A lo largo de este tiempo, sobre todo en la liturgia del domingo, hacemos un esfuerzo por recuperar el ritmo y estilo de verdaderos creyentes que debemos vivir como hijos de Dios.

El color litúrgico de este tiempo es el morado que significa luto y penitencia. Es un tiempo de reflexión, de penitencia, de conversión espiritual; tiempo de preparación al misterio pascual.

En la Cuaresma, Cristo nos invita a cambiar de vida. La Iglesia nos invita a vivir la Cuaresma como un camino hacia Jesucristo, escuchando la Palabra de Dios, orando, compartiendo con el prójimo y haciendo obras buenas. Nos invita a vivir una serie de actitudes cristianas que nos ayudan a parecernos más a Jesucristo, ya que por acción de nuestro pecado, nos alejamos más de Dios.

Por ello, la Cuaresma es el tiempo del perdón y de la reconciliación fraterna. Cada día, durante toda la vida, hemos de arrojar de nuestros corazones el odio, el rencor, la envidia, los celos que se oponen a nuestro amor a Dios y a los hermanos. En Cuaresma, aprendemos a conocer y apreciar la Cruz de Jesús. Con esto aprendemos también a tomar nuestra cruz con alegría para alcanzar la gloria de la resurrección.
40 días

La duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número cuarenta en la Biblia. En ésta, se habla de los cuarenta días del diluvio, de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los cuarenta días de Moisés y de Elías en la montaña, de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública, de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto.

En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo material, seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida en la tierra, seguido de pruebas y dificultades.

La práctica de la Cuaresma data desde el siglo IV, cuando se da la tendencia a constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la Iglesia, con la práctica del ayuno y de la abstinencia. Conservada con bastante vigor, al menos en un principio, en las iglesias de oriente, la práctica penitencial de la Cuaresma ha sido cada vez más aligerada en occidente, pero debe observarse un espíritu penitencial y de conversión.

I. EL TIEMPO DE CUARESMA

1. Un tiempo con características propias.

La Cuaresma es el tiempo que precede y dispone a la celebración de la Pascua. Tiempo de escucha de la Palabra de Dios y de conversión, de preparación y de memoria del Bautismo, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de recurso más frecuente a las “armas de la penitencia cristiana”: la oración, el ayuno y la limosna (ver Mt 6,1-6.16-18).

De manera semejante como el antiguo pueblo de Israel marchó durante cuarenta años por el desierto para ingresar a la tierra prometida, la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios, se prepara durante cuarenta días para celebrar la Pascua del Señor. Si bien es un tiempo penitencial, no es un tiempo triste y depresivo. Se trata de un tiempo especial de purificación y de renovación de la vida cristiana para poder participar con mayor plenitud y gozo del misterio pascual del Señor.

La Cuaresma es un tiempo privilegiado para intensificar el camino de la propia conversión. Este camino supone cooperar con la gracia, para dar muerte al hombre viejo que actúa en nosotros. Se trata de romper con el pecado que habita en nuestros corazones, alejarnos de todo aquello que nos aparta del Plan de Dios, y por consiguiente, de nuestra felicidad y realización personal.

La Cuaresma es uno de los cuatro tiempos fuertes del año litúrgico y ello debe verse reflejado con intensidad en cada uno de los detalles de su celebración. Cuanto más se acentúen sus particularidades, más fructuosamente podremos vivir toda su riqueza espiritual.

Por tanto habrá que esforzarse, entre otras cosas:
- Por que se capte que en este tiempo son distintos tanto el enfoque de las lecturas bíblicas (en la santa misa prácticamente no hay lectura continua), como el de los textos eucológicos (propios y determinados casi siempre de modo obligatorio para cada una de las celebraciones).
- Por que los cantos, sean totalmente distintos de los habituales y reflejen la espiritualidad penitencial, propia de este tiempo.
- Por lograr una ambientación sobria y austera que refleje el carácter de penitencia de la Cuaresma.

2. Sentido de la Cuaresma.

Lo primero que debemos decir al respecto es que la finalidad de la Cuaresma es ser un tiempo de preparación a la Pascua. Por ello se suele definir a la Cuaresma, “como camino hacia la Pascua”. La Cuaresma no es por tanto un tiempo cerrado en sí mismo, o un tiempo “fuerte” o importante en sí mismo.

Es más bien un tiempo de preparación, y un tiempo “fuerte”, en cuanto prepara para un tiempo “más fuerte” aún, que es la Pascua. El tiempo de Cuaresma como preparación a la Pascua se basa en dos pilares: por una parte, la contemplación de la Pascua de Jesús; y por otra parte, la participación personal en la Pascua del Señor a través de la penitencia y de la celebración o preparación de los sacramentos pascuales –bautismo, confirmación, reconciliación, eucaristía-, con los que incorporamos nuestra vida a la Pascua del Señor Jesús.

