lunes, 16 de enero de 2012

4. LA BIBLIA A LA LUZ DE LA CONSTITUCIÓN “DEI VERBUM”.


4. LA BIBLIA A LA LUZ DE LA CONSTITUCIÓN “DEI VERBUM”.

Hemos de reconocer que la  Biblia., especialmente el Antiguo Testamento, no es un libro fácil de comprender. Existen varios obstáculos que nos lo impiden: el primero, al que aludimos en la introducción, es que no se trata de un libro, sino de una colección de 73 libros que han tenido una gestación laboriosa. Los autores sagrados han utilizado las tradiciones orales o escritas y en la mayoría de los casos las han incorporado a sus propios escritos. Estos libros datan, algunos de ellos, de casi tres mil años, por tanto pertenecen a culturas muy distintas de la nuestra. Sabemos que la  Biblia es Palabra de  Dios, así lo afirma la Dei  Verbum en su número 11:

“La revelación que la  Sagrada  Escritura contiene y ofrece, ha sido puesta por escrito bajo la inspiración del  Espíritu  Santo. La santa Madre  Iglesia, fiel a la fe de los apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que escritos por inspiración del  Espíritu Santo toda escritura ha sido inspirada por  Dios y es útil para enseñar, para persuadir, para reprender, para educar en la rectitud (2  Tim 3, 16)”.

Pero la Biblia es también palabra humana, porque Dios se sirvió de hombres de su tiempo y de su cultura. Tendremos, por lo tanto que conocer este ropaje humano en que viene envuelta la Palabra de Dios para saber lo que los autores inspirados quieren revelar. Y así, sigue la Constitución Dei  Verbum en su número 11:

“En la composición de los libros sagrados Dios se valió de hombre elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; De este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería”.

“Dios habla en la Escritura por medio de hombres y en lenguaje humano, por lo tanto el intérprete de la Escritura, para reconocer lo que Dios quiso comunicarnos, debe estudias  con atención lo que los autores querían decir y Dios  quería dar a conocer con dichas palabras” (D.V. n° 12).

El hecho de la inspiración nunca ha sido puesto en duda. Otra cosa muy distinta es el modo de producirse esta inspiración. A lo largo de este últimos años se han ido  sucediendo distintas hipótesis; hoy día la que cuenta con más partidarios es la que pone de relieve su carácter social. Para esta hipótesis los autores sagrados, dada por supuesta la inspiración, expresan la fe de las comunidades en que viven, son los portavoces de la comunidad de creyentes en la que escriben y para la que escriben. Ellos plasman en sus obras la fe de la Iglesia.

“El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios oral o escrita ha sido encomendado únicamente al Magisterio de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo” (D.V. n° 10).

“Para descubrir la intención del autor hay que tener en cuenta los géneros literarios.  Pues la verdad se presenta y se enuncia de modo diverso en obras de diversa índole: histórica, en libros proféticos o poéticos, o en otros géneros” (D.V.  n° 12).

Tal vez para muchos cristianos haya pasado desapercibido el importantísimo paso dado por el Vaticano II en la constitución Dei  Verbum respecto a  la comprensión de la Biblia. No muchos años antes del concilio se afirmaba que había que tomar al pie de la letra lo que la Biblia decía. Así, por ejemplo, como la Biblia dice que la Creación la hizo Dios en seis días,  así se afirmaba.  Hasta el desarrollo de  las ciencias no hubo problema, pero cuando se demostró que la creación había durado millones de años, se inventó el “concordismo” que quería arreglar las cosas diciendo: “por día” se entiende un período más o menos largo de tiempo. Sin embargo la Biblia habla en este relato de días de veinticuatro horas. “Hubo así tarde y mañana: Día primero (Gn 1, 5b).  Al autor que escribe este relato y que se encuentra desterrado en Babilonia, no le interesa asegurar que la creación se hizo en seis días, sino que el séptimo día Yahvé descansó y urgir así a sus compatriotas la observancia del sábado.

El  Vaticano II no habla ya de “inerrancia” en el sentido de ausencia de errores históricos, científicos, etc.  Es normal que en la Biblia existan errores científicos, ya que toda ella ha sido escrita en época precientífica. Además, porque a  Dios no le interesó revelarnos la ciencia, para eso hizo  al hombre inteligente y le entregó el mundo: “pueblen la tierra y sométanla, dominen a los peces del mar, etc” (Gn 1, 26). La constitución Dei  Verbum en el número 11 dice:

“Los libros sagrados nos enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra”.

Esto que parece una novedad del Concilio Vaticano II lo dijo ya san Agustín hace muchos siglos:  Dios no quiere enseñarnos el curso del sol o de la luna, no quiere hacer matemáticos sino cristianos. Con el  Vaticano II han quedado deslindados los campos de la ciencia y de la Biblia y cada una puede caminar por el suyo sin tropezarse, como ocurría hasta hace poco, aunque sí pueden ayudarse mutuamente.
                                                                                                        R.P. Roland Vicente Castro Juárez