“A LOS OCHO DÍAS, LLEGÓ JESÚS”
1°
LECTURA: Hch. 4, 32-35: Se llenaron todos de Espíritu
Santo y empezaron a hablar.
SALMO: Sal 117: Den gracias al señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
2°
LECTURA: 1Jn, 5, 1-6: Todo lo que ha nacido de Dios
vence al mundo.
EVANGELIO: Jn 20,
19-31: A los ocho días, llegó Jesús.
Podemos
distinguir tres partes. La primera la forman los vs. 19-23. Se desarrolla en un
lugar cerrado. Dentro se encuentran los discípulos, en quienes ha hecho presa
el miedo a los judíos. Llega Jesús y, tras saludarles, se identifica. El autor
comenta lacónicamente: Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
El saludo repetido abre después las palabras de Jesús, constituyendo a los
discípulos en enviados suyos. Un suave soplo de aire de Jesús es el símbolo de
ese envío, que el propio Jesús explica. La segunda parte está formada por los
vs. 24-29, con Tomás como protagonista. No cree lo que los demás le cuentan
sobre Jesús. Más aún, pone condiciones para su aceptación. A los ocho días se
repite el hecho en las mismas circunstancias de lugar y miedo. Tras el saludo a
todos, Jesús se dirige directamente a Tomás, a quien invita a dar crédito a la
realidad de su persona. Tomás así lo hace, pero Jesús le puntualiza que el
camino que ha seguido para creer en él no es ni el único ni el más dichoso. La
tercera parte del texto son los vs. 30-31. Se trata de una conclusión del autor
a toda su obra, indicando las dos motivaciones que ha tenido para escribirla.
Tratan sencillamente de situar la
fe, la nuestra, en su verdadera dimensión. Y esta dimensión no es la de la
evidencia empírica, sino la de la significación o representación. El
Diccionario de la Real Academia Española define la palabra signo de la
siguiente manera: "cosa que por su naturaleza o convencionalmente evoca en
el entendimiento la idea de otra". Para el autor del cuarto Evangelio,
creer en Jesús es descubrir lo que sus hechos y palabras evocan y quieren
decir. Esto es, sitúa la fe en el plano de lo hondo a buscar y descubrir,
porque a primera vista no aparece ni se ve. Es entonces cuando se es discípulo,
es decir, creyente. ¡Y la vida empieza a brotar con fuerza! En realidad, así es
como el autor del cuarto Evangelio ha presentado la fe en Jesús resucitado por parte
de los discípulos.
Lo veíamos el domingo pasado. A
ella han llegado a partir de la profundización en un signo, el sepulcro vacío.
Por consiguiente, la primera parte del texto de hoy no quiere ser una
demostración de que Jesús vive. En el planteamiento de Juan no entra la fe como
apologética. Lo que Juan quiere poner de manifiesto en esa primera parte es el
papel de los discípulos en cuanto creyentes. Son los enviados de Jesús, como él
lo ha sido del Padre. Lo son, por supuesto, desde la íntima paz y alegría
nacidas de la efectiva y real presencia de Jesús. Pero no es esa presencia lo
que se quiere hacer resaltar, sino el envío de los discípulos.
Como el Padre me ha enviado, así
también les envío yo. Los creyentes son una comunidad con un aire nuevo, el aire
de Jesús, simbolizado en su suave soplo sobre ellos. Los creyentes son la
comunidad del perdón de los pecados. ¡Lástima del aire viejo y enrarecido que a
veces se ha infiltrado en estas palabras!
R.P. Roland Vicente Castro Juárez.
rolancaju@gmail.com