Incorporarnos al “misterio pascual” de Cristo supone participar en el misterio de su muerte y resurrección. No olvidemos que el Bautismo nos configura con la muerte y resurrección del Señor. La Cuaresma busca que esa dinámica bautismal (muerte para la vida) sea vivida más profundamente. Se trata entonces de morir a nuestro pecado para resucitar con Cristo a la verdadera vida: “Yo les aseguro que si el grano de trigo…muere dará mucho fruto” (Jn 20,24).  

A estos dos aspectos hay que añadir finalmente otro matiz más eclesial: la Cuaresma es tiempo apropiado para cuidar la catequesis y oración de los niños y jóvenes que se preparan a la confirmación y a la primera comunión; y para que toda la Iglesia ore por la conversión de los pecadores.

3. Estructuras del tiempo de Cuaresma.

Para poder vivir adecuadamente la Cuaresma es necesario clarificar los diversos planos o estructuras en que se mueve este tiempo.

En primer lugar, hay que distinguir la “Cuaresma dominical”, con su dinamismo propio e independiente, de la “Cuaresma de las ferias”.

a. La “Cuaresma dominical”.

En ella se distinguen diversos bloques de lecturas. Además el conjunto de los cinco primeros domingos, que forman como una unidad, se contraponen al último domingo –Domingo de Ramos en la Pasión del Señor-, que forma más bien un todo con las ferias de la Semana Santa, e incluso con el Triduo Pascual.

b. La “Cuaresma ferial”.

Cabe también señalar en ella dos bloques distintos:
- El de las Ferias de las cuatro primeras semanas, centradas sobre todo en la conversión y la penitencia.
- Y el de las dos últimas semanas, en el que, a dichos temas, se sobrepone, la contemplación de la Pasión del Señor, la cual se hará aún más intensa en la Semana Santa.

Al organizar, pues, las celebraciones feriales, hay que distinguir estas dos etapas, subrayando en la primera los aspectos de conversión (las oraciones, los prefacios, las preces y los cantos de la misa ayudarán a ello).

Y, a partir del lunes de la V Semana, cambiando un poco el matiz, es decir, centrando más la atención en la cruz y en la muerte del Señor (sobre todo las oraciones de la misa y el prefacio I de la Pasión del Señor, toman este nuevo matiz).

En el fondo, hay aquí una visión teológicamente muy interesante: la conversión personal, que consiste en el paso del pecado a la gracia (santidad), se incorpora con un “crescendo” cada vez más intenso, a la Pascua del Señor: es sólo en la persona del Señor Jesús, nuestra cabeza, donde la Iglesia, su cuerpo místico, pasa de la muerte a la vida.

Digamos finalmente que sería muy bueno subrayar con mayor intensidad las ferias de la última semana de Cuaresma –la Semana Santa- en las que la contemplación de la cruz del Señor se hace casi exclusivamente (Prefacio II de la Pasión del Señor). Para ello, sería muy conveniente que, en esta última semana  se pusieran algunos signos extraordinarios que recalcaran la importancia de estos últimos días. Si bien las rúbricas señalan algunos de estos signos, como por ejemplo el hecho que estos días no se permite ninguna celebración ajena (ni aunque se trate de solemnidades); a estos signos habría que sumar algunos de más fácil comprensión para los fieles, para evidenciar así el carácter de suma importancia que tienen estos días: por ejemplo el canto de la aclamación del evangelio; la bendición solemne diaria al final de la misa (bendiciones solemnes, formulario “Pasión del Señor”); uso de vestiduras moradas más vistosas, etc. 

4. El lugar de la celebración.

Se debe buscar la mayor austeridad posible, tanto para el altar, el presbiterio, y los demás lugares y elementos celebrativos. Únicamente se debe conservar lo que sea necesario para que el lugar resulte acogedor y ordenado. La austeridad de los elementos con que se presenta en estos días la iglesia (el templo), contrapuesta a la manera festiva con que se celebrará la Pascua y el tiempo pascual, ayudará a captar el sentido de “paso” (pascua = paso) que tienen las celebraciones de este ciclo.
Durante la Cuaresma hay que suprimir, pues, las flores (las que pueden ser sustituidas por plantas ornamentales), las alfombras no necesarias, la música instrumental, a no ser que sea del todo imprescindible para un buen canto. Una práctica que en algunas iglesias podría ser expresiva es la de recubrir el altar, fuera de la celebración eucarística, con un paño de tela morada.

Finalmente hay que recordar, que la misma austeridad en flores y adornos debe también aplicarse al lugar de la reserva eucarística y a la bendición con el Santísimo, pues debe haber una gran coherencia entre el culto que se da al Santísimo y la celebración de la misa.La misma coherencia debe manifestarse entre la liturgia y las expresiones de la piedad popular. Así, pues, tampoco caben elementos festivos, durante los días cuaresmales y de Semana Santa, ni en el altar de la reserva ni en la exposición del Santísimo.

5. Solemnidades, fiestas y memorias durante la Cuaresma.

Otro punto que debe cuidarse es el de las maneras de celebrar las fiestas del Santoral durante la Cuaresma. El factor fundamental consiste en procurar que la Cuaresma no quede oscurecida por celebraciones ajenas a la misma. Precisamente para lograr este fin, el Calendario romano ha procurado alejar de este tiempo las celebraciones de los santos.
De hecho durante todo el largo período cuaresmal, sólo se celebran un máximo de cuatro festividades (además de alguna solemnidad o fiesta de los calendarios particulares): San Cirilo y San Metodio (14 de febrero); la Cátedra de San Pedro (22 de febrero); San José, casto esposo de la Virgen María (19 de marzo) y la Anunciación del Señor (25 de marzo). En todo caso en la manera de celebrar estas fiestas no deberá darse la impresión de que se “interrumpe la Cuaresma”, sino más bien habrá que inscribir estas fiestas en la espiritualidad y la dinámica de este tiempo litúrgico.

Con respecto a la memoria de los santos, hay que recordar que durante la Cuaresma todas ellas son libres y si se celebran, se debe hacer con ornamentos morados, y del modo como indican las normas litúrgicas.

II.  NORMAS LITURGICAS.

1. Con respecto al conjunto de las celebraciones.

Se omite siempre el “Aleluya” en toda celebración.

Esta mandado suprimir los adornos y flores de la iglesia, excepto el IV Domingo. (Domingo de la alegría en nuestro camino hacia la Pascua). Igualmente se suprime la música de instrumentos (excepto el IV Domingo), a no ser que sean indispensables para acompañar algún canto.

Las mismas expresiones de austeridad en flores y música se tendrán en el altar de la reserva eucarística y en las celebraciones extralitúrgicas, y en las manifestaciones de piedad popular. 

2. Con respecto a las celebraciones de la eucaristía.

Excepto en los domingos y en las solemnidades y fiestas que tienen prefacio propio, cada día se dice cualquiera de los cinco prefacios de Cuaresma.

Los domingos se omite el himno del “Gloria”. Este himno, en cambio, se dice en las solemnidades y fiestas.

Antes de la proclamación del evangelio, tanto en las misas del domingo como en las solemnidades, fiestas y ferias, el canto del “Aleluya” se substituye por alguna otra aclamación a Cristo. Con todo, para subrayar mejor la distinción entre las ferias y los días festivos, creemos mejor omitir siempre este canto en los días feriales. Incluso en los domingos, es mejor omitir esta aclamación que recitarla sin canto.

Los domingos no se puede celebrar ninguna otra misa que no sea la del día. En las ferias, las señaladas en el Calendario Litúrgico con la letra (D), existe la posibilidad de celebrar alguna misa distinta de la del día. Si en las ferias se quiere hacer la memoria de algún santo, se substituye la colecta ferial por la del santo. Los demás elementos deben ser feriales (incluso la oración sobre las ofrendas y después de la comunión).

III.   RECOMENDACIONES Y SUGERENCIAS.

1. Textos eucológicos.

La Cuaresma es el tiempo del año que posee mayor riqueza de textos eucológicos (conjunto de oraciones de un libro litúrgico o de una celebración). La misa no sólo tiene propia la primera oración de cada día, sino incluso la oración sobre las ofrendas y la oración después de la comunión. Pero, además de estos textos obligatorios, subrayaríamos la importancia de otros formularios que pueden usarse libremente:

a.- El acto penitencial de la misa.

Sería recomendable destacar, durante este tiempo, esta parte de la celebración. Podrían, por ejemplo, variarse cada día de la semana las invocaciones (la nueva edición del Misal Romano ofrece para ello una variedad de posibilidades), y cantar a diario –no limitarse a rezar- el “Señor ten piedad”. Es una manera sencilla de subrayar el carácter penitencial de estos días.

b. Oración de los fieles.

 Convendría emplear algunos formularios en los que se atendiese el significado propio de este tiempo, y en los que se incluyeran algunas peticiones por los pecadores, a tenor de lo que se dice al respecto en el Concilio Vaticano II (ver Sacrosanctum Concilium, N. 109). Asimismo, y siguiendo el pedido del Papa S. Juan Pablo II, se pueden incluir peticiones por la paz del mundo, por la familia, por la defensa de la vida, y por las vocaciones. 

d) Cantos de comunión.

Deberán evitarse los que tuvieren un matiz penitencial, pues la comunión es siempre un momento festivo. En el momento de comulgar no se trata de crear un ambiente cuaresmal, sino acompañar festivamente la procesión eucarística. Por ello es bueno para este momento de la Santa Misa  escoger cantos alusivos al convite eucarístico.

e) Preparación de los cantos de la Vigilia y de la Cincuentena pascual.

Hay que dedicar durante la Cuaresma un tiempo cada semana para ensayar cantos pascuales. Esto no se sitúa solamente en la línea de una necesidad práctica con vistas a las fiestas y al tiempo litúrgico que se aproximan, sino que además contribuirá a vivir la Cuaresma como un camino hacia la pascua, creando el deseo de anhelar su celebración.

En esta línea, tiene tanta importancia los ensayos en sí como la explicación de algunos textos cantados. En estos ensayos cuaresmales debería procurarse que el repertorio pascual progresara de año en año, y, así, los cantos pascuales superaran los de los otros ciclos, como la Pascua supera en solemnidad las otras fiestas.

Como cantos más importantes podrían citarse:

Un “Aleluya” vibrante (y quizá nuevo) que, bien ensayado desde el principio de la Cuaresma, lo podría saber bien toda la asamblea.

Un “Gloria” solemne y extraordinario, que podría estrenarse en la Noche santa de Pascua y convertirse en el “Gloria” propio de la cincuentena, o por lo menos de la Octava de Pascua. Es bueno recordar que el “Gloria” que se escoja debe recoger en su totalidad el texto litúrgico del Misal Romano.

Aquel que cantará el “Pregón Pascual” en la Vigilia Pascual, deberá practicarlo con la suficiente anticipación y nunca dejar su ensayo para el último momento.

3. Preparación del cirio pascual.

El cirio pascual es quizás el signo más propio y expresivo de las celebraciones pascuales. Por ello, no es suficiente comprarlo (sería imperdonable usar el cirio de otros años, pues la Pascua es la renovación de todo), sino que es necesario ambientar su futura presencia, y, lograr que los fieles lo anhelen, pues el representa al Señor glorificado.

Por ello sugerimos que se organice el IV Domingo de Cuaresma una colecta entre los fieles para adquirirlo. El IV Domingo de Cuaresma, es el domingo de la alegría en el camino penitencial hacia la Pascua, y nos invita a pensar en la Pascua como una celebración ya muy próxima.

Con ello resultaría más verdadera la expresión que se cantará en el pregón pascual: “En esta noche de gracia, acepta, Padre santo, este sacrificio vespertino de alabanza que la santa Iglesia te ofrece por medio de sus ministros en la solemne ofrenda de este cirio”.  Es evidente que esta expresión pierde todo su sentido si se usa un cirio que ya ha sido, por decirlo así, “ofrecido” anteriormente.   

4. Oración, mortificación y caridad.

Son las tres grandes prácticas cuaresmales o medios de la penitencia cristiana (ver Mt 6,1-6.16-18).

Ante todo, está la vida de oración, condición indispensable para el encuentro con Dios. En la oración, el cristiano ingresa en el diálogo íntimo con el Señor, deja que la gracia entre en su corazón y, a semejanza de Santa María, se abre a la oración del Espíritu cooperando a ella con su respuesta libre y generosa (ver Lc 1,38). Por tanto debemos en el este tiempo animar a nuestros fieles a una vida de oración más intensa.

Para ello podría ser aconsejable introducir el rezo de Laúdes o Vísperas, en la forma que resulte más adecuada: los domingos o en los días laborables, como una celebración independiente o unidos a la Misa; invitar a nuestros fieles a formar algún grupo de oración que se reúna establemente bajo nuestra guía, una vez por semana durante media hora. De esta manera además de rezar podemos enseñarles a hacer oración; incentivar la oración por la conversión de los pecadores, oración propia de este tiempo; etc. Además, no hay que olvidar que la Cuaresma es tiempo propicio para leer y meditar diariamente la Palabra de Dios.

Por ello sería muy bueno ofrecer a nuestros fieles la relación de las lecturas bíblicas de la liturgia de la Iglesia de cada día con la confianza de que su meditación sea de gran ayuda para la conversión personal que nos exige este tiempo litúrgico.

La mortificación y la renuncia, en las circunstancias ordinarias de nuestra vida, también constituyen un medio concreto  para vivir el espíritu de la Cuaresma. No se trata tanto de crear ocasiones extraordinarias, sino más bien ofrecer aquellas circunstancias cotidianas que nos son molestas; de aceptar con humildad, gozo y alegría, los distintos contratiempos que nos presenta el ritmo de la vida diaria, haciendo ocasión de ellos para unirnos a la cruz del Señor. De la misma manera, el renunciar a ciertas cosas legítimas nos ayuda a vivir el desapego y el desprendimiento. Incluso el fruto de esas renuncias y desprendimientos lo podemos traducir en alguna limosna para los pobres. Dentro de esta práctica cuaresmal están el ayuno y la abstinencia, de los que nos ocuparemos más adelante en un acápite especial.

La caridad. De entre las distintas prácticas cuaresmales que nos propone la Iglesia, la vivencia de la caridad ocupa un lugar especial. Así nos lo recuerda San León Magno: “estos días cuaresmales nos invitan de manera apremiante al ejercicio de la caridad; si deseamos llegar a la Pascua santificados en nuestro ser, debemos poner un interés especialísimo en la adquisición de esta virtud, que contiene en sí a las demás y cubre multitud de pecados”. Esta vivencia de la caridad debemos vivirla de manera especial con aquel a quien tenemos más cerca, en el ambiente concreto en el que nos movemos. De esta manera, vamos construyendo en el otro “el bien más precioso y efectivo, que es el de la coherencia con la propia vocación cristiana” (JuanPablo II).      

“Hay mayor felicidad en dar que en recibir” (Hch 20,35). Según Juan Pablo II, el llamado a dar “no se trata de un simple llamamiento moral, ni de un mandato que llega al hombre desde fuera” sino que “está radicado en lo más hondo del corazón humano: toda persona siente el deseo de ponerse en contacto con los otros, y se realiza plenamente cuando se da libremente a los demás”. “¿Cómo no ver en la Cuaresma la ocasión propicia para hacer opciones decididas de altruismo y generosidad? Como medios para combatir el desmedido apego al dinero, este tiempo propone la práctica eficaz del ayuno y la limosna. Privarse no sólo de lo superfluo, sino también de algo más, para distribuirlo a quien vive en necesidad, contribuye a la negación de sí mismo, sin la cual no hay auténtica praxis de vida cristiana. Nutriéndose con una oración incesante, el bautizado demuestra, además, la prioridad efectiva que Dios tiene en la propia vida”.

Por ello será oportuno discernir, conforme a la realidad de nuestras comunidades, qué campañas a favor de los pobres podemos organizar durante la Cuaresma, y cómo debemos alentar a nuestros fieles a la caridad personal.

La oración, la mortificación y la caridad, nos ayudan a vivir la conversión pascual: del encierro del egoísmo (pecado), estas tres prácticas de la cuaresma nos ayuda a vivir la dinámica de la apertura a Dios, a nosotros mismos y a los demás.

5. La abstinencia y el ayuno.

La práctica del ayuno, tan característica desde la antigüedad en este tiempo litúrgico, es un “ejercicio” que libera voluntariamente de las necesidades de la vida terrena para redescubrir la necesidad de la vida que viene del cielo: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4; ver Dt 8,3; Lc 4,4; antífona de comunión del I Domingo de Cuaresma)

¿Qué exige la Abstinencia y del  Ayuno?

La abstinencia prohíbe el uso de carnes, pero no de huevos, lactinios y cualquier condimento a base de grasa de animales. Son días de abstinencia todos los viernes del año.

El ayuno exige hacer una sola comida durante el día, pero no prohíbe tomar un poco de alimento por la mañana y por la noche, ateniéndose, en lo que respecta a la calidad y cantidad, a las costumbres locales aprobadas (Constitución Apostólica poenitemi, sobre doctrina y normas de la penitencia, III, 1,2). Son días de ayuno y abstinencia el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.

Según acuerdo de los Obispos del Perú reunidos en Enero de 1985, y conforme a las Normas complementarias de la Conferencia Episcopal Peruana al Código de Derecho Canónico de Enero de 1986 aprobadas por la Santa Sede, el Ayuno y la Abstinencia puede ser reemplazado por: 
- Prácticas de piedad (por ejemplo, lectura de la Sagrada Escritura, Santa Misa, Rezo del Santo Rosario).
- Mortificaciones corporales concretas.
- Abstención de bebidas alcohólicas, tabaco, espectáculos.
- Limosna según las propias posibilidades. Obras de caridad, etc.

¿Quiénes están llamados a la abstinencia y al ayuno?

A la Abstinencia de carne: los mayores de 14 años.
Al Ayuno: los mayores de edad (18 años) hasta los 59 años.

¿Por qué el Ayuno?

Es necesario dar una respuesta profunda a esta pregunta, para que quede clara la relación entre el ayuno y la conversión, esto es, la transformación espiritual que acerca el hombre a Dios.

El abstenerse de la comida y la bebida tiene como fin introducir en al existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir como “actitud consumística.

Tal actitud ha venido a ser en nuestro tiempo una de las características de la civilización occidental. ¡La actitud consumística! El hombre, orientado hacia los bienes materiales, muy frecuentemente abusa de ellos. La civilización se mide entonces según la cantidad y la calidad de las cosas que están en condiciones de proveer al hombre y no se mide con el metro adecuado al hombre.

Esta civilización de consumo suministra los bienes materiales no sólo para que sirvan al hombre en orden a desarrollar las actividades creativas y útiles, sino cada vez más para satisfacer los sentidos, la excitación que se deriva de ellos, el placer momentáneo, una multiplicación de sensaciones cada vez mayor.

El hombre de hoy debe ayunar, es decir, abstenerse de muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos: ayunar significa abstenerse de algo. El hombre es él mismo solo cuando logra decirse a sí mismo: No. No es la renuncia por la renuncia: sino para el mejor y más equilibrado desarrollo de sí mismo, para vivir mejor los valores superiores, para el dominio de sí mismo.

6. La Confesión.

La Cuaresma es tiempo penitencial por excelencia y por tanto se presenta como tiempo propicio para impulsar la pastoral de este sacramento conforme a lo que nos ha pedido recientemente el Santo Padre y nuestro Arzobispo Primado, ya que la confesión sacramental es la vía ordinaria para alcanzar el perdón y la remisión de los pecados graves cometidos después del Bautismo.

No hay que olvidar que nuestros fieles saben, por una larga tradición eclesial, que el tiempo de Cuaresma-Pascua está en relación con el precepto de la Iglesia de confesar lo propios pecados graves, al menos una vez al año. Por todo ello, habrá que ofrecer horarios abundantes de confesiones.

7. La Cuaresma y la Piedad Popular.

La Cuaresma es tiempo propicio para una interacción fecunda entre liturgia y piedad
popular. Entre las devociones de piedad popular más frecuentes durante la Cuaresma, que podemos alentar están:

La Veneración a Cristo Crucificado.

En el Triduo pascual, el Viernes Santo, dedicado a celebrar la Pasión del Señor, es el día por excelencia para la “Adoración de la santa Cruz”. Sin embargo, la piedad popular desea anticipar la veneración cultual de la Cruz. De hecho, a lo largo de todo el tiempo cuaresmal, el viernes, que por una antiquísima tradición cristiana es el día conmemorativo de la Pasión de Cristo, los fieles dirigen con gusto su piedad hacia el misterio de la Cruz.

Contemplando al Salvador crucificado captan más fácilmente el significado del dolor inmenso e injusto que Jesús, el Santo, el Inocente, padeció por la salvación del hombre, y comprenden también el valor de su amor solidario y la eficacia de su sacrificio redentor.

En las manifestaciones de devoción a Cristo crucificado, los elementos acostumbrados de la piedad popular como cantos y oraciones, gestos como la ostensión y el beso de la cruz, la procesión y la bendición con la cruz, se combinan de diversas maneras, dando lugar a ejercicios de piedad que a veces resultan preciosos por su contenido y por su forma.

No obstante, la piedad respecto a la Cruz, con frecuencia, tiene necesidad de ser iluminada. Se debe mostrar a los fieles la referencia esencial de la Cruz al acontecimiento de la Resurrección: la Cruz y el sepulcro vacío, la Muerte y la Resurrección de Cristo, son inseparables en la narración evangélica y en el designio salvífico de Dios.

La Lectura de la Pasión del Señor.

Durante el tiempo de Cuaresma, el amor a Cristo crucificado deberá llevar a la comunidad cristiana a preferir el miércoles y el viernes, sobre todo, para la lectura de la Pasión del Señor.

Esta lectura, de gran sentido doctrinal, atrae la atención de los fieles tanto por el contenido como por la estructura narrativa, y suscita en ellos sentimientos de auténtica piedad: arrepentimiento de las culpas cometidas, porque los fieles perciben que la Muerte de Cristo ha sucedido para remisión de los pecados de todo el género humano y también de los propios; compasión y solidaridad con el Inocente injustamente perseguido; gratitud por el amor infinito que Jesús, el Hermano primogénito, ha demostrado en su Pasión para con todos los hombres, sus hermanos; decisión de seguir los ejemplos de mansedumbre, paciencia, misericordia, perdón de las ofensas y abandono confiado en las manos del Padre, que Jesús dio de modo abundante y eficaz durante su Pasión.

El Vía Crucis.

Entre los ejercicios de piedad con los que los fieles veneran la Pasión del Señor, hay pocos que sean tan estimados como el Vía Crucis. A través de este ejercicio de piedad los fieles recorren, participando con su afecto, el último tramo del camino recorrido por Jesús durante su vida terrena: del Monte de los Olivos, donde en el “huerto llamado Getsemani” (Mc 14,32) el Señor fue “presa de la angustia” (Lc 22,44), hasta el Monte Calvario, donde fue crucificado entre dos malhechores (ver Lc 23,33), al jardín donde fue sepultado en un sepulcro nuevo, excavado en la roca (ver Jn 19,40-42).

Un testimonio del amor del pueblo cristiano por este ejercicio de piedad son los innumerables Vía Crucis erigidos en las iglesias, en los santuarios, en los claustros e incluso al aire libre, en el campo, o en la subida a una colina, a la cual las diversas estaciones le confieren una fisonomía sugestiva. En el ejercicio de piedad del Vía Crucis confluyen también diversas expresiones características de la espiritualidad cristiana: la comprensión de la vida como camino o peregrinación; como paso, a través del misterio de la Cruz, del exilio terreno a la patria celeste; el deseo de conformarse profundamente con la Pasión de Cristo; las exigencias del seguimiento de Cristo, según la cual el discípulo debe caminar detrás del Maestro, llevando cada día su propia cruz (ver Lc 9,23) Por tanto debemos motivar su rezo los miércoles y/o viernes de cuaresma.

8. La Virgen María en la Cuaresma.

En el plan salvífico de Dios (ver Lc 2,34-35) están asociados Cristo crucificado y la Virgen dolorosa. Como Cristo es el “hombre de dolores” (Is 53,3), por medio del cual se ha complacido Dios en “reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz” (Col 1,20), así María es la “mujer del dolor”, que Dios ha querido asociar a su Hijo, como madre y partícipe de su Pasión. Desde los días de la infancia de Cristo, toda la vida de la Virgen, participando del rechazo de que era objeto su Hijo, transcurrió bajo el signo de la espada (ver Lc 2,35).

Por ello la Cuaresma es también tiempo oportuno para crecer en nuestro amor filial a Aquella que al pie de la Cruz nos entregó a su Hijo, y se entregó Ella misma con Él, por nuestra salvación. Este amor filial lo podemos expresar durante la Cuaresma impulsando ciertas devociones marianas propias de este tiempo: “Los siete dolores de Santa María Virgen”; la devoción a  “Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores” (cuya memoria litúrgico se puede celebrar el viernes de la V semana de Cuaresma; y el rezo del Santo Rosario, especialmente los misterios de dolor.

También podemos impulsar el culto de la Virgen María a través de la colección de Misas de la Bienaventurada Virgen María, cuyos formularios de Cuaresma pueden ser usados el día sábado.

IV.  NORMAS LITÚRGICAS COMPLEMENTARIAS.

1. Miércoles de Ceniza.

La bendición e imposición de la ceniza se hace después del evangelio y de la homilía. Con motivo de este rito penitencial, al empezar la misa de este día se suprime el acto penitencial acostumbrado. Por ello, después que el celebrante ha besado el altar, saluda al pueblo y, a continuación, se pueden decir las invocaciones, “Señor ten piedad”, (sin anteponer otras frases, pues hoy no son el acto penitencial), y  la oración colecta, y se pasa a la liturgia de la palabra.

Después de la homilía se hace la bendición e imposición de la ceniza; acabada ésta, el celebrante se lava las manos y se continúa la celebración con la oración de los fieles.

2. Domingo IV de Cuaresma.

Por ser el domingo de la alegría en el camino cuaresmal hacia la Pascua, durante todo el domingo IV, desde las I Vísperas que se celebran el sábado anterior, es conveniente poner flores en el altar y tocar música durante las celebraciones. De esta manera se subraya a los fieles que esta cerca la gran fiesta de la Pascua y que el fruto de nuestro esfuerzo cuaresmal, será resucitar con el Señor a la vida verdadera.

3. Ferias de la V Semana de Cuaresma.

Las ferias de la V Semana de Cuaresma –antigua semana de Pasión- tienen unas pequeñas características propias: sin dejar de ser tiempo de Cuaresma, ya toman algo del color propio de la próxima Semana Santa y con ello inauguran, en cierta manera, la preparación del Triduo Pascual, llevándonos a la contemplación de la gloria de la cruz de Jesucristo.

Es conveniente no olvidar que en la misa, se dice todos los días el prefacio I de la Pasión del Señor.

Ayuno y abstinencia

El ayuno consiste en hacer una sola comida fuerte al día. La abstinencia consiste en no comer carne. Son días de abstinencia y ayuno el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.

La abstinencia obliga a partir de los catorce años y el ayuno de los dieciocho hasta los cincuenta y nueve años de edad.

Con estos sacrificios, se trata de que todo nuestro ser (espíritu, alma y cuerpo) participe en un acto donde reconozca la necesidad de hacer obras con las que reparemos el daño ocasionado con nuestros pecados y para el bien de la Iglesia.
El ayuno y la abstinencia se pueden cambiar por otro sacrificio, dependiendo de lo que dicten las Conferencias Episcopales de cada país, pues ellas son las que tienen autoridad para determinar las diversas formas de penitencia cristiana.

¿Por qué el Ayuno?

Es necesario dar una respuesta profunda a esta pregunta, para que quede clara la relación entre el ayuno y la conversión, esto es, la transformación espiritual que acerca del hombre a Dios. El abstenerse de la comida y la bebida tienen como fin introducir en la existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir como "actitud consumística".

Tal actitud ha venido a ser en nuestro tiempo una de las características de Ia civilización occidental. El hombre, orientado hacia los bienes materiales, muy frecuentemente abusa de ellos. La civilización se mide entonces según Ia cantidad y Ia calidad de las cosas que están en condiciones de proveer al hombre y no se mide con el metro adecuado al hombre.

Esta civilización de consumo suministra los bienes materiales no sólo para que sirvan al hombre en orden a desarrollar las actividades creativas y útiles, sino cada vez más para satisfacer los sentidos, Ia excitación que se deriva de ellos, el placer, una multiplicación de sensaciones cada vez mayor.

El hombre de hoy debe abstenerse de muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos: ayunar significa abstenerse de algo. El hombre es él mismo sólo cuando logra decirse a sí mismo: No.

No es Ia renuncia por Ia renuncia: sino para el mejor y más equilibrado desarrollo de sí mismo, para vivir mejor los valores superiores, para el dominio de sí mismo.

V.- ETIMOLOGÍA CUARESMAL

INCIENSO

El incienso de "incendere", "encender", es una de las resina que produce un agradable aroma al arder. Esta palabra latina da origen también al termino "incensario" (el instrumento metálico para incensar), mientras que la raíz griega "tus", que también significa incienso, explica la palabra "turíbulo" (incensario) y "turiferario" (el que lo lleva).

El incienso se da sobre todo en el Oriente, y ya desde muy antiguo en Egipto, antes que llegaran los israelitas se usaba en ceremonias religiosas, por su fácil simbolismo de perfume y fiesta, de signo de honor y respeto o de sacrificio a los dioses. Ya antes en torno al Arca de la Alianza, pero sobre todo el templo de Jerusalén era clásico el rito del incienso (Ex.30). La reina de Sabá trajo entre otros regalos gran cantidad de aromas a Salomón (1R.10).

Los cristianos sobre el siglo IV introdujeron el incienso en el lenguaje simbólico de sus celebraciones, cuando se consideró superado el peligro anterior de confusión con los ritos idolátricos del culto romano.

Actualmente se inciensa en la misa, cuando se quiere resaltar la festividad del día, el altar, las imágenes de la Cruz o de la Virgen, el libro del evangelio, las ofrendas sobre el altar, los ministros y el pueblo cristiano en el ofertorio, el Santísimo después de la consagración o en la celebraciones de culto eucarístico. Con ello se quiere significar a veces un gesto de honor (al Santísimo, al cuerpo del difunto en las exequias), o un símbolo de ofrenda sacrificial (en el ofertorio, tanto el pan y el vino como las personas).

AYUNO

Llamamos "ayuno" (latín "ieunium") a la privación voluntaria de comida durante algún tiempo por motivo religioso, como acto de culto ante Dios.

En la Biblia el ayuno puede ser señal de penitencia, expiación de los pecados, oración intensa o voluntad firme de conseguir algo. Otras veces, como en los cuarenta días de Moisés en el monte o de Elías en el desierto o de Jesús antes de empezar su misión, subraya la preparación intensa para un acontecimiento importante.

El ayuno Eucarístico tiene una tradición milenaria; como preparación a este sacramento, el feligrés se abstiene antes de otros alimentos.

Es en Cuaresma, desde el siglo IV, cuando más sentido ha tenido siempre para los cristianos el ayuno como privación voluntaria de la que existen en otras culturas y religiosas por motivos religiosos. El ayuno junto con las oración y la caridad, ha sido desde muy antiguo una "practica cuaresmal" como signo de la conversión interior a los valores fundamentales del evangelio de Cristo.

Actualmente nos abstenemos de carne todos los viernes de Cuaresma que no coincidan con alguna solemnidad; hacemos abstinencia y además ayuno (una sola comida al día) el miércoles de ceniza y el Viernes Santo.

CENIZA

(del latín cinis, ceniza) Material proveniente de la combustión de algo por el fuego. Simboliza la muerte, la fragilidad de la vida y también la humildad y la penitencia. Las que se imponen el Miércoles de Ceniza se preparan quemando palmas y olivos benditos el Domingo de Ramos del año anterior..
El simbolismo de la ceniza es el siguiente:
a) Condición débil y caduca del hombre, que camina hacia la muerte;
b) Situación pecadora del hombre;
c) Oración y súplica ardiente para que el Señor acuda en su ayuda;
d) Resurrección, ya que el hombre está destinado a participar en el triunfo de Cristo.

CONVERSIÓN

Convertirse es reconciliarse con Dios, apartarse del mal, para establecer la amistad con el Creador. Supone e incluye dejar el arrepentimiento y la Confesión de todos y cada uno de nuestros pecados. Una vez en gracia (sin conciencia de pecado mortal), hemos de proponernos cambiar desde dentro (en actitudes) todo aquello que no agrada a Dios

LIMOSNA

La palabra griega «eleemosyne» proviene de «éleos», que quiere decir compasión y misericordia; inicialmente indicaba la actitud del hombre misericordioso y, luego, todas las obras de caridad hacia los necesitados. Esta palabra transformada ha quedado en casi todas las lenguas europeas:

En francés: «aumone»; en español: «limosna»; en portugués: «esmola»; en alemán: «Almosen»; en inglés: «Alms».

Miércoles de Ceniza: Miércoles anterior al primer domingo de Cuaresma. Este día, con la imposición de las cenizas, comienzan las prácticas penitenciales del tiempo que prepara a la Pascua.

ABSTINENCIA

(del latín abstinentia, acción de privarse o abstenerse de algo) Gesto penitencial. Actualmente se pide que los fieles con uso de razón y que no tengan algún impedimento se abstengan de comer carne, realicen algún tipo de privación voluntaria o hagan una obra caritativa los días viernes, que son llamados días penitenciales

Sólo el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo son días de ayuno y abstinencia.

VÍA CRUCIS

(en latín: El camino de la cruz) Ejercicio piadoso que consiste en meditar el camino de la cruz por medio de lecturas bíblicas y oraciones. Esta meditación se divide en 14 o 15 momentos o estaciones. San Leopoldo de Porto Mauricio dio origen a esta devoción en el siglo XIV en el Coliseo de Roma, pensando en los cristianos que se veían imposibilitados de peregrinar a Tierra Santa para visitar los santos lugares de la pasión y muerte de Jesucristo. Tiene un carácter penitencial y suele rezarse los días viernes, sobre todo en Cuaresma. En muchos templos están expuestos cuadros o bajorrelieves con ilustraciones que ayudan a los fieles a realizar este ejercicio.

ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR

Solemnidad que se celebra el 25 de marzo, nueve meses antes del día de Navidad. Se recuerda el anuncio del ángel a María y la Encarnación del Verbo de Dios. Es una fiesta de carácter cristológico y, al mismo tiempo, mariano.
Pbro. Roland Vicente Castro Juárez